Panamá Revista LAS VEINTE VERDADES
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Panamá Revista
17 / 01 | POLÍTICA, SOCIEDAD
LAS VEINTE VERDADES
Perón proclamó "Las Veinte Verdades Peronistas" el 17 de octubre de 1950, exactamente cinco años después de que se pusiera en marcha bajo su liderazgo uno de los movimientos de masas más significativos del siglo veinte en América Latina. Se trata de un compendió de clichés y lugares comunes que, por eso, iluminan aquella época maravillosa en su momento menos estridente. Llamados al orden y a la organización y a la subordinación y a la cooperación; vistas hoy, en cada verdad se cifraba el futuro, nuestro presente. Como contribución a esta nueva era ofrecemos un compendio fragmentario y oblicuo desde el cual muy difícilmente se abran las grandes alamedas, sino más bien uno, dos, tres mil callejuelas entrecortadas por las que pasará la primera generación de la Argentina post peronista.
Ernesto Semán
Verdad 5:
"EL KIRCHNERISMO MOSTRÓ LOS LÍMITES DEL PERONISMO. Y DEJÓ QUE ALGUIEN MÁS EXPLORARA LA VIDA POR FUERA DEL PJ."
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El día que hoy pocos recuerdan y que pasará a la historia cuando se reconstruya la historia política del siglo veintiuno es el 26 de marzo de 2004. Los detalles los conversaremos en unas décadas, cuando se nos desclasifiquen las memorias privadas, los archivos. Cuando pasen las causas y La Causa. Pero ese día, el kirchnerismo comenzó la exploración de lo que fue su idea más astuta y trascendente para la política argentina: romper con el peronismo y armar desde el gobierno un nuevo movimiento político. El disparador fue el Congreso del Partido Justicialista en Parque Norte. Allí, Cristina Kirchner, en un momento de popularidad altísima y creciente para el gobierno, fue silbada e insultada por buena parte de los asistentes, prefacio de una memorable carajeada entre ella y Chiche Duhalde. Entre ella, en ese momento una de las figuras más cautivantes de la política argentina, y Chiche Duhalde, un estigma ambulante. La foto de esa jornada muestra al PJ reducido a su formulación más mafiosa, y un gobierno que reinventaba una identidad política atrevida, democratizadora. Había en el kirchnerismo algo que lo diferenciaba de tradiciones varias del justicialismo: la percepción, desde arriba, de una sociedad fragmentada y con múltiples demandas imposible de aplastar bajo el mito enorme de la “clase trabajadora”, y el consecuente desarrollo de una política pública que dialogaba con las demandas de todas estas minorías, alentando su fortalecimiento y ampliando derechos y beneficios.
Sea porque el peronismo había perdido su capacidad para contener proyectos políticos diversos (potenciándolos y limándolos a un mismo tiempo), sea porque el kirchnerismo se proponía algo que rompía con los límites de aquello para lo que el PJ había servido como vehículo hasta ese momento, la mismísima reinvención de la política argentina estuvo en la mesa de discusión por algo más de un año, quizás como nunca antes desde 1945.
Ah, our moment is swift, like ships adrift. Todo fue tan rápido. En aquel entonces, Néstor Kirchner vio demasiado los riesgos de esa iniciativa. Cristina Kirchner se entusiasmó con sus potencialidades. Al entonces presidente, el panorama de un gobierno apoyado en la provincia de Santa Cruz, Aníbal Ibarra, Hermes Binner y Luis Juez le pareció un precipicio temerario (recordar Verdad 1: La sillita de Rivadavia se siente muy frágil cuando uno se sienta ahí. En el 2004, la sillita era de papel.) Razones no le faltaban. A la entonces primera dama, la posibilidad de avanzar sobre el PJ y crear algo enteramente propio no sólo le parecía tentadora: apoyados en un crecimiento económico sostenido, era, en su mirada, la única chance de consolidar un proyecto político nuevo y fundacional. Razones no le faltaban.
