Globalización y desempleo


«Una propuesta de reflexión. La desarticulación del estado de malestar»
Por Gabriel Tosto.

La civilización occidental inventó, entre fines del siglo XIX y principio del siglo XX el «empleo salarial estable» (Castel, 1997); hoy esta realidad heterogénea de contenido mercantil es considerada por algunos como perimida, y postulan a la «desocupación» como una fatalidad inevitable derivada de las innovaciones tecnológicas y del crecimiento de la productividad por encima de la generación de empleo, postulado que no ha sido verificado de manera generalizada (Neffa, 1999).
Ahora bien, tanto el empleo como la desocupación resultan ser fenómenos ambiguos y dar respuesta a los mismos, aparecen como un gran desafío. Y en verdad lo es. Tal es la magnitud planetaria del desempleo que resulta ser el nuevo nombre de la «cuestión social».
La presente reflexión se inscribe entre el choque de dos vectores, por un lado, la denominada «globalización» y, por el otro, el desempleo como carencia de una «relación salarial estable» y su impacto social. La perspectiva la impone: el desempleado y las consecuencias humanas que tal situación de desafiliación traen aparejada.

La temática es compleja pues su estudio requeriría de un proceso de investigación multidisciplinario de largo aliento; no obstante ello intentaré movilizar como interrogante que si no se modifica el sistema de acumulación de riqueza y se regula de manera distinta las relaciones sociales direccionadas a la generación de «empleos salariales estables» el vector de las empresas transnacionales protagonistas excluyentes de la globalización eliminará al vector del empleo.
La solución es tan compleja y ambigua como el problema. Un camino entre tantos podría ser la «construcción de un tercer vector» no necesariamente «unívoco» sino multifasético en el que confluyan los movimientos sociales, el Estado Social de Derecho, el derecho social (individual y colectivo), el conflicto colectivo en sentido amplio, los representantes sociales y políticos con inserción social y el pensamiento crítico.
El desempleo y la globalización intensifican su presencia como problemáticos a partir de la década de los años 70; los mismos se encuentran instalados hoy en la realidad mundial y poseen un fuerte impacto en nuestro país, generan desconcierto e incertidumbre, y a veces resulta dificultoso adoptar líneas de reflexión que permitan dilucidar y esclarecer los nuevos cuestionamientos que traen aparejados lo que justifica su abordaje.
I.- El Nuevo Milenio. Bosquejo general.
El siglo XX corto «acabó con problemas para los cuales nadie tenía, ni pretendía tener solución» (Hobsbawm, 1996). En América Latina por los años 30 se discutía en torno a la problemática del «mestizaje», por los años 50 el debate motivado por la descolonización y la urgencia del desarrollo imponía la discusión sobre el «Tercer Mundo». Desde los años 70, se sostiene que estamos insertos en la «aldea global».
Se modificó el consenso de posguerra que legitimaba el Estado distribuidor (Delgado, 1998). Los programas políticos resultan inexistentes en los Estados o comunidad de estados que se ven envueltos en la dinámica de la mundialización, [...] «el debate de las ideas se reduce a una decisión sobre los métodos de gestión del modelo liberal» (Camus, 2000).
La concentración del capital se burla de las posibilidades existentes de control democrático y de diseño político, la «nueva élite» (accionistas, directivos, técnicos ministeriales, asesores de organismos internacionales, investigadores de centros y fundaciones al servicio del capital) posee mayor poder de decisión en su insistencia de «crear valor» que millones de simples ciudadanos asalariados. Los que «mandan» son ahora las mega-empresas-transnacionales, conglomerados financieros y los mega-grupos de las áreas de comunicaciones e información.
Los Estados poseen una «alta permeabilidad» a las presiones de la «nueva élite» y las democracias se presentan de «baja intensidad y vulnerables» con ciudadanos en apariencia apáticos y desmovilizados.
