La ideología argentina
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¿Quieren saber qué es la ideología? La ideología es eso que tú haces, creencias que subyacen a nuestras prácticas independientemente de lo que digamos que pensemos y lo que digamos que hagamos. El homo oeconomicus argentino puede definirse a partir de cuatro principios que también son prácticas. Dos de ellas fueron la base sobre la cual construyó legitimidad el kirchnerismo; dos de ellas aspiran a serlo del macrismo.
http://panamarevista.com/la-ideologia-argentina/
Escena 1: Cena de amigos. Todos universitarios, todos antimacristas. Hacia el final de la noche, el más antimacrista, el único del sector privado, dice: “El año que viene esto va a repuntar un poco. A la larga nos hacemos mierda, pero va a repuntar”
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¿Cuáles son los principios y prácticas que sostienen desde el imaginario colectivo la lucha política por el destino de la economía y la sociedad?
Escena 1: Cena de amigos. Todos universitarios, todos antimacristas. Hacia el final de la noche, el más antimacrista, el único del sector privado, dice: “El año que viene esto va a repuntar un poco. A la larga nos hacemos mierda, pero va a repuntar”
Escena 2: En julio, la CEPAL y el FMI confirman que no habrá segundo semestre y pronostican una caída de entre el 0,7 y el 1,5% de la economía argentina
Escena 3: Eduardo Costantini, padre de Nordelta, blanco y radiante en su oficina blanca y radiante, apuesta por Macri pero prevé un 2017 de crecimiento moderado.
¿Quieren saber qué es la ideología? La ideología es eso que tú haces, creencias que subyacen a nuestras prácticas independientemente de lo que digamos que pensemos y lo que digamos que hagamos. El homo oeconomicus argentino puede definirse a partir de cuatro principios que también son prácticas. Dos de ellas fueron la base sobre la cual construyó legitimidad el kirchnerismo; dos de ellas aspiran a serlo del macrismo.
"ANTICAPITALISMO, CONSUMO, EMPRENDEDORISMO Y MODERNIZACIÓN"
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Combatiendo al capital
Las sucesivas crisis económicas de 1975, 1981, 1989 y 2001, así como la conducta especulativa y lobista del empresariado en cada una de ellas, alimentaron un sentido común sencillo y generalista, imposible de rebatir: los empresarios no sólo son nocivos a los intereses de las mayorías, sino que disponen del verdadero poder.
No se trata de una consigna para convencer a nadie, es más bien un dispositivo con el que se explica la realidad una sociedad amigada con todas y cada una de las prácticas del capitalismo pero instintivamente desconfiada de sus instituciones y mucho más de sus titulares: los empresarios son garcas, lo privado es malo, el mercado es peligroso. Tampoco se trata de una cultura política de izquierda, este reflejo es más inconsciente (ergo más profundo) en personas de poco trato con las teorías anticapitalistas: el peronismo y el alfonsinismo apelaron a esta doxa y la apuntalaron en los momentos más críticos de sus gobiernos. De los doce años en los que el kirchnerismo se mantuvo en el poder, al menos durante nueve se expresó y obró como si fuera una fuerza opositora, subalterna, enfrentada al verdadero poder, que estaba en otra parte, que explicaba mucho de lo que salía mal, que podía tener nombre y apellido pero siempre era más, excedía la visibilidad y la capacidad de compresión de la sociedad.
Este anticapitalismo intuitivo convive pacíficamente con una economía capitalista, anestesiando la desconfianza mutua con un torrente de consumo que recorre casi todo el cuerpo social. Hasta que se corta…
Consumo para tod@s
En 1975 Argentina enterró para siempre a la movilidad social ascendente que la acreditaba como país blanco y civilizado aún en Latinoamérica, y la reemplazó con un placebo suculento, el consumo. Esta democracia de consumidores tiene sus propios monstruos: uno es la pobreza, que no ceja; otro es la muerte del dinero. Desde la destrucción monetaria de la hiperinflación a la ‘plaza seca’ de los últimos dos años de la convertibilidad y el primero de la posconvertibilidad, con sus bonos, patacones y nodos de trueque, la moneda argentina siempre puede desaparecer.
El kirchnerismo supo compensar ese penoso recuerdo de abstinencia con un flujo de billetes para gastar: subsidios, asignaciones, dólares baratos gracias al retraso cambiario y la liquidación de reservas. Hay un hilo rojo que comunica los fajos sellados al vacío de López, aquél que nunca viajó a Panamá, con la república de cuevas, arbolitos, comercios “sólo en efectivo sin tarjeta”, operaciones inmobiliarias hechas sobre robustos y hediondos fajos de billetes, y el dólar de la suerte en la billetera de cualquier ama de casa. Es la pasión por la liquidez, que también formateó una manera de hacer negocios en los escalones más altos y lustrosos del capitalismo argentino.
La reticencia del gobierno kirchnerista en enfriar la economía, en bajar el consumo y recortar los subsidios aún en el pico de fiebre inflacionaria se explica también desde su compromiso con esa pasión. El kirchnerismo murió en su ley, acompañando hasta último minuto a ese consumo que, aunque nos demuestren una y otra vez que fue mentira, en el recuerdo colectivo será más real que ninguna otra cosa, porque los billetes y mercancías estuvieron ahí, pesaron en nuestras manos mucho más que el viento que hizo y hace flamear tantas banderas. La memoria de esa materialidad, la nostalgia del consumo, puede ser el fortín más indócil a doblegar por la revolución cultural eficientista.