Las elecciones legislativas de 2005, donde el kirchnerismo probó sin suerte la competencia contra algunos caciques del PJ, sellaron el debate en una estrategia intermedia que marcaría la década siguiente. El gobierno perpetuó al PJ como su instrumento político privilegiado en una tensión que erosionó mucho más al primero que al último. Al mismo tiempo, el kirchnerismo puso en marcha la formación, promoción y apoyo a una nueva generación de militantes y dirigentes con la esperanza de convertirlos en una alternativa al peronismo: “Cuantos más nombres nuevos haya en las listas del 2007 y el 2009, menos dependemos del PJ.” El conflicto con el campo y la pelea con Clarín se convirtieron a su turno en la Casa Amarilla donde el equipo entrante hacía también sus primeros palotes. Nadie podía imaginar en ese momento con alguna los potenciales, las limitaciones, las estrategias ni la mismísima denominación de “La Cámpora”. Aunque si el nombre es arquetipo de la cosa, cualquiera debió ver dos años después, en la elección de la figura del odontólogo, las falencias de una apuesta nueva que insistía en asentarse sobre sus carencias.
Verdad 6:
"EL PERONISMO MUERE COMO HYMAN ROTH, INFARTO ETERNO"
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El Peronismo
muere como Hyman Roth,
infarto eterno
Haiku a la larga agonía
(a Tulio, con cariño)
Verdad 7:
"ARGENTINA NO ES UN PAÍS DE FANÁTICOS SINO DE FANATISMOS."
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¿Y si invertimos la pregunta retórica de la Verdad 3?: ¿Podríamos imaginar a Macri apoyando a un gobierno con las características que tuvieron los de Néstor y Cristina Kirchner? No. De ahí a suponer que Cambiemos es una fuerza movilizada alrededor de un fanatismo ideológico de derecha hay un abismo, una verdadera brecha en la cual se hunden, además, las apuestas más delirantes de la nueva oposición.
No. Argentina no es un país de fanáticos sino de fanatismos. El último fanático argentino de pura cepa fue Jorge Abelardo Ramos. El PRO no es un partido de fanáticos, aun si está poblado de ellos. Fanáticos enardecidos con la coyuntura, fanáticos ideológicos, fanáticos sintomáticos, como cada declaración de Alfonso Prat-Gay parece sugerir. Si algo mostraron la campaña electoral y el primer mes de gobierno son tanto los reflejos básicos de la fuerza como la plasticidad para poner en juego esos reflejos en conversación con una sociedad democrática y movilizada, por momentos más asentada en su histórico instinto plebeyo que lo que la suerte electoral del justicialismo pueda indicar.
No. Cambiemos no salió a predicar el evangelio de derecha con indiferencia de la audiencia y el resultado. Su campaña fue el reconocimiento de tener enfrente ideas y demandas y derechos y expectativas frente a las cuales su propuesta conservadora debía dar una respuesta. Adaptando a estas pampas aquella metáfora fundacional de Durkheim sobre los hechos sociales, Macri no salió a hablar francés en las barriadas de Moreno, indiferente a la recepción que pudiera tener o a quien lo pudiera entender. Su campaña registró, en cambio, la solidez de fuerzas externas y superiores a la suma de los individuos que tenía enfrente, fuerzas que ofrecían una formidable resistencia a un cambio abrupto como el que pudo querer. Una fecha clave en el libro que escribiremos dentro de 20 años sobre la historia de este gobierno es el 19 de julio, el día en que Macri hizo su discurso enfatizando la continuidad de los planes sociales más emblemáticos de la década kirchnerista y así como la decisión de no revertir algunas de sus nacionalizaciones. La importancia de aquel discurso, pronunciado con la torpeza y frialdad incongruente del candidato, fue mucho más allá de los anuncios (cuya veracidad sólo será confirmada con el tiempo). Anticipó el desfiladero estrecho por el que se movió durante las primeras semanas de gobierno, evidenció la vocación de Cambiemos por construir una coalición amplia alrededor de sus ideas fundantes e incorporó nociones incipientes de derechos sociales en la agenda de un movimiento que, hasta ese momento, parecía desconocerlos. (Y acá nos importa un coco la inteligencia, cintura política o capacidad anticipatoria de Macri para dar ese paso. El presidente no parece ser inteligente bajo ninguno de esos parámetros, todo indica que para eso están Marcos Peña y Federico Pinedo. Su medianía también pone en discusión su rol como catalizador de un proyecto que lo excede, algo que será importante en breve, cuando la agenda del gobierno muestre las restricciones que impone a esa apertura, cuando la política se dirima en la seguridad y el achicamiento y la disciplina de los cuerpos. Y en todo caso, si es por inteligencia, este es un país en el que lo mejor que pasó en su historia lo trajo un tipo que 72 horas antes de convertirse en el líder político más importante de América Latina le escribía a su novia para prometerle renunciar a todo a cambio de un futuro de mimos en la Patagonia, y que luego se pasó 26 de sus 29 años de carrera política tratando de poner violentamente en caja al formidable movimiento obrero que se había reinventado a su sombra. Menudo quilombo nos dejó con su testarudez).
