07 agosto, 2011

La década menemista

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Adonde estabas vos?

La larga década de los noventa comenzó antes para los argentinos, con la caída no tan casual y anticipada del gobierno radical de Raúl Alfonsin en julio de 1989 se adelantó cinco meses el acceso al poder de Carlos Menem y gracias a la reforma constitucional de 1994 se prolongó hasta 1999.
Las vivencias de esa época hoy parecen solo positivas en la memoria de algunos (muchos) que recuerdan que se viajaba al extranjero, que las privatizaciones nos quitaron de encima unas cuantas cargas estatales insalvables, que el país fue recibido en el seno de las naciones "civilizadas", que vivir acá era una fiesta de pizza y champagne y viajar a los EEUU sin visa era un reconocimiento merecido a la civilidad de nuestra elite.

Desde hacía muchos años nos venían persuadiendo con que el estado no servía para administrar empresas y se las fue abandonando de tal modo que la gente pedía casi a gritos una mano privada que nos salvara del suplicio de las telecomunicaciones, del correo, de la energía, el agua, los ferrocarriles, vuelos y medios de comunicación en manos del estado. Así se fueron cediento poco a poco sectores estratégicos y nos convencieron que era lo mejor para todos.
Un par de ejemplos: los inversores que se quedaron con las telefónicas, pagaron en efectivo (en cuotas) el equivalente a tres recaudaciones bimestrales, es decir que en seis meses recuperaron el efectivo aportado para quedarse con las empresas y el resto a pagar en bonos de la deuda externa argentina subvaluados cerca del 10 por ciento de su valor, es decir que poniendo muy poco se quedaron con una máquina de facturar en efectivo. Otro caso emblemático es el de los ferrocarriles, porque se nos decía que daban una pérdida diaria de un millon de pesos (o dólares de eses entonces) y luego de privatizados (esto ya no se difundía) se los indemnizaba con dos millones diarios, ya no se hablaba de "pérdidas" pero el dinero siempre salía del estado argentino, es decir que lo ponemos entre todos, pero en el medio se redujo el personal de ferrocarriles a una décima parte dejando cientos de miles de personas sin trabajo directo e indirecto, se cerraron la mayor parte de los ramales y cientos de pueblos quedaron abandonados. Recordemos que algunos poblados recibían periódicamente el agua potable y los servicios de salud por medio de los trenes. Ante las protestas incipientes de algunos que intentaron resistir al cambio se recordará la frase de aquella época "ramal que para, ramal que cierra" (1). Todo ajustaba a la perfección.




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Se puede no saber pero no se puede no sentir

Argentina era una fiesta. El valor de cambio de la moneda permitía el desfile inédito de figuras como Madonna, la Cicciolina o los Rolling Stones que rigurosamente se fotografiaban con el titular de la Casa Rosada. Entre vedettes, modelos, deportistas se festejaba incluso en los medios la nueva condición del país, ahora reconocido por sus pares del norte.
Se viajaba a EEUU pagando en cuotas y se compraba de "todo por dos pesos", era una alegría comprar por solo dos dolares desde vajilla a herramientas y juguetes. Florecieron los barrios privados, las autopistas y explotó el boom de los celulares de la manos de las inversiones y la tecnología.
Al parecer no había límites a la privatización, la jubilación pasó a manos privadas y así el estado dejó de recaudar cinco mil millones anuales que debió pedir prestados incrementando la deuda y el déficit fiscal. De la mano de este y otros negocios financieros florecieron los bancos y se redujeron los controles sobre las inversiones y los seguros, el nuevo paradigma era que todo lo hacen mejor las manos privadas y el mercado se regularía a sí mismo.
El discurso era compacto, y la gente podía disfrutar muchas ventajas que lo comprobaban pero era solo cuestión de mirar un poquito alrrededor...
Los desocupados de las empresas públicas compraron autos (que usarían como remises) y se abrían verdulerías y quioscos a granel. Recuerdo en un viaje al interior, al norte de Rosario haber visto hasta cuatro verdulerías en una sola manzana de un pueblo. Y qué otra cosa iban a hacer si la educación era cada vez más relegada con planes que tendían a hacerla desaparecer (a menudo pienso que la educación fue una desaparición más que nos legaba la dictadura del proceso) y aunque la gente se capacitara no había donde ejercer alguna profesión porque faltaba trabajo.
El desempleo fue creciendo de a poco, imperceptiblemente y se lo disimuló un poco con créditos que se invirtieron para mejorar el conurbano y proveer de infraestructura a los barrios nuevos de los ricos, autopistas e infraestructura de telecomunicaciones que allanaba el ingreso de las nuevas tecnologías (léase venta de celulares y servicios) y con esta estrategia de mediados de la década se aseguró la reelección del presidente y la continuidad del modelo económico.
Pero esta ilusión duró lo que duraron los artículos de dos pesos y pronto se fue haciendo evidente para quien quería verlo, que algo andaba fallando en el plan perfecto.
En este sentido recuerdo que la mayoría de mis conocidos se quedó sin trabajo, que a veces perdía a cambio de mano de obra de inmigrantes que cobraban y exigían mucho menos (2), en muchas empresas se restringieron las horas extra, se bajaron los gastos y muchas personas que presentían el fin del ciclo, ya a mediados de los 90 se comenzaron a marchar como sea a Europa y EEUU, así un bombero y un barrendero del barrio me contaron su desición al despedirse y no los ví más.
Otros muchos que salieron del campo laboral no se pudieron volver a integrar, perdieron sus capacidades adquiridas, fueron reemplazados y quedaron relegados sin retorno. Empleados, técnicos, profesionales, gente de trabajo que no aceptaba irse del país, aguantaba y sobrevivía como podía, quien sabe si algún día se les curaría el rencor por este país que les retribuía tan mal toda una vida de esfuerzo.



