Marcel Proust, el cochero y el Tío Tom
Columna publicada en Nueva Ciudad.
“Así conocen las delicias de no ser más que un ruido vano, de tener la cabeza llena de una enorme afirmación que les parece tanto más respetable que la tomaron prestada”
J.P. Sartre, Reflexiones sobre la cuestión judía
http://mesadeautoayudak.blogspot.com.ar/2015/02/columna-publicada-en-nueva-ciudad.html
Marcel Proust escribió que durante la ola de antisemitismo que generó el caso Dreyfus en Francia, el cochero afirmaba detestar a los judíos por empatía hacia su amo.
Mi tío Ernesto, un hombre educado en la escuela pública, cuyo único sistema de salud fue el hospital público, que vivía del sueldo de docente de su mujer y a quién el mercado jamás detectó, afirmaba con seriedad que el problema de la Argentina era el exceso de Estado. Por supuesto, siempre dijo detestar al Peronismo.
Al compartir algunos de los valores de la alta sociedad, el cochero y mi tío creían, candorosos, que también compartirían algunas de sus prerrogativas. Pensaban que el odio –antisemita, uno; gorila, el otro- los incluiría de forma mágica en una especie de hermandad instantánea con esos grupos de poder que, sin embargo, nunca percibieron sus incansables esfuerzos por pertenecer.
Ambos profesaban el Tiotomismo, doctrina que impulsa a los que menos tienen a aceptar con entusiasmo esas reglas que los mantienen en la parte baja de la pirámide social, como si fueran leyes de la naturaleza y no decisiones de quienes ocupan el vértice de esa misma pirámide.
Esa inversión de valores es el gran triunfo político de la derecha conservadora en nuestro país. Los poderosos argentinos han logrado universalizar algunos paradigmas de los cuales son los únicos beneficiarios.
Hace un tiempo, Alfredo Zaiat escribió (ver nota abajo) sobre uno de estos:
"No es usual en el debate público concentrar la atención en la magnitud de la tasa de ganancia de las empresas y, en cambio, resulta habitual, hasta con comportamientos obsesivos, advertir por los reclamos salariales. Se plantea la necesidad de una discusión ‘racional’ para las próximas paritarias […] No sucede lo mismo con la evolución de las ganancias de las empresas".
Así, la ambición de los empresarios sería el motor de la riqueza del país mientras que la ambición de los asalariados representaría su lastre. Del mismo modo, mientras las cámaras empresariales suelen “advertir” al poder político sobre la marcha de la economía, los sindicatos prefieren “extorsionarlo”.
La misma inversión de valores se aplica en un cierto sentido común antipolítico. De la mesa donde negocian los poderosos -empresarios, lobbystas, CEOs, jueces, políticos y representantes eclesiásticos- los entusiastas del Tiotomismo suelen ser impiadosos con los únicos participantes que son elegidos por el voto popular.
De este modo, la obligación de nuestros representantes no sería acertar en la administración del Estado y favorecer a las mayorías sino ser ejemplares. Su vida privada debe ser intachable, así como sus intenciones y formas, mientras que los empresarios carecen de cualquier responsabilidad hacia sus conciudadanos. Unos son corruptos y veniales a menos que se pruebe lo contrario, los otros sólo deben generar ganancias hacia sus accionistas.
El pensamiento conservador nos ha legado grandes aciertos, desde la monumental ley 1420 de Educación Común hasta sus incursiones en la cultura como el Teatro Colón o la Revista Sur (que publicó, entre otras grandes obras, el libro de Sartre que cito al principio de la columna).
La historia de nuestro país demuestra que no es necesario, para gozar de ese gran legado, que las mayorías se disfracen de Tío Tom. Es bueno recordarlo cada vez que el sentido común antipolítico sueña, como hoy, con poner en duda el valor irremplazable de las urnas.
Foto: empleada doméstica manifestando algún descreimiento sobre la movilidad social ascendente generada por el cultivo del algodón (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED).
