Estampas - El árbol gualicho

A quien hay que temerle es al diablo, Gualicho.
Este caballero, a quien nosotros pintamos con cola y cuernos,
desnudo y echando fuego por la boca, no tiene para ellos forma alguna.
Gualicho, es indivisible e invisible, y está en todas partes,
lo mismo que Cuchuhentrú.
(Mansilla, 1938, p. 106)



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Watsiltsum, el "Árbol del Gualicho"


En cercanías del pueblo donde vivo, Río Colorado (provincia de Río Negro) hubo un “árbol del Gualicho”. Era un algarrobo gigantesco y añoso; para la época de su destrucción seguramente superaba los dos siglos de edad. Estaba cerca de la costa del río que da su nombre al pueblo, y de la actual Colonia El Gualicho, en un campo de propiedad particular.

Algunos viajeros han explicado la función religiosa de este árbol. Charles Darwin, el padre Pedro Bonacina, Remigio Lupo, describen cómo los indios que pasaban por el lugar en el curso de sus viajes, ofrendaban hebras de sus ponchos y matras, que quedaban prendidas como extrañas flores en las ramas del árbol. También se le ofrecían gotas de aguardiente volcadas en la tierra, briznas de tabaco, y hasta el sacrificio de algún caballo cuyos huesos se veían allí cerca. Algún viajero, detenido bajo la copa, inhalaba y exhalaba, despaciosamente y como en estado de trance, el humo de una pipa… Todo esto, nos informan, se hacía con la intención de propiciarse la voluntad de la deidad, para poder realizar un buen viaje.

Hubo otros sitios del norte de la Patagonia donde algún árbol u otro fenómeno especial (por ejemplo un campo de fósiles) recibió la misma denominación.

El nombre de “Gualicho” tiene hoy, en nuestro uso cotidiano, un significado peyorativo. Se lo asocia con encantamientos supersticiosos e influencias demoníacas. Pero el significado del Gualicho entre los indios es mucho más rico y complejo. Watsiltsum (así sonaba el nombre original) era “el Girador” o “la Giradora” (entre los Guenakén, los grandes dioses podían ser indistintamente de sexo masculino o femenino). Era una deidad que presidía los tránsitos y los itinerarios. No sólo regía los caminos materiales, sino también los senderos invisibles entre distintos mundos. No sólo para sortear una difícil y árida travesía; también para pasar de este mundo al de los espíritus, para comunicarse con los antepasados o las divinidades, era preciso congraciarse con este numen.

Quizás las pinturas rupestres de grecas (espirales o líneas sinuosas) sean una especie de mapas de estos caminos que conectaban los distintos mundos. Asimismo el arte del chamán, que viaja al “otro mundo” para avizorar y vuelve a este para curar, está presidido por Watsiltsum.

Estas características del pensamiento indígena permiten entender el significado más relevante del árbol del Gualicho. Era un lugar-eje, un camino entre distintos países y distintos mundos. Allí estaba Watsiltsum, indispensable auxiliar y orientación en todos los viajes: los del cuerpo y los del espíritu. Un nudo y un puente cósmico, en ese lugar originario.

El vínculo simbólico entre cierto árbol, una encrucijada, y una escala que conecta distintos niveles cósmicos, no ha sido patrimonio exclusivo de los Guenakén (tehuelches). En la hermosa película "Cartas de París" (dirigida por Julie Bertocelli), las mujeres de Tbilisi, en Georgia, dejan sus ofrendas antes de iniciar un viaje, en las ramas o al pie de un árbol semejante al del Gualicho. Y el mismo tipo de árbol tutelar de los viajes y las encrucijadas aparece en algunas comunidades africanas.

Me pregunto si habrá sobrevivido el árbol de Tbilisi, tras los cañoneos o bombardeos de los rusos sobre Georgia, en estos días. En cuanto al gigantesco algarrobo mágico de Río Colorado, fue calcinado parcialmente por un rayo en 1981. Después, los dueños del campo mandaron desgajarlo y utilizarlo como leña.

Yo procuro hacerlo recrecer en la poesía.

(Datos sobre Watsiltsum, la Giradora, tomados de CASAMIQUELA, Rodolfo. En pos del gualicho. Viedma, Fondo Editorial Rionegrino, 1988.)





