Captura de Adolf Eichmann (Taringa)

Captura de Adolf Eichmann


Esa es la historia, esos los hechos. Pero en los entresijos del expediente judicial iniciado por la esposa de Eichmann para denunciar su desaparición, en los nerviosos documentos diplomáticos que gestionaban la crisis internacional, afloran sustanciosos detalles y peripecias que hasta hoy permanecían engullidos por una primicia que ya no lo es: funcionarios inútiles, burócratas a prueba de balas, jueces burlados sin disimulo por policías, diplomáticos y hasta por oscuros oficinistas, brillantes estadistas entregados al barro de la chicana; ellos son los actores de una crónica escrita con el hilo invisible con el que siempre se cosen los pedazos de la Historia. 

Adolf Eichmann había ingresado al país en 1950, gracias a una de las redes de salvoconducto tendidas por los nazis y sus protectores, con un pasaporte extendido por el Comité Internacional de la Cruz Roja a nombre de Ricardo Klement: un apelativo al que respondió hasta la noche del 11 de mayo de 1960, cuando un comando de espías israelíes lo emboscó a su regreso del trabajo que tenía como técnico en la fábrica de autos Mercedes Benz. La captura ocurrió a las 20:05, después de que Klement-Eichmann bajara como siempre del colectivo 203 en la parada de la ruta 202 que quedaba a cien metros de la tapera de la calle Garibaldi, en San Fernando, en la que vivía con su familia. 
Entre cigarrillos y botellas de vino kosher lo convencieron de que escribiera y firmara una carta en la que asumía su identidad y aceptaba "voluntariamente" ser trasladado a Israel para someterse a la Justicia (ver página 43). Lo mantuvieron encadenado a una cama nueve días, hasta que la noche del 20 de mayo, drogado y disfrazado, lo llevaron al aeropuerto de Ezeiza. Entre empujones y chacotas, como a un mecánico borracho a quien deben sostener para que no se desplome, lo cargaron al avión de la línea israelí El-Al que Jerusalén había fletado a Buenos Aires dos días antes con la excusa de participar de los festejos del 150° aniversario de la Revolución de Mayo. Dos días después, el premier israelí Ben Gurion anunció al parlamento que el "arquitecto del Holocausto" había sido capturado por "un grupo de voluntarios judíos, algunos israelíes", y que iba a ser juzgado en Jerusalén. 
La prehistoria de aquella operación es pródiga en anécdotas y episodios cautivadores: el fortuito flechazo en Buenos Aires del primogénito del nazi con la hija de un sobreviviente de la Shoah ciego pero con buena memoria para los apellidos, las primeras tareas de inteligencia, desde 1957; la selección de los veinte agentes que participarían de la operación, la decisión oficial de aguantar el seguro chubasco diplomático ante semejante operación para evitar el baldón sufrido apenas un año antes, cuando el pedido de extradición de Josef Mengele por parte de Alemania Federal terminó en la basura porque Argentina respondió que las acusaciones contra el sádico médico experimentador de Auschwitz eran de naturaleza política y que ya habían prescripto. 
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Decenas de libros contaron y corrigieron todo eso una y otra vez. Pero bajo el aleteo de las polillas otra historia, más pequeña pero irremediablemente argentina, se escribía en los tribunales porteños. El expediente por el secuestro de Adolf Eichmann se inició el 12 de julio de 1960, cuando el desaparecido ya llevaba casi dos meses aparecido, ahora en una cárcel israelí. La esposa del nazi, Veronika "Vera" Catalina Liebel de Eichmann, protestaba por la captura de su marido, y subrayaba "el agravio inmerecido cometido contra la Soberanía Nacional". La causa se tramitó ante el juzgado penal federal 1, que entonces comandaba Leopoldo Insaurralde. Hoy lo hace María Servini de Cubría. 

El 2 de agosto, el juez le pide al jefe de la Policía Federal que individualice al autor o autores del secuestro, y que una vez hecho esto "los ponga a disposición de este juzgado en calidad de incomunicados." No parecía fácil, cuando todo el planeta sabía dónde estaba Eichmann y en manos de quién. El 9 de septiembre, con picardía, la policía le contesta a Insaurralde que "se resolvió efectuar una revisión de los recortes periodísticos que tratan sobre el particular, a los efectos de una mayor ilustración". La respuesta a lo que el juez pedía estaba en los diarios. 

Los equívocos recién comenzaban. El 29 de agosto, Vera Eichmann firmó una petición al juez: "ha llegado a mi conocimiento que don Otto Adolfo Eichmann será reintegrado a la embajada argentina en Tel Aviv de un momento a otro", especulaba. Tras unas pocas diligencias inútiles, el año se terminaba y el juez seguía perdido. El 16 de noviembre de 1961, el fiscal Francisco D'Albore se despierta: le reclama a Insaurralde que vía exhorto solicite la declaración del propio Eichmann y de cuatro israelíes que según las noticias parecían haber participado del secuestro. D'Albore también pide que la policía averigüe si en los registros oficiales figura la salida del país de Ricardo Klement, y exige que la Dirección de Aviación Civil informe sobre los vuelos de aviones israelíes en mayo, con el detalle de tripulantes y pasajeros. 

