La palabra traición
Fragmento tomado de http://depalabra.wordpress.com/2007/11/10/traicion/
(bien vale la pena leer la nota completa)
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La palabra traición procede del latín traditionem, acusativo de traditio, sustantivo creado a partir del verbo tradere. A su vez, éste es una reducción de transdere, formado por la preposición trans, que ya los romanos pronunciaban [tras], y luego [tra] ante consonante sonora, y el verbo dere, variante de dare “dar” en compuestos. Acostumbrados como estamos por los diccionarios, los neologismos y los sabihondos a que trans signifique “al otro lado” o “a través de” (así transalpino, que puede indicar tanto “lugar al otro lado de los Alpes” como “recorrido a través de los Alpes”), no nos percatamos de que su auténtica acepción es “de un lado a otro”. Y sin embargo, lo podemos comprobar en decenas de palabras de uso común, tales como transformar “cambiar de una forma a otra”, transportar “llevar algo de un lugar a otro”, o transexual “que cambia de un sexo a otro”. De manera que la modificación que efectúa trans no radica en la existencia de un objeto o concepto que se desplaza de un lugar o situación a otro, sino en la existencia de un lugar o situación de origen y otro de destino. De igual modo, nuestro transdere > tradere se diferencia del mero dare en que no se fija en el objeto o concepto que se da, sino en el sujeto que lo da y, sobre todo, en el que lo recibe. Y así es como podemos deducir que tradere significa propiamente “dar algo a alguien”, “pasar de mano en mano” o también “poner en manos de otro”; en resumen, todo lo que comprende hoy día la noción de ”entregar”. No damos un brindis al sol, a la espera de que alguien lo recoja, sino que ponemos directamente la copa en las manos del destinatario escogido. La traditio, la abominable traición, era en su origen un término neutro que hacía referencia al simple acto de entregar algo a alguien, y se empleaba sobre todo en el ámbito comercial y jurídico a propósito de la compraventa de bienes y mercancías. Aun hoy día, un derivado culto, la tradición, se sigue utilizando con ese sentido como tecnicismo del Derecho comercial: la entrega de una cosa de manos del antiguo propietario al nuevo; un documento por el que se realiza una transmisión de propiedad, como la escritura pública de una casa, se dice que tiene valor o efecto traditorio. Por cierto, aunque el intercambio sea un proceso basado en entregar y recibir, de tradere no proviene el inglés trade “comercio”, sino que esta palabra deriva de un término germánico que significa “rastro, estela, curso”, y que aludía a la ruta marítima que seguían los barcos que se dedicaban a llevar mercancías de un puerto a otro. En el entorno legal de los antiguos latinos, traicionar no era atentar contra esa misma legalidad, sino tan sólo cambiar de dueño, antaño de tus propiedades y luego de tu lealtad, hasta que las pésimas connotaciones de ese verbo hicieron preferible sustituirlo por “transmitir”: vender, ceder o legar a otro, sean tus acreedores o herederos, un derecho o un objeto. Por su parte, el traditor, el traidor, no era más que el encargado de realizar dicha entrega o transmisión a otra persona. Desde el punto de vista de la etimología, el mensajero que te notifica el despido, el cartero que te lleva una multa de tráfico, el repartidor de pizzas a domicilio, no son sino traidores a sueldo. Y en efecto, el concepto de ser un vendido, de vender a tu patria, convicción o compañeros a cambio de poder y riquezas, es algo que siempre se ha asociado a la traición; aunque ésta pueda realizarse también de manera gratuita, o más bien diríamos a cambio de un beneficio íntimo e intransferible, tal como la venganza, el rencor o la supervivencia. Es el caso de los traditores o donantes eclesiásticos, obispos que durante las Persecuciones entregaban a los romanos copias de las sagradas Escrituras que habían jurado salvaguardar, a fin de salvar y guardar intacto su propio pellejo.
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La palabra traición procede del latín traditionem, acusativo de traditio, sustantivo creado a partir del verbo tradere. A su vez, éste es una reducción de transdere, formado por la preposición trans, que ya los romanos pronunciaban [tras], y luego [tra] ante consonante sonora, y el verbo dere, variante de dare “dar” en compuestos. Acostumbrados como estamos por los diccionarios, los neologismos y los sabihondos a que trans signifique “al otro lado” o “a través de” (así transalpino, que puede indicar tanto “lugar al otro lado de los Alpes” como “recorrido a través de los Alpes”), no nos percatamos de que su auténtica acepción es “de un lado a otro”. Y sin embargo, lo podemos comprobar en decenas de palabras de uso común, tales como transformar “cambiar de una forma a otra”, transportar “llevar algo de un lugar a otro”, o transexual “que cambia de un sexo a otro”. De manera que la modificación que efectúa trans no radica en la existencia de un objeto o concepto que se desplaza de un lugar o situación a otro, sino en la existencia de un lugar o situación de origen y otro de destino. De igual modo, nuestro transdere > tradere se diferencia del mero dare en que no se fija en el objeto o concepto que se da, sino en el sujeto que lo da y, sobre todo, en el que lo recibe. Y así es como podemos deducir que tradere significa propiamente “dar algo a alguien”, “pasar de mano en mano” o también “poner en manos de otro”; en resumen, todo lo que comprende hoy día la noción de ”entregar”. No damos un brindis al sol, a la espera de que alguien lo recoja, sino que ponemos directamente la copa en las manos del destinatario escogido. La traditio, la abominable traición, era en su origen un término neutro que hacía referencia al simple acto de entregar algo a alguien, y se empleaba sobre todo en el ámbito comercial y jurídico a propósito de la compraventa de bienes y mercancías. Aun hoy día, un derivado culto, la tradición, se sigue utilizando con ese sentido como tecnicismo del Derecho comercial: la entrega de una cosa de manos del antiguo propietario al nuevo; un documento por el que se realiza una transmisión de propiedad, como la escritura pública de una casa, se dice que tiene valor o efecto traditorio. Por cierto, aunque el intercambio sea un proceso basado en entregar y recibir, de tradere no proviene el inglés trade “comercio”, sino que esta palabra deriva de un término germánico que significa “rastro, estela, curso”, y que aludía a la ruta marítima que seguían los barcos que se dedicaban a llevar mercancías de un puerto a otro. En el entorno legal de los antiguos latinos, traicionar no era atentar contra esa misma legalidad, sino tan sólo cambiar de dueño, antaño de tus propiedades y luego de tu lealtad, hasta que las pésimas connotaciones de ese verbo hicieron preferible sustituirlo por “transmitir”: vender, ceder o legar a otro, sean tus acreedores o herederos, un derecho o un objeto. Por su parte, el traditor, el traidor, no era más que el encargado de realizar dicha entrega o transmisión a otra persona. Desde el punto de vista de la etimología, el mensajero que te notifica el despido, el cartero que te lleva una multa de tráfico, el repartidor de pizzas a domicilio, no son sino traidores a sueldo. Y en efecto, el concepto de ser un vendido, de vender a tu patria, convicción o compañeros a cambio de poder y riquezas, es algo que siempre se ha asociado a la traición; aunque ésta pueda realizarse también de manera gratuita, o más bien diríamos a cambio de un beneficio íntimo e intransferible, tal como la venganza, el rencor o la supervivencia. Es el caso de los traditores o donantes eclesiásticos, obispos que durante las Persecuciones entregaban a los romanos copias de las sagradas Escrituras que habían jurado salvaguardar, a fin de salvar y guardar intacto su propio pellejo.
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