Revista Anfibia sobre el caso Nisman
Cuando lo policial y lo político se mezclan, en la batalla mediática por el verosímil, quizás triunfe la operación mejor orquestada. El caso Nisman genera enormes consecuencias sobre la política y la campaña electoral. La muerte del fiscal saca del clóset a un actor cada vez más influyente desde la vuelta de la democracia: los servicios de inteligencia. Su estrecha relación con sectores de la justicia federal queda al desnudo. De esa trama oscura y de un hombre solo habla esta investigación de Revista Anfibia.
A la sala más moderna y amplia de Comodoro Py le dicen sala AMIA. Se esperaba que el juicio por el atentado que dejó 85 muertos durara como mucho 6 meses. Terminó a los 3 años, en 2004. Ubicada en el subsuelo, sin señal de celulares, con aire acondicionado, micrófonos, vidrio que separa a los asistentes de los jueces, es la que mayor cantidad de gente puede albergar.
A la sala más moderna y amplia de Comodoro Py le dicen sala AMIA. Se esperaba que el juicio por el atentado que dejó 85 muertos durara como mucho 6 meses. Terminó a los 3 años, en 2004. Ubicada en el subsuelo, sin señal de celulares, con aire acondicionado, micrófonos, vidrio que separa a los asistentes de los jueces, es la que mayor cantidad de gente puede albergar.
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La Justicia Federal y los servicios de inteligencia
Por Sonia Budassi y Andrés Fidanza
Ilustración Guillermo Lizarzuay
En cada audiencia, frente a los testigos y al lado de los imputados, uno de los querellantes se sentaba junto al fiscal Alberto Nisman. Todas las mañanas, antes de empezar,el fiscal le mostraba orgulloso una carpeta llena de recortes periodísticos con todo lo publicado sobre el juicio: un clipping. Al abogado le impresionaba lo pendiente que estaba ese hombre de la repercusión del proceso.
La Justicia Federal y los servicios de inteligencia
EL ROMPECABEZAS NISMAN
Por Sonia Budassi y Andrés Fidanza
Ilustración Guillermo Lizarzuay
En cada audiencia, frente a los testigos y al lado de los imputados, uno de los querellantes se sentaba junto al fiscal Alberto Nisman. Todas las mañanas, antes de empezar,el fiscal le mostraba orgulloso una carpeta llena de recortes periodísticos con todo lo publicado sobre el juicio: un clipping. Al abogado le impresionaba lo pendiente que estaba ese hombre de la repercusión del proceso.
Cuando le tocaba hablar ante los jueces, Nisman era verborrágico y
apresurado.
—Hablá más despacio, Alberto, ni yo que me conozco la causa
completa te entiendo —le decía el abogado.
En las primeras audiencias, Nisman se ubicaba junto a los otros
fiscales: Eamon Mullen y José Barbaccia. Los tres habían firmado, en la primera
instancia, el requerimiento de elevación a juicio en el que se aseguraba que la
Bonaerense extorsionó a Carlos Telleldín para que vendiera la camioneta Traffic
a los autores del atentado. Se movían en bloque. Cuando se empezaron a hacer
evidentes los testimonios falsos, las imputaciones arbitrarias y las pruebas
plantadas, Nisman se fue alejando de sus colegas. Lo único visible de la
alianza de aquel equipo eran los escritos firmados en conjunto.
El 13 de abril de 2003, los jueces Gerardo Larrambebere, Miguel
Pons y Guillermo Gordo ordenaron que Barbaccia y Mullen fueran apartados de la
causa. Dijeron que sabían y ocultaron que Telleldín, acusado como “partícipe
necesario”, recibió 400 mil dólares en 1996 para declarar contra policías
bonaerenses. Barbaccia no estaba presente. Mullen se levantó en silencio.
Nisman permaneció sentado.
Quienes defienden la figura de Nisman, recuerdan que el día que
Telleldín firmó la declaración falsa el fiscal aún no se había sumado al equipo
que investigaba el atentado a la AMIA. Quienes lo cuestionan, aceptan que eso
es real pero recuerdan que el fiscal comenzó a trabajar junto a Mullen y
Barbaccia en junio de 1997: o sea, que acompañó sus presentaciones y
actuaciones hasta que se precipitó el final.
Nisman ingresó a Comodoro Py signado por esa escena histórica en
la que sus pares pasaron al cadalso jurídico. Unos y otros se preguntan por qué
Nisman no quedó marcado por el encubrimiento, por qué no apeló la acusación a
Mullen y Barbaccia si sostuvo lo mismo que ellos hasta lo último.
En el ámbito judicial, por ese hecho y por su estrecha relación
con los servicios de inteligencia, a pesar de su dedicación permanente a la
causa AMIA, Nisman era visto con reservas por la mayoría de sus colegas.
Tras la muerte del fiscal, Mullen publicó un texto en la sección
fúnebres del diario La Nación.
* NISMAN, Alberto, Z.L. – Nich, rezo por vos. Mis sinceras
condolencias para Sandra, Iara, Kala, Sara y Mario. Eamon Mullen.
Algunos allegados a Nisman interpretan el aviso como un último
mensaje de reconciliación.
***
La mayoría de las 24 fuentes judiciales consultadas por el equipo de
Anfibia dan por real y por conocida la relación estrecha entre el fiscal y la
Secretaría de Inteligencia. Ese fue el pacto desde el inicio, cuando en 2004 el
entonces presidente Néstor Kirchner impulsó la investigación poniendo a la
Secretaría de Inteligencia al servicio de la flamante UFI AMIA, a través del
espía que luego se convertiría en enemigo del kirchnerismo, Antonio “Jaime”
Stiuso. Siempre en estricto off the record, las fuentes admiten que el caso
Nisman deja al descubierto una zona de convivencia admitida, normalizada e
histórica: la de los servicios de inteligencia con la justicia federal. Once
personas que trabajan en altos puestos de la justicia federal, cuatro que
trabajaron en la fiscalía con Nisman, tres querellantes, seis ex funcionarios
importantes de Justicia o Seguridad lo admiten y describen. En este punto
crucial, veinte de ellos –casi todos—están de acuerdo: esa relación es carnal.