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EL GUALICHO

(Por José Ramón Farias)


La imaginería popular al igual que las religiones organizadas y administradas convenientemente, han creado para sus Dioses una serie de símbolos y también ha ideado ritos que adquieren características litúrgicas. Quiero aquí rescatar la importancia del conocimiento de los mitos llamados paganos, porque en ellos está implícita la idiosincrasia y la estructura cultural de quien los asume como verdaderos. Es conveniente remarcar esto porque muchos sectores “cultos” restan importancia al conocimiento de las manifestaciones culturales espontáneas de amplios segmentos sociales argentinos. Lo popular, no necesariamente es inculto.

En la cosmogonía americana siempre el mal estuvo representado en algún símbolo muy temido. Un ejemplo claro es el Walichú ó Gualicho a quien no se esquiva, por el contrario, se le rinden tributos para aplacar su espíritu levantisco. La representación del mal tiene distintos nombres según la región donde se la conozca. Para los Tehuelches Háleksem había nacido en las Sierras de Tandil y desde allí el espíritu maligno extendió su mal a toda la Patagonia, para traerles todo tipo de sufrimientos. Especialmente roba niños y asusta a las mujeres razón por la cual viejos tehuelches dicen que Gualicho en realidad era una diableza. Establecido al sur del Río Colorado recibió distintos nombres: Huecué para los Mapuches, Halpén para los Onas, Háleksem para los Tehuelches, Ieblon para los patagones.

Algunos sitios sagrados también recibieron esta categorización, es decir creen que son las moradas de Gualicho. Tal vez por eso le ofrendan piedras de colores o rasgones de sus vestimentas al árbol maldito (un viejo caldén) solitario y seco que está a la vera de una de sus transitadas sendas. Igual tratamiento reciben la Piedra del Collón Curá, La Piedra Saltona de Cajón Chico, las estribaciones del Cerro Yanquenao, la Cueva de las Manos, el Cañadón de las Pinturas. Creen los sureños que en esos lugares acecha Gualicho mimetizado en sendas, travesías, piedras, vientos interminables o árboles secos. Fuera de las ofrendas comunes a los santuarios “paganos” de la Patagonia, para no despertar la ira del genio del mal, no se canta durante la noche, no se usa sombrero dentro del rancho, se evita el humo del molle. Llevan consigo como protección amuletos fabricados por las Machis (hechiceras), cintas rojas, cabezas de ajo, ramas de ruda macho, lociones fabricadas con hierbas especiales o le encienden velas(esto último luego de la irrupción del cristianismo).

Gualicho es invisible y no se le asigna una forma definitiva. Se le atribuyen todos los males y desgracias. Cuando se sentían amenazados por una enfermedad o un peligro cualquiera, los hombres buscaban sus armas y montaban a caballo para partir en busca del Gualicho. Prorrumpían entonces en gritos desaforados y arremetían contra esta deidad incorpórea, echando al aire furiosos tajos, estocadas y golpes con la esperanza de acertarle. El propósito era alejarlo de las tolderías, por lo que sólo dejaban la ceremonia cuando creían haberlo conseguido. Este ser gusta de introducirse en las mujeres viejas, las que engualichadas padecen todos los males imaginables, razón por la que antiguamente se les daba muerte. Además de dolor de cabeza y vientre, produce ceguera y parálisis en las piernas. Antiguamente para quedar bien con él, sacrificábanle periódicamente yeguas, caballos, vacas, ovejas o cabras.

Es común que en estos tiempos modernos (hablamos del año 2004) que se confunda gualicho con amuleto. Está muy arraigada en el norte argentino, la creencia de que los amuletos que preparan especialmente los imagineros guaraníes se llaman payé o Gualicho. Nada tienen que ver ambos. El payé es una preparación realizada para conseguir determinados resultados de manera sobrenatural, con ayuda del más allá. Por ejemplo el amor de una mujer, suerte en el juego, protección contra la yeta, los enemigos o los malos espíritus. Cuando se dice que alguien está engualichado, no significa que actúa bajo la influencia del amuleto, sino que en su interior está metido el genio del mal patagónico Gualicho. La poca información sobre las cuestiones folclóricas facilita la confusión. Todavía se cree en todo el país que es folclorista quien canta, toca la guitarra u otro instrumento, o baila danzas tradicionales.

