Pregúntale a la absenta y no te hablará de amor. Busca en su color verde el dolor de aquellos dandys del pasado y encontrarás en sus caras el sabor amargo del spleen, el descenso al maesltrom. Sabrás de Dionisio y Sileno. Olerás fragancias de cafés rancios y noches de cancán en el barrio de Pigalle. Verás a Toulouse renquear camino de su casa, entre la arcada del rito y el volcán. Verás a Jarry pintado de verde pasear su euforia en bicicleta. A Vincent, cuchillo en mano, a punto de inmortalizar su oreja. A Edgar, borracho de atrábilis, desgajado del mundo, descerrajado en su llanto. Sabe a poema, sabe a escarnio, sabe a la angustia necesaria del artista, sabe a otro tiempo. Traerá el recuerdo de Rimbauds y Verlaines, de Mallarmés y Baudelaires, y llenará tu cuarto de fragancias prohibidas, de paraísos fabricados con alquimia en pos de la musa escondida en su Mnemesis. Destruirá tu hígado si se lo permites, como le hizo a Rubén Darío. Teñirá de verdes la estancia, diluirá tu memoria y e