Más aún, si el discurso de Macri aceptó la poderosa herencia ideológica y económica de la década pasada, la decisión de Cambiemos de no avanzar en ningún acuerdo con Sergio Massa también registró que el peronismo en cualquiera de sus formas ya no era imprescindible para construir una alternativa de poder, o bien era un instrumento que le impedía desplegarse a pleno, o bien era un obstáculo para ello. Como Cristina Kirchner diez años antes pero desde el lugar opuesto y percibiendo un mayor margen de maniobra, Cambiemos vio el espacio por fuera del peronismo y se condenó a construir desde ahí.
Si por ideologismo no entendemos la existencia de ideas fuertes y claras, sino aferrarse a ellas renunciando a alguna forma de corroboración (empírica, externa, consensual), Cambiemos no es su ejemplo representativo. Lo cual no significa que el gobierno carezca de ideas y que las mismas no vayan a definir la Argentina de los próximos muchos años. La liberación de las fuerzas productivas, la paz social y el progresivo ascenso de la seguridad en la agenda oficial definirán la suerte del gobierno, y con él la de todos los demás.
Verdad 8:
"ESTE NO ES UN GOBIERNO DE DERECHA. ES UN GOBIERNO DE CLASE."
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Gente que debería dejar de leer aquí mismo estas verdades:
Los que no pueden distinguir entre ambas cosas.
Los que creen que “derecha” e “izquierda” no son categorías útiles.
Los que creen que “clase social” no es una categoría explicativa.
Los que creen que “derecha”, “izquierda” o “clase social” explican de por sí todo lo que tienen delante.
Los que creen que un gobierno de las clases altas no puede ser un proyecto que involucre activamente el apoyo de grandes mayorías.
A los que quedan:
… lo cual no significa que muchos de quienes lo integran puedan ser de derecha en el contexto político argentino, o que el gobierno no termine por serlo en sus rasgos distintivos: en su concepción del conflicto social, en la relación que establezca entre libertad individual y libertad económica y entre estas y los derechos sociales, en la forma en la que traduzca en políticas públicas su mirada de cómo deben comportarse quienes no están en control de los recursos económicos y políticos del país y aspiran a tener una injerencia mayor. Pero eso es precisamente un proyecto en construcción en estas mismas horas, el punto de anclaje y el entusiasmo que genera entre sus miembros hoy es, también, algo distinto.
Entre las historias que faltan escribir, una de ellas debería trazar el origen de la pronunciación y el acento de las clases acomodadas de la Argentina. Las palabras salen como deslizadas bajo los efectos del fluir constante de un buen scotch, la lengua un número más grande que la boca, el sonido navegando por las vocales para desentenderse del obstáculo prescindible de las consonantes. Es un homenaje al confort y al letargo, así como una representación de los mismos, un contraste violento tanto con el staccato de origen italiano que marca el acento de los porteños como con la verba ensimismada del interior. Macri es el primero de su clase en llevar con orgullo ese símbolo de status a la cumbre del poder político moderno. La suya es, incluso, una portación afectada. No deja de ser interesante que tamaña simbología quede a cargo de alguien cuya biografía fuerza a la impostación acelerada, a la reencarnación de Mi Bella Dama en la verba de quienes necesitan borrar la huella reciente y bastarda de un poder económico que, para ser efectivo como vehículo político, debe percibirse a sí mismo como natural y eterno. Es difícil saber si se trata de un fenómeno espontáneo, de contagio promiscuo, o aspiracional. Pero de entre toda la barbarie de nuestra clase dominante, nadie mejor para llevar adelante esa transformación de patrones en líderes que Mauricio Macri, el miembro débil la primera generación de su familia en crecer sin privaciones. Nadie mejor para sepultar la rítmica delatora de i terroni que el presidente celebrado en Calabria como uno de los nuestros.