Esta confusión es fácil de detectar. Por ejemplo, nuestros paisanos habitantes al sur, al norte y oeste de Presidencia Roque Sáenz Peña hablan de hombres engualichados cuando el amor por una mujer es insobornable. Las mujeres que todo perdonan a su hombre están engualichadas. El estado de éxtasis no les permite ver la realidad, (cuando son engañados) y es cuando se sospecha del embrujo. También se hace gualicho para producir “daño” al enemigo, o simplemente para despertar la admiración del sexo opuesto.

Estos amuletos tienen distintas formas y funciones. Se lo lleva oculto entre las ropas, colgados a manera de medalla, colocados debajo de la piel, como anillo, se toman determinados brebajes o se espolvorea el interior de los calzados con polvos mágicos antes de iniciar un viaje o tarea. Siempre debe estar el oficio de hechiceros que conocen los secretos transmitidos a ellos por los más viejos los viernes en luna llena o vísperas de San Juan, preferentemente a las doce de la noche. Los únicos que conocen la forma de comunicarse con las fuerzas del bien y del mal son ellos, por lo tanto sin su concurso no hay payé o gualicho posible. Algunos simplemente son portados, otros en cambio necesitan de oraciones para activar sus poderes y éstas la mayoría de las veces son tomadas de la liturgia católica.

Gualicho deriva de Hualichú, palabra araucana, que significa “alrededor de la gente”. Es una deidad maléfica parecida al diablo cristiano, razón por la cual fue fácil para los misioneros, asociarlo con el demonio.

Ver más Idolos, mitos y leyendas populares en el Indice General "Mitos y Leyendas"
Fuente: www.lagazeta.com.ar




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Cuando las bandas de los indios llegan a divisarlo, le ofrecen su adoración a grandes voces. Es un árbol bajo, espinoso y con abundante ramaje…está completamente solo…no tiene follaje, y en su lugar había un sinnúmero de hilos, de los cuales prendían las ofrendas… completan el cuadro los huesos que rodean el árbol blanqueados ya por el tiempo de los caballos sacrificados al Dios. Todos los indios le rinden tributos creyendo así que sus caballos no se cansarán y que ellos mismo gozarán de toda prosperidad. 
(Darwin, 1968, p. 37)






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Creencias de tehuelches y mapuches: el árbol del gualicho. Embrujamiento o maleficio


Raúl Díaz 21 de julio de 2023 Destacados Comentarios desactivadosen Creencias de tehuelches y mapuches: el árbol del gualicho. Embrujamiento o maleficio 1,894 Views


La palabra Gualicho ha quedado incorporada al léxico popular como sinónimo ampliamente difundido de embrujamiento o maleficio, teniendo sus primeros antecedentes en este sentido en los pueblos originarios que poblaron y dominaron el Centro y Sur del país hasta fines del siglo XIX.

En esta cuestión se estima que existe una articulación y sincretismo entre elementos mitológicos provenientes de los tehuelches septentrionales y los mapuches en el gran espacio de lo que es hoy la pampa húmeda y la norpatagonia.

Posteriormente, el impacto de la llegada del hombre blanco, la desorganización de la vida en comunidad y el acelerado proceso de transculturización, posibilitaron que esas minorías autóctonas lograran en principio la afirmación de la identidad del Gualicho, especialmente en las áreas rurales, proclives por descendencia étnica a ese tipo de creencias.

Los altares del algarrobo

Esta manifestación de religiosidad o mitología fue adquiriendo distintas formas y consecuentemente variadas posturas propiciatorias y reverenciales a las que eran tan sensibles los mapuches y sus descendientes.

Uno de los más originales estilo de ofrendas y cumplimientos al Gualicho para aventar desgracias y asegurar prosperidad la brinda el coronel José Olascoaga, integrante del ejército de Roca, quien consigna: “Hemos pasado al lado de un árbol solitario y que al verlo de cerca llama la atención y curiosidad del viajero por una apariencia de frutos y botones de diferentes tamaños y colores que contienen todas sus ramas en cantidades incontables”.

También deja constancia que “al llegar al lugar se nota que los aparentes frutos son ataditos hechos de trapos y telas de todas las calidades dentro de los cuales hay pequeñas piedras, del tamaño de un garbanzo”, deduciendo que se trata de un árbol propiciatorio del Gualicho y que cada atado “consistía en ofrendas para evitar desgracias”.