ECONOMIA › PANORAMA ECONOMICO
La navaja
Por Alfredo Zaiat
Cuando los procesos económicos adquieren cierta complejidad o cuestionan pautas analíticas dominantes resulta conveniente alejarse de aquellos que proponen el sentido común para entender situaciones complicadas. En varios temas que hoy concentran el debate económico, la mayoría de los especialistas afirma que es sencillo resolverlos con medidas simples. Cualquier observación crítica a ese saber convencional les provoca una reacción de escasa modestia. Ante dilemas que se van presentando en la economía, exaltan lo que se conoce como La navaja de Ockham para desautorizar opiniones que no coinciden con su postura. Formulado al final de la Edad Media y atribuido al monje franciscano y filósofo Guillermo de Ockham, ese principio sostiene que de las explicaciones posibles, la más simple es la correcta. En la Facultad de Economía se enseña ese principio en la materia Microeconomía sobre el comportamiento del consumidor. La navaja de Ockham es la expresión del sentido común y, por lo tanto, sus seguidores afirman que su aplicación no debería plantear controversias. Sin embargo, preferir una teoría explicativa en función de la menor cantidad de causas invita a una escasa reflexión de la dinámica de ciertos fenómenos económicos. La inflación es uno de ellos atravesado por La navaja de Ockham.
El interrogante dominante en ese tema se refiere a los factores que precipitaron el presente período de movimiento ascendente en los precios. Las explicaciones ortodoxas, aceptadas por el sentido común, apuntan al frente fiscal y monetario. Esto merece precisiones para no lastimarse con el filo de esa navaja. Respecto de las cuentas fiscales, desde 2003 no se registra déficit fiscal que tenga que ser monetizado, con lo que de-saparece el argumento principal de la ortodoxia. Lo que ha cambiado es la composición de ese excedente, que en los últimos tres años fue alimentado por ganancias del Banco Central y del fondo de sustentabilidad previsional (la Reserva Federal también gira utilidades al Tesoro sin provocar observaciones de puristas). Incluso sin esas transferencias, las cuentas del fisco, que incluyen la financiera luego de pagar deudas, contabilizan un desequilibrio reducido, que en comparación a la mayoría de los países de la región, en especial con el elogiado Brasil, se presentan bastante aliviadas.
Esa misma ortodoxia afirma que el aumento desmedido de la cantidad de dinero en circulación provocó la aceleración en los precios. La masa de circulante efectivamente aumentó, pero acompañando el crecimiento de la economía y como parte de la fuerte recomposición de las tenencias líquidas luego del impacto de la crisis internacional. Durante el período de su profundización, a partir de mediados de julio de 2007 y hasta 2009, se produjo una disminución en la proporción de los agregados monetarios respecto al Producto. Al considerar el agregado monetario más amplio (M3), que incluye el circulante en poder del público y el total de depósitos en moneda local y extranjera, se observa que a partir de los últimos meses de 2010 se produjo cierta recuperación en ese ratio (M3/PBI), aunque todavía no ha recuperado los niveles previos. La menor monetización de esos dos años también se observa al considerar el M2 privado, compuesto por el circulante en poder del público y los depósitos a la vista en pesos del sector privado. El ratio M2 privado/PBI alcanzó un máximo en 2007, y luego descendió en 2008 y 2009. Durante 2010, el promedio anual del M2 privado mantuvo el nivel respecto del Producto que presentaba en 2009, por lo que se ubica aproximadamente 1,5 puntos porcentajes por debajo del valor de 2007.
Esta evolución de las cuentas fiscales y monetarias no implica que no sea necesario fijar pautas de coordinación macroeconómica en lo que se conoce como política de ingresos para orientar las decisiones de precios, salarios e inversión. De esa forma se interviene en la construcción de las expectativas de los agentes económicos. Pero en esa tarea resulta clave precisar el diagnóstico para evitar ajustes innecesarios, además de costosos en términos sociales. Por lo pronto, el frente cambiario, con una paridad con muy poca variación, no alimenta las tensiones de precios. En cambio, el recorrido alcista de las commodities agrega factores perturbadores en los precios de los alimentos, como acaba de advertir la FAO a nivel mundial. Si bien se aplican medidas para amortiguar su impacto en el mercado doméstico, su implementación provoca pujas sectoriales que agregan perturbaciones políticas en el sensible rubro de los precios.