El juez mueve su primer dedo el 18 de diciembre -tres días después de que Eichmann fuera condenado a muerte-, para pedirle al entonces canciller Miguel Angel Cárcano que tramite el exhorto ante las autoridades judiciales de Israel "con carácter de muy urgente". Cancillería contesta que el juzgado debe traducir el escrito "al idioma israelí", "diligencia que no puede cumplir este ministerio por carecer de traductor capacitado para ello". Más contratiempos risibles: el 18 de enero de 1962 llega una nota desde la embajada argentina en Israel, que avisa que una de las personas solicitadas, un tal "Eriedman", en realidad se llama "Friedman". Y pregunta qué hacer entonces. Pasan las semanas. El 14 de marzo, Insaurralde le pregunta a Cancillería qué pasó con el famoso exhorto librado en diciembre. Nada. Vuelve a escribir el 16 de abril, ya a otro canciller: Arturo Frondizi había sido derrocado el 29 de marzo por un golpe militar. 

Aunque cueste creerlo, la policía contesta que no sabe si Ricardo Klement salió del país. El 3 de abril, la Dirección de Aviación Civil admite que no tiene más datos sobre el avión israelí. El 31 de mayo, Insaurralde escribe a Cancillería: "atento a las circunstancias que son de dominio público", solicita que "informe con la debida premura sobre el estado de tramitación del exhorto que se librara el 26 de diciembre pasado". Minutos después, Eichmann colgaba de una horca. 

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Pero ese detalle no era suficiente para detener el Macondo judicial argentino. El 19 de junio, Migraciones contesta que "no ha sido posible localizar la lista de pasajeros" del avión de El- Al. Habría que preguntarle a la Dirección de Circulación Aérea y Aeródromos, que el 4 de septiembre avisa que ahí no saben nada, pues sólo hacen el parte meterológico y aceptan el plan de vuelo. El jefe de Migraciones en Ezeiza dice que ellos no hacen control de salida. Y la Policía cuenta que averiguó en el archivo de Migraciones, y que allí las planillas y fichas de viaje se mantienen durante un año y luego se destruyen. Adiós, Eichmann. 

Como un chiste tardío, el 29 de agosto Israel responde el famoso exhorto librado ocho meses antes. Luego de deshacerse en "los más atentos saludos", la cancillería "tiene el honor de comunicarle que las instituciones jurídicas competentes llegaron a la conclusión de que a su pesar no existe la posibilidad de acceder al exhorto". Enojado, el fiscal D'Albore escribe que en la respuesta israelí ni siquiera "se advierte el argumento legal que la cortesía y consideración internacional exigían". El 20 de diciembre, el doctor Insaurralde dicta sentencia: "se ha comprobado la conducción de Adolfo Eichmann fuera de los límites de Argentina", advierte con lucidez. Pero "han resultado estériles los esfuerzos del Tribunal tendientes a individualizar a quienes de una u otra manera tuvieron intervención en el episodio". ¿El resultado? "Sobreseer provisionalmente en el presente sumario". 

Pero la inteligencia del pobre juez no había sido mejor tratada que la del Gobierno argentino, que recibió el "caso Eichman" como un cachetazo. Embretado por la noticia que ya daba la vuelta al mundo, el 3 de junio de 1960 el gobierno de Israel le escribe a la Cancillería local que "ignoraba el hecho de que Adolf Eichmann hubiera llegado desde la Argentina", y que sólo ante un telegrama del embajador israelí en Buenos Aires, Arie Levavi, había investigado los pormenores del caso. ¿Cuáles eran? Los de una creativa historia de ciencia ficción: "un grupo de voluntarios judíos (entre ellos algunos israelíes)" habían rastreado, capturado y llevado a Jerusalén al ex jerarca nazi, quien "manifestó su conformidad de ir a Israel espontáneamente para ser procesado". Ante lo evidente, se aclaraba que "en caso de que el grupo de voluntarios haya violado la ley argentina o haya interferido en los fueros de la soberanía argentina, el Gobierno de Israel desea manifestar su pesar al respecto". 

El propio embajador Levavi, admitió tiempo después que la historia de los voluntarios sonaba como un "cuento de abuelas" intragable. El 7 de junio, Israel jugó a fondo, con una carta personal de Ben Gurion al presidente Arturo Frondizi. Después de recordarle que Eichmann fue "directamente responsable de las órdenes de Hitler para la 'solución final' del problema judío en Europa", y de admitir que "no desestima la seriedad de la violación formal de las leyes argentinas", el premier afirma que sin embargo "este evento no puede ser enjuiciado desde un ángulo puramente formal". 

La respuesta de la cancillería fue durísima: el 8 de junio responsabilizó a Israel por las acciones de los supuestos "voluntarios", denunció la falta de un "ofrecimiento de reparaciones" junto con los lamentos por el secuestro, y reclamó tanto "la restitución de Eichmann en el término de esta misma semana" como "la punición de los individuos culpables de la violación del territorio nacional". 

Pero todo siguió igual, y Argentina decidió llevar el caso ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Mientras las posiciones se espesaban cada vez más, y ante la impavidez israelí, las acusaciones argentinas pisaban el límite de lo diplomáticamente tolerable. El 22 de junio de 1960 la ONU condenó a Israel por haber violado la soberanía argentina. Frondizi podría mostrar algo en casa, aunque Eichmann siguiera donde estaba y ningún secuestrador rindiera cuentas ante nadie. Tras algunas negociaciones informales cuyo registro no se conoce, el 3 de agosto ambas cancillerías acordaron que Israel pidiera disculpas por el secuestro y Argentina echara del país al embajador Levavi tras declararlo persona no grata (ver facsímil en esta página). El incómodo entuerto quedaba saldado, aunque el juez Insaurralde siguiera empapelando los despachos con exhortos y reclamos durante un año y medio más. 

