La náusea del tachero Por Fidel Maguna y Mascaró Mandinga
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-52017-2015-11-19.html
Amanece y suena el despertador. Estoy despierto desde hace una hora. La humedad es insoportable, me duele la ciática y me cuesta dormir. Cerca de las dos de la mañana se insinuó una tormenta pero pasó de largo. Solo cayeron algunas gotas que apenas despunte el sol se van a evaporar haciendo el calor húmedo aún más insoportable. Me preparo unos mates antes de ir salir a trabajar. Prendo la tele: arrancaron los spots publicitarios previos al balotaje. Apago el tele, no me importa, sinceramente, el balotaje, nunca me metí en política, yo siempre trabajé y hablando de trabajo, ya son las seis y media y está por llegar Carlín para dejarme el coche. Oigo las dos bocinas del Fiestita y salgo. Comienza mi turno.
¿Tengo ganas de ir a trabajar? Uno no se pregunta si tiene ganas de ir a trabajar. Uno va. Por inercia. ¿Cuántas cosas haré por inercia? Hasta tengo que prestarle atención al mate para darme cuenta de que está amargo. Así los días pasan y como que no te das cuenta. Se te va el tiempo.
Se te va rapidísimo algunas veces, como ahora, que ya estoy enfilando por calle Montevideo y como no hay ni llamadas del radio ni personas en la calle, conduzco hasta los tribunales donde siempre hay alguien que necesite un taxi.
¿Cómo llegué a este tacho? Elegir, lo que se dice elegir, como el que elige un gusto de helado, no. O al menos no me acuerdo de haber dicho "yo, fulano de tal, quiero ser esto que soy". Yo me subo al tacho y voy. O no: me voy con las ocho, nueve, diez u once horas dependiendo del día, entre charlas buenas con algunos pasajeros, seducciones vagas con pasajeras solitarias, entre café y café con los compañeros en el bar de la Terminal. No sé cómo llegué a este tacho o como el llegó a mí ¿soy feliz? Puede, los pibes comen y no tengo un patrón encima todo el tiempo, ¿proyectos para mi vida? Bueno, mis proyectos... Ya les cuento en un rato, estoy llegando a los tribunales y un tipo entrajetado me levanta el brazo en la esquina de Balcarce.
Se sienta y me dice una dirección. Lo miro por el espejito. Amago con decir algo pero me callo. No me sale. Es como que todo anda un poco mal. No me gusta este tipo. No saludó. ¿Qué soy yo para este tipo? Si hubiera una máquina que lo llevara seguro yo estaría sin laburo. Entró y me dijo una dirección y ahora está con el celular. Nada más. Como si el mundo se moviera por la magia de la guita. Como si no hubiera laburantes. Lo más gracioso es que el tipo no parece de guita, seguro es otro que la apechuga. Lo sé porque sé, porque el tacho me dio poderes. Y entra y no saluda y yo empiezo a sentir que hay cosas que no andan bien. Pero que no andan bien de otra forma, no como se ve en la radio.
La radio que, mientras manejo, repite una y otra vez que tiene que haber un cambio. Dicen que se tienen que ir de una vez y para siempre, aceptar que perdieron o que van a perder porque la gente está hablando en la urnas. Mi cabeza asiente, no sé por qué, pero el cuerpo hace gestos como que estoy de acuerdo. Y si, se tienen que ir. ¿Estoy de acuerdo? Qué pregunta que me hago. Mejor manejo, que la calle es una locura y no quiero pasar un mal rato.
¿Cómo terminé en el tacho? Ahí están los trapitos, en Oroño y Pellegrini. Me saluda el flaco. Escucho que el entrajetado dice que mire lo que hizo aquel negro de mierda. Mira por la ventana y me deja con la mirada clavada en el espejo retrovisor. No le respondo porque está mascullando algo. Oigo que dice, no a mí, sino al aire: "hay que hacerlos cagar, y rápido". Yo hablo así a veces, pero no sé por qué lo que dice el tipo me cae mal. Cuando yo tenía trece cargaba cajones para Mario. Mario tenía una verdulería. Yo estaba todo el puto día sucio hasta las orejas. ¿Qué cómo terminé en el tacho? Porque era mucho mejor que levantar cajones. Haroldo, que cargaba cajones conmigo, no terminó en el tacho, terminó perdido Haroldo, metido en una banda densa que afanaba. Tenía menos de veinte años la última vez que lo vi y mi vieja siempre hablaba mal de Haroldo, pero yo, la verdad, lo quería como a un hermano. ¿Dónde andará? ¿vivirá? puta que me gustaría verlo.
