De cómo derretir cerebros Por León Pomer*
Entender las ocurrencias cotidianas grávidas de incertidumbre y temor; lidiar con el pasado cercano, insistente merodeador en la memoria, convocado por una punzante actualidad; pensar en el mañana que está a la vuelta de la esquina desde un presente cruzado por rayos y centellas: son demasiadas pesadumbres para abandonarlas al sólo capricho interpretativo del que las carga como perplejidad. Seres pensantes no gobernados ni tutelados ni encuadrados por el “Gran Hermano”(nombre orwelliano del sistema social en que estamos sumergidos), arriesgan desgobernarse en elucubraciones confusas y anodinas, lo que no sería preocupante, pero lo sería si por acaso emprendieran vuelos mentales irritantes, posibles preludios, nunca se sabe, de prácticas indeseables para el gobierno y acaso para el propio sistema Quien se detenga a reflexionar detenidamente sobre su vida en el contexto de la temporalidad que está viviendo e incurra en ominosas comparaciones con una historia reciente y encima piense en el futuro, (según San Agustín, los tres tiempos conviven en cada humano), ese alguien no puede quedar librado a sus solos “recursos” intelectuales: debe ser guiado por alguna modalidad de pensamiento instituida por el celoso “Gran Hermano”, que excluya la posibilidad de osadías irresponsables y mantenga en el sujeto la ilusión de estar pensando con “razones” fabricadas en la propia mollera.
Las fórmulas hechas, los juicios estereotipados, las afirmaciones contundentes repetidas hasta el hartazgo todos los días del año y todos los años de una vida por los medios catequizadores del sistema (el llamado poder simbólico), son verdaderos kits de interpretaciones, concepciones y explicaciones listas para usar: traen la ventaja de no fatigar el cerebro operando trabajosamente por propia cuenta. El poder simbólico orienta, dirige, tutela el pensamiento, particularmente, el pensamiento político y con él las prácticas electorales, los apoyos y los rechazos. El poder simbólico suele valerse de fórmulas, algunas de probada eficacia (sin entrar en detalles inquietantes) en otras comarcas de la tierra. En los días que corren, la fórmula del odio se sitúa entre las preferidas y reconoce ilustres progenitores. Quien fue en vida un célebre personaje germano (aun cuenta con devotos admiradores), sostenía lo siguiente: para afirmarse sólidamente contra un rival o adversario, es necesario pintarlo con los más negros colores, valiéndose de todos los medios disponibles e imaginables. Esta ¿idea?, es de Adolfo Hitler, capítulo V de Mein Kampf (Mi Lucha).
El sistema capitalista necesita que sus dominados se adapten (se conformen, se resignen) de la mejor manera a cada una de las coyunturas económicas, políticas y sociales que atraviesa. El punto de partida es la personalidad básica que el sistema inocula en el proceso de socialización, que con todas las modificaciones y variedades que se le quiera atribuir, no para de operar un solo minuto y con el irrenunciable objetivo de mantener la dominación. El eminente Jean Piaget escribía: “Más aún que el medio físico, la sociedad transforma al individuo en su misma estructura, porque no sólo lo obliga a reconocer los hechos, sino que le provee de un sistema enteramente construido de signos que modifican su pensamiento, le propone nuevos valores y le impone una serie indefinida de obligaciones” (La Psychologie de l´Inteligence, Armando Colin, Paris, 1967, pág 167). Como se verá enseguida, el sistema va más allá de la modelación de los tipos humanos que precisa: necesita controlarlos en su día a día.