El tiempo pasó, y el Mossad sólo reconoció que sus agentes fueron los verdaderos autores del secuestro de Eichmann en febrero de 2005. Hace cuatro años se supo que la CIA también sabía que Adolf Eichmann estaba en Buenos Aires, y conocía tanto su nombre falso como su dirección. En una de las habituales piruetas de espionaje de aquellos años, jamás reveló esos datos para no poner en peligro la labor de otro ex dirigente nazi que entonces trabajaba para Washington en Alemania Oriental. Varias décadas después de la noticia del secuestro del temido oficial nazi, y ante la mirada miope de la Historia, justicia, política y conveniencia volvían a mezclarse, cosidas por un hilo invisible. 

Exclusivo: la carta manuscrita de Eichmann 
"Yo, Adolfo Eichmann, declaro por la presente y por propia voluntad: habiendo sido descubierta mi verdadera identidad, comprendo que no tiene sentido tratar de seguir ocultándome de la justicia. Declaro, pues, que deseo ir a Israel para ser juzgado por un tribunal competente. Entiendo que seré defendido por un abogado. Intentaré relatar, sin ambages, los hechos que se relacionan con mis últimos años de servicio en Alemania, a fin de que sea transmitido a las generaciones futuras un verdadero cuadro de los acontecimientos. Hago esta declaración pro mi propia voluntad. No se me prometió nada, ni tampoco se me amenazó. Quiero por fin encontrar la paz interior. Siendo incapaz de recordar todos los detalles y corriendo el peligro de confundir los hechos, pido que se pongan a mi disposición documentos y testimonios que ayuden mis esfuerzos por establecer la verdad." 
Adolf Eichmann. Buenos Aires, mayo de 1960. 

De jerarca de las SS a simple operario de Mercedes Benz 

Adolf Eichmann nació en 1906 y se afilió al partido nazi en 1932. En 1935 se casó con "Vera" Liebel, y durante tres años se consagró al profundo estudio del judaísmo. En 1938 organizó la deportación de judíos desde Viena, y un año después lo hizo desde Praga. El 20 de enero de 1942 organizó la conferencia de Wannsse, en Berlín, en la que se decidió la "solución final" para los judíos. Entre sus órdenes habituales, el 24 de enero de 1944 firmó en Praga la de arrestar a "todos los judíos argentinos" que vivieran en los territorios ocupados por los nazis (ver facsímil). 

Cuando terminó la guerra cayó prisionero, huyó a los bosques alemanes y, bajo el nombre de Ricardo Klement, en 1950 viajó desde Génova a Buenos Aires, donde fue recibido por grupos filonazis con buena llegada al gobierno de Perón. Vivió en Barracas, puso un taller mecánico en Palermo, se mudó a Tigre y luego se afincó en Tucumán, donde trabajó como hidrógrafo para la firma CAPRI. En 1952 se reencontró con su familia, y un año después se mudó a Buenos Aires. Vivió en La Lucila y en San Fernando, trabajó como mecánico en la fábrica de calefones Orbis y en la planta de camiones de Mercedes Benz. El 11 de mayo de 1960 fue secuestrado por un comando israelí. Lo ejecutaron en Jerusalén, el 31 de mayo de 1962. 

El punto final a la controversia por el secuestro. La crisis con Israel recién quedó sepultada en 1967 

Aunque los gobiernos de Argentina e Israel habían coagulado la polémica desatada por el secuestro de Eichmann en agosto de 1960, la cuestión seguía abierta ante las Naciones Unidas, cuyo Consejo de Seguridad mantenía en su temario el reclamo argentino. Para desactivarlo sin hacer mucho ruido, desde 1963 se hicieron consultas y gestiones entre embajadores y funcionarios, aunque sólo en 1965 la Cancillería ordenó al representante ante la ONU que retirase la "cuestión Eichmann" del temario. 

Pero la última foja de aquel expediente recién se firmó en septiembre de 1967, cuando a través de un telegrama secreto y cifrado (ver facsímil) la Cancillería autorizó al consejero de la embajada en Tel Aviv a ir a un banquete celebrado para homenajear al ex embajador israelí en Buenos Aires Ari Levavi. Era el mismo diplomático a quien en 1960 el gobierno de Arturo Frondizi había expulsado del país como protesta por la violación de la soberanía argentina con el secuestro de Adolf Eichmann. 

Antes de ser ejecutado, gritó "¡Viva Argentina!" 

El 1 de febrero de 1961 fueron formulados los 15 cargos por los que Adolf Eichmann fue juzgado en Jerusalén. El primero de ellos ya era suficiente para justificar la pena de muerte: lo hacía responsable, en asociación con otras personas, de la muerte de millones de judíos y de la ejecución del plan nazi para el exterminio de los judíos. 

El juicio comenzó el 11 de abril de 1961, y durante los ocho meses que duró declararon como testigos una centena de ex prisioneros de los campos de exterminio nazis. Bajo la mirada mundial, el proceso cumplía con el objetivo trazado por su inspirador, el premier David Ben Gurion: ofrecer el testimonio definitivo sobre los horrores del Holocausto. 