Los únicos que no lo confirman, tampoco lo niegan: prefieren –aclaran ante las
preguntas– no hablar del tema.
Un ex compañero de Nisman y dos jueces federales se animan a decir
(protegiéndose siempre en el off the record) que Nisman era “un agente” de
inteligencia. Cuando se los interroga para que definan con precisión a qué
supuesto servicio reportaba, dos de ellos aseguran que a la central
norteamericana, la CIA. Mientras que la tercera fuente lo considera un agente
del Mossad, el servicio secreto israelí.
Es difícil evaluar las afirmaciones de estas fuentes calificadas.
En las entrevistas sobre servicios de inteligencia, cuando se intenta
profundizar este tipo de hipótesis el límite es la palabra clave: secreto.
—Si te sale bien, sos procurador o presidente del Congreso Judío
Mundial. Si te sale mal, te mandan un arma. Alberto no era solamente un fiscal
—dice un ex funcionario de Seguridad vinculado a Nisman por el caso AMIA.
Es fácil de comprobar que, varias veces, el nombre de Nisman sonó
como candidato para la Procuración General.
Un fiscal federal y un juez federal escucharon a Nisman hablar
sobre las lujosas camionetas negras que lo esperaban cada vez que pisaba
Estados Unidos. Consultado al respecto, el fiscal dice:
—Siempre me lo hice de la CIA: alguna vez compartimos un curso
patrocinado por ese servicio secreto. Estaban Nisman y (María Romilda) Servini
de Cubría.
Y luego reflexiona sobre el lugar donde fue enterrado Nisman, en
el cementerio judío de La Tablada.
—Lo pusieron frente al monumento a los muertos al servicio de
Israel. Y él no era un religioso convencido y practicante.
Fuentes ligadas al cementerio confirmaron este dato: la tumba de
Nisman está muy próxima al “Monumento de recordación a los caídos por la
defensa del Estado de Israel”: mucho más cerca que la manzana donde están
enterradas algunas de las víctimas de la AMIA.
—Si dividís al mundo entre la gente de reflexión y la gente de
acción, Nisman era de los segundos. Le gustaba más la actividad secreta que ser
fiscal.
El ex Director Ejecutivo de la DAIA, Jorge Elbaum, afirma que Nisman
se suicidó y, sin el pudor de
otros, acusa al fiscal muerto de haber armado la investigación según las
necesidades de la CIA y el Mossad.
—A su camioneta se la alquilaba una empresa manejada por la CIA.
En este dato coinciden en “off”también un fiscal federal y un
juez. Elbaum dice que a partir de 2009, quiso“operarlo”a él y a Sergio
Burstein: Irán tenía que ser culpable.
—Lo usaron hasta el último minuto, le prometieron una gran
recompensa, y de pronto Nisman se encontró sin nada.
***
Cuando lo policial y lo político se mezclan, los casos se
convierten en una cuestión de fe: la realidad llega al extremo de lo subjetivo;
en el barro mediático, quizá triunfe la operación mejor orquestada. Es la
batalla por el verosímil. En el caso Nisman, la trama jurídica se enreda con
traiciones íntimas y lealtades corporativas. El rompecabezas de la muerte del
fiscal reúne al terrorismo internacional y a la omnipresencia de la CIA, al
gobierno, a la oposición culpando del crimen a la presidenta Cristina Fernández
de Kirchner; a las lecturas sobre el trabajo de Nisman, su obsesión y su
vanidad personal. Los conflictos históricos se vuelven estridentes: la
autonomía de algunos sectores de la Secretaría de Inteligencia (SI); las
relaciones entre la justicia y los servicios. Mientras la evidencia lo permita,
se exaltará o disimulará la importancia de cada pieza. Más allá de que la
fiscal Viviana Fein descubra qué pasó el domingo 18 de enero dentro del baño
del departamento de Le Parc, la “zona opaca”transitada por juristas e
Inteligencia está quedando expuesta.
Los vínculos entre un funcionario judicial y los servicios
secretos no se generan de un día para otro. Se basan en la construcción de una
relación personal que incluye sociales amenas y hasta escenas de tiempo libre.
La amistad suele teñir la relación profesional.
Un fiscal federal dice que un ofrecimiento para formar parte de
una operación surge de una conversación cualquiera, quizá tomando un trago con
el amigo espía. El otro deja caer la propuesta.
— Si no lo frenás en el acto, les estás mandando un mensaje
ambiguo y las propuestas van a seguir llegando. A mí me dijeron: “Si nosotros
te hiciéramos saber una información que te llevaría a investigar a la
presidenta, ¿vos qué harías?”. Yo respondí que no me interesaba. “No me voy a
hacer socio tuyo para desequilibrar a un Gobierno democrático”.
***
A los 24 años, Nisman se peinaba con raya al costado y tenía un
bigotito a lo Clarke Gable, que le daba un aire policial. Hijo de Sara
Garfunkel, propietaria de una farmacia, y del empresario textil Isaac Nisman,
su situación económica lo ubicaba uno o dos escalones por encima del resto de
los abogados de su edad que trabajaban en el juzgado provincial Nº 7 de Morón,
a cargo del juez Alfredo Ruiz Paz. El secretario era Santiago Bianco Bermúdez,
el mismo que ahora es el abogado de Antonio Stiuso.
Entre el calor asfixiante de esa construcción con algunos techos
de chapa y su rol subalterno en el escalafón judicial, Nisman estaba eximido de
la formalidad de usar traje. A pesar de que viajaba apretujado en el tren que
iba de Once hasta Morón calzaba saco y corbata casi todos los días. Era flaco y
le gustaba jugar al tenis. No era un judío religioso practicante, pero su
apellido lo volvía una notoria excepción en un mundo católico.
