El Mercado de la injuria Por Horacio González*

La versión electrónica de los grandes diarios hace tiempo ha elegido abrir una sección de comentarios, por lo general anónimos, que se caracterizan por insultos de un tenor antes desconocido, aun en las tradiciones más ostensibles de la prensa amarilla y panfletaria. Este nuevo idioma del sumidero de los periódicos de circulación nacional, llama la atención por la virulencia injuriante con que se expresan y por la que son festejados esos comentarios.

*(para La Tecl@ Eñe)
http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene#!gonzlez-horacio/c22gu

La versión electrónica de los grandes diarios hace tiempo ha elegido abrir una sección de comentarios, por lo general anónimos, que se caracterizan por insultos y deshonras de un tenor antes desconocido, aun en las tradiciones más ostensibles de la prensa amarilla y panfletaria. Este nuevo idioma del sumidero de los diarios más tradicionales -periódicos de circulación nacional-, llama la atención por la virulencia injuriante con que se expresan y por la que son festejados esos comentarios, repletos de calificada vileza.


Se sitúan debajo de artículos que aunque  muy duros en el estilo con que tratan su materia, guardan ciertas formas civiles y muchas veces irónicamente refinadas, integrando sin embargo una curiosa unidad de significado con lo que viene luego: los ultrajes y procacidades antes reservados a fórmulas privadas del trato, mediando siempre una aquiescencia pactada. Pero lo que implícitamente es aceptado en un cenáculo particular o circunspecto, para el goce íntimo de la insidia reservada, cobra aquí un carácter definitorio en cuanto al uso de la lengua colectiva. Fenómeno de la industria de mercancías informacionales globalizadas, estos envíos pseudo-participativos significan oscuros desahogos y un goce en la impudicia del trato. La procacidad múltiple y desenfadada en la lengua es un hecho que ni es simple ni puede ser reglado por nadie Pero debe ser observado en cambio en debates críticos que pongan la dimensión lingüística como parte de la reconstrucción del significado de la política.

Es cierto que estas intervenciones originariamente estaban concebidas como verdaderos foros o blogs, y se apuntaba a la creación de un ágora que no está ausente de muchas manifestaciones de la red llamada “social”, ni tampoco dejan de existir algunas opiniones fundadas en esos mismos ámbitos que promueven los grandes matutinos. Pero allí es imposible sostener una discusión por el nivel cloacal que es lo que les da vida y sigiloso atractivo a estos flechazos descarnados, frente a los que no es raro ver a la Real Academia en actitud de festejo, en brazos de una demagogia que parece llevarlos a pensar que allí hay nuevas floraciones idiomáticas a las que apenas hay que facilitarles una gramática más accesible.

Es que estas “opiniones” son de algún modo termómetros de las pulsiones secretas de una gran ciudad, además de contener numerosas “operaciones políticas” al servicio de tal o cual interés inmediato. Si por un lado son indicadores que un periódico tiene en cuenta una vez que decide tocar esa cuerda oscura del espíritu colectivo, por otro lado revelan el irresponsable proyecto de hacer de estas pseudo-opiniones un acto de la democracia argumentativa. En verdad, son actos destructivos de los vínculos de lenguaje, que anudan lazos sin los cuales no hay subjetividad libre ni discusión pública aceptable.

No nos asustamos de las palabras viscosas, ni creemos que haya que ensayar un moralismo de mate lavado contra un hecho de gran significación en los procesos de zarandear al límite los lenguajes públicos. Pero se abre una polémica que por el momento no prospera porque el mercado de la injuria –presentado como trama discursiva de la genuina opinión pública- es una vasta transacción producida por el negocio del capitalismo libidinal de la información. A las empresas comerciales de noticias les importa más esas comezones y necias diatribas que sus aúlicos editorialistas de turno. Estos están en el cielo y sus opinadores anónimos en el infierno. Lógicamente, unos están en función de los otros.

Pero desde el Dante hasta la actualidad, el Infierno es más atractivo que el “cielo”. Solo que hay un equívoco. En vez del gran poeta italiano, con la cadencia exquisita del idioma y la suma de preciosas  alegorías, tenemos a nuestro servicio las más turbias escatologías que corroen el alma de un país. Propongo pues un ejercicio. Comentaré un diario de la época de Rosas, La Moda de Juan Bautista Alberdi, para ver como hubiera funcionado en aquel tiempo, prolífico en acciones virulentas e insultos públicos, este método de pudrición idiomática que se instaló entre nosotros. Conste que es mejor esta oscura violencia verbal que la violencia física y las guerras que abundan en el mundo. Pero si bien la primera parece “literaria”, “fruto de una pasión escritural”, introduce un tono abismal en la conversación colectiva que consigue pulverizarla. Y entonces sí, puede alojarse en ella otro tipo de arrebato donde la excitación prefigura el acto físico de agresión.

Veamos entonces que hubiera pasado si tales despropósitos hubieran ocurrido hace más de un siglo y medio, cuando la prensa de por sí era batalladora y panfletaria. Aceptemos, a modo de ucronía, este ejemplo. Previamente, una breve reseña sobre “La Moda”.

La Moda de Alberdi hace la primera encuesta social en relación con los lectores de un periódico. Se entiende más, así, su separación un tanto incomprensible de los dominios ya fijados del romanticismo. Alberdi escribe con el pseudónimo de Figarillo, y comentaremos especialmente un artículo suyo sobre la relación entre periodismo y lectura popular, titulado Un papel popular. En este artículo encontramos un anticipo de un tema que recorre la historia del mundo moderno: ¿qué lee el hombre social en sus diferentes estratos y formas de vida? ¿qué lee el pueblo? Éste debe ser también el primer autoexamen del periodismo en la historia nacional, si no consideramos los escritos de Mariano Moreno llamando a que un órgano gubernamental, la Gazeta, cumpla con la tarea de hacer transparentes las decisiones oficiales.