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Testigos privilegiados (beneficiados)

Claro que no todos perdían, obvio, de lo contrario no se sostendría el modelo.
Los que más tenían más acumulaban, el indice de gini (que por entonces era menos popular) se disparóa hacia la desigualdad. Las diferencias eran enormes y pocos se reubicaron bien en el nuevo esquema. Las empresas de servicios absorbían la poca mano de obra capacitada y se quedaban con los pocos negocios de lo indispensable, que de eso se trató, las inversiones que en verdad llegaron fueron a parar a aquello que se debía consumir irremediablemente, la energía, el agua, el transporte, las comunicaciones. Es tan obvio que ni tan siquiera se construyeron centrales eléctricas para un posible crecimiento futuro. Ni puertos, ni nuevos caminos y mucho menos ramales ferroviarios.
Mientras unos se mudaban a sus nuevos countries, otros cambiaban un techo por las calles, puentes, plazas, en un fenómeno inédito de migración hacia el espacio público que iría en aumento en los años subsiguientes.
(Por primera vez en mi vida vi gente comiendo de los tachos de basura).
Los viajes al extranjero eran accesibles pero las motivaciones, diversas, los unos iban de compras a Miami, los otros aún ilegales se iban para no volver. A menudo se dijo que por esos días la Argentina se convirtió en un país de tránsito para las drogas, no lo sé, pero seguro fue de tránsito de gente. Me contaron que en Ukrania se vendían pasaportes argentinos y quienes los solicitaban planeaban pasar por el país en una escalada rumbo al norte (EEUU) nuevamente. Ciertamante muchos que por variadas razones no alcanzaron a completar el periplo antes de 2001, quedaron varados en Argentina a la espera de una solución, indecisos sobre volver a casa, integrarse o continuar algún día su viaje si se levantaban las restricciones luego de los atentados a las torres gemelas.
Ciertamente los noventa cambiaron definitivamente y de manera dramática las relaciones sociales en Argentina.



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El pasado nunca revisado

Hoy parece que el período menemista se ha instalado en la memoria colectiva con distintas impresiones. Hay melancólicos del uno a uno que añoran los tiempos del dolar fácil, de las cuotas fijas y los viajes, en el fondo se cree que aquel país de ensueño hubiera sido posible si se permitía al turco seguir un tiempo más (por siempre si fuera necesario?) para que completara la tarea que se truncó con el gobierno de la Alianza.
Pero el imaginario no se instala solo, es una creación colectiva. Se construye de a poco con nuestros valores, prejuicios y se sustenta con el apoyo de los comunicadores, con discursos públicos y privados y la suceción de dislates políticos que hacen aparecer aquel período como mítico y maravilloso. La complejidad de las condiciones tampoco ayuda, es díficil para el común de la gente entender lo que se hizo con la educación pública, con la salud, con las integraciones internacionales, con el rol de las inversiones y las tantas regulaciones modificadas ad hoc para garantizar sino un modelo permanente (cosa que no se pudo) al menos se plantó un escollo difícil para cualquier cambio de rumbo futuro. En este punto me pregunto: ¿cuándo los argentinos dejamos de creer en el futuro?

