Esclavos de la manipulación

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miércoles, 24 de febrero de 2016

Esclavos de la manipulación

Dos sensaciones confluyen en los que lamentamos que Macri haya conquistado la presidencia. La primera es que la capacidad de sorpresa ante sus medidas se encuentra tan desbordada, que parece comenzar a adormecerse. La segunda, que todos los días esperamos una decisión que se convierta en el acabose. En realidad, para nosotros el colmo ha llegado hace rato pero siempre estamos a la espera de la catarsis del otro. En cierta forma, aguardamos el elemento que aporte la excusa perfecta para que algunos de los votantes del cambio practiquen su deporte preferido: meter bullicio con cacharros. Si bien comienzan a asomar unos tímidos arrepentidos, el porcentaje extra que convalidó la minoritaria propuesta amarilla mantiene una expectante adhesión. Un poco porque no han sido afectados por despidos, suspensiones o recortes y otro poco porque atribuyen el incremento de los precios y los tarifazos a la “pesada herencia” con la que machacan los apologistas.

Y la parafernalia mediática bombardea con estrategias distractivas de manual, como las rencillas entre personajes de la farándula y las consabidas epidemias, catástrofes e invasiones: zica, dengue, tormentas, camalotes, serpientes y hasta abejas carnívoras. Todo para demostrar que los males no son producto de las medidas económicas y políticas sino de una naturaleza empecinada en poner piedras en el camino del patricio mandatario. Para sintetizar: todo lo malo proviene del anterior gobierno o de fenómenos impredecibles. Como han hecho durante los ocho años de su gestión en la CABA, pero ahora los medios redoblan su esfuerzo para expandir su oficialismo y se han convertido en un refugio antimisiles para cobijar a Macri.
Entonces, para una reacción más o menos contundente habrá que esperar que alguna de las tantas tropelías cometidas o por cometer atraviese la orquestada protección. Una coraza bastante gruesa y que abarca casi toda la superficie. El que dude de esta afirmación, podría preguntarse cuál sería el tema central de los programas principales de los medios hegemónicos si el escándalo de las joyas lo hubiera protagonizado un funcionario K y no Gabriela Michetti; o cuál sería la reacción si la trampa del impuesto a las ganancias la hubiera realizado Cristina; o qué dirían los principales analistas sobre los cuantiosos despidos en distintas áreas del Estado. Antes, se quejaban por la falacia de que a los panelistas de 678 le pagábamos con la plata de todos, pero hoy nadie dice nada sobre los 900 millones de pesos que pone el Estado para que los canales de aire hagan negocios con el fútbol. Ahora, gracias a la magia de la TV, el nombramiento de familiares, iletrados e inexpertos no irrita a nadie, a diferencia de lo que pasaba hasta hace apenas unos meses, cuando denunciaban hasta las cucharaditas de azúcar que ponían al café. Y la inflación, que antes titilaba en titulares todo terreno, ahora aparece como el sacrificio necesario para reflotar al país, el purgatorio inevitable para alcanzar el paraíso. Y enciman pintan a Macri como una víctima más del monstruo que su Gran Equipo liberó.
La conquista del Estado
Para proteger a Macri, los grandes medios apelan al ocultamiento, la distracción y la apología extrema. La prepotencia y el destrato de los despidos en distintas dependencias del Estado debería despertar cierta indignación, pero la etiqueta de ‘ñoqui’ justifica cualquier cosa. Que alguien vaya como cada día a cumplir con su trabajo y se entere de que está en una lista de indeseables es mucho más que humillante. Algo muy lejos de la intención dialoguista con que Macri conquistó el corazón de los confundidos.
La marketinera frase “todos somos dueños del Estado y no puede actuar como un aguantadero de la política” funciona porque una parte de los que la escuchan no tiene filtro. Sólo el prejuicio y el retorno del discurso único le dan sentido. Para esa mirada antojadiza de las cosas, ‘política’ es sinónimo de kirchnerista y por tanto, es repudiable, execrable, desechable. Además, considera la política como algo ajeno al Estado y hasta a la vida misma. ¿O no es una decisión política nombrar como funcionarios a gerentes de grandes empresas o extranjeros que se nacionalizan para ocupar un cargo? El Estado no debe ser ningún aguantadero –ni de la política ni de las empresas- sino la institución que nos consolida, que nos protege, que nos ordena. No es un adorno ni un obstáculo, sino la columna vertebral de todo país.
Pero el ideario de Macri y sus secuaces considera que el Estado es un escollo para sus apetencias. Por eso tantas diatribas, tantos recortes, tanto desfinanciamiento. Mentira que quieren su eficacia para mejorar nuestra vida. Si bien algunos se muestran tan necios que hasta pugnan por su desaparición, saben que es necesario para garantizar sus negocios y contener a los cuantiosos excluidos que dejan a su paso. Un ejemplo de lo primero: nuestro país dejará de comprar gas a Bolivia –en donde abunda ese fluido- para importarlo de Chile, que no tiene; el ministro de Energía, Juan José Aranguren usará al Estado para beneficiar a una empresa chilena de Shell, de la que era gerente. Así de simple, aunque en el medio de este episodio esté la valija con joyas que ingresó ilegalmente Gabriela Michetti. Un ejemplo de lo segundo: el protocolo para la protesta social, que sólo busca desalentar a los descontentos y orientarlos hacia la resignación para proteger el latrocinio que se viene. Ese es el Estado que tanto han extrañado en estos años. Y ése es el que quieren reconstruir.
Porque esto recién empieza. Detrás de las frases cargadas de buenas intenciones se esconde un negocio que beneficiará a unos pocos. Arreglar con los buitres significa zambullirnos en las turbulentas aguas del endeudamiento, que no beneficiará nuestro desarrollo pero engrosará las cuentas de especuladores, fugadores y negociadores. El plan canje de celulares aparece como una excelente iniciativa para modernizar los equipos y garantizar el acceso a la tecnología –recién descubierta por el ministro de Comunicación, Oscar Aguad- a los que menos recursos tienen. Pero en realidad, es un gran negocio para el Grupo Clarín, que acaba de comprar Nextel. Nunca incluyen Pymes o cooperativas; siempre a las grandes corporaciones. Después hablan de aguantadero.
Pero estas cosas que parecen tan claras no están en los titulares. Por supuesto, si son los principales beneficiarios. Si para esto han operado durante los últimos años, para retornar al Estado-mayordomo de la mesa de los grandes señores. Y nosotros, otra vez, peleando por migajas. Ese es el escenario más deseado por Ellos, el país normal sin divisiones ni conflictos. Muy lejos del país soñado que, por un tiempo, estará entre paréntesis. Breve, eso sí, porque ya descubrimos sus mañosas tretas y sus oscuras intenciones. No todos, pero sí los suficientes para que esta pesadilla dure lo menos posible.

Publicado por Gustavo Rosa en 3:36

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