Acotada la cuestión fiscal, monetaria y cambiaria, y aplicando herramientas de intervención posibles en el mercado de alimentos en el actual contexto político, emerge uno de los factores centrales que hoy actúa con más intensidad en el tema inflación: la puja distributiva. Las corrientes ortodoxas y muchos de la heterodoxia evalúan que la crisis de credibilidad del Indec ha exacerbado esa tensión. Resulta evidente que el deterioro de la legitimidad de las estadísticas públicas ha afectado las expectativas y la posibilidad de una coordinación más eficaz en la política de ingresos. Pero la puja distributiva tiene una dinámica socioeconómica con profundos rasgos estructurales en el país que son independientes de los números del Indec.
En general, no es usual en el debate público concentrar la atención en la magnitud de la tasa de ganancia de las empresas y, en cambio, resulta habitual, hasta con comportamientos obsesivos, advertir por los reclamos salariales. Se plantea la necesidad de una discusión “racional” para las próximas paritarias, que implica moderación en los pedidos. No sucede lo mismo con la evolución de las ganancias de las empresas. No existe ese criterio de racionalidad ni de limitación para esa variable como contribución a la estabilidad de precios. Esa asimetría en el abordaje de la relación capital-trabajo tiene una raíz político-ideológica: cuidar la rentabilidad empresaria puesto que sostienen así se generalizará la bonanza y, a la vez, establecer límites a los asalariados debido a que con los deseos por mejorar sus ingresos ponen en riesgo la armonía social.
Debatir la magnitud de tasa de ganancia de las empresas enriquecería el análisis de la puja distributiva como motor de las tensiones de precios. Una reciente investigación del área de economía y tecnología de la Flacso realizada por Pablo Manzanelli, publicada en el último número de Realidad Económica, destaca la necesidad de precisar la tasa general de ganancia de la economía argentina porque se encuentra “en el centro de la discusión por la intensa puja distributiva, que irrumpió en la arena política y social en estos últimos años”. Se entiende como tasa de ganancia el resultante de dividir la participación de los beneficios por el cociente entre la producción y el stock de capital. O sea, los beneficios obtenidos según el capital invertido. En el documento Evolución y dinámica de la tasa general de ganancia en la Argentina reciente se revela que el “régimen de la convertibilidad evidencia una tasa media de ganancia más baja (23,9 por ciento) que la de la posconvertibilidad (35,8 por ciento, en 2006)”. Manzanelli explica que el estallido del modelo 1 a 1 fue provocado, entre otros factores, por “el descenso sistemático de la tasa de ganancia que experimentó una caída de 14 puntos porcentuales entre 1998 y 2001, hasta alcanzar su mínimo valor: 15,9 por ciento”. El recorrido posterior con una recomposición acelerada y creciente de la tasa de ganancia, acompañado por la también rápida recuperación del empleo y el salario, configuró el actual escenario de puja distributiva. Manzanelli señala que “aun cuando la gravitación de los beneficios se encuentra en niveles extraordinarios, la presión de los trabajadores por obtener mejoras salariales conllevó una reacción inmediata por parte de los sectores dominantes, ya sea vía incrementos de precios y/o amenazas de ajuste de empleo y/o lobby de distinto tipo, entre los que se destaca la recurrente queja respecto al ‘clima de negocios’”.
El principio de La navaja de Ockham obstruye la comprensión de este complejo escenario económico con los precios, al que viene al rescate una réplica de Albert Einstein a ese criterio filosófico: “Todo se debe hacer tan simple como sea posible, pero no más simple”.
azaiat@pagina12.com.ar
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