El Gran Hermano detesta que se revelen las causas profundas de los males que provoca: lo que impacta en la percepción debe quedar apenas en un superficial desliz sobre hechos ajenos a la matriz que les da sentido. Es claro que la gente común necesita creer en algo, sobre todo en algo que satisfaga al sistema y al gobierno: creer, por ejemplo, en el libre mercado, en la libertad de iniciativa y en el progreso mediante el esfuerzo personal, hoy con la colaboración de una supuestamente liberadora tecnología que debe ser vorazmente consumida; creer en la política como actividad enteramente corrupta, particularmente cuando ejercida por los que quedaron fuera del gobierno y son tratados como escoria humana irrecuperable; y sobre todo creer en un estilo de vida (y practicarlo sin concesiones), en que cada cual debe ocuparse exclusivamente de lo suyo sin importar que el prójimo flote o se esté hundiendo, si fue arrojado violentamente de su empleo, obsequiado con persuasivas balas de goma y esté viviendo la angustia del que vio derrumbar de un día para otro su estructura de vida personal y familiar. “El otro no me importa”, sintetizo Bernardo Kliksberg, esa actitud que el sistema divulga como la sensatez personificada. Si se quiere dar un nombre a esta modalidad de estar en el mundo, (porque induce a establecer ciertos tipos de relaciones y a privilegiar indiferencias y insensibilidades) la llamaremos egoísmo patológico. En definitiva: hay que “hacerle” la cabeza a la gente para que piense mal, para que no irrumpa en su cerebro un pensar autónomo que ponga en riesgo la cultura de la dominación en su específica manifestación coyuntural, para que se instalen en el cerebro las barreras que impidan el advenimiento de un pensar que dispensa la heteronomía. Hablar y pensar son facultades humanas. No se nace sabiendo hablar ni sabiendo pensar: se aprende. Y el aprendizaje ocurre en un medio socio - cultural específico. La facultad del habla puede servir para emitir incoherencias e inanidades y la facultad de pensar para revolcarse en un permanente galimatías. O para los mayores logros intelectuales. El dicho popular advierte que el individuo desconcertado anda como turco en la neblina. Hoy son demasiados los que deambulan en la neblina y no son turcos (con todo respeto hacia ese pueblo).
Pasemos rápida revista a algunas…
La percepción de una realidad construida para el engaño, es un formidable instrumento del poder. Leamos lo siguiente: “Ahora somos un imperio y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estudian esa realidad, juiciosamente, como ustedes quieren, nosotros actuamos nuevamente y creamos otras realidades nuevas, que ustedes pueden estudiar igualmente y así suceden las cosas. Nosotros somos los actores de la historia (…) y ustedes, todos ustedes, sólo pueden estudiar lo que nosotros hacemos”.
El autor de estas palabras, pronunciadas en 2004 cuando era consejero mayor y principal estratega político del presidente Geoge W. Busch, de los Estados Unidos, se llama Karl Rove. Mientras los Rove fabrican realidades, advierte el filósofo y novelista italiano Roberto Quaglia, “sentados frente al televisor y observando películas made en Hollywood, incorporamos los estándares hollywoodenses de interpretación de la realidad, que influyen en la manera de pensar, de vestirse, lo que debemos comer y beber y… cómo expresar la disidencia”.
En una nota firmada por Germán Gorraiz López (¿Nuevo Mayo del 68 en Europa?, Telesur.net, 2/9/2015) leemos lo siguiente: “Edward L. Bernays, sobrino de Sigmund Freud y uno de los pioneros en el estudio de la psicología de masas, escribió en su libro Propaganda (atención a la fecha de publicación: 1928): “La manipulación deliberada e inteligente de los hábitos estructurados y de las opiniones de las masas es un elemento importante en las sociedades democráticas. Aquellos que manipulan este oculto mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder dirigente de nuestro país (Estados Unidos. L.P.). Somos gobernados, nuestras mentes están amoldadas, nuestros gustos formados, nuestras ideas sugeridas por hombres de los que nunca hemos escuchado hablar”. En un libro posterior, Cristalizando la Opinión Pública, Bermays se propuso desentrañar mecanismos cerebrales y la influencia de la propaganda como método para unificar el pensamiento de millones de seres. Finalmente, escribe Gorraiz López: “El actual sistema dominante (…) utilizaría la dictadura invisible del consumismo compulsivo de bienes materiales para anular los ideales del individuo primigenio y transformarlo en un ser acrítico, miedoso y conformista…”
Hace más de ocho décadas, el señor Bernays descorría el velo (no precisamente el único) que ocultaba y aún oculta, para los no avisados, la verdad de la democracia capitalista que suele mentarse como “democracia” sin adjetivos; el nieto del ilustre abuelo denunciaba una gigantesca operación heteronómica: una modelación de masas, una reducción del pensar a pura fantasía.
Veinte años más tarde, en Las formas ocultas de la propaganda (de 1957), Vance Packard describió un “extraño y más bien exótico” tipo de influencia que estaba surgiendo rápidamente en Estados Unidos: los ejecutivos corporativos y los políticos estadounidenses estaban empezando a emplear métodos, completamente indetectables, para cambiar el pensamiento, las emociones y el comportamiento de las personas, basados en la psiquiatría y las ciencias sociales. Se trataba de la estimulación subliminal, o lo que Packard denominó “efectos por debajo del umbral”: presentación de mensajes muy breves – una fracción de segundo - que ordenan lo que debemos hacer, sin que tengamos conciencia de haberlos visto.
