Entrevista a Diego Capusotto en losinrocks.com
Hay algo en nosotros que tiene que ver con que nuestros mayores no fueron el gran ejemplo. Por eso me río cuando hablan de la palabra “grieta”. Agarrás los últimos cuarenta años de este país y tenés: en 1975, a López Rega, Isabel, la Triple A, el Rodrigazo. Después los milicos, con un plan económico impuesto por los Estados Unidos, que necesitaba reprimir, porque había militancia y había obreros. Muertes, desapariciones, y termina todo con el golpe de efecto de Malvinas. Después vino Alfonsín: hiperinflación con todos los grupos de mierda que le hacen el golpe económico, con el partido militar que todavía existía. Luego el menemismo: diez años donde todos se callaron la boca y decían “miralo a este enano que se coge modelos de un metro noventa”.
Hoy se estrena Kryptonita, la película de Nicanor Loreti que protagoniza, y acaba de concluir una nueva temporada –la novena– de Peter Capusotto y sus videos, el programa que reforzó su aura de cómico de culto. Diego Capusotto, consciente de ese lugar y reflexivo sobre los temas que lo apasionan –con el rock como centro–, no deja de buscarle la vuelta al oficio de actor y, sobre todo, al lugar que ocupa el humor en su vida.
Por Javier Diz / Pablo Strozza
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A los 54 años, Diego Capusotto es un rockero, más allá que se gane la vida como actor. Ahí está con su sempiterno pelo largo, con su aro en forma de argolla en su oreja izquierda y, fundamentalmente, con su discurso. Durante la charla en un bar de la zona de Barracas, Diego no duda y varias veces utiliza metáforas musicales para referirse a temas de los más diversos. La excusa para la conversación es el estreno en salas de Kryptonita –que se presenta antes en la edición 2015 del Festival de Cine de Mar del Plata–, pero enseguida el diálogo muta hacia Peter Capusotto y sus videos (el programa cuya novena temporada finalizó en noviembre), los medios y, claro está, la cultura rock, entre otras cuestiones. Capusotto es de esas personas a las que no da para interrumpir cuando se lanzan a parlotear, y que necesitan tiempo para decir lo que quieren y que su discurso sea claro. De esos tipos que uno espera que lancen un chiste por la costumbre de ver ese comportamiento suyo durante años como espectador pero que en el mano a mano muchas veces tienen una seriedad y una lucidez que abruma, para bien. “Me hicieron pensar”, dice, a modo de despedida. Con ustedes, entonces, Diego Capusotto y sus pensamientos.
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Desde hace tiempo venís diciendo que esta puede llegar a ser la última temporada del programa. ¿Va a ser la última temporada?
No. Yo digo que puede ser la última temporada en la medida que aparezca una especie de hastío de hacer el programa, algo que por ahora no pasa, por el hecho de que solo hacemos catorce emisiones. Y voy a reiterar algo: si el programa que nosotros hacemos hubiese durado treinta emisiones, como el caso de Todo por 2 pesos o Cha Cha Cha, ya no existiría más desde hace rato. Hubiese durado lo que duraron aquellos: tres años. Al tener la posibilidad de hacer esa cantidad de programas, tenemos más control, sin tener que preguntarle nada a nadie, ni siquiera al espectador. Porque si eso pasara, te encontrarías con una multiplicidad de respuestas que lo único que haría es confundirte y hacerte trabajar a partir del deseo del otro, que aparece una vez que el programa se empieza a hacer, y entonces dejan de pertenecerte la multiplicidad de lecturas que hay sobre el mismo. Estamos, con nueve años de programa, en una época donde siempre pasa lo mismo. Están los que no lo ven más porque dicen que se repite la fórmula y en realidad el programa era bueno cuando a ellos les gustaba, o cuando había irrumpido, ya que toda irrupción tiene esa potencia propia del hecho en sí. Después están lo que dicen “Mirá vos, después de nueve años siguen haciendo buenos discos”. Y finalmente pasa que cuando el programa desaparece es reivindicado por todo el mundo. ¿Por qué ocurre eso? Porque me parece que fue un buen programa, y que tuvo un peso específico en su propia irrupción. Que salpicó a distintas generaciones. Y lo que nos impulsa a hacerlo el año que viene es que se cumplen diez años, y queremos festejar ese cumpleaños de manera personal. Cuando termina el programa somos Pedro (Saborido) y yo los que decidimos si continúa o no. Pero el hecho de que haya gente que está esperando genera un escenario que es interesante. Cuando se espera algo que supuestamente te va a conmover, está bien. Es una buena espera, no es la esperanza.