El panorama del desempleo en el mundo es desolador. Desocupación masiva, subempleo, precariedad y exclusión son moneda corriente en todos los países del orbe. Son cerca de 1000 millones los desocupados y subocupados en el mundo. La brecha existente entre países ricos y países pobres es abismal ; «más de la mitad de la población mundial (alrededor de 3.000 millones de personas) tienen ingresos inferiores a 2 dólares al día. Por otro lado la parte de la renta mundial del 20% de las personas más pobres del mundo disminuyó del 2,3 en 1980 al 1,4 en 1993, mientras que la del 20% de las personas más ricas pasó del 70% al 85%» (Delgado, 1998, pág. 67). La problemática educativa y sanitaria mundial no corre distinta suerte , y a ella no son ajenas Argentina y nuestra «aldea local» .
El peligro de una guerra global no ha desaparecido, sólo ha mutado. La geografía mundial está plagada de innumerables conflictos regionales. Tal es la nueva modalidad de la guerra: «la regionalizaciones de los conflictos» . Argentina ha ingresado en una dinámica de «alta conflictividad social» .
Existe un sólo actor global; una sola potencia mundial (en el concepto clásico de potencia), en donde asientan más de la mitad de los que mandan. El «salto adelante» dado por los países occidentales de los «treinta años dorados» sumado a las bases sentadas en Europa a través del plan Marshall abrió a las empresas un mercado de masas que «produjo una reestructuración y una reforma sustancial del capitalismo y un avance espectacular de la globalización e internacionalización de la economía» (Hobsbawm, 1996) que desde finales de la década de los ochenta no tiene límites.
Después del éxito de las «economías mixtas», sin saber por qué sobrevino el fracaso y así surgieron «los economistas, una tribu notablemente pendenciera» (Hobsbawm, 1996) de corte ortodoxo clásico quienes propusieron como solución a las sucesivas «crisis» que se provocan desde la década de 1970 políticas económicas de ajuste estructural que mediante la propuesta de desaparición del Estado propugnan que la «sabiduría del mercado» , solucione los problemas de la humanidad. Lo cierto es que estamos instalados en una «larga crisis de la economía global» (Beinstein, 2000).
Las fusiones y mega / fusiones a la par que impulsan el desarrollo tecnológico expulsan trabajadores. «El corolario de estos juegos de destreza financiera de las empresas es la eliminación sistemática de mano de obra. Las transnacionales no sólo dejaron de crear empleo sino que los destruyen masivamente». Las transnacionales dominan el mundo (Clairmont, 1999). La brecha existente entre el poderío económico de unas empresas transnacionales y un grupo de Estados-Nación es igualmente aterrador.
Los defensores de la «sabiduría del mercado» sostienen «el pensamiento único» ; éste se trasmite a través de una «nueva vulgata planetaria». Así, palabras como: mundialización, modernización, globalización, flexibilidad, gobernabilidad, empleabilidad, underclass, nueva economía, multiculturalismo, etnicidad, minoría, tolerancia cero, fragmentación, han desplazado a palabras tales como capitalismo, clase, explotación, dominación, precariedad y desigualdad. Esta «nueva lengua» transmite un «imperialismo simbólico-cultural» .
El desarrollo tecnológico alcanzado en las áreas de comunicaciones e información sólo fue imaginado por los autores más audaces de ciencia ficción. Se ha impuesto una «cultura de la red». Internet resulta ser el espacio (virtual) comunicacional jamás imaginado. La «red» ha eliminado la «distancia» y el «tiempo» como factores limitativos de la comunicación. La información disponible resulta prácticamente ilimitada. Las transferencias comerciales y especulativas se realizan «en tiempo real» y con desplazamientos continentales. Miles de millones de dólares que por la mañana se encuentran en la Bolsa de Tokyo, se trasladan en cuestión de segundos a la Bolsa de Londres o adquieren «empresas» en comunicaciones o servicios esenciales que antes estaban en poder del Estado.
