15 octubre, 2018

Ciberacoso - Linchamento vía red - Córdoba, Argentina 2017

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Cómo torturar y arruinar una vida por las redes sociales

Gabriel Fernández fue torturado, apuñalado y abusado en Capilla del Monte luego de que su exmujer lo acusó por Facebook de ser un violador, algo que no era. Pide ayuda para reconstruir su casa incendiada.
Publicado por Redacción de Vía Córdoba - 12/10/2017

 
Por Alejo Gómez.

La patota arrastró al supuesto violador al patio y lo molió a golpes. Patadas, trompadas y un palazo que tenía como destino la cabeza, pero que finalmente le partió el brazo cuando se cubrió. Después lo sujetó cabeza abajo a un árbol para que viera, desde un mundo al revés, cómo se desintegraba su casa que acababan de incendiar. 

La cosa se puso peor: le gatillaron en la cabeza, lo reventaron a golpes, le pegaron un puntazo a la altura del pulmón, lo reventaron a golpes. Después lo rociaron con whisky y trataron de quemarlo vivo. Por último lo abusaron sexualmente. No cruzaron la línea de la vida a la muerte porque justo la casa estalló, un vecino se asomó a ver qué pasaba y llamó a la Policía.

La tortura de Gabriel Fernández finalizó con los últimos cimientos derrumbados de su casa y su vida. La tortura física, porque la psíquica sigue fuerte.

El (principal) problema es que el supuesto violador no era violador: la Justicia determinó que la denuncia contra Gabriel Fernández era falsa, sin pruebas, inválida, inexistente.

Pero su exmujer se descargó en Facebook, puso la foto de Gabriel, lo acusó sin pruebas de haber abusado de su pequeña hija, y pasó lo que pasa siempre en las redes sociales: la gente se puso el traje de juez y verdugo al mismo tiempo, y salió a linchar virtual y físicamente.

La historia de Gabriel Fernández, el vecino torturado y casi asesinado en agosto en Capilla del Monte por una denuncia falsa de su expareja, tuvo repercusión nacional. Es un ejemplo de que la justicia por mano propia saca lo más salvaje y primitivo de la gente, mucho más allá de que el “ajusticiado” sea culpable o inocente.

Después de varios días en la terapia del Hospital Domingo Funes de Cosquín, Fernández abandonó sus 27 años viviendo en Capilla del Monte y se instaló en provincia de Buenos Aires. Desde allá brindó a Día a Día este testimonio que necesariamente debe ser en primera persona.

Antes de comenzar, pide un favor: que alguna autoridad (el intendente de Capilla, una ONG o la Provincia) lo ayude a reconstruir su casa incendiada. Mandó mensajes, llamó por teléfono, se presentó en persona. Pero nadie le respondió, y ya no sabe qué puerta golpear.

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Vida montada. Después de lo que me hicieron estuve un mes y medio parado, sin trabajar. Ya me empecé a sentir mejor y conseguí changas en un laburo. No me aguantaba tanto tiempo sin hacer nada. En cuanto me sacaron el yeso por el palazo en el brazo, salí a buscar algo para mantenerme ocupado y relajar la cabeza.

Tengo 53 años, y pasé 27 de esos 53 en Capilla del Monte. En su momento llegué para ganarme la vida como artesano, pero con el tiempo me dediqué a mi profesión, soy técnico constructor.

En Capilla tenía una vida montada. Tenía máquinas de trabajo, herramientas, carpintería, instrumentos musicales, hobbys, ocupaciones. Me gustaría volver, pero ahora no tengo nada, nomás el terreno pelado donde antes estaba mi casa. Además todo es bastante confuso para mí, fue como si me hubiera pasado un tsunami y mi vida anterior no existiera más. La vida que construí antes de esto es tan sólo una referencia.

Al contar todo esto no busco venganza, simplemente deseo que no le pase nunca a nadie. Fue una cosa que no merecí, me vi envuelto en una denuncia falsa y viví una situación horrible, porque más allá de las heridas físicas y de la casa incendiada, algunas personas te siguen mirando de otra forma.