Packard denunciaba que las corporaciones más poderosas buscaban y en muchos casos ya estaban aplicando, una gran variedad de técnicas de control de las personas sin el conocimiento de estas. En estrecha colaboración con científicos sociales, intentaban conseguir que la gente comprara cosas que no necesitaba (el consumismo, que le dicen) y de condicionar a los niños pequeños para que devinieran buenos consumidores. Aconsejadas por las ciencias sociales, las corporaciones aprendieron rápidamente los procedimientos para aprovechar las inseguridades, las flaquezas, los temores inconscientes, la agresividad y el deseo sexual de las personas para modificar su forma de pensar, sus emociones y comportamientos, sin que supieran que eran manipuladas. Packard citaba al economista inglés Kenneth Boulding: “Es concebible un mundo de dictadores ocultos que continúen empleando formas democráticas de gobierno”.
Las fuerzas descriptas por Packard se han hecho aún más sutiles, denuncia Robert Epstein (http:://www.Informationclearinghouse.info/article44353.htm): “La música relajante que oímos en el supermercado hace que caminemos más lentamente y compremos más alimentos, los necesitemos o no. Muchos de los insustanciales pensamientos e intensos sentimientos que viven nuestros adolescentes desde que se levantan hasta que se acuestan están cuidadosamente orquestados por habilísimos profesionales del marketing que trabajan en las industrias de la moda y el entretenimiento. Los políticos se valen de una gran variedad de consultores que estudian las maneras de atraer jovencitos; la vestimenta, la entonación, la expresión facial, el maquillaje, el peinado y el discurso, todo es optimizado al máximo, tal como se hace con el envase de la leche para el desayuno”.
Para entender cómo funcionan las nuevas herramientas de control mental se necesita examinar los motores de búsqueda en Internet, propone Epstein, sobre todo Google, el mayor y el mejor de todos ellos, hoy convertido en el verbo “guglear” en todos los idiomas. La mayoría de los usuarios de computadoras en el mundo entero “guglean” para conseguir la mayor parte de la información que necesitan acerca de cualquier cosa. Google ha llegado a ser la principal puerta de entrada de virtualmente todo el conocimiento, porque nos da la información que estamos buscando, casi instantáneamente y casi siempre en la primera posición de la lista que aparece cuando iniciamos la búsqueda.
La ordenación de esa lista es tan buena, prosigue Epstein, que alrededor del 50% de lo que buscamos está en los dos primeros ítems y más del 90 % entre los 10 ítems de la primera página de resultados; muy pocas personas miran las demás páginas de resultados, a pesar que a menudo puede haber mucha información valiosa. Google decide cuál – de los miles de millones de páginas web – será la página web que aparecerá en nuestra lista de resultados; también decide el orden en que las presentará. Cómo decide estas cosas es un secreto profundo y oscuro; uno de los mejor guardados del mundo, como la fórmula de la Coca-Cola. Debido a que es muy probable que los navegantes lean los primeros ítems de la lista de resultados y hagan click en alguno de ellos, las empresas están gastando miles de millones cada año tratando de engañar al algoritmo de búsqueda – el programa informático que selecciona y ordena los ítems buscados – de Google, para que ponga su página uno o dos escalones más arriba. Un peldaño más arriba puede ser la diferencia entre el éxito y el fracaso de un negocio y estar entre los 10 primeros ítems, puede ser la posibilidad de hacer muchísimo dinero.
“La posición de Google en las búsquedas en Internet es prácticamente monopólica: según el Centro de Investigación Pew, un 83% de los estadounidenses declara que Google es el motor de búsqueda que utiliza con más frecuencia. Por lo tanto, si Google favorece a un candidato en unas elecciones, el impacto en los votantes indecisos podría decidir el resultado de esa votación. Hoy día, Google tiene la posibilidad de darle la vuelta al 25 por ciento de las elecciones nacionales de todo el mundo sin que nadie se dé cuenta. De hecho, los ordenamientos de resultados de la búsqueda de Google han hecho impacto en muchas elecciones durante mucho tiempo, un impacto que crece de año en año. Y debido a que los resultados de la búsqueda son fugaces, no dejan huella escrita y pueden ser negados tajantemente por la compañía”
No es difícil concluir que vivimos en un mundo en que unas pocas corporaciones munidas de alta tecnología y varios gobiernos, en concordancia con aquellas o por su sola cuenta, vigilan nuestras actividades, controlan lo que pensamos y nos imponen una suerte de agenda de lo que debemos pensar y sobre todo, cómo pensarlo. Ciertas frases, harto repetidas por la propaganda comercial y política se transforman en lugares comunes de nuestra verbalización cotidiana y nuestros juicios y opiniones: conforman nuestro saber. La tecnología actual posibilita la manipulación indetectable de poblaciones enteras en un grado que no tiene precedentes en la historia de la humanidad: no deja huella alguna y está fuera de toda ley y regulación. Lo que apuntó Vance Packard es una insignificancia comparado con el instrumental que hoy maneja el sistema de dominación.