Sus colegas de aquellos tiempos, los que lo estiman y los que no,
coinciden en que ya entonces era vanidoso y audaz. “Mirá, es una vip del
Cielo”, le mostró a un ex compañero. “¿De dónde la sacaste, Ruso?”, quiso saber
el otro, también interesado en entrar a la zona exclusiva de la disco. “Me la
conseguí chapeando con la ayuda de un policía amigo”, se jactó.
Un ex compañero que compartía los viajes en tren desde Morón lo
describe impiadoso.
—Siempre, desde el comienzo, fue competitivo.
Pronto, de ese juzgado provincial Nisman saltó al juzgado federal
de Morón.
—Ahí, dejó de saludarnos.
***
En el Itamae de Puerto Madero, Nisman siempre pedía lo mismo:
sashimi de salmón, sashimi de atún rojo, un roll New York de salmón y palta, y
un niguiri de langostinos sin cola. Eso, más una botella de agua de medio litro
y un juego de palitos de madera con elástico. Se sentaba solo en alguno de los
box más apartados. Prefería los que dan al río.
Cada domingo al mediodía mantenía ese ritual junto a sus dos
hijas, Iara, de 15 años, y Kala, de 7. Las chicas guardan las selfies que allí
se sacaban los tres.
Desde hacía diez años, a diferencia de los demás fiscales
federales, que manejan cientos de causas, el único trabajo de Nisman era
investigar el atentado contra la AMIA, ocurrido en 1994.
El viernes 16 de enero al mediodía, menos de 48 horas antes de su
muerte, llegó al local ubicado a cuatro cuadras de su departamento, en las
Torres Le Parc, y pidió su menú habitual. Si bien solía pasar desapercibido
dentro del restaurante, ese viernes ya se había convertido en una especie de
celebridad de la política, luego de su denuncia por encubrimiento del atentado
contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. A dos metros de su box, un
hombre le comentó con cierto orgullo a la camarera: “Ese es el fiscal Nisman,
el que denunció a Cristina”.
Al día siguiente, a las dos de la tarde, 20 horas antes morir,
mandó al policía federal Rubén Benítez, de particular bigote ancho, a Itamae,
con su pedido de sushi detallado en un papel. De los diez agentes que se
turnaban en parejas para cuidarlo, él era el que tenía más antigüedad y, sobre
todo, mayor confianza con el fiscal.
—Picante no le pongas, que no le gusta.
A los 10 minutos el suboficial Benítez estaba de vuelta en el
restaurante.
—Agregame el wasabi, por favor —le pidió a la camarera.
El domingo de su muerte, los responsables de custodiarlo eran los
suboficiales Armando Niz y Luis Miño. El día anterior, Niz le había pedido
franco porque tenía pautada una operación de riñón para el martes siguiente,
pero Nisman, quizá por miedo, se lo negó.
Niz y Miño llegaron a Le Parc a las 11 de la mañana, tal como
habían acordado con el fiscal. Desde entonces según el relato que hicieron ante
la fiscal Viviana Fein los policías esperaron, tocaron el timbre, llamaron a la
secretaria de Nisman y finalmente a la madre, Sara Garfunkel. Entraron al
departamento pasadas las 22.30, con la ayuda de un cerrajero. Niz fue el
primero en encontrar su cuerpo: Nisman todavía tenía el arma de Lagomarsino en
la mano derecha. Una semana después su muerte, el jefe de la Federal, Román Di
Santo, pasó a disponibilidad a Miño y Niz: resulta inexplicable que tardaran
casi doce horas en ocuparse de verificar si el hombre al que custodiaban diez
policías estaba en peligro. Y mucho más, que nunca avisaran a ningún superior
de lo que estaba pasando.
Foto: Claudio Fanchi/Telam
En el expediente hay un lapso de media hora que se mantiene como
un agujero negro dentro de la causa,infomó
la agencia Infojus Noticias. El misterio es qué pasó durante dos momentos
clave: desde que la madre y Niz encontraron el cuerpo y se constató la muerte,
y desde el llamado al 911 –hecho por Swiss Medical– y la llegada del primer
policía. En ningún momento los custodios comunicaron a sus jefes que el fiscal
yacía sobre un charco de sangre y con una pistola en la mano dentro del baño de
su departamento.
***
El 23 de enero de 1989, el Movimiento Todos por la Patria (MTP)
asaltó el Regimiento de Infantería Mecanizada 3, de La Tablada. La operación
liderada por Enrique Gorriarán Merlo terminó con 39 muertos (entre civiles,
policías y militares) y cuatro militantes desaparecidos.
El juez Larrambebere llegó al Regimiento poco después que el
presidente Raúl Alfonsín, cerca de las 10 del martes 24 de enero. En la Oficina
de Logística, sobre los fondos del cuartel de la Tablada, hizo un
reconocimiento rápido de los detenidos. Estaban semidesnudos, atados y boca
abajo. Al día siguiente constituyó el juzgado en el cuartel y comenzó a tomar
declaración a todos los militares.
Nisman, que en esa época tenía 26 años, veraneaba en
Florianópolis. Había viajado con un amigo de la adolescencia a quien, años más
tarde, le dio un contrato generoso en la UFI-AMIA. Cuando se enteró del
copamiento de La Tablada por televisión adelantó la vuelta de sus vacaciones.
Larrambebere necesitaba un secretario más que lo ayudara en la instrucción del
copamiento: el puesto sería de Nisman.
Larrambebere, jefe de Nisman, investigó el copamiento y la
denuncia por apremios ilegales presentada por los militantes del MTP detenidos
fuera del cuartel; y la supuesta desaparición de Iván Ruiz y José Díaz.
