Poder simbólico y fabricación de grupos por Loïc Wacquant


Cómo Bourdieu reformula la cuestión de las clases

Autor(es): Wacquant, Loïc

Wacquant, Loïc . Profesor en la Universidad de California, Berkeley, e investigador en el Centro europeo de sociología y ciencias politicas de París. Premio MacArthur Fellow, es autor de numerosos trabajos sobre desigualdad urbana, dominación etno-racial, el estado penal, y la teoría social, traducido a mas de una docena de idiomas. Algunos de sus libros en español son: Entre las cuerdas. Cuadernos etnográficos de un aprendiz de boxeador (Siglo 21, 2004), Repensar los Estados unidos (Anthropos, 2005), Una Invitación a la sociología reflexiva (con Pierre Bourdieu, Siglo XXI, 2005), El misterio del Ministerio. Pierre Bourdieu y la Política Democrática (Gedisa, 2005), Los Condenados de la ciudad. Gueto, periferias, Estado (Siglo XXI, 2007), Las dos caras de un gueto (Siglo XXI, 2009), un Castigar los Pobres. El Gobierno neoliberal de la Inseguridad social (Gedisa, 2010) y Las Cárceles de la miseria (Manantial, nueva edición ampliada de 2011). Informamos a los lectores que el sitio web: http://loicwacquant.net/ tendrá proximamente una versión en español.

La reformulación en Pierre Bourdieu de la cuestión de las clases ejemplifica las características más sobresalientes de su teoría sociológica en conjunto, de manera que una lectura detallada de sus principales escritos sobre el tema es un camino directo para que el lector se adentre en el núcleo de su proyecto científico.[1] Esta reelaboración destaca los desplazamientos conceptuales claves efectuados por el sociólogo francés en un esfuerzo por reformular y resolver una de las cuestiones más desconcertantes de la historia y la teoría social, y al hacerlo, por forjar herramientas para dilucidar las políticas más generales de la creación de grupos: la alquimia sociosimbólica mediante la cual un constructo mental, que existe en abstracto en la mente de personas individuales, se convierte en una realidad social que adquiere veracidad existencial y potencia histórica fuera y más allá de ellas. Aquí destaco seis características interrelacionadas de la reelaboración bourdiana del concepto de clase que amplían, fusionan y corrigen enfoques clásicos para conformar un marco distintivo.



1. El enfoque de Bourdieu de la cuestión de clase plasma su incesante concepción relacional de la vida social. Para el autor de La distinción, así como para Marx y Durkheim, la sustancia que conforma la realidad social, y por tanto la base de la heterogeneidad y la desigualdad, está hecha de relaciones. No son los individuos ni los grupos, que pueblan nuestro horizonte mundano, sino las redes de lazos materiales y simbólicos las que constituyen el objeto adecuado del análisis social. Estas relaciones existen bajo dos formas principales: primero, reificadas como conjuntos de posiciones objetivas que ocupan las personas (instituciones o “campos”) y que constriñen externamente la percepción y la acción; segundo, depositadas dentro de cuerpos individuales en forma de esquemas mentales de percepción y apreciación (cuya articulación en niveles compone el “habitus”) a través de los que experimentamos internamente el mundo vivido y lo construimos de manera activa.[2] Para capturarlas estas relaciones, es posible y se debe superar la oposición mortal entre dos posturas antitéticas e igualmente limitantes, el objetivismo y el subjetivismo, adoptando un relacionalismo metodológico exhaustivo, que sea capaz de aprehender la complicada dialéctica de las estructuras sociales y cognitivas en la historia, la danza caótica de disposiciones y posiciones a partir de la cual se origina la práctica.
Este relacionalismo distingue a Bourdieu de las concepciones gradacionales que han predominado en la investigación de la estratificación durante los años 60 y 80, ya sea en la corriente subjetivista representada por un enfoque continuista centrado en el estatus, del que son ejemplo W. Lloyd Warner y la tradición de “estudios comunitarios” al estilo de Yankee City, o en la corriente objetivista de la escuela del “logro de estatus” que se extiende desde Blau y Duncan hasta Featherman y Hauser.[3] Pero, dado que adopta desde el comienzo tanto la estructura como el agente, el marco relacional de Bourdieu también tiene una marcada divergencia respecto de los enfoques marxistas y weberianos del concepto de clase que resurgieron durante los años 70, en la medida en que el primero interpreta al agente como mero “ocupante” de una posición estructural mientras que el segundo concibe la estructura como el producto resultante de la agregación dinámica de líneas de acción individuales dirigidas a efectuar un “cierre y usurpación”.[4] En las últimas dos décadas, la investigación de la estratificación avanzó hasta incorporar como unidades de análisis a organizaciones y redes, pero esas corrientes se han inclinado a tratar a las primeras como máquinas autónomas de ordenamiento y clasificación, y a las segundas como generadores autopropulsados de desigualdad o cohesión social, sin contar con un mapa más amplio de la estructura de clase dentro del cual insertar a ambas, como el que ofrece la teoría de capitales múltiples de Bourdieu.[5]