No muchos años atrás, Zbigniev Brzezinski, en su libro Entre dos Edades, de 1971, abogaba por el control de la población por una èlite mediante la “manipulación electrónica”: “la era tecnotrónica, afirmaba, involucra la aparición gradual de una sociedad más controlada y dominada por una èlite sin las restricciones de los valores tradicionales, por lo que pronto será posible asegurar la vigilancia casi continua sobre cada ciudadano, archivos que estarán sujetos a la recuperación instantánea de las autoridades”. Ya está ocurriendo.
Pensadores eminentes se vienen ocupando del masivo control del pensamiento y con él, de las prácticas cotidianas. Filósofos de la escuela de Frankfort trabajaron (y actualmente la tercera generación de la estirpe frankfortiana continúa haciéndolo) sobre los procesos sociales que patologizan la razón, o impiden que la humana facultad de pensar supere la más flagrante irracionalidad que supone consentir la dominación que somete a los sujetos a simples marionetas.
Horkheimer advierte sobre la organización de la sociedad: la reputa de irracional. Adorno habla de un mundo administrado y Marcusse de un hombre reducido a una única dimensión en desmedro de sus múltiples potencialidades. Habermas sostiene que el mundo de la vida está colonizado y del análisis de Luckacs, influyente sobre los frankfortianos, se sigue que la forma de la praxis que prevalece en el capitalismo, obliga a ser indiferente a los aspectos de valor de otros seres humanos.
Es decir (para detenernos un minuto en esto último), en lugar de relaciones que entrañen el recíproco reconocimiento por el mero hecho de ser el otro una criatura humana, prevalece la indiferencia o la consideración del otro como alguien que no importa, como fue dicho más arriba, o como un objeto de interés que eventualmente satisface o llegue a satisfacer los más egoístas intereses personales. En el capitalismo, la razón como posibilidad no distorsionada para acceder a las fuentes generadoras del error y la sinrazón estaría impedida estructuralmente. “Las circunstancias sociales que constituyen la patología de la sociedad capitalista, tienen la característica estructural de velar precisamente aquellos hechos que serían motivo de una crítica pública particularmente dura (…) Es un sistema de convicciones y prácticas que tienen la paradójica propiedad de sustraer a la toma de conocimiento las circunstancias sociales que a la vez también lo generaron estructuralmente” (Honneth, Axel, Patologías de la Razón, Katz Editores, Buenos Aires, 2009,p.38). La propia anomalía social obstaculiza su detección y la lucha contra ella.
La patologización de la razón en las clases subalternas y en los sectores medios, con las particularidades propias de cada situación social, de cada momento histórico, de cada tradición cultural, nos da elocuentes ejemplos de aberraciones en el pensar y el obrar que de hecho hacen víctimas que consienten el mal que les es inferido: la Argentina de hoy es un buen ejemplo de conductas que son complicidades objetivas con las políticas destructoras y muestra del anonadamiento reaccional de multitudes victimadas por la impiadosa y vertiginosa demolición de lo que fuera su normalidad cotidiana. El veneno que los medios vierten sistemáticamente desde siempre, seguramente potenciado en los últimos años, ha hecho un buen trabajo; pero atención, el éxito en los cerebros ha sido posible porque el mero proceso de socialización cultural en una sociedad capitalista como la nuestra, que nunca perdió la marca de su origen colonial, crea en la razón de los diversos grupos sociales las condiciones psico – culturales para una receptividad acrítica de ese veneno.
La dominación tiene una cultura que de manera diferenciada alcanza a todas las clases sociales, fijándoles su papel en el todo. La patologización de la razón se sigue de las formas relacionales que caracterizan la sociedad capitalista, de las prácticas cotidianas que de ellas se desprenden y de una cultura dominante que inició su carrera en los comienzos de la colonia y se fue deslizando subrepticiamente, pero no tanto que no haya podido ser encontrado en la entraña de la sociedad durante toda la historia posterior. Hablo de una cultura implícita en las prácticas cotidianas, en los modos de relacionamiento, en las especificidades conductuales de los sectores medios y altos de la sociedad, a los que no escapan los grupos sociales subalternos. Realidad menos notoria que la que se manifiesta en las expresiones literarias, filosóficas etc., pero no tan secreta que no se la pueda percibir perforando su apariencia naturalizada.