Sobre las torturas y maltratos, el juez dijo no haber encontrado
elementos para imputar a nadie. En el caso de la desaparición de Ruiz y Díaz,
le encargó a Nisman seguir su pista junto a los hombres del Ejército que los
habían tenido bajo custodia. Según ellos, Ruiz y Díaz lograron salir de la
Guardia de Prevención, saltando por una ventana cuando el techo se desplomaba
por el fuego que consumía la estructura.
Nisman convalidó el increíble relato oficial: que los dos
guerrilleros lograron escapar desarmados y heridos, después de combatir durante
ocho horas, en un cuartel rodeado de policías y militares.
Hace tres años, como parte de su investigación para el libro La
Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina, Pablo
Waisberg y Felipe Celesia pidieron una entrevista con Nisman, que ya encabezaba
la UFI-AMIA.
Después de anunciarse ante los dos prefectos de la recepción, y
ante otros tres a la salida del ascensor, se encontraron con Nisman. Elocuente
y amable, parecía más interesado en escucharlos que en dar su versión de
Tablada. Estaba acostumbrado a tratar con periodistas. Los recibió en el salón
de reuniones de la fiscalía —una mesa larga, sillas de madera y una bandera
argentina clavada en un rincón—, en el séptimo piso de Hipólito Yrigoyen 460,
justo en diagonal a la Casa Rosada.
Le preguntaron por la causa judicial de La Tablada, donde operaron
desde el minuto uno los servicios de Inteligencia del Ejército y hasta de la
SIDE, y en especial preguntaron por los guerrilleros Ruiz y Díaz. Nisman dio
una respuesta sugestiva y que hasta hoy se ignoraba:
—¿Entendieron o sintieron que los militares les habían mentido?
—En ese momento, no tanto; bastante después, sí, como que en
definitiva a esos tipos los habían sacado del cuartel con vida. Estaban los que
opinaban que evidentemente los sacaron y los mataron, y los que no creían para
nada en eso. Algunos decían que en el fragor del combate, cotejando con otras
declaraciones que los militares habían hecho con anterioridad, más o menos
cerraba que hubieran muerto en combate. No te digo cincuenta y cincuenta, pero
legalmente se llegaba a ese punto. La duda pasaba por un tema de convicción,
pero no basado en prueba del expediente.
Foto: Mario Sayes
El caso Tablada marcó un punto de inflexión en su carrera. Nisman
consolidó su perfil judicial: pasó a ser secretario y después Fiscal General
ante los Tribunales Orales en lo Criminal Federal de San Martín. Ahí estuvo
casi tres años, antes de ser convocado como ayudante de Mullen y Barbaccia, el
siguiente gran trampolín de su trayectoria. En San Martín, una vez que ascendió
a fiscal, le tocó lidiar con una jueza de orgulloso linaje progresista: Lucila
Larrandart. Trabajó la paciencia y no tuvieron peleas que desbordaran el trato
ameno y profesional. Pero la decoración de la oficina de Nisman hablaba por sí
misma: un mapa de Malvinas debajo del vidrio de la mesa ratona; plaquetas de la
Policía Federal, un plato de la gendarmería y una gorra de la DEA colgada en un
rincón.
***
Desde el quiebre con Mullen y Barbaccia se convirtió en un paria
ante los ojos corporativos de la familia judicial y cuando en 2004, por iniciativa
de Kirchner quedó al frente de una fiscalía dedicada exclusivamente al caso
AMIA —junto a Marcelo Martínez Burgos—, su condición de “extranjero” se
potenció. Se mudó desde el noveno piso de Comodoro Py a un piso frente a Plaza
de Mayo, y así redujo al mínimo su roce con los otros fiscales y jueces
federales.
Uno de los pocos fiscales que estimaba a Nisman, y que además
destaca su “valiente denuncia” contra el poder político, opina que “a lo largo
de diez años, uno se infecta con una investigación. No haber trabajado con
alguien que le diera perspectiva o una segunda mirada fue un error de él”.
Nisman intentó sumar esa suerte de mano derecha que le faltaba. En
2005, llamó al actual fiscal general de la Cámara Federal de Casación, Javier
De Luca, y le ofreció trabajar con él en la fiscalía del caso AMIA.
—Disculpame, Ruso, pero no me quiero encerrar en una sola causa—le
respondió.
Si bien sus colegas envidiaban el presupuesto, estructura y la
enorme autonomía de que gozaba Nisman, no había muchos dispuestos a
incorporarse a una investigación tan compleja, atravesada por operaciones y la
presión de los familiares de las víctimas que, desesperados, cansados, buscan
justicia y aún no perdonan los manejos del juicio anterior. A más de diez años
del atentado, era imposible dar con pistas nuevas, y casi ningún fiscal de
prestigio estaba dispuesto a hacer una apuesta tan riesgosa. En 2007 su
compañero en la unidad, Martínez Burgos, envuelto en un escándalo por supuesto
tráfico de influencias con un abogado de iraníes, renunció. Así fue que Nisman
concentró todo el poder y la información de la UFI-AMIA. Así fue que empezó, en
términos de un amigo suyo, más que a trabajar, “a vivir” esa causa. Sergio
Burstein, quien siempre fue crítico con Nisman, cuenta que, como él, se
levantaba a las 6 y media de la mañana. “Tenía carácter fuerte. Te quería
convencer a toda costa, era una catarata de palabras. En eso, éramos
parecidos”. Su amigo, el fiscal Raúl Plee, organizador de la marcha del
silencio del 18 de febrero, dice: “si tenía que trabajar 10 horas, lo hacía.
Era como un caballo de calesita”.
***
Cada jueves a la tarde, en el gimnasio de planta baja, Nisman
empieza a calentar en la cinta. Su entrenador le recomendó aprovechar el
tiempo.
—¿De qué le iba a servir que yo lo vea caminar?