Para Figarillo, “es necesario escribir para el pueblo”. Pero antes “es necesario explorar ese campo”. He aquí como describe lo que hoy llamamos encuesta: “¿Qué mejor medio para ensayar el pueblo que el que se observa con el vino? No es decir esto que sea bueno venderlo ni tragarlo, sino probarlo. Para esto separaré un poco de pueblo, haré un pueblo en miniatura y lo interrogaré sobre cómo quiere que se le escriba”.
No conocemos mejor definición, algo irónica es cierto, de lo que muchas décadas después, se conoció como “técnicas de muestreo social”. Esto ocurre en 1837. Comparecen en esta composición una mujer, un pulpero, un comerciante, un artesano, un anciano letrado y un zapatero, representantes de “las clases de la sociedad”. Las respuestas son adversas a la circulación de los periódicos, cada personaje dando razones específicas para tal razonamiento. Incluso el “anciano letrado” no desentona. Quizás no sea este personaje enteramente ficcional como los demás. Ha sido educado en las universidades de Chuquisaca y Córdoba y responde rechazando la economía política, el derecho público, la ciencia administrativa, la filosofía, la historia y la literatura, el cálculo, el griego y el francés, para recomendar “un abismo de ciencia legislativa, canónica y teológica”.

Este personaje tiene, sí, un nombre supuesto, don Hermogeniano, quien remata diciendo, en consonancia con los demás interrogados: “¡Hombre, que les ha dado a ustedes por escribir papeles públicos! En mi tiempo los mozos no escribían; bien que entonces no había papeles públicos, ellos han venido a la vanguardia de nuestras desgracias públicas. Ninguna falta hacen al público los papeles periódicos, como dijo Polignac, en todo tiempo han sido y de suyo no pueden menos que serlo, un instrumento de sedición y desorden”.
¿Qué conclusiones saca Alberdi de su encuesta burlona? Tropieza con la dura tarea de definir, él, un ironista, al pueblo. Primero lanza el dolido sarcasmo: “Sí: el pueblo es el oráculo sagrado del periodista, como del legislador y del gobernante. Faro inmortal y divino, él es nuestra guía, nuestra antorcha, nuestra musa, nuestro genio, nuestro criterio, él es todo y todo para él ha sido destinado”. Pero luego se pone serio: no se trata de aquel tendero ni del zapatero, ni de don Hermogeniano.

El pueblo no es “el pueblo masa, el pueblo multitud, el pueblo griego ni romano, sino el pueblo representativo, el pueblo moderno de la Europa, el pueblo moderno de Europa y América, el pueblo escuchado en sus órganos inteligentes y legítimos –la ciencia y la virtud”. ¿Y en cuanto a sus encuestados? Ellos cuentan, sí, pero debe escribirse para ellos sin que necesariamente deba contar su opinión, y menos las de los ineptos que critican a La Moda –aquí Alberdi se muestra dolido con los ataques que ha recibido de los federales puros– que por envidia critican al periódico de Figarillo pero si llegaran a escribir sus pobres líneas en él, serían los primeros “en trompetear que no hay papel como La Moda”.


Abierto a los comentarios

Caletre 37: Calláte, Figarillo, roñoso, homosexual, te queda poco tiempo, mierdita de salón. Metete tus minués en el ortito, ¿sabés Alberdi cuanto tiempo te queda en esa redacción apestosa? Já já já

Dr Pedrotelmo: Te vamos aponer un cohete en el orificio, alberdito, montonerito de jacquet, tucumano conchudo, no te recibiste en la universidad, no podés mostrar el título y mostrás tu traserito enroñado, vago que dilapidaste recursos públicos, prohijado por un gobernador burócrata. Si te cruzo por la calle del Cabildo te escupo esa cara de nenito intelectualoide…já já já

Biscocho asado: Alberdi… rajá de nuestra ciudad, provinciano lamebotas, andá turrito con tu filosofía a París, aprovechá ahora que ya no tenés mucho tiempo. ¡Culorroto! ¿No se la mamaste a Echeverría? ¡Otro truhán! Vengan, que los consuelo… já, já, já.

Solitario de la Recova: Te espera el paredón Alberdi, a vos y a tu amiguito Estebancito. Te bajaste los lienzos con el tirano, y más de uno te corrió de atrás. ¿Te gustó no? te vamos a estrenar la desembocadura, y si apretás el esfínter va a ser peor, mugriento de levita engrasada, exilate puto.

Baqueano del Bajo: Alberdi, cobarde, confesá que son un percherón aburrido, un cajetilla invertido. La tenés adentro, autorcito del Fragmento al estudio del Derecho! Qué derecho, si sos un torcido, y lo único derecho que conocés es cuando te la sirven de retaguardia. Putito romanticoide, tomátelas a Montevideo.

Juan pueblo: ¿Recién ahora descubrís lo que es el pueblo, mariquita? ¿Cómo te van a leer a vos, petimetre, mierdita ensobrada? já já já, ¡Cómo estamos afinando el violín para cuando te toque, soretito disminuido, caquita olvidada en la vereda! Já, Já, Já.


El moderador se frota las manos. Ha bochado una o dos intervenciones pues les faltaba el vigor denigrante que es necesario. ¡Hay que mantener el nivel, mierditas! ¡El nuevo periodismo precisa vida, pasión, jugarse por ideas, hablar con verdades conmovedoras, destructivas, que aplasten a quienquiera que asome la testuz! ¡He dicho!


*Director de la Biblioteca Nacional. Sociólogo, ensayista y escritor.

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