2. Luego, la concepción de Bourdieu de la clase social es profundamente agonística, y en esto se acerca a Max Weber, dado que la lucha, y no la reproducción, es la que se encuentra en el epicentro de su pensamiento y resulta ser el motor omnipresente que impulsa tanto la ruptura como la continuidad social. La clase como modalidad de agrupamiento social, y fuente de consciencia y conducta, surge y existe en y a través de la incesante competencia de la que participan los agentes en los distintos ámbitos de la vida para adquirir, controlar y disputar diversas especies de poder o “capital”. Estas disputas, sujetas a la posición que uno ocupa en el espacio social y definidas por las coordenadas tridimensionales de volumen del capital, composición del capital y trayectoria, se llevan a cabo en tres esferas principales, de importancia ascendente según su especificidad y consecuencialidad: los juicios ordinarios y actividades mundanas de la vida cotidiana, incluidos los consumos rutinarios, que se han detallado en La distinción; los campos especializados de producción cultural, como el arte, la ciencia, la religión y los medios, en los que se producen y diseminan las representaciones autorizadas del mundo social (campos minuciosamente estudiados en Las reglas del arte, Ciencia de la ciencia y reflexividad y Sobre la televisión); y la esfera pública, que se sitúa en la intersección del campo político y el Estado burocrático, reconfigurada como el “banco central del poder simbólico” al que se le confían el arbitrio de disputas por las categorías y la certificación de identidades.[6] Estas luchas que se dan en múltiples niveles y están anidadas, por así decirlo, en círculos concéntricos, determinan al mismo tiempo qué propiedades sociales conforman el capital y el valor relativo de las distintas especies que están en circulación dentro de la variedad de juegos sociales que componen una determinada formación social, y, lo que es aun más importante, determinan la “tasa de conversión” que ha de regir en cierto momento entre el capital económico y el capital cultural.

3. En tercer lugar, por el énfasis que otorga a la dimensión simbólica y los mecanismos de formación y dominación de grupos, la visión de Bourdieu sobre las clases sociales no tiene comparación: como cualquier colectivo, las clases surgen y existen a través del reconocimiento y el reconocimiento erróneo (misrecognition), es decir, un trabajo constante y diverso que inculca e impone categorías de percepción, y estas contribuyen a crear la realidad social modelando su representación en el sentido triple de la psicología social, la dramaturgia y la iconología.[7] Según Bourdieu, tomando como base la antropología filosófica de Ernst Cassirer, el agente social es un animal simbolicum, habitante de un mundo que vive y construye bajo el prisma del lenguaje, el mito, la religión, la ciencia y diversos constructos de conocimiento.[8] Entonces, la existencia misma de las clases como contenedores y determinantes de la vida social no es un dato bruto inscripto en las distribuciones diferenciales de las oportunidades de vida. En lugar de ello, es el resultado de un trabajo de creación de grupos que conlleva la lucha por la imposición de clase como el “principio de visión y división social” dominante que se halla por encima de alternativas enfrentadas (tales como localidad, etnicidad, nacionalidad, género, edad, religión, etcétera), y en contra de ellas. Esto es así puesto que:

...los grupos sociales, y en particular las clases sociales, existen, por así decirlo, dos veces, y lo hacen con anterioridad a la intervención de la observación científica; existen en la objetividad del primer orden, la que registran las distribuciones de propiedades materiales; existen en la objetividad del segundo orden, la de las clasificaciones y de las representaciones contrastadas que son producidas por los agentes sobre la base de un conocimiento práctico de la distribuciones tales como se manifiestan en los estilos de vida.[9]

El trabajo propiamente político de la creación de grupos hace que nos llame la atención la panoplia de técnicas de agregación simbólica e instrumentos de reclamo con los que se trazan e imponen barreras, de manera tal que a partir de una población se forja un colectivo, una “clase en el papel” convertida (o no) en clase real, dotada de la capacidad de movilizar a sus (supuestos) miembros, expresar exigencias y actuar como tal en el escenario histórico. En una sociedad avanzada, esta labor de manipulación simbólica suelen monopolizarla los especialistas de la representación: sindicalistas, políticos, gerentes estatales, encuestadores, periodistas e intelectuales, que compiten por dirigir las “operaciones sociales de nombramiento y los ritos de las instituciones” mediante los que se produce la discontinuidad social a partir de la continuidad, y se hacen surgir como entidades activas categorías enraizadas en las divisiones objetivas del espacio social.[10] La ciencia social misma (en especial el tipo de “politología” que se practica en ministerios y escuelas de políticas públicas) se ve involucrada de lleno en la creación de grupos, en tanto los operadores políticos se apropian de las técnicas de investigación y los lenguajes analíticos que esta posee, para proyectar una visión de su gobierno falsamente racionalizada.[11]

4. En cuarto lugar, de lo anterior se desprende que el enfoque de Bourdieu de la clase social es genuinamente sintético en dos sentidos. Primero, enlaza tradiciones teóricas que por lo general se perciben, si no como incompatibles, al menos como opuestas: conserva la insistencia de Marx de basar las clases sociales en las relaciones materiales de fuerza pero la enlaza con las enseñanzas de Durkheim sobre las representaciones colectivas, y con el interés de Weber por la autonomía de las formas culturales y la fuerza del estatus como distinciones sociales aparentes.[12] En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, revoca la eterna oposición entre concepciones de clase objetivistas y subjetivistas, visiones realistas para las cuales la clase es una entidad con calidad de cosa que se encuentra “allí afuera” y enfoques nominalistas que la interpretan como un concepto popular o una herramienta heurística del sociólogo. Junto con varias escuelas constructivistas (en especial la fenomenología y su rama neoschutziana, la etnometodología), Bourdieu reconoce que los agentes producen realidad social activamente por medio de sus actividades mundanas de construcción de sentido pero remarca que lo hacen sobre la base de las posiciones que ocupan en un espacio objetivo de limitaciones y facilitaciones, y con herramientas cognitivas que surgen de ese mismo espacio:

... estas construcciones no tienen lugar en el vacío social, como parecen creer algunos etnometodólogos: la posición ocupada en el espacio social, es decir en la estructura de la distribución de las diferentes especies de capital, que asimismo son armas, ordena las representaciones de este espacio y las tomas de posición en las luchas para conservarlo o transformarlo.[13]