La lección es que cada sistema de vínculos interhumanos precisa desarrollar una modalidad de la razón que le sea congruente, lo que equivale a afirmar el carácter históricamente condicionado de la razón, o su modelación por el sistema de que ella emerge y al que refuerza. No hay una razón abstracta. La irracional racionalidad capitalista desestima la presencia en el individuo de metas sociales comunitarias, la autorrealización cooperativa, el interés colectivo como condición indispensable de la satisfacción individual, el reconocimiento del prójimo como un igual. Que todo esto y mucho más, esté ausente, no es producto de la naturaleza humana, es creado en el proceso llamado socialización, que puede ser explicitado como la formación de una estructura humana afín al funcionamiento del sistema.>
*Publicado por Los Barracos - C.C.E.S.D. ,
Publicado por el pensador popular en
Jaque al neoliberalismo (blog)
lunes, 1 de agosto de 2016
Las fórmulas hechas, los juicios estereotipados, las afirmaciones contundentes repetidas hasta el hartazgo todos los días del año y todos los años de una vida por los medios catequizadores del sistema (el llamado poder simbólico), son verdaderos kits de interpretaciones, concepciones y explicaciones listas para usar: traen la ventaja de no fatigar el cerebro operando trabajosamente por propia cuenta. El poder simbólico orienta, dirige, tutela el pensamiento, particularmente, el pensamiento político y con él las prácticas electorales, los apoyos y los rechazos. El poder simbólico suele valerse de fórmulas, algunas de probada eficacia (sin entrar en detalles inquietantes) en otras comarcas de la tierra. En los días que corren, la fórmula del odio se sitúa entre las preferidas y reconoce ilustres progenitores. Quien fue en vida un célebre personaje germano (aun cuenta con devotos admiradores), sostenía lo siguiente: para afirmarse sólidamente contra un rival o adversario, es necesario pintarlo con los más negros colores, valiéndose de todos los medios disponibles e imaginables. Esta ¿idea?, es de Adolfo Hitler, capítulo V de Mein Kampf (Mi Lucha).
El sistema capitalista necesita que sus dominados se adapten (se conformen, se resignen) de la mejor manera a cada una de las coyunturas económicas, políticas y sociales que atraviesa. El punto de partida es la personalidad básica que el sistema inocula en el proceso de socialización, que con todas las modificaciones y variedades que se le quiera atribuir, no para de operar un solo minuto y con el irrenunciable objetivo de mantener la dominación. El eminente Jean Piaget escribía: “Más aún que el medio físico, la sociedad transforma al individuo en su misma estructura, porque no sólo lo obliga a reconocer los hechos, sino que le provee de un sistema enteramente construido de signos que modifican su pensamiento, le propone nuevos valores y le impone una serie indefinida de obligaciones” (La Psychologie de l´Inteligence, Armando Colin, Paris, 1967, pág 167). Como se verá enseguida, el sistema va más allá de la modelación de los tipos humanos que precisa: necesita controlarlos en su día a día.
El Gran Hermano detesta que se revelen las causas profundas de los males que provoca: lo que impacta en la percepción debe quedar apenas en un superficial desliz sobre hechos ajenos a la matriz que les da sentido. Es claro que la gente común necesita creer en algo, sobre todo en algo que satisfaga al sistema y al gobierno: creer, por ejemplo, en el libre mercado, en la libertad de iniciativa y en el progreso mediante el esfuerzo personal, hoy con la colaboración de una supuestamente liberadora tecnología que debe ser vorazmente consumida; creer en la política como actividad enteramente corrupta, particularmente cuando ejercida por los que quedaron fuera del gobierno y son tratados como escoria humana irrecuperable; y sobre todo creer en un estilo de vida (y practicarlo sin concesiones), en que cada cual debe ocuparse exclusivamente de lo suyo sin importar que el prójimo flote o se esté hundiendo, si fue arrojado violentamente de su empleo, obsequiado con persuasivas balas de goma y esté viviendo la angustia del que vio derrumbar de un día para otro su estructura de vida personal y familiar. “El otro no me importa”, sintetizo Bernardo Kliksberg, esa actitud que el sistema divulga como la sensatez personificada. Si se quiere dar un nombre a esta modalidad de estar en el mundo, (porque induce a establecer ciertos tipos de relaciones y a privilegiar indiferencias y insensibilidades) la llamaremos egoísmo patológico. En definitiva: hay que “hacerle” la cabeza a la gente para que piense mal, para que no irrumpa en su cerebro un pensar autónomo que ponga en riesgo la cultura de la dominación en su específica manifestación coyuntural, para que se instalen en el cerebro las barreras que impidan el advenimiento de un pensar que dispensa la heteronomía. Hablar y pensar son facultades humanas. No se nace sabiendo hablar ni sabiendo pensar: se aprende. Y el aprendizaje ocurre en un medio socio - cultural específico. La facultad del habla puede servir para emitir incoherencias e inanidades y la facultad de pensar para revolcarse en un permanente galimatías. O para los mayores logros intelectuales. El dicho popular advierte que el individuo desconcertado anda como turco en la neblina. Hoy son demasiados los que deambulan en la neblina y no son turcos (con todo respeto hacia ese pueblo).
