El Zelote - En busca del Jesús histórico

Masada

LA BÚSQUEDA DEL JESÚS HISTÓRICO
 
 A Julio

¿Es posible configurar un relato histórico de Jesús de Nazaret o su transmutación en Cristo solo admite el de la fe? La pregunta ha acuciado a varias generaciones de historiadores cristianos y laicos. Comentando una obra del erudito bíblico John P. Meier, Rafael Aguirre enumera las tres principales etapas en la búsqueda del Jesús histórico: la primera corre paralela con la Ilustración y se traduce en muchas “vidas de Jesús”, la mayoría piadosas; la segunda, que brota a mediados del siglo XIX, postula la continuidad entre el Cristo de la fe y el Jesús histórico; la tercera principia en los años ochenta del siglo XX e intenta situar a Jesús en su entorno con base en los datos arqueológicos e históricos.[i]
     La reconstrucción del Jesús histórico es una tarea compleja y elusiva. Abundan las fuentes romanas y judías sobre la Palestina del siglo I de la era común (e. c.), pero escasean las referidas a Jesús. Según Meier, los escritos de San Pablo y de los cuatro evangelistas, que forman El Nuevo Testamento, son “los únicos documentos extensos que contienen bloques de material suficientemente importantes para una búsqueda del Jesús histórico”. A las fuentes coloreadas por la fe solo pueden añadirse pasajes de los polémicos evangelios apócrifos y menciones breves del historiador judío Flavio Josefo y de un puñado de historiadores romanos.[ii] Pese a estas limitaciones, la búsqueda prosigue, con frecuencia envuelta en discusiones.
     En 2013 el historiador de las religiones Reza Aslan publicó Zelote, la vida y la época de Jesús de Nazareth.[iii] Invitado a comentarlo en el canal de TV News Fox, insignia mediática del conservadurismo estadounidense, la entrevistadora Laura Green cuestionó repetidamente la filiación musulmana del autor, como si fuera un impedimento para escribir sobre el tema; Aslan, estudioso de los orígenes del cristianismo durante veinte años, replicó que no se interrogaría del mismo modo a un cristiano que escribiera sobre el Islam. El atropellado encuentro entre la conductora terca e ignorante y el atrevido historiador musulmán, convirtió a Zelote en un best seller.

Aslan interpreta El Nuevo Testamento al trasluz de las abundantes fuentes históricas romanas, es decir, adopta el enfoque de la tercera oleada de estudios históricos sobre Jesús.
     No se sabe casi nada de los primeros años de Jesús, pues “antes de que fuera proclamado mesías, era irrelevante el tipo de infancia que pudiera haber tenido o no un campesino judío de una insignificante aldea galilea.” Hablaba el arameo, la lengua vulgar, y no ignoraba el hebreo. Tanto las cartas de Pablo de Tarso como los evangelios indican que Jesús tenía hermanos, y algunos datos sugieren que era hijo ilegítimo. Aslan conjetura que la mayor parte de su juventud transcurrió en la ciudad de Séforis; en Nazaret difícilmente hubiera subsistido como carpintero.
     Siguió a Juan el Bautista, y cuando este fue apresado lo sustituyó en la prédica del advenimiento del Reino de Dios, es decir, de la sociedad judía anterior a la ocupación romana. Aunque la interpretara a su manera, Jesús respetaba la ley codificada en la Torá; no pretendía fundar una nueva religión, sino purificar la heredada.[iv] Su prédica no se diferenciaba de los profetas, rebeldes y aspirantes a mesías que lo habían antecedido y lo seguirían. Inherente al Reino era  la vindicación de los pobres y el castigo de los poderosos: “Los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros.” Los conjuros y ensalmos de Jesús eran parecidos a los de otros curanderos, exorcistas y magos que circulaban por Palestina, con dos significativos matices: nunca cobró por sus servicios y obró milagros para demostrar el poder divino.
     En opinión de Aslan, el Jesús que ofrece la otra mejilla es “una completa invención.” Ciertamente no abogaba por la violencia, pero tampoco era un pacifista; una y otra vez advirtió a sus discípulos que le esperaban la tortura y el sacrificio; ocultó con oscuras parábolas su auténtica visión del Reino de Dios, y aún así llegó a declarar: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada”. El prójimo al que se refería Jesús eran los judíos pobres, a quienes estaba destinado su mensaje. Los evangelios subestiman el episodio de Jesús en el templo de Jerusalén: “Jesús […] volcó las mesas de los cambistas y expulsó a los vendedores que ofrecían comida barata y objetos de recuerdo. Liberó a las ovejas y las vacas listas para su venta como ofrenda sacrificial y abrió las jaulas de las palomas y las tórtolas, que alzaron el vuelo”. La ira de Jesús delataba un propósito sedicioso: la recuperación del reino de David. “Jesús, concluye Aslan, fue crucificado por Roma porque sus aspiraciones mesiánicas amenazaban la ocupación de Palestina, y su celo era un peligro para las autoridades del templo.”