El tipo que no saludó se baja. Casi enseguida se sube otro. Apenas entra dice buen día. En la radio hablan del cambio. Digo, y no sé por qué lo digo, hace falta un cambio. El otro se pone incómodo. Me pregunta si a mi me parece. Ayer le hubiera dicho que por supuesto. Hoy, que me levanté así, no sé. Yo andaba sucio hasta las orejas levantando cajones. Acá le dan plata a los vagos. Eso le digo. Y después, no sé como, agrego: "si yo hubiera tenido una asignación no sabe todo lo que habría hecho". Capaz que hubiera estudiado. O capaz que terminaba en el taxi igual, pero sabiendo bien por qué me quedaba en el taxi. El tipo no dice nada. Entonces se escucha en la radio:
"Los manifestantes rodean la comuna de Concepción, en Tucumán, tras ser cesanteados por el flamante jefe comunal de la alianza cambiemos, Roberto Sánchez, a pocas horas de su asunción...".
A la mierda. Ni acaban de entrar y ya están echando gente. Deben ser vagos. O planeros. No puede ser de otro modo. A mi no me va a tocar. Soy un laburante. Todos los días agarro el tacho, con lluvia o con sol. Hubo días negros. Con la Alianza, en los 90. No alzabas a nadie. El dueño me dijo que le daba mucha pena, pero que iba a manejar el taxi él mismo. No le daban los números. Cuando los números no dan, la gente es lo primero que queda afuera. El tipo que entró saludando dice, como si me escuchara: "No entienden que los números tienen que cerrar con la gente adentro. ¿En serio cree que Macri hará un buen gobierno? Mire lo que dice la radio."
Y creer, lo que se dice creer con convicciones, no creo. No sé cómo terminé en el taxi, no sé por qué voy a votar al cambio. O sí: terminé en el tacho porque no tenía otra opción. Y voy a votarlo a Macri porque... Bueno, no sé por qué. Por ahí tendría que pensarlo. Si le cuento esto a los muchachos se me van a echar encima. Me van a decir que cómo, no quiero comprar dólares cuando se me canta, no quiero que dejen de sacarme ganancias. Y no. ¿Qué dólares voy a comprar? ¿Qué ganancias? Lo único que pienso, ahora que recuerdo a Mario y los cajones de la verdulería y la mugre hasta las orejas, es que mi hija Florencia va a empezar la facultad el próximo año. Ella no va a cargar cajones. Tiene una facultad cerca de casa y una beca para terminar el secundario. El progresar, le dicen. Si yo hubiese tenido una de esas, capaz que era otra la historia.
"No sé", le respondo al tipo que saludó apenas entró. "Entonces" me contesta "sería mejor que lo piense. De última no vote." "¿Usted es kichnerista?" "No. Pero a Macri lo conozco. Sé adonde va. Y yo no quiero un país que se arrodille. Quiero un país soberano, que cuide a su gente. ¿Sabe cómo llama Macri al salario? Lo llama gasto. ¿A usted le parece que el salario es un gasto?" Y yo, sin pensarlo, yo, que hoy me levante raro, preguntón, repito, porque sé que estoy repitiendo sin pensar: "El Scioli estuvo con Menem." El tipo que saludó se disgusta. "También Macri" dice.
No hablamos más. Me quedo un poco raro, en silencio. Todas las charlas terminan así, sin terminar. En Tucumán echaron a 500 personas. ¿Qué más sé? Va a sacar el impuesto a las ganancias. ¿Y a mí, qué? Dicen que con los impuestos se pagan asignaciones. Yo cargaba cajones en lo de Mario. Mi hija va a ir a la universidad. ¿Qué es lo qué sé de esto? Sé que hace muchos años que estamos bastante tranquilos, si se compara. Además, Flor va a empezar la universidad. "Universidades por todos lados, ¿qué es eso?" Así dijo el de Cambiemos. En muy pocos países del mundo un peón de taxi puede mandar a su hija a la universidad. Así dicen los del gobierno. No sé si será así, pero hoy, acá, puedo decirles que Flor va a empezar psicología.