Pasemos rápida revista a algunas…
La percepción de una realidad construida para el engaño, es un formidable instrumento del poder. Leamos lo siguiente: “Ahora somos un imperio y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estudian esa realidad, juiciosamente, como ustedes quieren, nosotros actuamos nuevamente y creamos otras realidades nuevas, que ustedes pueden estudiar igualmente y así suceden las cosas. Nosotros somos los actores de la historia (…) y ustedes, todos ustedes, sólo pueden estudiar lo que nosotros hacemos”.
El autor de estas palabras, pronunciadas en 2004 cuando era consejero mayor y principal estratega político del presidente Geoge W. Busch, de los Estados Unidos, se llama Karl Rove. Mientras los Rove fabrican realidades, advierte el filósofo y novelista italiano Roberto Quaglia, “sentados frente al televisor y observando películas made en Hollywood, incorporamos los estándares hollywoodenses de interpretación de la realidad, que influyen en la manera de pensar, de vestirse, lo que debemos comer y beber y… cómo expresar la disidencia”.
En una nota firmada por Germán Gorraiz López (¿Nuevo Mayo del 68 en Europa?, Telesur.net, 2/9/2015) leemos lo siguiente: “Edward L. Bernays, sobrino de Sigmund Freud y uno de los pioneros en el estudio de la psicología de masas, escribió en su libro Propaganda (atención a la fecha de publicación: 1928): “La manipulación deliberada e inteligente de los hábitos estructurados y de las opiniones de las masas es un elemento importante en las sociedades democráticas. Aquellos que manipulan este oculto mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder dirigente de nuestro país (Estados Unidos. L.P.). Somos gobernados, nuestras mentes están amoldadas, nuestros gustos formados, nuestras ideas sugeridas por hombres de los que nunca hemos escuchado hablar”. En un libro posterior, Cristalizando la Opinión Pública, Bermays se propuso desentrañar mecanismos cerebrales y la influencia de la propaganda como método para unificar el pensamiento de millones de seres. Finalmente, escribe Gorraiz López: “El actual sistema dominante (…) utilizaría la dictadura invisible del consumismo compulsivo de bienes materiales para anular los ideales del individuo primigenio y transformarlo en un ser acrítico, miedoso y conformista…”
Hace más de ocho décadas, el señor Bernays descorría el velo (no precisamente el único) que ocultaba y aún oculta, para los no avisados, la verdad de la democracia capitalista que suele mentarse como “democracia” sin adjetivos; el nieto del ilustre abuelo denunciaba una gigantesca operación heteronómica: una modelación de masas, una reducción del pensar a pura fantasía.
Veinte años más tarde, en Las formas ocultas de la propaganda (de 1957), Vance Packard describió un “extraño y más bien exótico” tipo de influencia que estaba surgiendo rápidamente en Estados Unidos: los ejecutivos corporativos y los políticos estadounidenses estaban empezando a emplear métodos, completamente indetectables, para cambiar el pensamiento, las emociones y el comportamiento de las personas, basados en la psiquiatría y las ciencias sociales. Se trataba de la estimulación subliminal, o lo que Packard denominó “efectos por debajo del umbral”: presentación de mensajes muy breves – una fracción de segundo - que ordenan lo que debemos hacer, sin que tengamos conciencia de haberlos visto.
Packard denunciaba que las corporaciones más poderosas buscaban y en muchos casos ya estaban aplicando, una gran variedad de técnicas de control de las personas sin el conocimiento de estas. En estrecha colaboración con científicos sociales, intentaban conseguir que la gente comprara cosas que no necesitaba (el consumismo, que le dicen) y de condicionar a los niños pequeños para que devinieran buenos consumidores. Aconsejadas por las ciencias sociales, las corporaciones aprendieron rápidamente los procedimientos para aprovechar las inseguridades, las flaquezas, los temores inconscientes, la agresividad y el deseo sexual de las personas para modificar su forma de pensar, sus emociones y comportamientos, sin que supieran que eran manipuladas. Packard citaba al economista inglés Kenneth Boulding: “Es concebible un mundo de dictadores ocultos que continúen empleando formas democráticas de gobierno”.