La aspiración de consolidar un proyecto político de clase puede ser una pesadilla nacional, pero para ser efectiva, abrevará de tradiciones diversas y políticas varias. Combinará, como sólo puede hacerse desde el poder, las aspiraciones modernizadoras con las tradiciones y jerarquías que las hacen posible.
Para hacerlo, llega con proyecto pero sin libro. Ni el Programa de Avellaneda, ni Las 20 Verdades, ni la Convertibilidad, ni El Ladrillo, como los economistas chilenos egresados de la Universidad de Chicago le llamaban al programa económico que le acercaron al Almirante Merino en 1973 para llevar adelante bajo Pinochet. Cambiemos llega para terminar de construir desde el gobierno un proyecto político masivo y sustentable para grupos económicos concentrados que se perciben en condiciones de ofrecerle al país, con el poder que les confiere la clase y la superioridad que establece sobre otros, un modelo político, una organización social y una cultura que nos identifique como nación. Hablaríamos de la burguesía si nos dejaran vivir en paz. Aún si el camino llegara a ser el de la violencia social institucionalizada en el saber y en las relaciones económicas desnudas, su proyecto tiene mucho más que ver con corregir y rectificar la persistencia plebeya que con reprimirla. Arrestar a Sala es sobre todo un esfuerzo estético por refundar la nación y acomodar los rostros que contenga a sus nuevos parámetros. Muchísimo más que el esfuerzo por imponer, es la ambición de una nueva identidad nacional. Para que, medio siglo después de que José Luis de Imaz escribiera “Los Que Mandan”, los que mandan dejen de hacerlo para por fin poder convertirse en elite.
¿Quién de Cambiemos escribirá el Facundo?
**
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17 / 01 | POLÍTICA, SOCIEDAD
LAS VEINTE VERDADES
Perón proclamó "Las Veinte Verdades Peronistas" el 17 de octubre de 1950, exactamente cinco años después de que se pusiera en marcha bajo su liderazgo uno de los movimientos de masas más significativos del siglo veinte en América Latina. Se trata de un compendió de clichés y lugares comunes que, por eso, iluminan aquella época maravillosa en su momento menos estridente. Llamados al orden y a la organización y a la subordinación y a la cooperación; vistas hoy, en cada verdad se cifraba el futuro, nuestro presente. Como contribución a esta nueva era ofrecemos un compendio fragmentario y oblicuo desde el cual muy difícilmente se abran las grandes alamedas, sino más bien uno, dos, tres mil callejuelas entrecortadas por las que pasará la primera generación de la Argentina post peronista.
Ernesto Semán
@ErnestoSeman
Historiador y escritor. Nacido en enero de 1969. Días más, días menos, estará festejando su cumpleaños para cuando usted esté leyendo esto. Ultimo libro, "Soy un bravo piloto de la nueva China" (novela, Mondadori, 2011)
Verdad 5:
"EL KIRCHNERISMO MOSTRÓ LOS LÍMITES DEL PERONISMO. Y DEJÓ QUE ALGUIEN MÁS EXPLORARA LA VIDA POR FUERA DEL PJ."
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El día que hoy pocos recuerdan y que pasará a la historia cuando se reconstruya la historia política del siglo veintiuno es el 26 de marzo de 2004. Los detalles los conversaremos en unas décadas, cuando se nos desclasifiquen las memorias privadas, los archivos. Cuando pasen las causas y La Causa. Pero ese día, el kirchnerismo comenzó la exploración de lo que fue su idea más astuta y trascendente para la política argentina: romper con el peronismo y armar desde el gobierno un nuevo movimiento político. El disparador fue el Congreso del Partido Justicialista en Parque Norte. Allí, Cristina Kirchner, en un momento de popularidad altísima y creciente para el gobierno, fue silbada e insultada por buena parte de los asistentes, prefacio de una memorable carajeada entre ella y Chiche Duhalde. Entre ella, en ese momento una de las figuras más cautivantes de la política argentina, y Chiche Duhalde, un estigma ambulante. La foto de esa jornada muestra al PJ reducido a su formulación más mafiosa, y un gobierno que reinventaba una identidad política atrevida, democratizadora. Había en el kirchnerismo algo que lo diferenciaba de tradiciones varias del justicialismo: la percepción, desde arriba, de una sociedad fragmentada y con múltiples demandas imposible de aplastar bajo el mito enorme de la “clase trabajadora”, y el consecuente desarrollo de una política pública que dialogaba con las demandas de todas estas minorías, alentando su fortalecimiento y ampliando derechos y beneficios.