Así, pensando, me pasó algo que nunca, jamás, me pasó. Me pierdo. Pongo las valizas y me acerco al cordón. Las calles tienen el nombre borrado. Estoy como embotado y no reconozco la zona, aunque sé que estuve mil veces por acá. El tipo que saludó apenas entró me dice que doble a la derecha, por Ituizangó. Lo paro con la mano y le pido que por favor, por favor me deje pensar un momento, que si no me puedo equivocar muy fiero.
***
¿Tengo ganas de ir a trabajar? Uno no se pregunta si tiene ganas de ir a trabajar. Uno va. Por inercia. ¿Cuántas cosas haré por inercia? Hasta tengo que prestarle atención al mate para darme cuenta de que está amargo. Así los días pasan y como que no te das cuenta. Se te va el tiempo.
Se te va rapidísimo algunas veces, como ahora, que ya estoy enfilando por calle Montevideo y como no hay ni llamadas del radio ni personas en la calle, conduzco hasta los tribunales donde siempre hay alguien que necesite un taxi.
¿Cómo llegué a este tacho? Elegir, lo que se dice elegir, como el que elige un gusto de helado, no. O al menos no me acuerdo de haber dicho "yo, fulano de tal, quiero ser esto que soy". Yo me subo al tacho y voy. O no: me voy con las ocho, nueve, diez u once horas dependiendo del día, entre charlas buenas con algunos pasajeros, seducciones vagas con pasajeras solitarias, entre café y café con los compañeros en el bar de la Terminal. No sé cómo llegué a este tacho o como el llegó a mí ¿soy feliz? Puede, los pibes comen y no tengo un patrón encima todo el tiempo, ¿proyectos para mi vida? Bueno, mis proyectos... Ya les cuento en un rato, estoy llegando a los tribunales y un tipo entrajetado me levanta el brazo en la esquina de Balcarce.
Se sienta y me dice una dirección. Lo miro por el espejito. Amago con decir algo pero me callo. No me sale. Es como que todo anda un poco mal. No me gusta este tipo. No saludó. ¿Qué soy yo para este tipo? Si hubiera una máquina que lo llevara seguro yo estaría sin laburo. Entró y me dijo una dirección y ahora está con el celular. Nada más. Como si el mundo se moviera por la magia de la guita. Como si no hubiera laburantes. Lo más gracioso es que el tipo no parece de guita, seguro es otro que la apechuga. Lo sé porque sé, porque el tacho me dio poderes. Y entra y no saluda y yo empiezo a sentir que hay cosas que no andan bien. Pero que no andan bien de otra forma, no como se ve en la radio.
La radio que, mientras manejo, repite una y otra vez que tiene que haber un cambio. Dicen que se tienen que ir de una vez y para siempre, aceptar que perdieron o que van a perder porque la gente está hablando en la urnas. Mi cabeza asiente, no sé por qué, pero el cuerpo hace gestos como que estoy de acuerdo. Y si, se tienen que ir. ¿Estoy de acuerdo? Qué pregunta que me hago. Mejor manejo, que la calle es una locura y no quiero pasar un mal rato.
¿Cómo terminé en el tacho? Ahí están los trapitos, en Oroño y Pellegrini. Me saluda el flaco. Escucho que el entrajetado dice que mire lo que hizo aquel negro de mierda. Mira por la ventana y me deja con la mirada clavada en el espejo retrovisor. No le respondo porque está mascullando algo. Oigo que dice, no a mí, sino al aire: "hay que hacerlos cagar, y rápido". Yo hablo así a veces, pero no sé por qué lo que dice el tipo me cae mal. Cuando yo tenía trece cargaba cajones para Mario. Mario tenía una verdulería. Yo estaba todo el puto día sucio hasta las orejas. ¿Qué cómo terminé en el tacho? Porque era mucho mejor que levantar cajones. Haroldo, que cargaba cajones conmigo, no terminó en el tacho, terminó perdido Haroldo, metido en una banda densa que afanaba. Tenía menos de veinte años la última vez que lo vi y mi vieja siempre hablaba mal de Haroldo, pero yo, la verdad, lo quería como a un hermano. ¿Dónde andará? ¿vivirá? puta que me gustaría verlo.