Eso es algo que duele de verdad: gente que ni te conoce opina de vos y te acusa. Yo ni siquiera tengo Facebook y me enteré por conocidos de que me acusaban de haber abusado de mi hijastra, no lo podía creer.

Hubo gente en las redes sociales que decía que aunque yo no tuviera nada que ver con el abuso, me debían matar igual. Hay personas que no entienden, que se quedan con el titular, consumen esa basura y listo. Los medios de prensa aportaron lo suyo en ese sentido: se quedaron con el morbo, con lo que vende, y desvirtuaron la realidad.

Me ilusiono con volver a tener una vida tranquila como antes.

Denuncia falsa. Esto pasó el jueves 10 de agosto y a mí me atacaron el domingo 13. El lunes 14 tenía previsto presentarme en la Fiscalía y ofrecer que me hicieran estudios de sangre. Pero nunca llegué.

Con mi exmujer, Flavia Saganías, llevábamos dos meses separados cuando ella hizo la denuncia. La conocí hace muchos años, cuando me contrató para que le construyera su casa. En aquel entonces ella tenía una hija de 1 año a la que traté como si fuera mía. Yo no fui su padre, pero estuve colaborando en todo lo que pude. Siempre con respeto y ayudando a Flavia a criarla.

Seis años estuvimos en pareja con Flavia. A mi parecer, nos separamos en buenos términos. En los últimos días ella dejó de contestarme el teléfono y un día me enteré del escrache en Facebook. Al principio fue sorpresivo y luego violento. No dejo de preguntármelo: ¿por qué hizo eso? Fue todo muy extremo, una acusación terrible que se volvió una pesadilla, porque yo también tengo hijos. Imagino lo mal que lo debe estar pasando la hija de Flavia con todo esto.

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Como decía, el jueves a la mañana me enteré de una denuncia que me hizo Flavia, pero no sabía qué tipo de denuncia. Ese mismo jueves a la tarde me citó la Policía y me notificó que había una orden de restricción con ella.

Decidí ir el lunes a la Fiscalía a que me explicaran.

El jueves a la noche me enteré del tipo de denuncia. En un grupo de Facebook dedicado al intercambio, Flavia puso mi foto, mi nombre y apellido, mi dirección y auto que manejaba, y escribió que yo era un violador de niños. Por WhatsApp me empezaron a llegar mensajes de mis amigos con la captura de pantalla. “Che, ¿esto es joda o es en serio?”, me preguntaban. Y la verdad es que yo no entendía nada. Algunos amigos denunciaron la publicación, pero Facebook tardó una hora en levantarla, y durante esa hora el posteo fue compartido por mucha gente que me acumuló bronca.

Mi primera sensación al leer el posteo fue desagradecimiento. Lo que ella hizo es una aberración, porque yo puedo llevarme bien o mal con alguien, pero no me esperaba una cosa así. Incluso hubo gente de mi confianza que al principio dudó de mí, pero finalmente se dio cuenta de que era una denuncia falsa.

Con esto descubrí quién es mi amigo y quién no vale la pena. Es el saldo que rescato a lo que me pasó, aunque el precio fue altísimo.

Salvajismo. El domingo a la mañana estaba acostado cuando un hermano de Flavia golpeó la puerta. “Abrí, vengo a hablar de la locura que está haciendo mi hermana”, me dijo. Flavia es oriunda de Buenos Aires, de Isidro Casanova. A su familia la había tratado poco, en alguna ocasión compartimos mates en un balneario, cosas así, pero no mucho más. De todos modos no esperaba que hicieran lo que estaban por hacer.

Me levanté en dirección a la puerta, pero antes de llegar entraron bruscamente el hermano de Flavia y otro hombre que yo no había visto. Me golpearon y entre los dos me arrastraron afuera, donde me esperaba la madre de Flavia.