Sea porque el peronismo había perdido su capacidad para contener proyectos políticos diversos (potenciándolos y limándolos a un mismo tiempo), sea porque el kirchnerismo se proponía algo que rompía con los límites de aquello para lo que el PJ había servido como vehículo hasta ese momento, la mismísima reinvención de la política argentina estuvo en la mesa de discusión por algo más de un año, quizás como nunca antes desde 1945.
Ah, our moment is swift, like ships adrift. Todo fue tan rápido. En aquel entonces, Néstor Kirchner vio demasiado los riesgos de esa iniciativa. Cristina Kirchner se entusiasmó con sus potencialidades. Al entonces presidente, el panorama de un gobierno apoyado en la provincia de Santa Cruz, Aníbal Ibarra, Hermes Binner y Luis Juez le pareció un precipicio temerario (recordar Verdad 1: La sillita de Rivadavia se siente muy frágil cuando uno se sienta ahí. En el 2004, la sillita era de papel.) Razones no le faltaban. A la entonces primera dama, la posibilidad de avanzar sobre el PJ y crear algo enteramente propio no sólo le parecía tentadora: apoyados en un crecimiento económico sostenido, era, en su mirada, la única chance de consolidar un proyecto político nuevo y fundacional. Razones no le faltaban.
Las elecciones legislativas de 2005, donde el kirchnerismo probó sin suerte la competencia contra algunos caciques del PJ, sellaron el debate en una estrategia intermedia que marcaría la década siguiente. El gobierno perpetuó al PJ como su instrumento político privilegiado en una tensión que erosionó mucho más al primero que al último. Al mismo tiempo, el kirchnerismo puso en marcha la formación, promoción y apoyo a una nueva generación de militantes y dirigentes con la esperanza de convertirlos en una alternativa al peronismo: “Cuantos más nombres nuevos haya en las listas del 2007 y el 2009, menos dependemos del PJ.” El conflicto con el campo y la pelea con Clarín se convirtieron a su turno en la Casa Amarilla donde el equipo entrante hacía también sus primeros palotes. Nadie podía imaginar en ese momento con alguna los potenciales, las limitaciones, las estrategias ni la mismísima denominación de “La Cámpora”. Aunque si el nombre es arquetipo de la cosa, cualquiera debió ver dos años después, en la elección de la figura del odontólogo, las falencias de una apuesta nueva que insistía en asentarse sobre sus carencias.
Verdad 6:
"EL PERONISMO MUERE COMO HYMAN ROTH, INFARTO ETERNO"
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El Peronismo
muere como Hyman Roth,
infarto eterno
Haiku a la larga agonía
(a Tulio, con cariño)
Verdad 7:
"ARGENTINA NO ES UN PAÍS DE FANÁTICOS SINO DE FANATISMOS."
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¿Y si invertimos la pregunta retórica de la Verdad 3?: ¿Podríamos imaginar a Macri apoyando a un gobierno con las características que tuvieron los de Néstor y Cristina Kirchner? No. De ahí a suponer que Cambiemos es una fuerza movilizada alrededor de un fanatismo ideológico de derecha hay un abismo, una verdadera brecha en la cual se hunden, además, las apuestas más delirantes de la nueva oposición.