Meticuloso, sólo una vez llega tres minutos tarde; se disculpa
varias veces. Daniel Tangona le sugirió dejar de correr, y no usar carga en las
sentadillas. Para aliviar los dolores lumbares, le cambió aquella rutina por
gimnasia funcional. A las dos semanas, el fiscal le escribe un mail
agradeciendo: las molestias desaparecieron.
Si hace calor, Nisman va a una de las tres piletas de Le Parc. En
cueros, traje de baño azul y con los lentes de contacto que resaltan sus ojos
celestes, se recuesta a leer en una reposera; siempre con su Nextel y los dos
celulares al lado. Solo.
***
La UFI-AMIA es una especie de fiscalía VIP: para 2015 el
presupuesto era superior a 31 millones de pesos. Empleaba a 45 personas, de las
cuales diez eran contratadas y no pertenecían a la planta permanente.
Monotributistas con sueldos más altos que la media de la Procuración General,
manejaban su día a día con total flexibilidad. El propio Nisman cobraba 100 mil
pesos en mano, casi 40 mil más que el promedio de sus pares.
Sin la obligación de presentarse en la fiscalía, los contratados
le reportaban directamente a Nisman. De ese grupo de diez, el más célebre a la
fecha se llama Diego Lagomarsino, tiene 35 años, es técnico informático y
trabaja desde 2007 para Nisman.
Foto: Claudio Fanchi/Telam
Lagomarsino facturaba 41.280 pesos por mes y fue quien, el sábado
17 a las 20.30 le prestó a Nisman la pistola Bersa .22. En el ranking de
ingresos le sigue Claudio Rabinovitch, con 32.400 pesos. Abogado y periodista,
su tarea era armar resúmenes de prensa y asesorar en comunicación. A Nisman no
le alcanzaba con el trato personal que él mismo lograba tener con un grupo de
periodistas especializados en el tema AMIA, ni tampoco con una consultora
externa. Porque para mejorar el perfil mediático que siempre quiso darle a su
trabajo, en 2009 también había contratado los servicios de una agencia de
prensa y comunicación rutilante en el mercado. Su propietaria es una
relacionista pública eficiente y célebre por organizar cocktails en los que se
mezclan el mundo del arte y la cultura con el de la política y la economía.
Entre sus cuentas además de la de Unidad Especial AMIA se destacan Papel
Prensa, Grupo Clarín, diario La Nación, Revista 23 y marcas como Cartier, Baume
Mercier y Estée Lauder Companies.
Tanto a Lagomarsino como a Rabinovitch la Procuración de Gils
Carbó les rescindió los contratos el lunes 9 de febrero.
Las otras personas son ocho mujeres. Todavía no está claro qué rol
cumplían para la UFI-AMIA. Ninguna de ellas supera los 35 años: Marina Pettis
(licenciada en nutrición, cobra 28.780 pesos), Felicitas Mas Feijoo (20.525
pesos), María Victoria Buigo (17.700 pesos), Magalí Dietrich (16.225 pesos). La
fiscalía gastaba en este tipo de sueldos 2.541.660 pesos al año.
***
En 2013, en la enorme sala de sesiones de las Naciones Unidas,
Sergio Burstein, ex esposo de una víctima, se acomodaba junto a su hija Rita
sobre un palco. Esperaba el discurso de Cristina Kirchner sobre el memorandum
con Irán. Su nextel sonaba cada 15 minutos. Siempre era Alberto Nisman.
—Contame qué va a decir.
Lo mismo había hecho en 2012 y 2011.
—Alberto, no me rompás las pelotas, te dije que no tengo idea. ¿Te
pensás que me adelantan los discursos a mí?
—Basta papá, por favor, estamos acá, dejá de discutir—le pedía su
hija, sentada al lado.
***
Las políticas de seducción de la SI sobre las que hablan con los
personajes del poder judicial son varias y dependen del fiscal, del magistrado
o de la necesidad de los servicios.
Las técnicas más intensas pueden consistir en una invitación a un
bar, a una fiesta privada. Y, en un determinado momento, un ofrecimiento de
drogas. Al otro día, al invitado le llegan las fotos comprometedoras, y quizás
una amenaza o un pedido. Y esa persona, “ya no tiene paz”. El juez Norberto
Oyarbide acusó extorsiones de agentes de la Side en el affaire que protagonizó
en 1998.
No siempre es así. Muchos frecuentan lugares de socialización
pacífica: asados en la curia donde se juntan quienes de jóvenes fueron
compañeros en colegios católicos y hoy trabajan en distintas profesiones. Cenas
en círculos policiales. Cócteles en embajadas.
Varios fiscales federales aseguran que todo depende de la ambición
del influenciado: algunos se contentan con viajes a congresos, otros con dinero
en efectivo. También, claro, hay quienes están por fuera de los arreglos y
viven con su sueldo y su auto oficial con chofer. No se involucran. Tres
fuentes dicen que “hay muchos ‘servicios’ que no trabajan de servicios’.
Trabajan como legisladores, fiscales, funcionarios o periodistas”. La
estrategia de la red incluye actores que “son parte de los servicios sin
saberlo”. Operan en un eslabón específico de un plan general. Llevan sobres,
hablan con gente para influenciarlos pero ignoran el objetivo último. “Prestan
armas con inocencia”, dice un funcionario judicial que conoció a Nisman. Es
probable que a un juez federal, que lleva muchas causas, sólo se le pida que
influya en un par, asume. Con el resto, tendrá libertad absoluta. Nisman estaba
solo y dependía de las investigaciones de Antonio Stiuso. A eso se limitaba su
libertad, concluye.