El tipo que no saludó se baja. Casi enseguida se sube otro. Apenas entra dice buen día. En la radio hablan del cambio. Digo, y no sé por qué lo digo, hace falta un cambio. El otro se pone incómodo. Me pregunta si a mi me parece. Ayer le hubiera dicho que por supuesto. Hoy, que me levanté así, no sé. Yo andaba sucio hasta las orejas levantando cajones. Acá le dan plata a los vagos. Eso le digo. Y después, no sé como, agrego: "si yo hubiera tenido una asignación no sabe todo lo que habría hecho". Capaz que hubiera estudiado. O capaz que terminaba en el taxi igual, pero sabiendo bien por qué me quedaba en el taxi. El tipo no dice nada. Entonces se escucha en la radio:
"Los manifestantes rodean la comuna de Concepción, en Tucumán, tras ser cesanteados por el flamante jefe comunal de la alianza cambiemos, Roberto Sánchez, a pocas horas de su asunción...".
A la mierda. Ni acaban de entrar y ya están echando gente. Deben ser vagos. O planeros. No puede ser de otro modo. A mi no me va a tocar. Soy un laburante. Todos los días agarro el tacho, con lluvia o con sol. Hubo días negros. Con la Alianza, en los 90. No alzabas a nadie. El dueño me dijo que le daba mucha pena, pero que iba a manejar el taxi él mismo. No le daban los números. Cuando los números no dan, la gente es lo primero que queda afuera. El tipo que entró saludando dice, como si me escuchara: "No entienden que los números tienen que cerrar con la gente adentro. ¿En serio cree que Macri hará un buen gobierno? Mire lo que dice la radio."
Y creer, lo que se dice creer con convicciones, no creo. No sé cómo terminé en el taxi, no sé por qué voy a votar al cambio. O sí: terminé en el tacho porque no tenía otra opción. Y voy a votarlo a Macri porque... Bueno, no sé por qué. Por ahí tendría que pensarlo. Si le cuento esto a los muchachos se me van a echar encima. Me van a decir que cómo, no quiero comprar dólares cuando se me canta, no quiero que dejen de sacarme ganancias. Y no. ¿Qué dólares voy a comprar? ¿Qué ganancias? Lo único que pienso, ahora que recuerdo a Mario y los cajones de la verdulería y la mugre hasta las orejas, es que mi hija Florencia va a empezar la facultad el próximo año. Ella no va a cargar cajones. Tiene una facultad cerca de casa y una beca para terminar el secundario. El progresar, le dicen. Si yo hubiese tenido una de esas, capaz que era otra la historia.
"No sé", le respondo al tipo que saludó apenas entró. "Entonces" me contesta "sería mejor que lo piense. De última no vote." "¿Usted es kichnerista?" "No. Pero a Macri lo conozco. Sé adonde va. Y yo no quiero un país que se arrodille. Quiero un país soberano, que cuide a su gente. ¿Sabe cómo llama Macri al salario? Lo llama gasto. ¿A usted le parece que el salario es un gasto?" Y yo, sin pensarlo, yo, que hoy me levante raro, preguntón, repito, porque sé que estoy repitiendo sin pensar: "El Scioli estuvo con Menem." El tipo que saludó se disgusta. "También Macri" dice.
No hablamos más. Me quedo un poco raro, en silencio. Todas las charlas terminan así, sin terminar. En Tucumán echaron a 500 personas. ¿Qué más sé? Va a sacar el impuesto a las ganancias. ¿Y a mí, qué? Dicen que con los impuestos se pagan asignaciones. Yo cargaba cajones en lo de Mario. Mi hija va a ir a la universidad. ¿Qué es lo qué sé de esto? Sé que hace muchos años que estamos bastante tranquilos, si se compara. Además, Flor va a empezar la universidad. "Universidades por todos lados, ¿qué es eso?" Así dijo el de Cambiemos. En muy pocos países del mundo un peón de taxi puede mandar a su hija a la universidad. Así dicen los del gobierno. No sé si será así, pero hoy, acá, puedo decirles que Flor va a empezar psicología.
Así, pensando, me pasó algo que nunca, jamás, me pasó. Me pierdo. Pongo las valizas y me acerco al cordón. Las calles tienen el nombre borrado. Estoy como embotado y no reconozco la zona, aunque sé que estuve mil veces por acá. El tipo que saludó apenas entró me dice que doble a la derecha, por Ituizangó. Lo paro con la mano y le pido que por favor, por favor me deje pensar un momento, que si no me puedo equivocar muy fiero.
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