Hoy Europa se debate entre el orden establecido y un imprescindible y casi inevitable cambio de rumbo. Los EEUU se aferran a sus propias reglas pero el bote se hunde sin remedio, hacen falta cambios profundos y aún no se les ocurre una salida al estilo de las crisis anteriores cuando daban un salto que los dejaba aún mejor posicionados, por eso esta vez el desconcierto es mayor y nadie sabe hacia donde queda la salida.
Pero mientras allá se reacomodan y algunos (muchos) compatriotas emprenden el regreso, parece que quedan todavía algunos representantes de ese imaginario idílico que insisten con llevarnos nuevamente al paraíso prometido de los noventa.


IXX (2011)


(1)  "Ramal que para, ramal que cierra", dijo el presidente Carlos Menem en noviembre de 1989. Y así fue. Sólo en el ramal del Ferrocarril Belgrano quedaron sin recibir el tren aguatero 43 estaciones. "Pueblo sin tren, pueblo que muere" respondieron las llanuras, ciudades y el litoral de la Argentina, con protestas de distinta intensidad. Y así fue.

Con las primeras clausuras decretadas por el Gobierno en 1990, numerosos pueblos y ciudades del país quedaron aislados. Los pobladores más viejos se quedaron a sobrevivir, con mucho entusiasmo y ninguna esperanza. Los más jóvenes se fueron. Las ciudades quedaron sin futuro. Esto ocurrió con La Banda en Santiago del Estero, Laguna Paiva y San Cristóbal en Santa Fe o Navarro y Las Marianas en Buenos Aires, para citar sólo algunas. Con la desaparición del tren sanitario también se perdió el servicio que prestaba en las campañas contra el mal de Chagas, los planes de vacunación y la lucha contra la langosta.

Mientras existió el servicio ferroviario, el tren cumplía la misión social de llevar agua potable a aquellas ciudades que no la tenían. También así se combatían las sequías."Si han cerrado el camino de metal, el acarreo acuoso se detuvo, los pozos se secan o se pudren las cisternas, y éstas son tapadas por yuyales que al secarse transitan el camino de los vientos como representantes de la muerte. Los pueblos se vacían uno a uno", cuenta el experimentado dirigente ferroviario Juan Carlos Cena en su libro autobiográfico en preparación: El guardapalabras.

En una investigación realizada por Cena, Inés Vázquez y Oscar Palacios se sostiene: "En la mayoría de las áreas consideradas de emergencia, sea por el acecho del cólera o por la insalubridad de las napas subterráneas, el ferrocarril ya no circula; donde todavía lo hace, el estado de las instalaciones para el servicio hídrico va desde un deterioro pronunciado- Chepes, Milagro, Chamical, Aimogasta, en La Rioja; La Banda, Simbolar, La Aurora, Bandera en Santiago del Estero- hasta su catalogación como irrecuperables: Pluma de Pato, Morillo en Formosa, Desiderio Tello, Carrizal, Patquía en La Rioja; Simbol, Loreto, Beltrán en Santiago del Estero".

Los rieles siguen y esperando. Mientras, el ex-dirigente ferroviario y actual diputado nacional del PJ Lorenzo Pepe se esperanza: "El tren nos va a sobrevivir a todos", Cena se lamenta: "El ferrocarril era un servicio solidario" y el dirigente radical Jorge Vanossi se indigna: "El único país que levantó ramales fue la Argentina, en Europa se construyen más y más kilómetros de vías".

Ramal que cierra, pueblo que muere, Clarín Domingo 25 de mayo de 1997, Buenos Aires, República Argentina por Hector Pavón



(2) La mano de obra extranjera fue un trago difícil para nuestros trabajadores, primero no entendieron que los tiempos estaban cambiando y que había que relegar ganancia para seguir en competencia, muchos pensaron que los inmigrantes no eran competencia y desmerecieron su capacidad y la calidad de su trabajo. Al cabo de un par de años ese menosprecio fue tornando en bronca y discriminanción con lo cual otra vez se beneficiaba el sistema neoliberal que justamente como estrategia fomentaba este tipo de competencia y confrontación entre pares de clase que lo favorece aún más.

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