***
Hasta hace pocos días Stiuso era un agente secreto: aún el
director de Operaciones de la SI. A Stiuso le dicen Jaime o Ingeniero e
investiga el caso AMIA desde 1994, aunque su intervención fue variando con el
tiempo. Su nombre ahora se repite casi tanto como el de Nisman. Hasta 2004,
antes de que Gustavo Beliz mostrara su rostro en televisión —aún no se cerró
esa causa por violar un secreto de Estado—, unos pocos periodistas judiciales
conocían sus rasgos. Que tuviera una relación con Nisman era lógico: en causas
de terrorismo internacional, el servicio de inteligencia es el encargado de
investigar. A Stiuso lo echaron de la Secretaría de Inteligencia el 18 de
diciembre de 2014. Nisman lo llamó varias veces el 17 de enero, antes de morir.
Al especialista en Inteligencia en América Latina y profesor de la
UBA, José María Ugarte, no le sorprende demasiado el caso Nisman, que reflota
internas entre sectores de la SI. La conducción política de la Secretaría no es
real, dice. Quien conduce se limita a transmitir las necesidades del poder
político del momento. “Hacia abajo, Stiuso sí representaba una conducción más
efectiva, aunque hacia adentro siempre hay margen para hacer operetas políticas
menores”. Ugarte fue miembro del grupo redactor de la Ley de Inteligencia,
sancionada 18 días antes del estallido social del 20 y 21 de diciembre de 2001,
cuando la SIDE pasó a ser la SI.
Un legislador experto en el tema dice que durante el menemismo la
SIDE era corrupta pero la conducción política era clara con Carlos Vladimiro
Corach y Hugo Anzorreguy. El kirchnerismo no intervino políticamente en su
dirigencia; dejó a la gente de la gestión anterior, sin un líder claro. La
relación entre servicios y poder judicial se había vuelto intensa en los años
90 y creó una serie de hábitos. Se aumentaron los fondos reservados: se
desviaban para pagar sobresueldos a jueces y funcionarios.
A la estrategia se le suma una motivación más pedestre, casi
sindical. Durante la democracia, los agentes aprendieron sobre los vaivenes del
gasto público dedicado a su área. ¿Cómo hace un jefe si de pronto un gobierno
decide recortarle el presupuesto? ¿Qué pasa con los infiltrados en la Triple
Frontera que investigan contrabando cuando se les paga por mes y no por
trabajo? El reclutamiento para tareas específicas se realiza en diversos grupos
sociales. Muchas veces, personal de limpieza recibe un plus por mirar mientras
barre, cuenta un ex funcionario que intervino ayudando a desmantelar grupos
inorgánicos. La solución está en usar fondos para otros emprendimientos
económicos: ilegales, como
los denunciados por Lorena Martins, pero también legítimos para, en caso de
crisis, mantener la estructura de recursos humanos. En este mundo de
opacidades, nadie duda de que Stiuso o los jefes desplazados de la SI no tengan
problemas económicos.
***
—Nisman también era un tipo nervioso.
El abogado de ojos y barba negrísimos dice tener manchas en la
pierna, de psoriasis, parecidas a las que tenía Nisman en la cabeza y por las
que debía aplicarse cremas. Cuando empezó a trabajar con el caso AMIA, el
abogado andaba afeitado y de traje y estaba al tanto de cada detalle de la
causa. Hoy, más relajado, de chomba y zapatillas de cuero repite lo que se
escucha en Comodoro Py: “Yo lo veía todo el tiempo con Stiuso”, quien había
convencido a todos de que “iba a investigar de verdad”. Y este hombre, ahora
lejos de Comodoro Py y de la unidad AMIA, no acordaba con el fiscal Nisman:
estaba –y continúa estando—convencido de que los pasos que la SI lo hacía dar
en su investigación eran un“escenario
armado por la SIDE, dirigido por la CIA y el Mossad. Nisman era su ejecutor”.
Foto: Claudio Fanchi/Telam
El abogado solía decirle a Nisman, después de reuniones fuera de
la oficina:
—Stiuso te va a mandar a tocar timbre donde él quiera.
El testimonio del ex funcionario judicial resulta creíble no por
su convicción sobre las relaciones entre el fiscal y el espía, sino porque al
tiempo que critica a Stiuso por su coerción a la justicia, lo describe con
elogios masculinos: un tipo “genial”, “muy inteligente y sencillo”; “súper
carismático”. “Jamás se pone corbata, anda en zapatillas y con toda la plata
que maneja, vive como un tipo humilde. Y realmente piensa ocho pasos más
adelante”, lo piropea.
—¿Qué vas a esperar? ¿Que un tipo de inteligencia sea buena
persona? Eso no. Pero es realmente brillante. Lograba que le tengas respeto.
El vínculo local con el Mossad y la CIA en el caso AMIA es, desde
luego, previo al trabajo de Nisman en la fiscalía y a veces excede las reglas
permitidas de la cooperación. El abogado y los querellantes recuerdan que se
dio autorización al secretario de una fiscalía israelí para viajar a
entrevistar a Telledín en la cárcel. Todo se hizo sin dejar registro de las
conversaciones como indica la ley, sin presencia de un fiscal o un juez, como consta
en el fallo del Tribunal.
Aparentemente, el hombre no trabajaba para ninguna fiscalía
israelí.
—Era del Mossad.
***
Nisman vivía paranoico. Denunciaba cada amenaza que recibía, por
inverosímil que sonara. A raíz de ese estrés, había cambiado las sesiones de
psicoanálisis por una terapia más pragmática: El Arte de Vivir. Su maestra de
respiración era la coordinadora en Latinoamérica, Beatriz Goyoaga. Por
recomendación de un juez federal, también visitaba a un acupunturista en la
calle Santa Fe. La primera vez, le vio cara conocida: el hombre de ambo tendría
su edad. Era un excombatiente de La Tablada. No le guardaba rencor.
La primera denuncia de Nisman por supuestas amenazas fue a
mediados de 2010 contra el juez federal Claudio Bonadío, el ex ministro del
Interior, Carlos Corach, su hijo Maximiliano y el ex comisario Alberto “Fino”
Palacios. Por mail, recibió un documento que enumeraba supuestas reuniones de
los Corach, Palacios y Bonadío para apartarlo de la causa AMIA. El 12 de julio
de 2010 se presentó ante una fiscalía y los señaló a los cuatro.