Este árbol se encontraba a 30 kilómetros del río Colorado sobre el camino que  utilizaron los primeros pobladores para llegar a Fortín Mercedes y Bahía Blanca.

Testimonios de otros viajeros

El mismo algarrobo  fue visitado por viajeros, en 1829 por Alcide d’Orbigny  y en 1833 por Charles Darwin.

El explorador inglés anotó en su diario: “Vimos un famoso árbol al que los indios reverencian como el altar del ‘Walleschu’, que se yergue el medio de la llanura. Estamos en invierno y el árbol no  tiene hojas, pero en su lugar penden innumerables hilos de los que están suspendidas las ofrendas consistentes en cigarros, carne, trozos de tela y otros pequeños objetos”.

Finaliza Darwin afirmando: “Se ven alrededor del árbol las blanqueadas osamentas de los caballos sacrificados en honor del dios. Todos los indios hacen por lo menos una ofrenda y después quedan persuadidos de que sus  caballos serán infatigables y su felicidad será eterna”.

Las voces lugareñas

En el valioso trabajo de consultas a fuentes orales de la región realizado por la ex directora del Museo de Patagones, Emma Nozzi, se pueden encontrar impresos en el libro “Voces del norte de la Patagonia (1860-1950)” numerosos testimonios de vecinos sobre distintos aspectos de la vida cotidiana en estos territorios sureños de Viedma y Patagones.

Y también referencias sobre el curioso árbol que se encontraba en el campo de Lorenzo Percaz sobre el que brindaron algunas opiniones lugareños que guardaban respeto por el árbol y creencias que se mantuvieron especialmente en la población criolla hasta las primeras décadas del siglo XX.

El nieto de Percaz, José Alfaro, recordaba que el Gualicho “era para la gente como la Virgen de Luján”. “No solo eran creencias de indios sino de cristianos y no solamente de paisanos o criollos. La gente dejaba sus ofrendas o simplemente lo veneraba en silencio”, señaló.

Fulgencio Goyenola había conocido el árbol del Gualicho entre 1911 y 1912. Informó  que “en aquella época se hablaba mucho del tema, pero yo nunca le di importancia a pesar de que algunos creían y otros le temían”.

Otro registro corresponde a Emma Abbate de Hildeman, quien estuvo allí en 1917, en la punta de rieles de Stroeder para encontrarse con parientes. Recordó que visitó el árbol de cuyas ramas “colgaban como ofrendas, pedazos de ponchos, boleadoras, y hasta alpargatas”.

Otro de los vecinos consultados fue Juan Coccé en 1968, quien relató que en 1929 visitó el campo de  Percaz, y llegó a caballo hasta el algarrobo. “Allí pude  comprobar que todos los viajeros respetaban al árbol, tanto indios como cristianos para evitar el maleficio de esa especie de dios”.

Por su parte Juan Sebastián Mora, otro informante de Emma Nozzi, recordaba que hasta antes de 1930  generalmente debía hacer un alto para que los pasajeros de la galera,  que hacía el viaje Bahía Blanca-Patagones, bajaran y pudieran visitar el lugar.

Hoy el Gualicho ha ingresado en el terreno de las tradiciones y el folklore entre los descendientes de los pueblos originarios y un débil arraigo en algunos sectores de las poblaciones  rurales de Río Negro y Neuquén. (APP)

Texto: Omar Nelson Livigni, periodista de Viedma y Carmen de Patagones, director de la agencia de noticias APP