Las fuerzas descriptas por Packard se han hecho aún más sutiles, denuncia Robert Epstein (http:://www.Informationclearinghouse.info/article44353.htm): “La música relajante que oímos en el supermercado hace que caminemos más lentamente y compremos más alimentos, los necesitemos o no. Muchos de los insustanciales pensamientos e intensos sentimientos que viven nuestros adolescentes desde que se levantan hasta que se acuestan están cuidadosamente orquestados por habilísimos profesionales del marketing que trabajan en las industrias de la moda y el entretenimiento. Los políticos se valen de una gran variedad de consultores que estudian las maneras de atraer jovencitos; la vestimenta, la entonación, la expresión facial, el maquillaje, el peinado y el discurso, todo es optimizado al máximo, tal como se hace con el envase de la leche para el desayuno”.
Para entender cómo funcionan las nuevas herramientas de control mental se necesita examinar los motores de búsqueda en Internet, propone Epstein, sobre todo Google, el mayor y el mejor de todos ellos, hoy convertido en el verbo “guglear” en todos los idiomas. La mayoría de los usuarios de computadoras en el mundo entero “guglean” para conseguir la mayor parte de la información que necesitan acerca de cualquier cosa. Google ha llegado a ser la principal puerta de entrada de virtualmente todo el conocimiento, porque nos da la información que estamos buscando, casi instantáneamente y casi siempre en la primera posición de la lista que aparece cuando iniciamos la búsqueda.
La ordenación de esa lista es tan buena, prosigue Epstein, que alrededor del 50% de lo que buscamos está en los dos primeros ítems y más del 90 % entre los 10 ítems de la primera página de resultados; muy pocas personas miran las demás páginas de resultados, a pesar que a menudo puede haber mucha información valiosa. Google decide cuál – de los miles de millones de páginas web – será la página web que aparecerá en nuestra lista de resultados; también decide el orden en que las presentará. Cómo decide estas cosas es un secreto profundo y oscuro; uno de los mejor guardados del mundo, como la fórmula de la Coca-Cola. Debido a que es muy probable que los navegantes lean los primeros ítems de la lista de resultados y hagan click en alguno de ellos, las empresas están gastando miles de millones cada año tratando de engañar al algoritmo de búsqueda – el programa informático que selecciona y ordena los ítems buscados – de Google, para que ponga su página uno o dos escalones más arriba. Un peldaño más arriba puede ser la diferencia entre el éxito y el fracaso de un negocio y estar entre los 10 primeros ítems, puede ser la posibilidad de hacer muchísimo dinero.
“La posición de Google en las búsquedas en Internet es prácticamente monopólica: según el Centro de Investigación Pew, un 83% de los estadounidenses declara que Google es el motor de búsqueda que utiliza con más frecuencia. Por lo tanto, si Google favorece a un candidato en unas elecciones, el impacto en los votantes indecisos podría decidir el resultado de esa votación. Hoy día, Google tiene la posibilidad de darle la vuelta al 25 por ciento de las elecciones nacionales de todo el mundo sin que nadie se dé cuenta. De hecho, los ordenamientos de resultados de la búsqueda de Google han hecho impacto en muchas elecciones durante mucho tiempo, un impacto que crece de año en año. Y debido a que los resultados de la búsqueda son fugaces, no dejan huella escrita y pueden ser negados tajantemente por la compañía”
No es difícil concluir que vivimos en un mundo en que unas pocas corporaciones munidas de alta tecnología y varios gobiernos, en concordancia con aquellas o por su sola cuenta, vigilan nuestras actividades, controlan lo que pensamos y nos imponen una suerte de agenda de lo que debemos pensar y sobre todo, cómo pensarlo. Ciertas frases, harto repetidas por la propaganda comercial y política se transforman en lugares comunes de nuestra verbalización cotidiana y nuestros juicios y opiniones: conforman nuestro saber. La tecnología actual posibilita la manipulación indetectable de poblaciones enteras en un grado que no tiene precedentes en la historia de la humanidad: no deja huella alguna y está fuera de toda ley y regulación. Lo que apuntó Vance Packard es una insignificancia comparado con el instrumental que hoy maneja el sistema de dominación.
No muchos años atrás, Zbigniev Brzezinski, en su libro Entre dos Edades, de 1971, abogaba por el control de la población por una èlite mediante la “manipulación electrónica”: “la era tecnotrónica, afirmaba, involucra la aparición gradual de una sociedad más controlada y dominada por una èlite sin las restricciones de los valores tradicionales, por lo que pronto será posible asegurar la vigilancia casi continua sobre cada ciudadano, archivos que estarán sujetos a la recuperación instantánea de las autoridades”. Ya está ocurriendo.