Por tanto, el “estructuralismo genético” de Bourdieu propone que las clases llegan a existir en la medida en que las personas despliegan esquemas de percepción, apreciación y acción que, surgiendo de las divisiones objetivas del espacio social, activan e inscriben estas divisiones en relaciones sociales y en batallas políticas. Pero la alineación de la posición, disposición y práctica de clase en los diferentes microcosmos que conforman una sociedad diferenciada es una realización práctica que depende de la labor de emprendedores simbólicos en competencia mutua, dado que “el mundo social puede ser dicho y construido de diferentes modos”, de acuerdo con diferentes principios de categorización.[14]
La lucha por elevar o erosionar la clase como base suprema de percepción y acción social se desata con mayor intensidad en las capas altas del espacio social, donde quienes poseen las distintas formas de capital (económico, jurídico, burocrático estatal, religioso, científico, artístico, etcétera) compiten por determinar su peso relativo y sus prerrogativas. Bourdieu, al romper tanto con las teorías liberales de elites como con la visión marxista de la hegemonía capitalista, las cuales ponen el relieve exclusivamente en la división vertical entre gobernado y gobernante, descarta la noción sustancialista de “clase dominante” para remplazarla por el concepto relacional de campo de poder.[15] Esta noción topológica nos permite anatomizar los conflictos horizontales que enfrentan a los agentes y las instituciones en los que se concentran los poderes dispares puestos en juego en una sociedad avanzada. De hecho, Bourdieu sugiere que muchos de los conflictos que según creemos hacen que las categorías de dominado y dominante confronten entre sí son, en realidad, batallas intestinas que enfrentan a distintos sectores del campo de poder, es decir, a distintas fracciones de una supuesta clase dominante cuyo imperium se vuelve a la vez más opaco y más impregnable por causa de la complejidad y las contradicciones que habitan cada vez más el entramado de dominación.[16] En suma, en lugar de concebirlas como dadas o estipularlas mediante un acto de autoridad científica, Bourdieu problematiza la existencia, fronteras y grado de cohesión de las clases superordinadas y subordinadas, y abre a la indagación empírica las modalidades sociales de su posible unificación y posterior capacidad de acción conjunta.

5. La reformulación de Bourdieu de la pregunta planteada por Marx al comienzo de El capital, “¿Qué constituye una clase social?”, se distingue por fusionar constantemente teoría e investigación. Los impulsos que subyacen a los distintos desplazamientos conceptuales efectuados por Bourdieu —de la estructura de clase al espacio social, de la conciencia de clase al habitus, de la ideología a la violencia simbólica, de la clase dominante al campo de poder— tienen su origen en enigmas concretos de la investigación, y buscan resolverlos: ¿qué confluencia de factores produce la disyunción política entre el subproletariado urbano y la clase obrera “establecida” durante la guerra de independencia de Argelia? ¿De qué manera los niños de las distintas clases sociales restringen o amplían sus expectativas académicas de modo que suelen coincidir con sus posibilidades concretas en la escuela? ¿Por qué a los campesinos no les gusta la fotografía cuando no es “realista”? ¿Cómo categorizar los distintos componentes de la pequeña burguesía para capturar las raíces divergentes de su inclinación común por la “buena voluntad cultural”? ¿Qué explica la conversión ideológica de los altos funcionarios públicos hacia la visión neoliberal de un Estado minimalista e impotente en los años 90? ¿De qué manera la internacionalización de la economía y la conformación de una red mundial de escuelas de elite afectan la capacidad que tienen varios segmentos de la burguesía de asegurar la reproducción y conversión de sus especies de capital específicas?
En Bourdieu, la analítica y la empírica de la clase están entrelazadas de manera compleja, y avanzan al unísono. Es por ello que nunca escribió el tratado sobre la clase que anunció en un pie de página de La distinción: separar los principios teóricos de su puesta en práctica en la investigación siempre supone el riesgo de la reificación académica. En “Una lectura japonesa de La distinción”, conferencia pública impartida en Tokio, Bourdieu explica:

El modelo teórico presentado en ella no viene adornado con todos los signos con los que se suele reconocer la ´gran teoría´, empezando por la falta de cualquier referencia a una realidad empírica determinada. En ningún momento se examinan en sí mismas y para sí mismas las nociones de espacio social, de espacio simbólico o de clase social; se utilizan y se ponen a prueba en una labor de investigación inseparablemente teórica y empírica...[17]