“Nunca me citaron, no escuché ni sabía nada”, asegura sorprendido
Corach junior, hoy presidente de la junta comunal de Palermo por el macrismo.
Activo tuitero y dirigente del staff de Horacio Rodríguez Larreta, jura que
desconoce la trama que lo vincula con las amenazas.
Foto: Claudio Fanchi/Telam
Luego, Nisman explicó en la fiscalía 10, de Diego Iglesias, que
“integrantes de la agrupación Quebracho verían con agrado llevar a cabo dichas
intimidaciones”. Por su historial violento y su simpatía con Irán, para Nisman
el grupo era la representación del miedo.
El sábado 17 de enero de 2015, mientras repasaba carpetas y
resaltaba papeles con marcador flúo, refiriéndose a su exposición de la
denuncia en el Congreso le dijo por chat a un periodista: “Espero que el
gobierno no deje entrar a Quebracho”.
La causa de 2010 quedó en la nada. “Se intervinieron los teléfonos
de un dirigente de Quebracho y de su familia, pero no surgió absolutamente
nada”, dicen en la fiscalía. Hasta el momento de su muerte, Nisman estuvo
pendiente de esa investigación, convencido de que pretendían atacarlo.
Meses después, Nisman denunció a Agustín Zbar, un dirigente de la
comunidad judía. Candidato a presidente en las elecciones de la DAIA. En agosto
de 2010, aseguró ante el juez federal Ariel Lijo que Zbar, ex funcionario
porteño de Jorge Telerman, lo había llamado para amenazarlo.
La presentación ante Lijo se coló en las elecciones de la DAIA, al
punto que Zbar tuvo que declinar su candidatura. “A fin de evitar un papelón
que su ego no podría soportar, Zbar decidió bajarse y encontró la excusa
justa”,le dijo entonces Nisman a la Agencia Judía de Noticias. El juez Lijo,
quien a su vez maneja la causa por el encubrimiento al atentado a la AMIA,
sobreseyó a Zbar el año pasado: las supuestas amenazas eran “inextrincables”.
“Rusito dejá de joder con el Mossad”, “Rusito estás marcado”,
amenazaban los mails que Nisman dijo recibir en agosto de 2012, en noviembre y
en marzo de 2013. Otra vez, Nisman denunció. Y su denuncia se incluyó como
parte de una del Ministerio de Seguridad, a raíz de una sucesión de hackeos a
ministros y diputados que se conoció como Leakymails, una especie de wikileaks
nacional y con tono a acciones de algún sector de los servicios de
Inteligencia.
En medio del divorcio entre Nisman y la jueza Arroyo Salgado, su
ex mujer investigó una importante red de espionaje, con varios puntos en común
con las denuncias de su ex. En 2012, procesó al ex jefe de la SIDE menemista,
Juan Bautista “Tata” Yofre, al general retirado Daniel Reimundes y al titular
de Seprin por pinchar e-mails de funcionarios. A los periodistas Carlos Pagni y
Roberto García los acusó de “encubridores”. Un combo entre representantes de la
SIDE, el ejército y los medios. La jueza está ahora a punto de tener que
evaluar la elevación a juicio oral presentada por el fiscal de esa causa.
Salvo en la cruzada contra Zbar, ante cada denuncia de Nisman,
“Jaime”Stiuso aparecía de inmediato para revelar amenazas casi idénticas en su
contra. Los jueces, a pesar de los pedidos del agente, intentaban ponerlas en
una causa aparte.
La última que recibió Stiuso incluía foto del domicilio de su hija
mayor y de la obra de sicarios mexicanos, “como una forma de demostrarle lo que
podían hacer”, explicó en el cuarto piso de Comodoro Py un secretario que vio
el expediente de la investigación macro de hackeos y pinchaduras. Por la
presentación de Stiuso sus hijas tienen custodia, incluida la que trabaja en
uno de los juzgados federales de Comodoro Py.
En febrero de 2013 Nisman presentó un nuevo escrito en el juzgado
9. A las pocas semanas también apareció Stiuso como denunciante, junto a otros
agentes de la Secretaría de Inteligencia. Los mails recibidos por el fiscal y
por el ex SIDE eran casi un calco, y solo variaban en el nombre del amenazado:
Nisman o Stiuso.
“Respira, inspira, ignora y vive”, recomienda un mantra de El Arte
de Vivir. Y esa fue la frase que Nisman puso como estado de whatsapp, el
viernes previo a su muerte. Según uno de los instructores de esta exitosa
organización, el consejo de ignorar refiere a “las actitudes dañinas de las
demás personas”.
***
Después de almorzar en La Recova, el bar del patio del Cabildo,
donde solía juntarse con un abogado querellante de la causa, Nisman caminó
media cuadra y volvió a su despacho. En esas comidas jamás tomaba vino: siempre
Coca ligth.
Detrás de sus secretarios, la puerta de vidrio y madera blanca del
despacho de Nisman casi siempre estaba cerrada. Antes de las reuniones, solía
hablar sobre su hija Iara, con quien viajó a Ámsterdam, París y Madrid en
enero, regalo por sus 15 años. En general, excepto cuando trabajaba junto al
fiscal Martínez Burgos, recibía a los familiares de las víctimas del atentado a
la AMIA solo; el escritorio impecable, sin un papel, los biblioratos en fila.
—¡Decime dónde están los avances! ¿Te das cuenta de que no estás
haciendo nada?—le dice una mujer de pelo ya blanco. A su lado el abogado
querellante, Sergio Burstein y dos familiares más asienten en silencio.
Nisman se levanta de su sillón con seguridad. Los gritos y los
modales de la mujer no lo alteran.