Periódicamente, bandas de judíos se alzaban en armas contra el dominio de los romanos y sus cómplices judíos, la aristocracia y el sacerdocio. Los jefes de los rebeldes solían declararse Mesías, es decir, “ungidos”, y aspiraban a erigirse en reyes como David, sacerdotes como Aarón o profetas como Ezequiel. La mayoría de los judíos veían al Mesías como un rey–sacerdote que devolvería la gloria a Israel. Esa había sido la aspiración de rebeldes como Judas el Galileo, Simón de Perea, Atronges, Teudas, y muchos más.
     Alrededor del 52 e. c., al cabo de varios decenios de la muerte de Jesús, emergieron los zelotes, sicarios nacionalistas dispuestos a combatir a los opresores con el terror. Bajo el liderazgo de Menhamen, asesinaron al sumo sacerdote del Templo, Jonatán. En 64 e. c. encabezaron una gran revuelta que logró expulsar de Jerusalén a los romanos, quienes la recuperaron y redujeron a escombros cuatro años después. La revuelta concluyó en Masada, una fortaleza situada en una meseta del desierto de Judea, donde los últimos zelotes se suicidaron ante la inminencia de la derrota. En esas circunstancias, según una de las conjeturas clave de Reza, “los judíos comenzarían a distanciarse tanto como fuera posible del idealismo revolucionario que había llevado a la guerra contra Roma […] [y desarrollaron] una interpretación del judaísmo que evitaba el nacionalismo”. Debido a eso, los evangelios culparon a Caifás y al pueblo de Jerusalén de la condena y crucifixión de Jesús eximiendo al verdadero responsable, Poncio Pilatos.
     La brutal represión romana originó la diáspora de los judíos por Medio Oriente y Europa, y el incipiente movimiento cristiano se dividió en dos alas: el interno, que permaneció en Jerusalén padeciendo persecuciones y martirios como el de Esteban, y el externo, que prosperó en las ciudades grecorromanas del Mediterráneo: Alejandría, Corinto, Éfeso, Damasco, Antioquía y Roma. Una generación después de la muerte de Jesús, entre los seguidores del cristianismo había más gentiles que judíos. 

Ninguno de los creadores del Nuevo Testamento conoció a Jesús ni escribió en arameo o hebreo. Tanto Pablo de Tarso, autor de los hechos de los apóstoles y de las cartas, como Mateo, Marcos, Lucas y Juan, autores de los evangelios, eran judíos de la diáspora, “cultos, urbanitas y grecohablantes”.
     Según Aslan, el conjunto de tradiciones orales y escritas sobre Jesús que reunieron sus primeros seguidores y sirvieron de base a los evangelios, llamado Material Q, no contiene nada que acredite la divinidad de Jesús. Fue Pablo quien dio forma a la doctrina que divinizó a Jesús de Nazaret: “El Cristo de Pablo ni siquiera es humano, pese a que hubiera sido hecho a semejanza de los hombres. Es un ser cósmico, que ya existía antes del tiempo. Es la primera creación de Dios, por medio del cual se formó el resto de la misma. Es el hijo engendrado por Dios.” El Cristo de Pablo tampoco coincide plenamente con el Hijo del Hombre que figura en el evangelio de Mateo, escrito entre el 68 y el 74 e. c., ni con los de Mateo y Lucas, compuestos entre el 70 y el 100 e. c., que consideran a Jesús hijo de Dios; solo Juan, que escribió su evangelio entre el 100 y el 120 e. c., tiene una visión idéntica a la de Pablo, quien de cualquier modo influyó grandemente en todos los evangelistas.
     Para la mayoría de las personas del mundo antiguo la distinción entre mito y realidad era irrelevante: los significados trascendentales subsumían los hechos empíricos. Ni en las fuentes judías ni en las romanas, por ejemplo, hay registro alguno acerca de la matanza de infantes ordenada por Herodes, pero el evangelista Mateo necesitaba incluir en su narración la huida de María y José a Egipto, y su posterior retorno a Belén, para que se cumplieran las profecías que vinculaban a Jesús con los reyes y profetas del pasado. El profeta Miqueas había escrito que de Belén saldría el que sería Señor de Israel, “un nuevo David, el rey de los judíos, sentado en el trono de Dios para gobernar la Tierra Prometida.” Los doce apóstoles de Jesús –que llegó a tener más de setenta discípulos–, correspondían con las doce tribus de Israel.
   La idea de que un hombre sufriera, muriera y resucitara no tenía precedentes en el judaísmo, pues según la ley mosaica los crucificados eran malditos de Dios. Pablo concibió la resurrección divulgada por los apóstoles como la prueba suprema de la divinidad de Jesús y la conversión de la cruz en símbolo de victoria. La resurrección convirtió a Jesús en Cristo.
     Cuando Esteban, el primer mártir cristiano, fue quemado en Jerusalén en 49 e. c., Pablo escribió una epístola en la que llamó Dios a Jesús de Nazaret.  Escribe Aslan: “Se puede decir que no fue únicamente Esteban quien murió ese día a las puertas de Jerusalén. Enterrados junto a él, bajo las piedras, quedaron los últimos vestigios del personaje histórico conocido como Jesús de Nazaret”.
     Los judíos de Jerusalén, encabezados por Santiago, el hermano de Jesús, mantuvieron su mensaje en los confines simbólicos de la doctrina judía y materiales de Palestina; en contraste, los judíos helenizados encabezados por Pablo se apartaron de la ley mosaica –rechazando, por ejemplo, la obligatoriedad de la  circuncisión para los cristianos–, y le imprimieron al mensaje de Cristo una vocación universal de la que carecía el de Jesús. Desligados de la tradición, Pablo y los evangelistas proclamaron la buena nueva entre los gentiles, y abrieron una senda que llegaría a Roma, y con los siglos, a toda la tierra.  

