El Pro y “la batalla cultural” Por Teodoro Boot

"Estados Unidos, Europa, Israel, son destinos posibles para la clase media sobrante. Lo que cualquiera se pregunta es dónde piensan meter estos tipitos a los 25 millones de argentinos que quedan afuera de un modelo económico que, por su propia limitación estructural, está condenado al fracaso. Ni cómo planean sofocar la reacción de los expulsados."

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JUEVES, 26 DE MAYO DE 2016

Hoy el post lo hace Teodoro Boot: El Pro y “la batalla cultural”


El Pro y “la batalla cultural”
Un modo “cool” de iniciar una carrera hacia el próximo baño de sangre
Por Teodoro Boot

Martín Rodríguez ha hecho el esfuerzo de leer Cambiamos, diario de campaña (electoral, claro está) escrito por Hernán Iglesias Illa –funcionario o asesor en comunicación estratégica del Pro–, y de publicar en la revista Crisis el análisis y las impresiones que le suscitó su lectura. La feliz circunstancia nos libra a las gentes perezosas de la experiencia de sumergirnos en la inquietante mentalidad de, en palabras de Rodríguez, “la elite de ex jóvenes” que, nucleados alrededor de Marcos Peña y bajo la guía espiritual y estratégica de Jaime Durán Barba, consiguieron darle voz y cerebro al grupo político-empresarial que hoy nos gobierna.

Glosar la interesante nota de Rodríguez carece de sentido, pues es posible acceder a ella en http://revistacrisis.com.ar/notas/cambiaron, de manera que, dando por acertadas sus observaciones, trataremos de hacer una breve síntesis de las impresiones que, a su vez, nos suscitó su lectura. Sin embargo, parece inevitable reproducir este párrafo (en el que el subrayado corre por nuestra cuenta) quitándole sus líneas tal vez más jugosas, dicho esto para que el lector se remita al texto original:

“El libro es, también, un relato de venganza (...) la venganza de los nerds de la antipolítica contra los politizados pasados de rosca (dentro y fuera del PRO) (...) Illa escribe contra los politólogos y etnógrafos del peronismo bonaerense, contra los consumidores de House of Cards, contra los quintacolumna de la realpolitik, contra los radicales del ‘partido centenario’ que quieren escribirle ‘la plataforma a Cambiemos’ (...) contra los cicerones del clientelismo, contra los massistas que se hacían gárgaras de bala esperando el momento en que el PRO aceptara la inevitabilidad del acuerdo con Massa, contra los decanos de la Di Tella que les ‘dan línea’, contra los sensibles de la UCA que sobrevaloran los gestos del Papa, contra los progresistas que creían que gracias a Cristina y los peronismos provinciales tenían al electorado cautivo, contra esa fauna famélica de sentido que hizo de la política un manual de estilo: rosca, derpo, territorio, punteros, batalla cultural, y siguen las firmas.”

Es curioso, porque de la lectura de la reseña de Rodríguez lo que se desprende con claridad es que “esa elite de ex jóvenes” parece haber comprendido mejor que nadie qué significa eso de “batalla cultural”. Y, lo que resulta más significativo, haberla llevado a cabo. Porque así como del amor conviene no hablar sino hacerlo, a la batalla cultural no se la declama sino que se le libra. Y Rodríguez, o más bien Iglesias traducido por Rodríguez, justamente da cuenta del modo en que a través de la “elite de ex jóvenes”, ese sector social venció cómodamente la batalla cultural de la que en estos años tantos no se cansaron de hablar, de paso confundiendo a sus oyentes. Es de eso, de lo que se desprende de la nota de Rodríguez, de lo que trata la dichosa (por mentada) batalla cultural: de la simultánea construcción de un sistema de valores y de unsistema de prejuicios, de una forma de construir un pensamiento y las categorías que de él se derivan.

Todo lo demás es paisaje.

En ese sentido, vale la pena remitirse al original y, ya con mayor espíritu de sacrificio, al original del original.

De todos modos, durante la lectura de la reseña de Rodríguez quien escribe no podía dejar de pensar en que asistía a una suerte de remake de los Sushi Boys, de los Lopérfidos y Lombardis alegremente amuchados alrededor de Antonito De la Rúa y el banquero Fernando de Santibañes. Y cabe sospechar que terminarán de modo semejante, no por los méritos de un movimiento nacional vuelto, hoy más que nunca, ese gigante invertebrado y miope del que hablaba Cooke, sino por sus propias limitaciones. “El PRO te quiere dejar en paz –glosa Martín Rodríguez–, te saca lo más que puede el Estado de encima y entonces sólo tiene para ofrecer economía. En esa fortaleza anida su debilidad: ¿tendrá economía para todos?”, se pregunta finalmente.