No. Argentina no es un país de fanáticos sino de fanatismos. El último fanático argentino de pura cepa fue Jorge Abelardo Ramos. El PRO no es un partido de fanáticos, aun si está poblado de ellos. Fanáticos enardecidos con la coyuntura, fanáticos ideológicos, fanáticos sintomáticos, como cada declaración de Alfonso Prat-Gay parece sugerir. Si algo mostraron la campaña electoral y el primer mes de gobierno son tanto los reflejos básicos de la fuerza como la plasticidad para poner en juego esos reflejos en conversación con una sociedad democrática y movilizada, por momentos más asentada en su histórico instinto plebeyo que lo que la suerte electoral del justicialismo pueda indicar.
No. Cambiemos no salió a predicar el evangelio de derecha con indiferencia de la audiencia y el resultado. Su campaña fue el reconocimiento de tener enfrente ideas y demandas y derechos y expectativas frente a las cuales su propuesta conservadora debía dar una respuesta. Adaptando a estas pampas aquella metáfora fundacional de Durkheim sobre los hechos sociales, Macri no salió a hablar francés en las barriadas de Moreno, indiferente a la recepción que pudiera tener o a quien lo pudiera entender. Su campaña registró, en cambio, la solidez de fuerzas externas y superiores a la suma de los individuos que tenía enfrente, fuerzas que ofrecían una formidable resistencia a un cambio abrupto como el que pudo querer. Una fecha clave en el libro que escribiremos dentro de 20 años sobre la historia de este gobierno es el 19 de julio, el día en que Macri hizo su discurso enfatizando la continuidad de los planes sociales más emblemáticos de la década kirchnerista y así como la decisión de no revertir algunas de sus nacionalizaciones. La importancia de aquel discurso, pronunciado con la torpeza y frialdad incongruente del candidato, fue mucho más allá de los anuncios (cuya veracidad sólo será confirmada con el tiempo). Anticipó el desfiladero estrecho por el que se movió durante las primeras semanas de gobierno, evidenció la vocación de Cambiemos por construir una coalición amplia alrededor de sus ideas fundantes e incorporó nociones incipientes de derechos sociales en la agenda de un movimiento que, hasta ese momento, parecía desconocerlos. (Y acá nos importa un coco la inteligencia, cintura política o capacidad anticipatoria de Macri para dar ese paso. El presidente no parece ser inteligente bajo ninguno de esos parámetros, todo indica que para eso están Marcos Peña y Federico Pinedo. Su medianía también pone en discusión su rol como catalizador de un proyecto que lo excede, algo que será importante en breve, cuando la agenda del gobierno muestre las restricciones que impone a esa apertura, cuando la política se dirima en la seguridad y el achicamiento y la disciplina de los cuerpos. Y en todo caso, si es por inteligencia, este es un país en el que lo mejor que pasó en su historia lo trajo un tipo que 72 horas antes de convertirse en el líder político más importante de América Latina le escribía a su novia para prometerle renunciar a todo a cambio de un futuro de mimos en la Patagonia, y que luego se pasó 26 de sus 29 años de carrera política tratando de poner violentamente en caja al formidable movimiento obrero que se había reinventado a su sombra. Menudo quilombo nos dejó con su testarudez).
Más aún, si el discurso de Macri aceptó la poderosa herencia ideológica y económica de la década pasada, la decisión de Cambiemos de no avanzar en ningún acuerdo con Sergio Massa también registró que el peronismo en cualquiera de sus formas ya no era imprescindible para construir una alternativa de poder, o bien era un instrumento que le impedía desplegarse a pleno, o bien era un obstáculo para ello. Como Cristina Kirchner diez años antes pero desde el lugar opuesto y percibiendo un mayor margen de maniobra, Cambiemos vio el espacio por fuera del peronismo y se condenó a construir desde ahí.
Si por ideologismo no entendemos la existencia de ideas fuertes y claras, sino aferrarse a ellas renunciando a alguna forma de corroboración (empírica, externa, consensual), Cambiemos no es su ejemplo representativo. Lo cual no significa que el gobierno carezca de ideas y que las mismas no vayan a definir la Argentina de los próximos muchos años. La liberación de las fuerzas productivas, la paz social y el progresivo ascenso de la seguridad en la agenda oficial definirán la suerte del gobierno, y con él la de todos los demás.
Verdad 8:
"ESTE NO ES UN GOBIERNO DE DERECHA. ES UN GOBIERNO DE CLASE."
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Gente que debería dejar de leer aquí mismo estas verdades:
Los que no pueden distinguir entre ambas cosas.