Recibí trompadas y patadas de todos lados, me cubrí como pude y no logré ver de dónde venía el siguiente golpe.

“¡Hijo de puta, hijo de puta, te vamos a matar!”, era lo único que gritaban ellos. Yo trataba de explicarles que todo era una locura de Flavia, pero no había manera.

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Me arrastraron y me ataron del pie izquierdo en un árbol, cabeza abajo. Siguieron los golpes. Uno tenía un arma y me gatilló en la cabeza, no sé si para aterrorizarme o si no salieron las balas. En un momento me fracturaron el brazo cuando me cubrí de los golpes con un palo que sacaron del obrador de mi casa. Menos mal que hice eso, si no me reventaban la cabeza.

Me rociaron con un whisky que sacaron de mi casa y trataron de quemarme vivo, pero, como me habían arrancado la ropa, el alcohol no hizo combustión al estar en contacto con la piel. La madre de Flavia se acercó con un cuchillo y me dio un puntazo a la altura del pulmón. Al último vino el “ojo por ojo” que pretendían ellos, y me abusaron sexualmente.



Nunca perdí la conciencia. Vi y sentí todo, así como vi cuando prendían fuego a mi casa. Como el techo era de madera, las llamas agarraron rápido y en un momento hubo un estallido. Creo que eso me salvó la vida, porque un vecino que está en una colina se asomó y al ver el incendio empezó a pedir ayuda a los gritos.

Ahí salieron corriendo y se fueron en un auto. Me desaté como pude y en la desesperación traté de salvar algunas cosas de la casa, pero no lo logré. Me quedé sentado viendo cómo se destruía lo poco que me quedaba en la vida.

Reconstruir. En el hospital me di cuenta de que estoy vacío, siento que perdí la identidad. A veces tengo ganas de volver y reconstruir la casa de Capilla, que es algo así como el deseo de reconstruir mi propia vida.

Vivo de lo que me prestaron amigos, estoy recontra endeudado. El Gobierno y la Justicia no me ayudan en nada. Lo único que conseguí es que ellos se hagan cargo del pasaje cada vez que me citan a declarar en Córdoba.

Yo no pido que me regalen nada, sino que me ayuden para construir mi casa de nuevo. Intenté de todas las formas y ningún funcionario me contestó.

Si tuviera que decir qué aprendo de todo esto, diría que a no enojarme. Porque yo no me quiero vengar. La vida, a veces, te pone ante ciertas situaciones difíciles y hay que saber pasarlas. No sé cómo, pero estoy seguro de que podré hacerlo.

Epílogo: imputación y arresto. El 25 de agosto, por orden del fiscal Martín Bertone fueron arrestados en Isidro Casanova la madre de Flavia, Mónica Graciela Bonifacio, y un hermano, Guido Germán Saganías. Ambos fueron trasladados a Córdoba, donde recientemente se le dictó la prisión preventiva a la mujer y se la mandó a Bouwer, según indicó a este diario el abogado querellante Nicolás Cerrito, en representación de Gabriel Fernández.

“Bonifacio está imputada por privación ilegítima de la libertad, tentativa de homicidio, abuso sexual calificado y estrago doloso”, explicó.

Guido Saganías quedó en libertad (aunque continúa imputado) porque no fue identificado en la rueda de reconocimiento, añadió Cerrito.

“Hay dos prófugos en la causa, entre ellos otro hijo de Bonifacio”, contó el querellante, y aseguró que “quedó completamente descartada” la denuncia por abuso sexual que motivó el ataque. “Hasta la propia menor de edad dijo que no hubo ninguna tentativa de abuso”, manifestó.

La expareja de Gabriel Fernández, Flavia, fue imputada por el fiscal Bertone por “instigación a cometer delito”, a raíz de su publicación en Facebook donde llamaba a cometer una venganza. “Ha sido un caso de condena social muy violenta y prematura”, opinó el fiscal. La mujer está libre por el momento.

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