II.- Empleo / Desempleo. El problema. Su enfoque: el impacto social del desempleo.
Soslayando las diversas ópticas desde las que se puede abordar el desempleo, l a realidad indica que el desempleo es un «problema social» y deviene de la organización misma del «modelo» adoptado y del consecuente mercado de trabajo. Así, el desempleo como problema social demanda soluciones «colectivas», esto es, no puede dejarse en manos ni de «una tribu notable», ni a la «sabiduría del mercado».
El trabajo como eje estructurante de la experiencia moderna acarrea con su carencia consecuencias de primera magnitud para la sociedad.
El «impacto social del desempleo» fue analizado en la década de los años 30 luego de la Gran Depresión; con posterioridad a las crisis petroleras también fue analizada tal problemática aunque la presencia del Estado Social reducía los riesgos de «privación absoluta», y por último desde comienzos de los años 90 surge lo que hoy nos preocupa y adquiere creciente relevancia: el desempleo de larga duración (Kessler, 1999) y la destrucción de la «relación salarial estable».
Hoy la desocupación refiere a la crisis del «trabajo asalariado estable», como relación salarial moderna. La pregunta es, pues, ¿qué lugar ocupa el trabajo en la vida de un individuo?.
El empleo a la par de procurar el ingreso posibilita una estructuración temporal en sentido lineal –vinculada a la vida en tanto evolución, progreso, carrera, futuro- y cíclica –caracterizada por la regularidad y la repetición de rutinas eje estructurante de la cotidianeidad- (1); proporciona relaciones extra familiares, enriquece el horizonte social (2); favorece la participación en objetivos colectivos (3) y aporta recursos para la definición de la identidad y del status personal (4).
La desocupación priva de estas cuatro experiencias y provoca un «trastorno» inicial al verse despedido; luego comienza una «búsqueda activa» y cuando la búsqueda fracasa el individuo se inmoviliza tornándose pesimista y fatalista. El desempleo de «larga duración» va generando individuos que van perdiendo su estabilidad emocional (han dejado de buscar) y han caído en el pesimismo y la fatalidad. La desocupación es una invención social (no es un producto de la naturaleza). La desocupación de larga duración provoca crisis en la categoría misma de desempleado pues se contradicen sus dos premisas básicas: su carácter transitorio e involuntario.
En América Latina y en nuestro país el núcleo duro de desempleados rota entre el «empleo informal», el empleo «precarizado», el empleo «flexibilizado» y el desempleo, formas sociales de precariedad y exclusión. Estos fenómenos se han provocado por la «modernización del mercado de trabajo» emprendida desde principios de 1990, aunque otros sostienen que desde fines de los 70. Las políticas no se han modificado y se propugna que a través de la modernización se suscitan condiciones de «empleabilidad». Pero, aunque se niegue, ello trae consecuencias en la familia y sus relaciones de género (inexistente formación de nuevas familias, conflictividad conyugal, deterioro del capital social familiar, falta de ingresos a los sistemas escolares, falta de ingreso a los sistemas de salud, entre otros).
Como se advierte el desempleo o el empleo precario actúan como factor de exclusión social y de «desestructuración» de la persona.
III.- La Globalización
La globalización es un fenómeno social ambiguo multidimensional en proceso. Es un «tipo de lectura del mundo, un tipo de producción, un tipo de creación de subjetividad colectiva [...], la manera cómo los humanos deben sentir la realidad, deben vivir, deben morir, deben producir, deben consumir [...] adecuados a este proceso [...] todas las culturas.» (Boff, 1994). Para el sociólogo francés Loic Wacquant, la globalización es «un discurso que los gobiernos de todo el mundo usan como excusa para justificar el retroceso de las políticas sociales. Fue una noción incubada en EE.UU. en los 70 para restablecer su supremacía frente a la competencia de Europa y Japón. Bajo la noción ecuménica de globalización, se impone el modelo económico liberal de EE.UU.» . El enunciado resulta una construcción ideológica del nuevo orden económico neoliberal (Wacquant, 2000); dicho de otra manera, «una extraña dictadura» (Forrester, 2000).