6. Sin embargo, su reelaboración del concepto de clase no es solamente teórica y empírica, también supone una innovación metodológica significativa: la introducción y refinamiento, a los fines de la investigación social, de la técnica estadística del análisis de correspondencias múltiples, que más tarde evolucionaría en un análisis geométrico de datos propiamente dicho.[18] Este método no paramétrico de análisis de datos categóricos, derivado del trabajo matemático de Jean-Paul Benzécri, está orientado a descubrir y trazar los espacios interconectados de individuos y propiedades. En deliberado contraste y oposición a la estadística lazarsfeldiana, basada en las variables, la técnica bourdiana obedece a un tipo de razonamiento topológico que retiene al individuo situado como unidad de análisis para asegurar una fuerte relación entre la ontología social, la metodología y la teoría, y nos invita a especificar bajo qué condiciones distintos agentes (no) formarán un colectivo práctico, y en qué dominios de la vida social. Como explica Bourdieu: “Las diferentes técnicas estadísticas contienen filosofías sociales implícitas que habría que explicitar”; cada una lleva consigo sus propias nociones de “la causalidad, de la acción y del modo de existencia de las cosas sociales”; y entonces él utiliza el análisis de correspondencias múltiples porque “es una técnica esencialmente relacional, cuya filosofía corresponde por completo a lo que, en mi opinión, es la realidad social. Es una técnica que ‘piensa’ en términos de relaciones”,[19] lo cual cierra el círculo llevándonos de nuevo a la primera proposición fundante del marco de clase de Bourdieu.
La reelaboración de Bourdieu del concepto de clase como una modalidad de la creación de grupos ha resultado especialmente fértil, no solo por su calidad teórica, que integra las perspectivas de Marx, Weber, Durkheim y Cassirer (así como las de Merleau-Ponty, Goffman, Austin y otros), sino porque además ha hecho surgir un amplio conjunto de investigaciones empíricas en las que se pusieron a prueba, refinaron y revisaron sus postulados centrales para abarcar las principales clases de la sociedad contemporánea en Francia y en otros países, capturadas tanto en fases de consolidación como en ciclos de disgregación. En El baile de los solteros, el mismo Bourdieu diagnostica la crisis que sufre el campesinado de su Bearne natal a medida que la penetración de la escuela y los medios urbanos en la sociedad rural rompe la correspondencia circular entre las estructuras sociales basadas en el parentesco y las estructuras mentales dividas por géneros, típicas del orden agrario. Patrick Champagne extiende esta línea de investigación y muestra, en L’Héritage refusé, cómo la dominación simbólica sobre el campesinado contribuye a acelerar su reducción material intensificando la brecha cultural entre generaciones, con lo cual se refuerzan las estrategias de transmisión familiar y reconversión profesional que propician el reemplazo del antiguo campesino por el agroempresario tecnicista enfocado a los mercados nacionales y mundiales.[20] Maresca, en Les dirigeants paysans, examina los detalles fundamentales del trabajo performativo de “creación de grupos” efectuado desde arriba por líderes sindicalistas respecto tanto de sus representados como del Estado. En esa obra, Maresca documenta cómo los campesinos menos representativos logran tomar la conducción del grupo para moldearlo a su propia imagen.[21]