Vías de escape

En el plano de los proyectos y modelos económicos en relación con la gente de pata al suelo, Argentina enfrenta dos dificultades insalvables, o al menos no resolubles librado el país a sus propios medios. Por un lado, no existe ninguna posibilidad de retornar al paraíso oligárquico, al país agrario, ya en crisis terminal al promediar la segunda década del siglo XX: hace ya demasiados años que la cantidad de habitantes superó, con creces, el número de personas que podrían, no ya prosperar, sino al menos medrar en una economía agraria. A ojo de buen cubero, sobrarían en la actualidad al menos unos 25 millones, a los que, por otra parte, no hay dónde poner ni a adónde mandar, a no ser que esos neointelectuales del macrismo estén pensando en alguna clase de “solución final”.

No es viable el país que esta “elite” quiere, o sin saberlo produce, a tanta distancia de Estados Unidos y Europa. Para los hundidos en la miseria de Centroamerica y México, Estados Unidos está a tiro de piedra y resulta tentador como alternativa al páramo en que se han vuelto sus hogares. Y para llegar a ese paraíso americano basta con un viaje en tren, en camión o hasta a pie. Lo mismo ocurre con turcos, sirios y hasta norafricanos y subsaharianos con Europa: el Mediterráneo es nada comparado con el Atlántico, mucho más de tener que cruzarlo en diagonal.

Los empobrecidos y marginados por el proyecto económico actualmente en ejecución en nuestro país, los que carecen de propiedad, título universitario, oficio calificado, no tienen dónde ir, ni encuentran forma de escapar. Por el contrario, ese páramo al que velozmente –demasiado velozmente– vuelven a ser “desterrados” es a la vez la “vía de escape” de los marginados de Bolivia, Paraguay, Perú y hasta Chile y Uruguay. En suma, existe alguna posibilidad de encontrar un destino fuera del país sólo para un pequeño porcentaje de las clases medias en proceso de empobrecimiento, proceso tan vertiginoso que se puede apreciar únicamente remitiéndonos a antecedentes históricos nada remotos.

El segundo de los problemas argentinos también se relaciona con la cantidad de habitantes: el número es demasiado exiguo para crear un mercado interno de suficiente envergadura como para llevar a cabo un proyecto industrializador. Es necesario entonces agrandar el mercado interno, lo que además de políticas redistributivas, requiere –dicho sea de paso, para ilustrar a tanto analfabeto funcional hijo de inmigrantes que chilla por la nueva inmigración– de la creación de un ambiente atractivo para atraer nuevos trabajadores y consumidores, pero fundamentalmente mediante la integración regional. Nuestro país, por sí solo, no puede desarrollar esa densidad nacional que insistentemente reclamaba Aldo Ferrer.

Este camino, el de la integración regional, que puede facilitarse por el idioma, la cultura y la historia comunes, pero que en realidad se explica por la necesidad de supervivencia y desarrollo de las sociedades sudamericanas, es el que primero intenta dinamitar el gobierno surgido de la “venganza de los nerds”, de la acción de esa “elite” intelectual del macrismo.

Estados Unidos, Europa, Israel, son destinos posibles para la clase media sobrante. Lo que cualquiera se pregunta es dónde piensan meter estos tipitos a los 25 millones de argentinos que quedan afuera de un modelo económico que, por su propia limitación estructural, está condenado al fracaso. Ni cómo planean sofocar la reacción de los expulsados.

En ausencia de conducciones y organización, tras un largo proceso de marginación, la reacción de las multitudes suele ser individual y delictiva, modalidad motivada, a partes iguales, por la necesidad y el resentimiento. De acuerdo a los ritmos actuales, cabe presumir que sea colectiva, pero desorganizada, punto en el que –como es prescriptivo– se hace necesario “volver” a Perón: “No se vence con la fuerza sino con inteligencia y organización”

La “operación kirchnerización”, el intento de separar o diferenciar un hipotético kirchnerismo de un frente nacional con eje en el peronismo (último refugio, identidad cultural básica del pueblo argentino) ha sido exitoso. ¿Y cómo no iba a serlo, si fue llevada a cabo tanto desde fuera como desde dentro del movimiento nacional?

La consecuencia de esta exitosa operación ha sido una mayor dispersión y desorganización en la que imperan la duda, la confusión, la envidia, la descalificación.

Entretanto, las elites económicas intentan expulsar de la sociedad la mayor cantidad de personas y a paso redoblado desmontan cuidadosamente el Mercosur, hacen acuerdos para la instalación de bases militares estadounidenses, entregan Malvinas y lo que pudiera tocarnos de la Antártida, suscribirán los acuerdos trasnacionales sobre patentes y firmarán el tratado transpacífico y cualquier pacto que asegure la indefensión de nuestra industria.

¿Cómo podrá salirse en el futuro de ese corset?