Emprendedores somos todos
El elogio macrista a los empredendedores, insípido y liviano como todo el discurso oficial, fue objeto de burlas y críticas por parte de intelectuales y políticos, que vieron en él desde una lamentable paradoja en boca de un staff de CEOs y herederos que le bajaron los impuestos a la soja y la minería, hasta una operación ideológica para disolver la solidaridad colectiva en un llamado al individualismo. Sin embargo, la catequesis emprendedorista no apunta hacia arriba, a justificar a los titulares actuales del capital que ya no necesitan justificación; apunta hacia abajo, hacia la sociedad a la que quiere disciplinar con mano blanda en el trabajo, el ahorro, la austeridad, la rutina cruel del mercado.
“¿Por qué los emprendedores tienen tan buena imagen y los empresarios tan mala?” se pregunta Federico Braun, dueño de La Anónima, tío y ex socio de ministros. Porque después de 2001 todos somos emprendedores. Aquél año fue el balazo en la nuca de la clase trabajadora que había sobrevivido a los 90s y llegaba al siglo XXI con más de cuarenta años de casa al trabajo, un sueldo, un patrón, una familia y un Noblex 29 pulgadas en el comedor. Nosotros, sus hijos, no pudimos llevar esa vida. El 2001 nos liberó: contratos, monotributo, microemprendimientos, laburos part time. No hay becario del Conicet que no facture por afuera, operario que no atienda un kiosco, gerente que no dé charlas por ahí, periodista o actor que no pruebe con su propia productora, ladrón que no alterne las noches de caño en la colectora con alguna changa remiseando o cortando el pasto. El emprendedorismo apunta mucho más abajo y mucho más al fondo de lo que parece: introducir en los engranajes del Capital a toda esa fuerza de trabajo suelta por la calle de wachiturros vigorosos, freelancers estajanovistas, ciudadanos kiosqueros y entusiastas de sí mismos salteando la mayor parte posible del viejo y querido sistema salarial. Y que gane el mejor.
La modernización es un sueño eterno
Pero un emprendedor no deja de ser un sobreviviente, difícilmente pueda arrastrar a toda una Nación, una en donde es cada vez más la gente que no tiene ni tendrá lugar en el mercado. El emprendedor no tiene patria, ni territorio, ni ley, no ve en la sociedad más que a otro emprendedor o a un potencial cliente. No confíes en un emprendedor para modernizar a tu Nación, no confíes en la mera agregación de progresos individuales porque eso no es necesariamente el Progreso ni la Modernización. Palabras en mayúsculas, palabras demasiado grandes en donde entran la polera de Steve Jobs, la leyenda de Frondizi y los soviets más electrificación de Lenin.
¿Cuál de esas tres será el macrismo? El énfasis en los CEOsy su escasa cultura política nos ocultó la presencia de cuadrosmás complejos, que se formaron yendo y viniendo por los puentes invisibles que unen a las empresas y el Estado, lo público y lo privado. Que pueden citar a Drucker pero también a Hegel. La economía es política concentrada, decía Lenin; el Estado es una empresa, decía Weber. Los modernizadoresdel macrismo leyeron a ambos. Ni el lápiz rojo de Aranguren, ni el asistencialismo con cinta magnética de Caro Stanley los emocionan demasiado, son meras herramientas para la misión verdadera: allanar el camino para que el capital y el Estado avancen como un tractor amarillo sobre la indisciplinada sociedad argentina.
Más mercado, más Estado. Una fórmula de otro planeta para este país adepto a las dicotomías grafiteras. Braden y Perón. Una utopía, un plan perfecto que no hace juego con la realidad pero que los modernistas aspiran a desplegar negociando lo negociable, dando marcha atrás cada tanto y llevándose puestos a los que haya que llevarse puestos. Trotskismo de derecha, revolución permanente de mercado y programa de transición hacia la modernidad. ¿Quién no soñó con romper todo y hacerlo de vuelta? ¿Quién no recuerda las promesas de futuro incumplidas por la democracia, desde la crotoxina y la nave a la estratósfera que nos iba a dejar en Japón al tren bala que China iba a construir entre Rosario y Buenos Aires? Si creímos tantas veces, ¿por qué no vamos a creer de nuevo?
Esa es la apuesta de los modernizadores. Tienen que ser rápidos, tienen que ser hábiles. Desde sus ventanas a Balcarce 50 ven pasar a los oficinistas, los vendedores ambulantes, los periodistas, los pungas, los albañiles, las putas, las mucamas, los transas, los almaceneros, los monotributistas. Están rodeados. Si todo sale bien, toda esa energía social dispersa va a encauzarse en orden y progreso. Si todo sale mal, toda esa energía va a arder a sus pies, una vez más.
Escena 4: Puente Saavedra. 6 AM. 5°C. Un vendedor callejero de café y facturas conversa con un colectivero: “Está difícil, no? Y bueno, nunca se sabe por donde salta la liebre”. Capitalismo telúrico y cultura de la imprevisibilidad
Escena 5: Almuerzo familiar. Frente a un plato de goulash con spätzle, mi viejo, jubilado metalúrgico, pregunta “¿Y?¿Seguís escribiendo en ese blog?”. “Sí, pero no tengo nada que escribir. No entiendo nada, ni sé lo que va a pasar.”
Anticapitalismo, consumo, emprendedorismo y modernización. Las cartas están sobre la mesa, nadie las eligió. El resto del juego está en nuestras manos, quien sume tres de cuatro va a ganar. El porvenir es largo.
Las fotos son de Marcos López y Federico Cosso.
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