Stéphane Beaud y Michel Pialoux analizan la disolución de la clase obrera industrial en la era postfordista en su obra Retour sur la condition ouvrière, una especie de estudio “inverso a E.P. Thomson”, que revela cómo los cambios en el proceso de trabajo, la organización industrial y el sistema escolar durante las últimas décadas del siglo veinte han confluido para fragmentar y desmoralizar a los trabajadores, incluso hasta desarticularlos como clase unificada.[22] Olivier Schwartz rastrea el modo en que la vida familiar, la segmentación por géneros y la creciente privatización de la esfera doméstica como barrera de defensa y ámbito de consumo ayudan a fijar desde adentro la división interna de los trabajadores manuales en estratos “proletarizados”, “desproletarizados” y “precarizados”, lo que debilita el colectivo que forman o solían formar.[23] Abdelmalek Sayad dilucida la posición y las experiencias particulares de los inmigrantes argelinos dentro de la clase obrera francesa en La double absence, mientras que Beaud regresa a su intersección, en un diálogo socioanalítico con un joven desempleado de origen francoargelino, publicado bajo el revelador título de Pays de malheur (países en desgracia).[24] Agregando una capa espacial a la (de)formación de clases, Wacquant describe cómo la relegación en los distritos estigmatizados de la periferia urbana fragmenta aún más las ya precarias fracciones de la clase obrera postindustrial a lo largo de Europa del Este; así se asegura que el precariado continúe siendo un grupo que ha nacido muerto, con orígenes dispersos y una fisiparidad incorporada que le impiden continuamente acceder a una forma organizada de existencia y acción colectivas. Por el contrario, Marie Cartier y sus colaboradores investigan las posturas ambiguas y actitudes ambivalentes de las clases medias bajas de la misma periferia urbana en La Frances des “petits moyens”, y han descubierto que su heterogeneidad ocupacional se ve compensada, en parte, por una ansiedad residencial compartida y un temor a la movilidad descendente, que podrían sepultarlos entre los parias de la ciudad.[25]
Más arriba en la estructura de clases, Baudelot reemplaza el ascenso de los “trabajadores pobres” en una jerarquía social profundamente reconfigurada por las rápidas transformaciones en el mundo del trabajo y la creciente complejidad de los estatus asalariados, de manera que el crecimiento de la clase media se ha visto acompañado por una mayor opacidad y una profundización de las divisiones culturales. Bihr y Pfefferkorn amplían el alcance analítico para rastrear la acumulación dinámica de una sucesión de disparidades a ambos extremos de la escala social.[26] Boltanski disecciona el papel catalizador que tienen los cuadros directivos (cadres) en el agrupamiento de un conjunto disperso de categorías intermedias y en la formación de la morfología, movilización e inclinaciones políticas de la clase directiva media y alta en la Francia de posguerra.[27] Monique de Saint Martin y Béatrix Le Witta enriquecen el retrato que traza Bourdieu sobre la clase alta indagando en la fructificación y santificación del capital social entre las dinastías de la nobleza y la burguesía parisinas, mientras que Monique y Michel Pinçon anatomizan las instituciones exclusivas que han construido esos grupos en los barrios lujosos de los distritos occidentales de la capital, así como sus extensiones suburbanas y provinciales: la reclusión espacial resulta ser una modalidad clave de unificación cultural y cohesión de clase en la cúspide de la escala social.[28] Más allá de ámbito nacional, Waser demuestra cómo la globalización de los flujos económicos y culturales ha reforzado el peso del capital cultural en la dominación de clase, con efectos opuestos a ambos extremos del espectro social, pero aun así el surgimiento del “capital internacional” ha reforzado, en lugar de desplazar, las fracciones dominantes de las burguesías nacionales en diferentes países.[29]