El oráculo de San Martín

Más allá de los vaticinios sobre el fin de la historia y la muerte de las ideologías, de la brutal campaña de desideologización, despolitización y transculturación a que es sometida la sociedad, como les sucede a las brujas, las constantes históricas podrán no existir, pero insisten en manifestarse y reencarnar en nuevas formas, desde los tiempos previos a nuestro primer intento autonómico y emancipatorio que en estos días algunos celebramos.

Viene a cuento, por su actualidad, recordar el frustrado retorno de José de San Martín, quien 6 de febrero de 1829 llegaba a las puertas de Buenos Aires a bordo del HMS Countess of Chichester, llamado por el gobernador Manuel Dorrego para ponerse al frente de la guerra contra el imperio del Brasil. Pero llegado el momento, el Libertador se negó a bajar a tierra.

En Buenos Aires, tras asesinar al gobernador Dorrego y luego de ser derrotado en la batalla de Puente de Márquez, Juan Lavalle se había atrincherado en la ribera del río Matanza, mientras Estanislao López, que lo había vencido, volvía apresuradamente a Santa Fe, temeroso de que desde Córdoba, José María Paz, que acababa de derrocar a Juan Bautista Bustos, invadiera su provincia. Lavalle quedaba frente a frente con Juan Manuel de Rosas, quien, dueño de la campaña y establecido en Cañuelas con sus Colorados del Monte, amenazaba a la ciudad sometida a las fuerzas unitarias.

Al momento del arribo de San Martín la ciudad estaba sumida en el terror y el desorden. El gobierno unitario había iniciado una brutal persecución contra los partidarios de Dorrego y proscribía a federales caracterizados. Anchorena, Terrero, Wright, Iriarte, Aguirre, Balcarce, Maza fueron arrestados y deportados. El mayor Mesa y otros oficiales que habían permanecido fieles al legítimo gobernador eran fusilados en la plaza Victoria.

San Martín se había enterado del golpe de Estado de Lavalle al pasar por Río de Janeiro, y fue en Montevideo donde recibió la noticia del fusilamiento de Dorrego. Conmovido, tomó la decisión de no desembarcar.

Seis días después de su arribo, en la tarde del 12 de febrero, el barco zarpó rumbo a Montevideo, donde el Libertador fue sorprendido por la llegada del coronel Eduardo Trolé y Juan Andrés Gelly, delegados del general Lavalle que venían con la propuesta de que aceptara hacerse cargo del gobierno de Buenos Aires, que tan temerariamente Lavalle había usurpado. San Martín se negó de plano, explicando que había rechazado un pedido similar formulado por los federales.

Más allá de las razones que dio a Lavalle y de sus desoídos consejos de pacificación y concordia, será a sus amigos Guido y O´Higgins a quienes dará las razones de su actitud: “Las agitaciones consecuentes a diecinueve años de ensayos en busca de una libertad que no ha existido –escribió–, y más que todo la difícil posición en que se halla en el día Buenos Aires, hacen clamar al general de los hombres que ven sus fortunas al borde del precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre, no por cambio en los principios que nos rigen, sino por un gobierno riguroso, en una palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra. Igualmente convienen y en esto ambos partidos, que para que el país pueda existir es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al efecto se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión del resto de las provincias, y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan. La opinión, o mejor decir, la necesidad presenta este candidato: él es el general San Martín… Partiendo del principio de ser absolutamente necesario el que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios o federales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será posible sea yo el escogido para ser verdugo de mis conciudadanos y cual otro Sila, cubra a mi patria de proscripciones? No, amigo mío, mil veces preferiré envolverme en los males que ser yo el ejecutor de tamaños horrores. Por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes ¿me sería permitido por el que quedase vencedor una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consulten otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es necesario que le hable la verdad: la situación de este país es tal, que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público. Este último partido es el que adopto…. Ud. conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones es absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos…”.

Ocho meses después, un victorioso Juan Manuel de Rosas se hacía cargo del gobierno de la provincia. Aclamado por la inmensa mayoría de los bonaerenses y con el apoyo casi unánime de las provincias, lo hacía con el propósito de “restaurar las leyes”. Sin embargo, no pudo escapar al vaticinio de San Martín, quien con singular clarividencia había advertido lo que algunos tontos han dado en llamar “grieta” y que no es sino la existencia de dos proyectos de país: uno, que nunca puede terminar de realizarse, y el otro al que le basta con impedir esa realización.

En uno de esos dos momentos estamos ahora, como lo estuvimos siempre. No obstante, cada tanto aparece en este lugar del planeta alguna elite de ex jóvenes convencida de haberle inventado el agujero al mate o, acaso más temerariamente, aquel que, como Urquiza y Lonardi, bajo el lema “Ni vencedores ni vencidos”, nos precipite a un nuevo baño de sangre.

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