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Caldenia

Los árboles sagrados

Redacción 30/10/2016 - 01.38.hs

Omar N. Cricco * - Los caminos o rastrilladas que daban acceso o atravesaban la actual provincia de La Pampa no parecen haber sido ajenas a este ancestral rito nordpatagónico del Gualicho.
Hacia el oeste y hacia el sur, el espinal sirve de límite a la verde llanura bonaerense y es a la vez la transición hacia los ásperos espacios patagónicos. Estos montes -alguna vez mucho más densos que en la actualidad- fueron atravesados desde tiempos remotos por veredas o rastrilladas indígenas que -inteligentemente- unían puntos de descanso y principalmente, aguadas, un recurso cada vez más escaso a medida que se marchaba en aquellas direcciones.
La incertidumbre que estas dificultades imponían al viajero parecen haber sido uno de los motivos por el cual algunos árboles -en especial aquellos aislados y de porte considerable- eran motivo de ciertos rituales entre quienes se aventuraban a las dificultades que imponían estas travesías. De ello, de aquellos hábitos inmemoriales, dan testimonio sobre todo a partir del siglo XIX distintos viajeros huincas a los que les toco recorrer, en sus últimos días, este mundo de antiguas creencias ya en su ocaso.
Para el Dr. Rodolfo Casamiquela el gualicho -curiosa entidad mítica tehuelche septentrional- podía manifestarse en distintos elementos naturales: una piedra, una formación rocosa, una cueva pero, en aquellos lugares donde estos escaseaban, bien podían consagrarse árboles aislados y de porte considerables, destacados en su medio. Estos pasaban así a ser respetados, temidos y aún con sencillas ofrendas se buscaba ganar, ante las incertidumbres de una travesía difícil, los favores de aquel mítico ser en ellos representados.

 
Testimonios.
Debieron ser muchos los árboles que cumplieron con este fin pues hallamos testimonios de este culto desde la actual provincia de Buenos Aires hasta la del Chubut. Algunos han llamado la atención más que otros; el algarrobo o caldén que se hallaba sobre la rastrillada Bahía Blanca-Patagones, en proximidades de la actual población de Stroeder, fue uno de los primeros en darse a conocer y quizás uno de los más conocidos por cuanto el doctor Francisco J. Muñiz ya lo describía hacia 1822 como "el dueño de los caminos". Posteriormente continúa apareciendo en las crónicas de cuanto viajero pasó por el sitio a lo largo de todo aquel siglo XIX, entre ellos los renombrados naturalistas europeos Alcides D'Orbigny y Carlos Darwin.
De igual manera, cuando el ejército nacional irrumpió en la rastrillada del río Negro -aquella que desde los pagos de Azul y Tandil- daba a la Isla Choele Choel, se encontraron con otro ejemplar de las mismas características en proximidades de la actual Colonia Juliá y Echarren sobre el río Colorado.
El comandante Olascoaga, el periodista Lupo, el sacerdote Espinosa, protagonistas de la campaña de 1879, lo describieron en su momento y a diferencia de los otros ejemplares, este algarrobo o sus renuevos, parecen haber sobrevivido hasta el presente pues la licenciada Alicia Pulita lo documenta fotográficamente hacia 1970 dentro del establecimiento ganadero El Gualicho. Según puede apreciarse, pese a ser golpeado por los rayos, todavía conservaba un porte considerable y actualmente la toponimia del lugar mantiene su recuerdo en el nombre de una incipiente colonia agrícola.

 
Mamüll Mapú.
Los caminos o rastrilladas que daban acceso o atravesaban la actual provincia de La Pampa no parecen tampoco haber sido ajenas a este ancestral rito nordpatagónico del Gualicho. Casi en las puertas mismas del País del Monte a decir de Zeballos -el Mamüll Mapu en mapudungun-, al interior de la laguna llamada precisamente del Monte en lo que hoy es Guaminí, existió otro famoso árbol muy respetado por los indígenas.
Según relata el doctor H. Girgois, enviado para la atención sanitaria de la tropa, hacia 1876 cuando el comandante Marcelino Freyrese instala y funda la población, los indígenas advirtieron el peligro de dañar el árbol; sin embargo y burlándose de la creencia, los soldados lo destruyeron para leña.
Por el relato de Girgois, sabemos que varios de ellos murieron en la laguna cuando, en medio de una imprevista tempestad, regresaban con la canoa cargada con despojos del árbol; el resto de los leñadores que habían quedado en la isla dijeron oír toda la noche "ruidos tremendos que los lleno de pavor" y en adelante por nada quisieron volver al sitio.
Ya en el territorio pampeano, pueden rescatarse otros dos testimonios interesantes con respecto a la presencia de estos árboles. La primera corresponde a Teófilo Fernández, quien llevaba el diario de marcha de las tropas de Sócrates Anaya, una de las columnas de la Tercera División del Ejército. El escribiente refiere que el 21 de mayo de 1879, el grupo llega "a un caldén grande, a pesar de que los indios le llaman Pichi Huití (caldén pequeño)".
Este cronista ubicaba al árbol poco antes de la laguna del Perro (Trahuó-Lauquen), hoy proximidades de Carro Quemado, y describe el aspecto del mismo cubierto de ofrendas multicolores -pedacitos de trapos-, costumbre que según le han informado, depositan los viajeros y que por insignificantes que sea debe dejarse al árbol "por cuanto el éxito de su empresa, consiste en la demostración de respeto y generosidad de que el pasante use con él". Tanto el baqueano como otros indígenas que marchan con la columna, nos dice el escribiente, han dejado sus ofrendas al "árbol sagrado".