Los que creen que “derecha” e “izquierda” no son categorías útiles.
Los que creen que “clase social” no es una categoría explicativa.
Los que creen que “derecha”, “izquierda” o “clase social” explican de por sí todo lo que tienen delante.
Los que creen que un gobierno de las clases altas no puede ser un proyecto que involucre activamente el apoyo de grandes mayorías.
A los que quedan:
… lo cual no significa que muchos de quienes lo integran puedan ser de derecha en el contexto político argentino, o que el gobierno no termine por serlo en sus rasgos distintivos: en su concepción del conflicto social, en la relación que establezca entre libertad individual y libertad económica y entre estas y los derechos sociales, en la forma en la que traduzca en políticas públicas su mirada de cómo deben comportarse quienes no están en control de los recursos económicos y políticos del país y aspiran a tener una injerencia mayor. Pero eso es precisamente un proyecto en construcción en estas mismas horas, el punto de anclaje y el entusiasmo que genera entre sus miembros hoy es, también, algo distinto.
Entre las historias que faltan escribir, una de ellas debería trazar el origen de la pronunciación y el acento de las clases acomodadas de la Argentina. Las palabras salen como deslizadas bajo los efectos del fluir constante de un buen scotch, la lengua un número más grande que la boca, el sonido navegando por las vocales para desentenderse del obstáculo prescindible de las consonantes. Es un homenaje al confort y al letargo, así como una representación de los mismos, un contraste violento tanto con el staccato de origen italiano que marca el acento de los porteños como con la verba ensimismada del interior. Macri es el primero de su clase en llevar con orgullo ese símbolo de status a la cumbre del poder político moderno. La suya es, incluso, una portación afectada. No deja de ser interesante que tamaña simbología quede a cargo de alguien cuya biografía fuerza a la impostación acelerada, a la reencarnación de Mi Bella Dama en la verba de quienes necesitan borrar la huella reciente y bastarda de un poder económico que, para ser efectivo como vehículo político, debe percibirse a sí mismo como natural y eterno. Es difícil saber si se trata de un fenómeno espontáneo, de contagio promiscuo, o aspiracional. Pero de entre toda la barbarie de nuestra clase dominante, nadie mejor para llevar adelante esa transformación de patrones en líderes que Mauricio Macri, el miembro débil la primera generación de su familia en crecer sin privaciones. Nadie mejor para sepultar la rítmica delatora de i terroni que el presidente celebrado en Calabria como uno de los nuestros.
La aspiración de consolidar un proyecto político de clase puede ser una pesadilla nacional, pero para ser efectiva, abrevará de tradiciones diversas y políticas varias. Combinará, como sólo puede hacerse desde el poder, las aspiraciones modernizadoras con las tradiciones y jerarquías que las hacen posible.
Para hacerlo, llega con proyecto pero sin libro. Ni el Programa de Avellaneda, ni Las 20 Verdades, ni la Convertibilidad, ni El Ladrillo, como los economistas chilenos egresados de la Universidad de Chicago le llamaban al programa económico que le acercaron al Almirante Merino en 1973 para llevar adelante bajo Pinochet. Cambiemos llega para terminar de construir desde el gobierno un proyecto político masivo y sustentable para grupos económicos concentrados que se perciben en condiciones de ofrecerle al país, con el poder que les confiere la clase y la superioridad que establece sobre otros, un modelo político, una organización social y una cultura que nos identifique como nación. Hablaríamos de la burguesía si nos dejaran vivir en paz. Aún si el camino llegara a ser el de la violencia social institucionalizada en el saber y en las relaciones económicas desnudas, su proyecto tiene mucho más que ver con corregir y rectificar la persistencia plebeya que con reprimirla. Arrestar a Sala es sobre todo un esfuerzo estético por refundar la nación y acomodar los rostros que contenga a sus nuevos parámetros. Muchísimo más que el esfuerzo por imponer, es la ambición de una nueva identidad nacional. Para que, medio siglo después de que José Luis de Imaz escribiera “Los Que Mandan”, los que mandan dejen de hacerlo para por fin poder convertirse en elite.
¿Quién de Cambiemos escribirá el Facundo?
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