Fuera de Francia, se ha aplicado y adaptado el modelo de Bourdieu en investigaciones sociológicas, históricas y antropológicas que buscan dilucidar las relaciones de espacio social, constitución de clase y poder cultural en una decena de países en periodos que abarcan varios siglos. Esta literatura es tan voluminosa que conformaría un artículo aparte, por lo que señalaré aquí solamente cinco estudios referentes a Portugal, Inglaterra, los Estados Unidos, sociedades postsoviéticas y Noruega en la actualidad, como muestra de la diversidad dinámica del legado bourdiano. Virgílio Pereira ha replicado y especificado los hallazgos de La distinción poniendo al descubierto la estrecha unión entre posición social, consumo cultural y sociabilidad en los barrios estratificados que forman la ciudad de Porto, y sumando una dimensión espacial de capas múltiples al modelo de Bourdieu de correspondencia entre el espacio social y el simbólico. El grupo de Manchester encabezado por Mike Savage y Alan Warde ha llevado ese modelo del otro lado del Canal para trazar el mapa del estado cultural y la participación en Inglaterra, al tiempo que aborda frontalmente el papel complejizante que desempeñan el género y la etnicidad como bases de la formación de grupos. Lareau ha documentado de qué manera la aguda bifurcación étnica y de clase en las prácticas de crianza de la costa este de los Estados Unidos perpetúa las actuales estructuras de desigualdad, mostrando de qué manera la clase opera con eficacia, de “modos familiares”, a través de la organización de la vida cotidiana, el uso del idioma y las relaciones diferenciadas con la escuela. Eyal, Szelenyi y Townsley han extendido y puesto a prueba el modelo de conversión de capitales en el campo del poder que elaborara Bourdieu, para delinear el surgimiento de una nueva clase dominante en los países del antiguo bloque soviético tras la caída del comunismo.[30] Llevando a Bourdieu hasta Noruega, Lennard Rosenlund ha revelado la importancia cada vez mayor de la composición del capital (a diferencia de su volumen) como determinante principal de las oportunidades y estilos de vida en la ciudad de Stavanger tras el auge petrolero, y ha mostrado cómo la profunda diferenciación entre los sectores público y privado marca la impronta callejera de esa ciudad, así como la estructura de clases del país (y, es de suponer, de otras naciones escandinavas a las que el Estado socialdemócrata ha moldeado de forma similar).[31]
Una lectura minuciosa de las investigaciones de Bourdieu sobre clase, poder y cultura nos lleva a pensar que el sociólogo reformuló el problema clásico de la dominación y la desigualdad cuestionando el estatus ontológico de los grupos, y creando herramientas para revelar cómo es que estos son hechos y desechos de manera práctica en la vida social mediante la inculcación de esquemas compartidos de percepción y apreciación, y la disputa por aplicarlos para demarcar, custodiar o cuestionar las fronteras sociales. Entonces, en el epicentro de su sociología se ubica el intrincado problema de la realización de categorías, es decir, las actividades concretas y los mecanismos operantes que convierten a los constructos mentales evanescentes en realidades históricas concretas y duraderas, bajo la doble forma de instituciones (sistemas de posiciones) y subjetividades encarnadas (conjuntos de disposiciones) que trabajan en conjunto para tornar reales las divisiones simbólicas inscribiéndolas en la materialidad. Queda a otros la tarea de extender esta reelaboración praxiológica de la clase hacia otros colectivos sociales sobre la base de la edad, el género, la etnia (y en ella ese subtipo de etnicidad denegada que se denomina “raza”) y la nacionalidad.[32] Apenas ha comenzado la tarea de deconstrucción sociológica de los mecanismos de creación de grupos.