Cierto es que se ha incrementado la interdependencia entre los Estados pero ello sólo contribuye a la liberación de fronteras y límites de control (político, administrativos, tributarios, territoriales) a los fines del libre tráfico de los capitales de producción (los mínimos) y especulativo (los máximos).
Así las comunicaciones de alta tecnología, bajos costos de transporte y libertad absoluta de comercio han fundido al mundo en un «único mercado» con una única directiva: recortes de los gastos e intervención del Estado (Estado mínimo), descenso de los salarios y eliminación de protección social: tal programa es esencialmente el mismo desde Suecia hasta España, pasando de Francia hasta Europa del Este (Bourdieu, 1999). En todas partes del mundo desciende el porcentaje con que los propietarios del capital y el patrimonio contribuyen a la financiación de los gastos del Estado. El nuevo globalismo pretende hacer creer que todo esto es, por decirlo así, «un proceso natural, resultado causal del progreso técnico y económico» (Martín – Schumann, 1999).
Ley a ley (la Argentina ingresó en ese proceso desde fines de 1989, incrementándose ello en forma abrupta y rápida a partir de 1991; otros sostienen que el proceso comenzó en 1976) han sido los gobiernos, la «clase política sin inserción social» los que han eliminado las barreras del tráfico internacional del capital y las mercaderías.
Asimismo se ha invertido –por medio del discurso y de las representaciones sociales que este puede inventar- el polo de conflicto .
Resulta entonces de utilidad distinguir la globalización como «proceso de cambio» o como «construcción ideológica» (pensamiento único) (Delgado, 1998). Desechar la globalización como ideología y poner límites a la globalización como proceso es el desafío que impone la «nueva cuestión social».
Lo cierto es que esta ausencia del Estado Social y el no permitir la participación de los «movimientos sociales» puede afectar la «estabilidad democrática», pues la pobreza y la explotación está destruyendo la sustancia social que genera cohesión, lo que nos llevará a un camino de disgregación social. Se impone, pues, que no todo es negociable. Los derechos humanos deben preservarse, pues se corre serio riesgo de que el sistema político y el propio «mercado» se autodestruyan (Garzón Valdés, 2000).
IV.- Otros caminos. Re-crear el conflicto. Construir un pensamiento crítico.
En efecto, se pueden seguir alternativas al Estado-mínimo . Evitar la utilización del discurso de la «nueva vulgata criolla» y una representación social de conflicto «invertido» (criminalizar a la víctima). Se hace necesario recuperar la «territorialidad» . El mercado por sí –en el ámbito de las relaciones sociales- genera aislamiento, tal es un dato de la realidad .
Es necesario re-pensar y re-construir los caminos de la cohesión social. El desempleo es el resultado inherente al esquema de funcionamiento de la política económica (Rofman, 1997) y condición necesaria del modelo . Ello ha logrado «un disciplinamiento dilemático impuesto a la sociedad desde la aceptación de sucesivos ajustes a fin de evitar males mayores [...]» (Delgado, 1998. pág. 53). El paradigma «devaluación tras devaluación» de períodos económicos anteriores ha mutado por «ajuste tras ajuste», y a la técnica de financiamiento «por emisión» se la ha sustituido por la de financiamiento por «endeudamiento y ajuste» (Calcagno y Calcagno, 2000).
Así, no se advierte un «proyecto» para reconvertir la economía en una dirección productiva, estable y permanente. Sólo el 10 por ciento más rico de la población Argentina acumula el 36,1 por ciento del ingreso, mientras el 10 por ciento más pobre está condenado a una azarosa supervivencia; con apenas el 1,5 por ciento, quién puede reestablecer tal equilibrio si no es un nuevo Estado Social. ¿Hasta cuándo se podrá tolerar el escándalo?.