 

Zeballos.
La otra referencia a estos árboles -incluso ilustrada de manera gráfica- corresponde a Estanislao Zeballos quien en diciembre de 1879, durante su conocido Viaje al país de los Araucanos, llega en su recorrido a un caldén, "verdadero gigante forestal" que le da nombre al sitio: Quethré Huithrú, el lugar donde hoy se halla la ciudad de General Acha. Aunque Zeballos hace referencia al carácter de "árbol sagrado y solitario" no menciona concretamente la presencia de las siempre llamativas ofrendas. Él mismo, interpretando la palabra Quethré como "Aislado, solitario, cortado", traduce al topónimo como "Caldén Solitario"; sin embargo para Rodolfo Casamiquela esta traducción, aunque hoy habitual, es errónea y escondería el verdadero significado que tuvo el árbol para los indígenas, por cuanto la palabra en cuestión sería una mal interpretación de kütrüm, "bulto o atado", lo que llevaría al sentido de "Caldén de los atados u ofrendas".
 


Lincoham.
El indígena ranquelino Lincoham -Juan Romero para los huincas- quien por 1943 vivía en General Acha le informó personalmente a don Eliseo Tello, testimonio que incluye en su libro Toponimia araucana-pampa, que por entonces aquel caldén, "tenido por árbol sagrado por los indios comarcanos", se hallaba dónde por entonces estaba "La Feria Vieja" aunque ya "hacía mucho tiempo que se había secado, pero que hasta hace pocos años existían vestigios de su tronco".
Si bien el culto hacia estos árboles parece tener en general un carácter propiciatorio-el de favorecer un viaje o trayecto difícil y de allí que en general se los encontrara a la vera de las históricas rastrilladas-, junto a las ofrendas habituales, consistentes muchas veces en simples trapitos o hilachas, suelen mencionarse otros elementos más curiosos como aquellos descriptos por Olascoaga sobre el algarrobo del Colorado -al que por "un sargento criado en la Pampa" identifica como un cochim-guelo, lo que para Casamiquela no quedan dudas se trata de kütrumngelu, es decir, "donde hay atados". Precisamente en él se destacaban, colgando de sus ramas, infinidad de "bultos" o "ataditos", en este caso con piedritas en su interior.
Estos ataditos parecen dar otros significados al árbol, el referido médico francés H. Girgois, quien los identifica como kati, los refiere concretamente como conjuros donde se encerraban males o enfermedades, de ahí el respeto y profundo temor que inspiraban estos árboles entre los indígenas. Esta idea quedaría reforzada en el caso de Guaminí por la presencia del árbol en un lugar alejado de caminos y de difícil acceso como lo era una isla al interior de la laguna.

 

Buen viaje.
Nunca sabremos si ese mundo de creencias fueron correctamente interpretados por los cronistas del momento; sí desde la realidad fragmentada de sus testimonios hemos llegado a aproximarnos, al menos en parte, al singular contexto de aquellos días y aquellos hombres que nos precedieron. Lo cierto y lo que sorprende es cómo ciertas ideas, en esencia, parecen ser atemporales y aún subsisten en nuestro mundo moderno. A modo de un ejemplo entre los muchos que hoy podemos ver a la vera de las nuevas rutas, a poco de iniciar el recorrido de una travesía actual como es Hucal-La Adela (ruta 254), un hermoso y "apartado"ejemplar de caldén con varias cintas rojas que penden de sus ramas. Han pasado ya muchos años, pero la intención parece seguir siendo la misma: frente a las incertidumbres del camino, propiciar un buen viaje. (Fuentes: Casamiquela. R.; 1988; Girgois, H.; 1901; Olascoaga, M. 1880; Pulita, A.; 1975; Racedo, E.; 1965; Tello, E.; 1958; Zeballos, E.; 1881).
* Colaborador



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