—Claro que hay avances—responde y abre la puerta para gritar—.
¡Martín, traé la carpeta que te di ayer por favor!
Cada vez que sucede algo así, Nisman no se pone nervioso ni se
achica. Llama a sus colaboradores para que muestren información extra,
argumenta una y otra vez y les da a los familiares esperanzas de nuevas pistas.
Quienes participaban de aquellas reuniones coinciden: “No lo hacía de mala fe”.
***
“¿Cómo, no lo conocés a Jaime?”, se sorprendió Nisman ante el
periodista Santiago O’Donnell en 2011. Quería charlar sobre los cables de
la embajada estadounidense que el periodista había publicado en el libro
Argenleaks. A diferencia de la reunión con Waisberg y Celesia, a O’Donnell lo
invitó a su oficina con vista a la Plaza de Mayo.
Foto: Rolando Andrade
Los WikiLeaks publicados por O’Donnell prueban que la línea de
investigación promovida por Washington, a través de su embajada en Buenos
Aires, empalmaba con la de Nisman: culpar a Irán. Algunos cables lo muestran en
una actitud de acatamiento pleno a la voluntad estadounidense.
“Los oficiales de nuestra Oficina Legal le han recomendado al
fiscal Alberto Nisman que se concentre en los que perpetraron el atentado y no
en quienes desviaron la investigación”, informa un cable del 22 de mayo de 2008.
Y otro agrega: “Nisman nuevamente se disculpó y se ofreció a sentarse con el
Embajador para discutir los próximos pasos”. En la charla con O’Donnell, Nisman
no negó esa información: se mostró amable y prometió adelantarle una exclusiva
sobre los próximos pasos de la causa. Se sorprendió, eso sí, cuando el
periodista confesó que no conocía a Stiuso.
Nisman afirmaba que “Jaime” Stiuso era el que más sabía sobre la
causa AMIA. En una entrevista con la revista Noticias, durante ese frenético
tour meditático desde su vuelta de Europa, que incluyó notas con Lanata, Jorge
Rial, Ari Paluch y dos veces con TN, el fiscal confesó:
— Con Stiuso discrepábamos en muchos aspectos. Él venía con
informes que a veces parecían muy verosímiles y yo le decía: “Perfecto, ¿y las
pruebas?”. Y Stiuso me respondía: “Es de un informante que tengo infiltrado en
tal lugar”. Esas personas no podían declarar y por eso muchas pruebas no se
judicializaron. Pero acá no hay ninguna operación.
***
La maquilladora de TN lo sacó de su limbo mental de fojas,
escuchas, fechas y detalles sobre la denuncia contra el gobierno. Con Nisman ya
sentado en el estudio, tuvo que apurarse: “Como no tuve la intimidad de la
sala, sólo le puse un poco de polvo porque tenía la cara demasiado brillante”.
Eso recuerda de su última entrevista televisada. “Me agradeció y me fui, nada
raro. Sólo lo vi un poco ansioso cuando la cámara lo enfocaba mientras
entrevistaban a los demás invitados”, relata la maquilladora, que hasta esa
noche no lo conocía.
Fuera de cámara, lo esperaba el enfant terrible de la escuela
periodística de Jorge Lanata: Nicolás Wiñazki. “Venite al programa a las 23, si
podés”, le había dicho por wathsapp esa tarde. Por esa vía solía comunicarse de
forma muy fluida con los periodistas de su confianza: uno de Infobae, uno de La
Nación, uno Clarín y uno dePágina/12.
Foto: Rolando Andrade
“Estaba re seguro de su denuncia. Me dijo que Luis D’Elía estaba
hasta las manos, pero fue muy cuidadoso en no identificar a los agentes de
inteligencia que figuraban en la presentación”, dice Wiñazki. El periodista de
Clarín opina que Nisman sospechaba que el gobierno —a través de la Procuradora
Alejandra Gils Carbó— lo iba a correr de la fiscalía.
Esa versión pretende explicar el apuro del fiscal por adelantar su
vuelta de las vacaciones europeas y presentar la carpeta de casi 300 páginas
durante la feria judicial. Sin embargo, la Procuración negó esa hipótesis, y
Nisman podría haber hecho la acusación desde afuera de la UFI-AMIA. Incluso, su
denuncia y hasta él mismo se hubieran cotizado mucho más desde el rol
victimizante del fiscal expulsado.
Después del largo reportaje de Edgardo Alfano en TN, Nisman caminó
hacia el panel de control para chequear en los monitores cómo había salido. No
le importaba lo que había dicho, porque de eso estaba absolutamente convencido:
el fiscal fue a controlar cómo salía su imagen en HD.
Esa tarde, en una sesión de fotos para La Nación había mostrado la
misma inquietud. Primero en el lobby y después en el jardín interno del
complejo de tres torres, le pidió al fotógrafo: “A ver, ¿salgo con ojeras o con
cara de cansado? Estoy enloquecido de trabajo y encima esta noche salgo en TN.
Te pido por favor: cuidame”.
***
Nisman había sudado, pero su remera dry fit blanca lo disimulaba.
Le pidió a su personal trainer sacarse una foto. A pesar del calor de aquel día
de diciembre de 2014, Nisman se sentía contento y vital. Para terminar la
clase, Daniel Tangona le tiró una propuesta nueva: hacer box para liberar
tensiones. A Alberto Nisman le fascinó mucho más que el arduo momento del
balance sobre el bozu, esa suerte de tortuga de goma sobre el que hay que
pararse durante unos segundos con un pie y mantener el equilibrio; típico
ejercicio de gimnasia funcional. Antes de despedirse, exhausto y eufórico,
Nisman buscó su celular— que lo tuviera apagado era una condición impuesta por
el profesor—. Lo encendió, se enfrentó al espejo y abrazó a Tangona. En la foto
sonríe. No se mira al espejo como sí hace su entrenador; se ve a través de la
cámara.
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