Intelectuales como Bertrand Russell, Elie Wiessel -sobreviviente de la Shoah que años después obtendría el premio Nobel de la Paz- y Hannah Arendt, autora del más agudo testimonio de aquel proceso, presenciaron las audiencias. Escuchando los argumentos del acusado para justificar su rol en la maquinaria nazi, Arendt concibió su popular definición sobre la "banalidad del mal": como lo había demostrado Eichmann, los más crueles asesinos no eran seres especialmente perversos, sino más bien grises burócratas ansiosos por ascender en sus empleos. 

Entre el 11 y el 15 de diciembre de 1961, se leyó la sentencia: Eichmann era condenado a muerte. 

La noche del 31 de mayo de 1962, el reo fue conducido a la horca. Arye Wallenstein, uno de los dos corresponsales extranjeros a quienes se les permitió asistir a la ejecución, contó que el jerarca nazi caminó erguido hacia el patíbulo, y que mientras el reverendo canadiense William Hull rezaba por él, pronunció sus últimas palabras: "Señores, pronto volveremos a reunirnos. Ese es el destino de todos los hombres. He vivido creyendo en Dios y muero creyendo en Dios. ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! Esos son los países con los que tuve una relación más estrecha, y nunca los he olvidado. Tuve que obedecer la ley de la guerra y a mi bandera. Estoy preparado". 

La trampa se abrió bajo sus pies dos minutos despúes de la medianoche. Israel cremó su cuerpo de inmediato, y tiró sus cenizas en el mar Mediterráneo. 

Ricardo nació en 1955, y hoy es un arqueólogo famoso en Alemania. Las vivencias del hijo argentino de Eichmann 

Su amigo Armando podría certificarlo: al pequeño Ricardo Eichmann le gustaban el asado y las figuritas, tanto como remontar aquel barrilete casero con los colores de Boca o disfrutar de las aventuras de "El Zorro". Aunque con amabilidad rechazó desde Alemania responder las preguntas de Clarín, el hoy prestigioso arqueólogo especialista en Medio Oriente no podría deshacerse de los recuerdos que deben permanecer en algún rincón de su memoria. 

Ricardo es el menor de los cuatro hijos varones que tuvo el ex jerarca nazi Adolf Eichmann, y el único que nació en Argentina. Su padre fue secuestrado cuando tenía cinco años, y pocas semanas después su mamá se lo llevó con ella y su hermano Dieter (conocido como Tito entre sus amigos de Olivos y San Fernando) a Alemania. Aunque un tiempo después volvieron a Buenos Aires durante un año más, la última vez que Ricardo pisó Argentina tenía siete años. 

Sólo en 1995 ofreció unas pocas entrevistas, en las que tomó distancia de su padre: "Me siento conforme con el proceso y la sentencia, y como adulto no tengo nada en común con él", dijo entonces. Y contó que su mamá nunca le habló sobre el secuestro de Adolf, sobre el cual recién supo en la escuela. Hace quince años, Ricardo también creía que el nazismo jamás volvería al poder en Alemania. "Y si ocurriera, yo saldría corriendo", avisaba. Su mamá, Vera, murió en 1993, y de sus tres hermanos él sólo mantiene contacto con Dieter. Los dos mayores, Klaus -quien estaba casado con una joven argentina y en 1960 esperaba su segundo hijo- y el marinero Horst, sí extendieron la saga familiar nazi inaugurada por su padre: cuatro años después del secuestro de Adolf, los hermanos militaron en el Frente Nacional Socialista Argentino, una organización juvenil nazi que realizó algunos robos y atentados contra sinagogas. No volvió a saberse de ellos. 
Fallo Judicial 
Alemania liberará los archivos sobre Adolf Eichmann 
Los documentos contienen datos sobre su fuga a la Argentina; habría revelaciones polémicas 

BERLIN.- En un fallo de valor histórico, un tribunal alemán consideró anteayer que ya no existían razones para mantener el secreto de Estado sobre los documentos de los servicios secretos (BND, por sus siglas en alemán) sobre a la huida del criminal nazi Adolf Eichmann hacia la Argentina. 

La decisión puso a la negativa de los servicios de inteligencia de Angela Merkel a desclasificarlos; la inteligencia alemana sostenía que la publicación de los documentos dañaría la imagen y la política exterior del gigante europeo. 

La decisión del tribunal administrativo federal de Leipzig se dio tras el pedido de una periodista alemana, Gabriele Weber, que trabaja como corresponsal en Buenos Aires, para consultar unas 3400 páginas de los archivos del BND. 

Los documentos, que datan de los años 50 y 60, están relacionados con los últimos 15 años de la vida de Eichmann, considerado como uno de los arquitectos del Holocausto. 

El alto oficial de las SS logró huir de Alemania y refugiarse en Buenos Aires bajo falsa identidad. En la capital argentina fue secuestrado por el Mossad y, luego, condenado a muerte y ejecutado en Israel, en 1962. 

El tribunal de Leipzig que ordenó liberar los documentos consideró: "Tras haber examinado los archivos, el tribunal ha establecido que la decisión de la jefatura de gobierno de bloquear su difusión es ilegal". Según este organismo, los hechos son demasiado antiguos como para ocasionar algún perjuicio a la política exterior. 

El gobierno alemán tiene, desde hace décadas, una política muy restrictiva respecto de los documentos de su servicio secreto. 