El éxito de ventas de Zelote despertó el interés de la crítica en Estados Unidos e Inglaterra. Stuart Kelly escribió una de las más airadas. Desde su punto de vista, Zelote es vulgar, no añade nada nuevo a los estudios del cristianismo y cree o descree en los evangelios a conveniencia: “Si un versículo encaja, [Aslan] lo arrebata: si contradice sus tesis lo toma como prueba de la falta de fiabilidad de la fuente”.[v]
     Al sacerdote Robert Barron, autor de la galardonada serie Catolicismo de PBS, le desilusionó que Zelote llegara al primer lugar en la lista de best sellers de The New York Times, pues el libro es reduccionista e incurre en mistificaciones descreditadas por decenas de estudiosos del Jesús histórico “al menos durante los pasados 300 años”. El método de Aslan consiste en enfocar un aspecto de la vida de Jesús, dar con el pasaje correspondiente del evangelio, y descalificar el resto. De esta manera Jesús puede aparecer como “profeta escatológico, itinerante predicador del reino, taumaturgo, revolucionario social, filósofo cínico”, etcétera. De cada una de estas identidades pueden entresacarse evidencias en los evangelios; el problema es que el método anula “la seductora y elusiva figura integral que emerge de una lectura exhaustiva de El Nuevo Testamento.” En la interpretación de Aslan están ausentes el extraordinario mensaje de amor y no violencia de Jesús, su insistencia en que su reino “no es de este mundo”, su constante referencia a la oración, la vida espiritual y la confianza en la divina providencia. Aslan, concluye Barron, es incapaz de explicar por qué Jesús trascendió, mientras que otros presuntos mesías quedaron en el olvido.[vi]
     Elizabet Castelli[vii] y Dale B. Martin[viii] han escrito dos de las críticas más reveladoras de Zelote.
     Admitiendo que para escribir trabajos respetables de historia de la religión no es imprescindible ser un especialista, Castelli considera que la recepción del trabajo de Aslan habría sido más favorable si él se hubiera asumido como un divulgador, y no como una autoridad en un campo dominado por los eruditos. Aslan es más un lector que un investigador; su obra, basada en una lectura de la literatura secundaria sobre el Jesús histórico, pasa por alto el intrincado juego intertextual entre el hebreo y el griego que subyace a los escritos de Pablo, Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Hace decenios que los estudiosos bíblicos intentan desentrañar ese juego.[ix] En opinión de Castelli, la reconstrucción del judaísmo propuesta por Aslan es “plano y monolítico”, y depende de fuentes definitivamente impugnadas por los expertos. Zelote, en suma, es “una remezcla de los estudios existentes, muestreados y replanteados para hacer una intervención culturalmente relevante en el temprano siglo XXI.”
     Martin observa que la tesis de que Jesús fue un rebelde enemigo de Roma y de sus agentes locales no es original ni enteramente nueva, como proclama la publicidad de Zelote. Ha sido sugerida por lo menos desde la publicación póstuma de los Fragmentos de Samuel Reimarus (1694–1768), pionero de la crítica bíblica, y postulada hace unos decenios por S. G. F. Brandon en su obra Jesús y los zelotes, que solo merece una mención de pasada en Zelote. Martin considera  a Aslan un dotado escritor popular que explica de modo sencillo temas complicados, pero incurre en faltas comunes a los divulgadores: teorías simplistas y propuestas anticuadas. Su división del cristianismo temprano entre “judíos” y “grecolatinos”, entre otros muchos ejemplos, simplifica un movimiento complejo y diverso.
     Elizabeth Castelli recuerda que en 1906 el médico, teólogo y músico Albert Schweitzer (1875–1965), publicó The Quest of the Historical Jesus: A Critical Study of its Progress from Reimarus to Wrede, una extensa revisión de las docenas de vidas de Jesús producidas entre los siglos XVIII y XX. Schweitzer advirtió que todos esos trabajos estaban condenados al fracaso porque los archivos históricos son solo fragmentos irreparables y porque cada vida de Jesús es tanto un retrato borroso del personaje como un autorretrato del autor que pretende atraparlo.
     Reza Aslan, que profesionalmente dedica más tiempo a la enseñanza de escritura creativa que a la historia de las religiones, escribe con brío y argumenta de modo persuasivo, pone de relieve numerosas incoherencias visibles en El Nuevo Testamento, y ofrece un análisis no desdeñable del proceso de conversión de Jesús en Cristo, pero está lejos de agotar las fuentes e interpretaciones disponibles, y postula hipótesis sin fundamento suficiente. De cualquier manera, ha llevado a la plaza pública un debate fascinante.     