El punto de partida es diseñar un programa que, fuera de la lógica del déficit fiscal pactado, ataque el «impacto social del desempleo» promoviendo una (re) distribución del ingreso nacional.
El haber legislado –por decisión política- las relaciones laborales mediante la centralidad del contrato de trabajo, posibilitó la construcción de una identidad en la condición de asalariado en tanto sujeto colectivo de derechos (Castel, 1997). Hoy se fomenta la «flexibilización»; «precarización»; «temporalidad» y «transitoriedad» de la condición de asalariado en los pocos que tienen trabajo y se promueven cada vez más modalidades de empleo no laborales.
Ahora bien, resultando el colectivo laboral (las luchas obreras, el conflicto colectivo) anterior a la regulación individual del contrato de trabajo es menester que aprendamos de la historia y se promueva una cultura de re-creación del conflicto que reconstituya lo político.
Los «movimientos sociales» en el más amplio de los sentidos es un camino necesario a la dinámica social para la re-creación o el descubrimiento de un adversario (en términos políticos) que posibilite tal construcción.
El adversario debería ser «el pensamiento único» y quienes lo sustentan, con su ideología, acción y lenguaje confrontándole un «pensamiento crítico» en acciones y con discurso que ponga en evidencia sus contradicciones. Es necesario ir construyendo un «pensamiento alternativo», un «pensamiento crítico» que se oponga al «pensamiento único».
La humanidad, hasta ahora, no ha encontrado otro instrumento de mayor eficacia para vivir con un mínimo de dignidad que el Estado Social de Derecho en un marco de relaciones democráticas. Así, Estado Social, sistema democrático, movimientos sociales y políticos con «inserción social» deberían conformar un «vector» como instrumento de administración y uso del poder. El contenido depende de que cada hombre y mujer. «Pero, siendo el pan de los hombres lo que es, una mezcla de envidia y maldad, y alguna caridad a veces, donde fermenta un miedo que hace crecer lo que es malo y ocultarse lo que es bueno [...]» (Saramago, 1999), me parece que es necesario sumar también la lucha por el derecho social.
El lugar de los excluídos es el lugar desde el cual resulta una perspectiva posible de identificación de la cuestión.
El derecho social nació del conflicto entre capital y trabajo, hoy mutado e inexistente, al menos en el discurso dominante o tapado por conceptos y paradigmas que lo oculta. Pero lo cierto es que se hace necesario la (re) creación del conflicto como generador de un pensamiento alternativo de «resistencia», el adversario es el pensamiento único.
Empecemos por la denuncia de lo que nos molesta, de lo que nos causa malestar. Para reconstruir el «nuevo Estado de bienestar» es necesario desarticular – destruir el «estado de malestar».
¿A quién le gusta vivir «disgregado», «humillado» y «discriminado»?; ¿A quién le gusta vivir en la «miseria» o en la «pobreza»?; ¿A quién le gusta la «enfermedad» y desea la «guerra», la «muerte» y la «corrupción»?
Luego, la construcción del bienestar comienza por:
* cohesión social : no/humillación; no/discriminación
* trabajo: no/miseria;no/pobreza
* no/guerra: no/muerte; no/corrupción
He llegado al final de esta reflexión y siento que:
«Cuando dirijo la vista a mi interior, no encuentro sino duda e ignorancia [ ... ] cada paso que doy lo hago dudando y cada nueva reflexión me hace temer un error y un absurdo en mi razonamiento» (Hume, 1981).
Estoy plagado de dudas e ignorancia, sumado ello a mi precariedad intelectual pero tengo «inquietudes» y «cuestionamiento» que alimentan un «malestar» que me impulsan a seguir pensando estos problemas que resultan ser problemas de todos.-
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