Los Aché-Guayakí
"Las pocas fotografías que tomé son ahora testimonios de difuntos, no sabía entonces que casi todos ellos morirían de epidemias evitables en los próximos años..."
Por Miguel Alberto Bartolomé
Referirme ahora a la cuarta parcialidad implica abordar tanto problemas etnográficos, como incursionar en una reciente y trágica historia que no puedo evitar evocar. Se trata de los Aché-Guayakí, de un pueblo cazador y recolector, hablante de una variante del guaraní, pero cuyos orígenes étnicos no han podido ser aclarados hasta el presente8. Su historia es tan confusa y contradictoria como su futuro, a pesar de haber conocido una efímera celebridad para alguna opinión pública, a partir de las denuncias de genocidio efectuadas desde sus primeras salidas (o “sacadas”) de la selva en 1959 y asentamiento en precarias reservaciones (B. Meliá y C. Munzel,1971; M. Münzel, 1973,1974). Si bien hay informaciones sobre ellos desde la más temprana época colonial e incluso intentos de sedentarización realizados por el hacendado e intelectual austriaco F. Mayntzhusen entre 1910-1914 (en Meliá y Munzel, op.cit), durante siglos los Aché mantuvieron su independiente vida de cazadores recolectores en las selvas orientales, rehuyendo en lo posible el contacto con otros grupos y con los no-indígenas.
Esta vida libre incluyó dentro de la economía predatoria Aché el saqueo en pequeña escala de las plantaciones de campesinos y guaraníes. La constante confrontación hizo que, hasta la década de 1970, matar Guayakies en el Paraguay no fuera considerado un delito y las expediciones de “caza de indios” bastante frecuentes, en las que se mataba a los adultos y se secuestraban niños para criarlos como sirvientes. Su fama de “arcaicos cazadores paleolíticos y antropófagos”, motivó también un cierto interés científico que se fue materializando a través de las investigaciones lingüísticas de L. Cádogan (1963,1964) y de la conocida etnografía vivencial de Pierre Clastres (1972), la que sin embargo elude tratar la crisis representada por la sedentarización forzada.
No corresponde aquí reeditar la polémica provocada por la torpe actitud estatal que determinó la muerte de centenares de Aché entre 1970 y 1978, víctimas de las epidemias contagiadas por sus “protectores” institucionales, las que podrían haber sido evitadas con adecuadas medidas sanitarias. El hecho es que se reeditó, casi quinientos años después, la compulsión biótica que produjo la invasión europea en tierras americanas. En cuanto a las cacerías, los cálculos oscilan para el periodo de contacto inicial de 1962-1972 entre 600 Aché norteños muertos (M. Müenzel,1974:4) y “sólo” 52 (K.Hill,1983:160). Cuando llegué a la reservación de Arroyo Morotí, en 1969, percibí que las cosas estaban mal, pero no pensé que podían llegar a ser mucho peores. Hombres y mujeres fuertes y pequeños, muchos de una pálida blancura inesperada, de aspecto tan desconcertante para mí como el mío para ellos, me recibieron con cierto desconfianza observando cada uno de mis actos, al igual que yo observaba los suyos; faltaba aún casi una década para que la última banda libre se rindiera en 1978.
Las pocas fotografías que tomé son ahora testimonios de difuntos, no sabía entonces que casi todos ellos morirían de epidemias evitables en los próximos años.
Texto tomado de:
Amerique Latine Histoire et Memoire
http://alhim.revues.org/index120.html#tocto1n4
Imágenes: http://www.public.asu.edu/~krhill3/Ache.html
Por Miguel Alberto Bartolomé
Referirme ahora a la cuarta parcialidad implica abordar tanto problemas etnográficos, como incursionar en una reciente y trágica historia que no puedo evitar evocar. Se trata de los Aché-Guayakí, de un pueblo cazador y recolector, hablante de una variante del guaraní, pero cuyos orígenes étnicos no han podido ser aclarados hasta el presente8. Su historia es tan confusa y contradictoria como su futuro, a pesar de haber conocido una efímera celebridad para alguna opinión pública, a partir de las denuncias de genocidio efectuadas desde sus primeras salidas (o “sacadas”) de la selva en 1959 y asentamiento en precarias reservaciones (B. Meliá y C. Munzel,1971; M. Münzel, 1973,1974). Si bien hay informaciones sobre ellos desde la más temprana época colonial e incluso intentos de sedentarización realizados por el hacendado e intelectual austriaco F. Mayntzhusen entre 1910-1914 (en Meliá y Munzel, op.cit), durante siglos los Aché mantuvieron su independiente vida de cazadores recolectores en las selvas orientales, rehuyendo en lo posible el contacto con otros grupos y con los no-indígenas.
Esta vida libre incluyó dentro de la economía predatoria Aché el saqueo en pequeña escala de las plantaciones de campesinos y guaraníes. La constante confrontación hizo que, hasta la década de 1970, matar Guayakies en el Paraguay no fuera considerado un delito y las expediciones de “caza de indios” bastante frecuentes, en las que se mataba a los adultos y se secuestraban niños para criarlos como sirvientes. Su fama de “arcaicos cazadores paleolíticos y antropófagos”, motivó también un cierto interés científico que se fue materializando a través de las investigaciones lingüísticas de L. Cádogan (1963,1964) y de la conocida etnografía vivencial de Pierre Clastres (1972), la que sin embargo elude tratar la crisis representada por la sedentarización forzada.
No corresponde aquí reeditar la polémica provocada por la torpe actitud estatal que determinó la muerte de centenares de Aché entre 1970 y 1978, víctimas de las epidemias contagiadas por sus “protectores” institucionales, las que podrían haber sido evitadas con adecuadas medidas sanitarias. El hecho es que se reeditó, casi quinientos años después, la compulsión biótica que produjo la invasión europea en tierras americanas. En cuanto a las cacerías, los cálculos oscilan para el periodo de contacto inicial de 1962-1972 entre 600 Aché norteños muertos (M. Müenzel,1974:4) y “sólo” 52 (K.Hill,1983:160). Cuando llegué a la reservación de Arroyo Morotí, en 1969, percibí que las cosas estaban mal, pero no pensé que podían llegar a ser mucho peores. Hombres y mujeres fuertes y pequeños, muchos de una pálida blancura inesperada, de aspecto tan desconcertante para mí como el mío para ellos, me recibieron con cierto desconfianza observando cada uno de mis actos, al igual que yo observaba los suyos; faltaba aún casi una década para que la última banda libre se rindiera en 1978.
Las pocas fotografías que tomé son ahora testimonios de difuntos, no sabía entonces que casi todos ellos morirían de epidemias evitables en los próximos años.
Texto tomado de:
Amerique Latine Histoire et Memoire
http://alhim.revues.org/index120.html#tocto1n4
Imágenes: http://www.public.asu.edu/~krhill3/Ache.html
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