Esa postura contrasta con el caso de Estados Unidos, que en 2005 abrió los documentos de la CIA sobre Eichmann y muchos otros criminales nazis. Estos archivos ofrecen algunas claves para el contenido de los folios del BND. 

Se sabe, por ejemplo, que ya en marzo de 1958 el BND había comunicado a la CIA el nombre falso de Eichmann y su paradero en la Argentina. 

"Lo que quiero saber de los documentos es la verdad sobre los nazis en Argentina, su vinculación con el gobierno de Perón y con los militares. Sobre todo me interesa la vinculación de las empresas alemanes con los nazis en Argentina", explicó Weber a LA NACION. 

Sin embargo añadió que dudaba de que los documentos estuvieran "completos". 

Contenido explosivo 
Historiadores y periodistas barajan además una serie de hipótesis acerca del contenido "explosivo" de los archivos. 

Los documentos podrían demostrar pues que Alemania sabía donde estaba Eichmann, pero no hizo nada, o que los criminales nazi huidos en el exterior trabajaban como informantes para la inteligencia de Alemania Occidental, ya que, en la década de los 50, muchos ex nazis prestaban servicios a la CIA. 

En general, se piensa que puedan contener datos extremadamente polémicos sobre la cooperación entre los ex nazis y el BND de posguerra. 

"El significado del fallo es enorme -aseguró Weber-. Haber ganado eso abre el camino para investigar a otras cosas, de la Guerra Fría por ejemplo." La periodista alemana viajará hoy a Berlín, donde la espera la tarea delicada de arrojar luz sobre un capítulo todavía oscuro de la historia mundial. 

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DEMOLIERON LA CASA DE ADOLF EICHMAN 
Estaba en la calle Garibaldi, en San Fernando 
Familiares del ex jerarca nazi eran los propietarios; de allí, en 1960, se lo llevaron integrantes del 

Mossad 
El ex teniente coronel de las SS fue juzgado y ahorcado en Israel 
.Luego de la desaparición del criminal, la familia se disgregó 
.Uno de los hijos vive en Berlín 
Al dueño de la topadora le llamó la atención que se reuniera tanta gente a mirar cómo él derrumbaba esa casa insípida, perdida en una zona pobre de San Fernando. Lo sorprendió que más de uno removiera los escombros en busca de un trozo de mampostería de recuerdo como si se tratara del Muro de Berlín. Entonces, preguntó por dónde estaba pasando su máquina. Quedó impresionado cuando supo que los mil pesos del trabajo se los había pagado la familia de Adolf Eichmann, el responsable de los campos de concentración del nazismo, que se jactaba del asesinato de cinco millones de judíos. 

El vetusto chalet de tres dormitorios, conocido en el mundo entero como "la casa de la calle Garibaldi", quizás el símbolo más vigoroso del ocultamiento de criminales de guerra nazis en la Argentina, acaba de desaparecer en apenas tres días. 

Allí, en Garibaldi 6067, de San Fernando, muy cerca de la ruta 202 y las vías del ferrocarril Mitre, había vivido bajo identidad falsa Adolf Eichmann hasta que el 11 de mayo de 1960, a las 20.5, fue capturado sobre la vereda por el Mossad (servicio secreto israelí) en una sigilosa operación que dejó estupefacta a la humanidad y colocó en un brete al entonces presidente Arturo Frondizi. 

Que Eichmann estaba refugiado en la Argentina, así como su localización y captura, sólo se supo cuando Israel anunció al mundo que lo tenía prisionero en Jerusalén. 

El Mossad lo había trasladado en vuelo directo desde Ezeiza a bordo de un avión Britannia, de El-Al, acondicionado con una celda y que oficialmente sólo llevaba al canciller de ese país, Abba Eban, ilustre visitante para los actos del sesquicentenario de la Revolución de Mayo. 

Casualmente, hace cuarenta años, el 11 de abril de 1961, comenzaba en Israel el juicio oral que llevaría a Eichmann a la horca. 

Pero en estas cuatro décadas la casa que desde 1957 o 1958 había ocupado "Ricardo Klement" (Eichmann) permaneció casi intacta en manos de dos de sus hijos. Allí mismo, ellos criaron a los nietos del criminal de guerra, a quienes algunos vecinos recuerdan por sus sobrenombres. 

Los nietos, se asegura en el barrio, planearían construir en el terreno un galpón para depósito de mercaderías. En todo caso, un galpón sería algo menos magnético que el refugio original del teniente coronel de las SS, cuya personalidad hasta sirvió a la filósofa alemana Hannah Arendt para escribir "Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal", profundo y controvertido ensayo sobre el Holocausto. 

"Jamás atendieron a nadie" 
Si bien sobre la captura de Eichmann se escribieron y filmaron decenas de títulos, fue "La casa de la calle Garibaldi", de Isser Harel, luego llevada al cine, la que inmortalizó el episodio. 

"Los tenían podridos ; venían italianos, franceses, norteamericanos, hasta japoneses a ver el lugar, pero ellos jamás atendieron a nadie", dice, desde la vereda de enfrente del flamante terreno baldío, Francisco Pérez, quien en 1968 contribuyó a que la cuadra dejara de ser un páramo instalando un taller de chapa. 
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Pérez alude a los hijos de Eichmann y a un inquilino llamado Guillermo Gómez, quien hacia 1995 desempeñó en la casa la enérgica rutina de no responder a periodistas, documentalistas y otros visitantes convocados por la historia. "Una vez -dice- llegó un micro lleno de israelíes. Mire, estacionó aquí, en la puerta de mi taller", señala. 