Pensadores eminentes se vienen ocupando del masivo control del pensamiento y con él, de las prácticas cotidianas. Filósofos de la escuela de Frankfort trabajaron (y actualmente la tercera generación de la estirpe frankfortiana continúa haciéndolo) sobre los procesos sociales que patologizan la razón, o impiden que la humana facultad de pensar supere la más flagrante irracionalidad que supone consentir la dominación que somete a los sujetos a simples marionetas.
Horkheimer advierte sobre la organización de la sociedad: la reputa de irracional. Adorno habla de un mundo administrado y Marcusse de un hombre reducido a una única dimensión en desmedro de sus múltiples potencialidades. Habermas sostiene que el mundo de la vida está colonizado y del análisis de Luckacs, influyente sobre los frankfortianos, se sigue que la forma de la praxis que prevalece en el capitalismo, obliga a ser indiferente a los aspectos de valor de otros seres humanos.
Es decir (para detenernos un minuto en esto último), en lugar de relaciones que entrañen el recíproco reconocimiento por el mero hecho de ser el otro una criatura humana, prevalece la indiferencia o la consideración del otro como alguien que no importa, como fue dicho más arriba, o como un objeto de interés que eventualmente satisface o llegue a satisfacer los más egoístas intereses personales. En el capitalismo, la razón como posibilidad no distorsionada para acceder a las fuentes generadoras del error y la sinrazón estaría impedida estructuralmente. “Las circunstancias sociales que constituyen la patología de la sociedad capitalista, tienen la característica estructural de velar precisamente aquellos hechos que serían motivo de una crítica pública particularmente dura (…) Es un sistema de convicciones y prácticas que tienen la paradójica propiedad de sustraer a la toma de conocimiento las circunstancias sociales que a la vez también lo generaron estructuralmente” (Honneth, Axel, Patologías de la Razón, Katz Editores, Buenos Aires, 2009,p.38). La propia anomalía social obstaculiza su detección y la lucha contra ella.
La patologización de la razón en las clases subalternas y en los sectores medios, con las particularidades propias de cada situación social, de cada momento histórico, de cada tradición cultural, nos da elocuentes ejemplos de aberraciones en el pensar y el obrar que de hecho hacen víctimas que consienten el mal que les es inferido: la Argentina de hoy es un buen ejemplo de conductas que son complicidades objetivas con las políticas destructoras y muestra del anonadamiento reaccional de multitudes victimadas por la impiadosa y vertiginosa demolición de lo que fuera su normalidad cotidiana. El veneno que los medios vierten sistemáticamente desde siempre, seguramente potenciado en los últimos años, ha hecho un buen trabajo; pero atención, el éxito en los cerebros ha sido posible porque el mero proceso de socialización cultural en una sociedad capitalista como la nuestra, que nunca perdió la marca de su origen colonial, crea en la razón de los diversos grupos sociales las condiciones psico – culturales para una receptividad acrítica de ese veneno.
La dominación tiene una cultura que de manera diferenciada alcanza a todas las clases sociales, fijándoles su papel en el todo. La patologización de la razón se sigue de las formas relacionales que caracterizan la sociedad capitalista, de las prácticas cotidianas que de ellas se desprenden y de una cultura dominante que inició su carrera en los comienzos de la colonia y se fue deslizando subrepticiamente, pero no tanto que no haya podido ser encontrado en la entraña de la sociedad durante toda la historia posterior. Hablo de una cultura implícita en las prácticas cotidianas, en los modos de relacionamiento, en las especificidades conductuales de los sectores medios y altos de la sociedad, a los que no escapan los grupos sociales subalternos. Realidad menos notoria que la que se manifiesta en las expresiones literarias, filosóficas etc., pero no tan secreta que no se la pueda percibir perforando su apariencia naturalizada.
La lección es que cada sistema de vínculos interhumanos precisa desarrollar una modalidad de la razón que le sea congruente, lo que equivale a afirmar el carácter históricamente condicionado de la razón, o su modelación por el sistema de que ella emerge y al que refuerza. No hay una razón abstracta. La irracional racionalidad capitalista desestima la presencia en el individuo de metas sociales comunitarias, la autorrealización cooperativa, el interés colectivo como condición indispensable de la satisfacción individual, el reconocimiento del prójimo como un igual. Que todo esto y mucho más, esté ausente, no es producto de la naturaleza humana, es creado en el proceso llamado socialización, que puede ser explicitado como la formación de una estructura humana afín al funcionamiento del sistema.>
*Publicado por Los Barracos
Publicado por el pensador popular en
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