Apéndice:
Escritos claves de Bourdieu sobre las clases sociales

A lo largo de su obra, Bourdieu otorga un lugar central a la clase como modalidad de desigualdad, identidad y acción pero con dos desplazamientos en el tiempo: uno empírico y otro analítico. Expresado de manera esquemática, el foco empírico principal de Bourdieu migra hacia arriba en el orden social, y a lo largo de las décadas, yendo de la disolución del campesinado y la composición interna del proletariado urbano (tanto en Argelia como en Francia, a principios de los años sesenta, según se ejemplifica en El baile de los solteros y Argelia 1960) a las inclinaciones y destinos de las clases medias (mediados de los años setenta, comenzando por Photography as a Middle-Brow Arty llegando al punto cúlmine con La distinción), a la clase alta y los conflictos intestinos que surgen en ella a partir de la “división de la tarea de domininación” (década de 1980, desde La distinción hasta The State Nobility), al papel del Estado, el Derecho y las fuerzas internacionales en la formación de las clases desde afuera y desde arriba (década de 1980; ver en particular Las estructuras sociales de la economía y los numerosos ensayos sobre neoliberalismo).
En sentido analítico, Bourdieu se desplaza de igual modo desde la documentación de la importancia perdurable que posee la clase social (dominada en cada época por las dos cuestiones relativas al supuesto aburguesamiento de la clase obrera: el surgimiento de múltiples “clases nuevas” y la celebración del “fin de las clases”) al trazado de la estructura invisible del espacio social en el cual surgen las clases, o no, como consecuencia de batallas simbólicas en sitios múltiples que buscan imponerla como el “principio dominante de visión y división social”, por encima de otras bases posibles de determinación y formación de colectividad, y en contra de ellas. Así, en la cantidad importante de trabajos previos a La distinción (original francés de 1979) Bourdieu concibe la clase como categoría estructural y se concentra en identificar sus diversos impactos y manifestaciones en distintos ámbitos (por ejemplo, en los actos de consumo cotidianos, la estética y la política). En 1984, en el momento en que da su conferencia en Frankfurt sobre “Las clases sociales y la génesis de las ‘clases’” (obsérvese el entrecomillado en el original), Bourdieu ya ha derivado todas las implicaciones de su análisis en Lenguaje y poder simbólico (1982), y abandona entonces ese supuesto para remarcar la multidimensionalidad inherente de la distribución de recursos eficaces en una determinada formación social, y la correspondiente “elasticidad semántica del mundo social”. Destaca la relativa autonomía de los sistemas simbólicos respecto de las estructuras sociales y su poder constitutivo, es decir, su capacidad de dar forma a la realidad moldeando las representaciones comunes del mundo.[33] Se centra en el problemático pasaje de la clase “en el papel” a la clase real, de la clase posible a la clase verdadera, como se indica en el título del discurso que pronunciara en 1987, “¿Cómo se hace una clase social? Sobre la existencia teórica y práctica de los grupos”, en el Dean’s Symposium on Social Clarifications en la Universidad de Chicago (a la que había sido invitado para hablar sobre clases sociales en un discurso de cierre, después de que Samuel Preston hablara sobre edad, Eleanor Maccoby sobre género, y Orlando Patterson sobre raza, en lo que era un elenco guionado que mantenía estas bases de categorización cuidadosamente separadas). Entonces, el espacio social y las luchas simbólicas se convierten en la díada conceptual operante de un modelo que puede aplicarse a cualquier colectivo social que sea resultado de “la lucha de las clasificaciones, que son una dimensión de toda lucha de clases, ya sean clases de edad, clases sexuales o clases sociales”.[34]
El ascenso empírico por la escala social está acompañado por una importante ruptura conceptual con la elaboración de la noción de “campo de poder” (esbozada por primera vez en 1971, y elaborada con mayor vigor entre 1988 y 1995, cuando Bourdieu decide abordar frontalmente la cuestión del Estado, que había rondado con cautela durante décadas), así como la noción de cuerpos (corporate bodies, tales como las ocupaciones o la familia, que garantizan “la afinidad de las disposiciones y la orquestación de los habitus”), a diferencia de la clase y el campo, con los que Bourdieu pretende explicar la consolidación inicial del Estado y la constante “solidaridad orgánica” de los dominantes a pesar de sus divisiones objetivas.[35] También está acompañado por la promoción de los principios de clasificación ortogonales, como el género (con los artículos preliminares, el libro, y los debates posteriores sobre La dominación masculina) y la etnicidad (bajo la forma de la región, la inmigración y el trato hacia los extranjeros).
El desplazamiento empírico es más claro que el analítico, que podría interpretarse como resultado de un cambio de postura o de la maduración y esclarecimiento teóricos. Como advirtió el mismo Bourdieu, “cuando uno sabe cómo mirar, las continuidades son más llamativas que las discontinuidades. Un pensador o un investigador es como un crucero: les lleva un tiempo increíblemente largo (un temps fou) dar un giro. Incluso con Foucault, en cuyo trabajo encontrarán más giros evidentes que en el mío, creo que las continuidades son sorprendentes”.[36] Este apéndice es una guía para evaluar este y otros giros posibles en el pensamiento de Bourdieu sobre las clases sociales; provee una lista de obras en orden cronológico, según la fecha de su primera publicación (tomadas de Yvette Delsaut y Marie-Christine Rivière, Bibliographie des travaux de Pierre Bourdieu. Le temps des cerises: Pantin, 2011), y en él se consignan las traducciones disponibles en inglés. Incluye solamente las obras relativas a la clase, en un esfuerzo por lograr un equilibrio entre la moderación y la exhaustividad.

Notas y llamadas en: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-52/poder-simbolico-y-fabricacion-de-grupos-como-bourdieu-reformula-la-cuestion

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