Durante el período de Gómez una empalizada había intentado desalentar la curiosidad internacional, que a menudo tomaba la forma de una cámara de televisión o de cine. 

Pero es de suponer que el mayor interés de quienes se movilizaban desde Medio Oriente o desde Tokio hasta este paraje suburbano de dudoso atractivo turístico, donde el paso del tiempo trajo otras viviendas de poco lujo y acercó una villa miseria, en realidad no querrían conocer tanto el interior de la casa de Eichmann como su entorno inmediato. 

Aunque sean sólo unos manchones de pasto silvestre, lo que hay en los treinta metros que van de la parada del colectivo de la esquina (hoy ubicada igual que en 1960) hasta la entrada a la casa, se justifica que ese trozo del partido de San Fernando hubiera captado atención mundial. 

Fue allí donde el máximo ejecutor de la solución final contra los judíos forcejeó con el agente israelí Peter Malkin la lluviosa noche de la captura, después de bajar del colectivo y antes de ser introducido en uno de los automóviles de la operación "Atila". Operación que, por otra parte, fue la que más aportó (después se sumaría otra legendaria, en Entebbe, Uganda) a cierta aureola de infalibilidad del Mossad, por entonces con nueve años de vida. 

En la Municipalidad de San Fernando la casa figura a nombre de Marta Valinotti de Eichmann, esposa de uno de los nietos. Está registrada una compra, en 1984, a una sociedad Santa Catalina, legalmente la propietaria desde 1951. Eichmann, que con el alias de Klement trabajó de obrero en la fábrica Mercedes Benz, se instaló en la casa hacia 1958, procedente de Tucumán. 

Eichmann y su esposa Vera celebraron allí el 25º aniversario de casados. La reunión llamó la atención del Mossad, que espiaba la casa con largavistas desde el terraplén que está tras las vías del tren y que intentaba corroborar que Klement era Eichmann. 

Ese 21 de marzo de 1960 se acabaron las dudas: Klement estaba celebrando las bodas de plata en coincidencia con las de Eichmann. Avisaron a Tel Aviv y el primer ministro David Ben Gurion ratificó la orden de captura. Después vendría el escándalo diplomático. 

Por entonces, Nicolás, el hijo mayor, retornó a Alemania tras abandonar a su mujer y a su beba, Mónica, en la Argentina. Desde Berlín vociferó en vano contra el juicio que se preparaba en Israel. 

Mónica, que se crió en Olivos con el apellido del abuelo, devino miembro de los Hare Krishna, se dedicó a comprar y vender cuadros, se casó y vive en los Estados Unidos. Sólo a los 18 años volvió a ver a su padre, quizás el más pronazi de los hermanos: lo fue a buscar en Alemania. 

Otro hijo de ese reo al que seis psiquiatras describieron como un ser "normal", Ricardo, arqueólogo radicado en Berlín, dijo públicamente sentirse ajeno a los crímenes cometidos por su padre. Aunque es posible que la disgregación de los Eichmann esté vinculada con el conflicto generado por descender de uno de los mayores criminales de la historia, la familia fue y es muy hermética. 

"Voy a hacer la denuncia si usted no me dice cómo me encontró", reaccionó la semana última la señora Valinotti cuando La Nación logró localizarla en su domicilio de San Fernando, por teléfono. "No conozco a ningún Eichmann ni sé de qué casa me habla, pero a usted lo voy a denunciar", dijo la mujer a cuyo nombre está la propiedad. El diálogo fue tenso y resultó imposible que respondiera por qué conservaron durante 41 años la casa y por qué ahora decidieron demolerla. 

Menos suerte tuvo un vecino, el dueño del corralón "El líder", viejo conocido de los Eichmann, que no llegó a localizarlos para comprar la casa cuando en el barrio se comentó que estaban por tirarla abajo. Se trata de Porfirio Calderón, un ex suboficial del Ejército, sobreviviente del levantamiento del general Valle en 1956 e integrante en los 70 de la custodia presidencial de Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Juan e Isabel Perón. 

Instalado en el barrio hace 36 años, Calderón cuenta que fue muy amigo de uno de los hijos de Eichmann -"eran peronistas", dice-; no es demasiado explícito sobre los sentimientos que le producían el pasado del padre de su amigo -"la historia la cuentan siempre los que ganan", insinúa-, y lamenta no haber podido comprar la casa, "que tenía un extraordinario valor histórico". 

Los vecinos recuerdan el día en que, hace seis años, desembarcaron en la cuadra varios camiones y autos con equipos de cine, extras y actores, entre ellos, Robert Duvall. 

Desde luego, los nietos no quisieron saber nada y por eso los productores de la película "El hombre que capturó a Eichmann", empeñados en filmar en el escenario verdadero, debieron alquilar otra casa, en la manzana de enfrente, más propicia para recrear el despoblado sesentista. 