[i] Cfr. Pedro Barrado Fernández, “En busca del Jesús histórico”, Revista de Libros, 01/08/1998. [Crítica de John P. Meier, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. I. Las raíces del problema y la persona, Estella, Verbo Divino, 1998.]

[ii] **Joseph Moingt, “El Dios de los cristianos” en Jean Bottéro, Marc–Alain Ouaknin y Joseph Moingt, La más bella historia de Dios, Editorial Andrés Bello, México, 1998, p. 121, 122.

[iii] Aslan Reza, El zelote, la vida y la época de Jesús de Nazaret, Indicios, Barcelona, 2014.

[iv] Wikipedia: “La Torá […] involucra la totalidad de la revelación y enseñanza divina otorgada al pueblo de Israel […] [es] la Ley de Moisés, la ley mosaica, e incluso ley escrita de Moisés.” En sentido estricto, está formada por el Pentateuco, los cinco libros atribuidos a Moisés; en sentido amplio, designa los 24 libros de la Biblia hebrea. 

[v] Stuart Kelly, “Was Jesus reinvented by St Paul?”, The Guardian, August 7 2013.          

[vi] Robert Barron, “Debunking the debunker: Reza Aslan’s Zealot vs. The Real Jesus”, Catolic New Agency, november 7, 2013.


[vii] Elizabeth Castelli, “Reza Aslan, Historian?”, The Nation, August 9, 2013.


[viii] Dale B. Martin, “Still a Firebrand, 2,000 Years Later”, The New York Times, August 5, 2013.


[ix] Pedro Barrado Fernández, en la crítica referida, ofrece un ejemplo de esta clase de exégesis: “En cuanto a los criterios para determinar lo que verdaderamente procede de Jesús, Meier toma en consideración nueve: cinco primarios y cuatro secundarios o dudosos. Los primeros son: criterio de dificultad (acciones o dichos de Jesús que habrían desconcertado a la comunidad primitiva), de discontinuidad (palabras o hechos de Jesús que no pueden derivarse del judaísmo de su época ni de la Iglesia primitiva posterior a él), de testimonio múltiple (hechos y dichos de Jesús atestiguados en fuentes literarias independientes), de coherencia (dichos y hechos de Jesús que encajen bien en el marco establecido por los tres criterios anteriores) y de rechazo y ejecución (palabras y hechos de Jesús que puedan explicar su rechazo y muerte en cruz). Los criterios segundos (en todo caso siempre complementarios de los primeros) son: criterio de huellas del arameo (en la versión griega –canónica– de los dichos de Jesús), del ambiente palestino (similar al del arameo en lo literario, pero aplicado a costumbres, creencias, prácticas comerciales o agrícolas, etc.), de viveza narrativa (apuntarían a informaciones de testigos presenciales) y de presunción histórica (en el que, evidentemente, cabe todo tipo de subjetivismos).”

Publicado 6th December 2014 por Antonio Noyola
http://vuelopalabra.blogspot.com/2014/12/la-busqueda-del-jesus-historico.html

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