Allí aparece Eichmann/Duvall enseñándole a su pequeño hijo Hasse a contar los vagones del ferrocarril Mitre, una alegoría a los trenes que él recibía cargados de judíos que iban a las cámaras de gas, cuya contabilidad llevaba con tesón. 
Captura de Adolf Eichmann
MURIO EL HOMBRE QUE PLANIFICO EL SECUESTRO DE EICHMANN EN ARGENTINA 
Isser Harel falleció ayer, en Tel Aviv, a los 91 años. Fue un estrecho colaborador de Ben Gurión y hombre clave en la operación que terminó con el ex jerarca nazi juzgado y ahorcado en Jerusalén, en 1962. 

Con el apoyo de David Ben Gurión, el ex jefe del gobierno israelí, organizó un hecho realmente impactante: el secuestro del líder nazi Adolf Eichmann en Argentina, en 1960. Isser Harel, de él se trata, murió ayer en Tel Aviv, a los 91 años, y se llevó a la tumba muchas historias aún sin contar. 

Entre 1952 y 1963 no sólo fue el jefe del Mossad, el famoso servicio secreto israelí del que había sido uno de los fundadores, sino que su poder también acumulaba otro cargo clave, el de director del Shin Beth, el servicio de seguridad interior, que tenía a su cargo las misiones de contraespionaje. 

Por esos años, en el Mossad tenían una tarea a la que servían con fervor: encontrar a los jerarcas nazis que habían llevado a cabo el exterminio de millones de judíos en Europa, durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. En ese marco, Harel dirigió una operación muy especial: la captura en Argentina de Eichmann, quien había sido responsable de la implementación de la dramática "Solución final". 

Los detalles novelescos de ese secuestro los sacó a la luz, en 1975, en su libro "La casa de la calle Garibaldi". La obra se tituló así porque fue precisamente allí donde vivía Eichmann y donde un escuadrón del Mossad lo secuestró. 

El hecho ocurrió en mayo de 1960. Los hombres entrenados por Harel esperaron que Ricardo Klement (así se llamaba Eichmann aquí, según el pasaporte argentino falso que tenía) bajara del colectivo 203 en la esquina de Garibaldi y la oscura ruta 202, en los arrabales de San Fernando. 

El hombre venía, como todos los días, de la fábrica de Mercedes Benz en González Catán, donde trabajaba como electricista. Se bajó y comenzó a caminar los pocos metros que lo separaban de su casa, una precaria construcción de revoque a la vista. El colectivo arrancó, el hombre quedó solo en la penumbra de la noche (eran las 19.40) y escuchó que alguien le decía, desde corta distancia: "Un momentito, señor". 

Quien pronunció esas palabras era el agente Peter Malkin, quien en un instante, junto a varios otros que habían esperado pacientemente dentro de un camión, dominaron a Eichmann en el piso y lo metieron en una camioneta que rápidamente desapareció. 

Según contó luego el propio Malkin, en su libro "Eichmann en mis manos", ninguno de los hombres de Harel entendía cómo podía ser "que un hombre que había dictado el destino de millones, desde palacios y mansiones, viviera en una casa despintada sin las más básicas comodidades. ¿Podía ser que esa mujer desaliñada y regordeta fuera la compañera del hombre que cortejó a las más glamorosas y hermosas mujeres de la Europa fascista?". 

Sí, podía ser. Y así lo habían comprobado los hombres de Harel durante los meses de trabajo de inteligencia previa que habían hecho. 

Luego, y siguiendo las órdenes de su jefe, interrogaron a Eichmann durante una semana en una quinta del Gran Buenos Aires y el 20 de mayo lo subieron enmascarado a un avión de la aerolínea israelí El Al, que había llegado a Ezeiza con una misión encubierta. 

Al día siguiente, el jefe de Harel, David Ben Gurión, anunciaba al mundo que el jerarca nazi había sido detenido. Y provocaba la ira del gobierno del presidente argentino Arturo Frondizi, que no se había enterado de nada del operativo que los israelíes hicieron delante de sus narices. Como era previsible, las protestas que llevó a cabo la Cancillería no llegaron a puerto alguno y el juicio a Eichmann comenzó en Jerusalén. 

Harel, un hombre delgado, diminuto y calvo, que nació en Rusia en 1912, emigró a Palestina en 1930 e hizo carrera en la Haganah, el ejército clandestino judío durante el mandato británico en la zona, cumplía así con los motivos que —según dijo alguna vez— lo impulsaban a estar al frente de la captura: vengar la muerte de millones de miembros de su propio pueblo. 

Efectivamente, eso sucedió. Eichmann fue juzgado y ejecutado en la horca, en Jerusalén, el 31 de mayo de 1962. Durante su juicio, jamás negó nada. Sólo intentó ampararse en la obediencia debida. Pero reconoció que la matanza que ayudó a construir "fue la más grande y violenta danza de la muerte de todos los tiempos". 


nazi
EL NAZI ADOLF EICHMANN: TRAS 45 AÑOS, ISRAEL ADMITE QUE SUS ESPIAS LO SECUESTRARON EN ARGENTINA 

Siempre dijo que lo capturó, en 1960, un grupo de voluntarios judíos. Así evitaba la controversia por la violación de la soberanía. Ahora se confirma que la operación la hizo una unidad especial del Mossad. 

Nunca existieron dudas. Se sabe. El Mossad, esos implacables topos del servicio secreto israelí, fue el que se llevó de la Argentina al genocida nazi Adolf Eichmann hace 45 años. Sin embargo Israel lo reconoció oficialmente ayer. Es un gesto clave que ahora permitirá levantar el velo que cubre los detalles ocultos de una histórica operación de espionaje encargada desde los más alto del poder israelí, que demandó dos años de trabajo y que concluyó, juicio mediante, con el ex SS alemán en una horca de Jerusalén, el 31 de mayo de 1962. 

La noticia llegó ayer en una primicia del diario israelí Maariv. Que el reconocimiento de Israel llegue casi medio siglo después de los hechos no es casual. Para muchos críticos el procesamiento de Eichmann, el hombre que orquestó la deportación de judíos de Europa hacia los campos de trabajo y exterminio nazis, guarda un defecto: el secuestro en la Argentina que lo hizo posible. El gobierno del entonces presidente Arturo Frondizi acusó "una flagrante violación" a la soberanía nacional. Muchos agregarán una "violación al derecho internacional". Y otros alegarán además un quiebre de la regla Nº 1 no escrita en la comunidad del espionaje: nunca cometer secuestros en países amigos para evitar conflictos. 

De allí tal vez que el gobierno israelí prefirió repetir desde entonces y hasta ayer que el secuestro de Eichmann fue responsabilidad de "judíos voluntarios" y no del aparato de espionaje del Estado israelí. Hubo un pedido de disculpas formal, y la Argentina, acaso porque no le convenía llamar la atención sobre su clandestina comunidad de ex jerarcas nazis en el país, optó por aceptarlas. Y el escándalo diplomático rápidamente fue olvidado ante el histórico juicio a un Eichmann encerrado en una jaula de vidrio, en Jerusalén. 

La captura de este burócrata del Holocausto fue el más famoso secuestro que llevó adelante el Mossad y la hora de gloria de quien lideró esa cacería, el topo israelí, Isser Harel. Este héroe de los israelíes, el hombre que cazó al responsable operativo de la "solución final del problema judío", escribió los detalles de la operación en un relato que la censura israelí vetó hasta el día de ayer, y que ahora saldrá a la luz. Sin embargo, Harel sí pudo publicar en los 70 parte de su historia en el libro La casa de la calle Garibaldi (título también de una película sobre el secuestro), en alusión a la precaria vivienda en la que vivían los Klement, el apellido que Eichmann y su esposa eligieron desde 13 años antes para esconderse en Argentina, más precisamente en San Fernando. 

En su libro escribió: "No sabía qué tipo de hombre era Eichmann. No sabía con qué afán morboso había cometido su trabajo asesino. No sabía que era capaz de ordenar la masacre de bebés, presentándose como un soldado disciplinado". 

A Harel y su equipo de once topos les llevó dos años dar con —según palabras de Hannah Arendt— este fiel representante de la "banalidad del mal". Una originalmente insignificante pista de un ciego alemán fue la punta de un ovillo que se terminaría de desplegar en la calle de Garibaldi bajó un cielo tormentoso de la tarde del 11 de mayo de 1960. 

Localizado en Argentina, el equipo del Mossad se trasladó a Buenos Aires para el paso final. Sabían que no podían pedir su extradición. El ex SS escaparía. Y Harel había decidido que "si Eichmann estaba vivo, llueva o truene, iba a ser atrapado". El único camino era el secuestro. 

Lo vigilaron por semanas. Se aprendieron el barrio y su rutina. Y cuando el 11 de mayo de aquel año Eichmann bajó del colectivo como todos los días, los hombres del Mossad vieron que llevaba su mano al bolsillo. Temieron un arma. Tres espías le cayeron encima, lo metieron en un auto y lo llevaron a un aguantadero donde fue interrogado nueve días. 

Aprovechando un vuelo de la línea aérea israelí El Al, que el 20 de mayo despegaba de Ezeiza con una delegación oficial israelí —de visita en el país por el 150º aniversario de la Revolución de Mayo—, los topos subieron a Eichmann al avión. Lo drogaron, lo durmieron y lo vistieron como miembro de la tripulación. Le adjudicaron un pasaporte falso israelí y lo hicieron pasar por un tripulante dormido y enfermo. Nadie sospechó. 

Al llegar a Israel, escala previa en Brasil, Harel fue a ver inmediatament al primer ministro israelí David Ben-Gurion y le anunció: "Le traje un regalo". 

En su libro, Harel escribió que "en todo lo que tuviera que ver con los judíos, (Eichmann) era la máxima autoridad y suyas eran las manos que movieron los hilos que controlaban la caza y masacre de hombres. Era señalado como el jefe de los carniceros". 

Hasta hoy, son contradictorias las opiniones acerca de quién era realmente este criminal nazi y sus motivaciones para ser una pieza clave en los planes de Adolf Hitler. El (en su defensa) argumentó en el juicio que cumplía órdenes. Arendt, que escribió una famosa crónica del proceso para The New Yorker, consideró que su motivación "no fue un odio fanático hacia los judíos sino el deseo de avanzar en una carrera que convirtió su trabajo en el de un nazi". 

Sin embargo, otros escritores como David Cesarani, profesor de Historia de la Universidad de Southampton, sostienen que Eichmann, lejos de ser "un robot que recibía órdenes", era "el gerente general del mayor genocidio de la historia". 

En su reciente biografía sobre Eichmann Su vida y crímenes, Cesarani cita una frase reveladora que el ex SS pronunció durante un discurso de despedida a sus colegas en Berlín, en los últimos días de la guerra. Les dijo: "Saber que tengo sobre mi conciencia a cinco millones de judíos me da una gran satisfacción".

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