Hay una cosa muy interesante del programa que es que ustedes se permiten prescindir de hits. De la misma forma en la que Spinetta en una época no tocaba “Muchacha ojos de papel”, vos hoy no hacés más a Pomelo…
Quizás el año próximo aparezca Pomelo. Pero si buscáramos todo el tiempo que Pomelo sea un hit lo empezaríamos a odiar. Porque dependeríamos de ese personaje, porque siempre aparecería alguien de afuera que te dice que ese personaje tiene que estar, y caeríamos en un programa con un funcionamiento empresarial. Este es un programa antitelevisivo, porque tiene videos de música. Nadie ve un programa de humor que en un momento es interrumpido por un video. Porque un programa de humor te hace reír o no, pero si eso es interrumpido por un video de Captain Beefheart, se quedan veinte a mirarlo. El programa tiene esa esencia y no fue cambiado, a pesar de que puede venir alguien que diga “cuando aparece un video el rating baja”. Entonces están lo que tienen la habilidad de hacer zapping en ese momento, los que se quedan, y también los que descubren a Captain Beefheart. Por esas cosas, el control sigue estando a cargo nuestro. Y por eso genera en nosotros esa necesidad de volver a hacerlo, porque como pasan ocho meses de un año al otro, nos da la sensación de que cada año es un año nuevo, sabiendo que no lo es. Y también nos pasa que no se nos ocurre otra cosa [risas]. Esto puede parar y volver, o no, y pensamos en esos términos.
“A veces prefiero no ver humor, porque prefiero un lugar de cuidado y no contaminación, más allá que la idea de originalidad está absolutamente dinamitada.”
Volviendo a la cuestión de los videos, hay una idea que se perdió, la de la contracultura, que es una palabra y un concepto viejo. Antes era una información que circulaba lejos de lo considerado comercial o mainstream, y uno sabía dónde ir a buscarla. Hoy, al haber tanta sobreinformación, se pierde. Entonces, hay algo contracultural en el hecho de estar en un espacio como el tuyo y proponer esos videos…
Pero eso ocurre porque en los medios muchas veces estás formateado por el deseo del otro. Y ahí es donde pifia, ya que hay una voluntad que siempre es quitada por la voluntad del otro. De la misma manera, si vos cantás y tocás una canción, después no le preguntás a los que la escuchan “chicos, ¿les gustó? ¿Hacemos otra que concuerde con los gustos generales?”. Eso es meter una empresa en donde no tiene que estar.
¿Pero esa postura no debería ser algo más común?
Siempre pongo el ejemplo de una banda que comienza a tocar en un espacio de pertenencia, a buscar sonidos, sin una proyección comercial. Yo no respeto a una banda que se plantea lo obvio. Prefiero a los que encuentran algún sonido desde la experimentación. Y así fue que empezó el programa. Nosotros estábamos haciendo teatro con Pedro y Fabio (Alberti), y nos ofrecen hacer este programa. Y lo primero que pensamos con El Griego, que es quien pasa los videos (Marcelo Iconomidis), fue en el tiempo que hacía que no veíamos en la tele un programa de música, siendo que nosotros en la dictadura vimos en la tele a Humble Pie. Entonces, todo nació de ese deseo que teníamos con El Griego, como espectadores, de ver videos de bandas que existieron, que no son muy conocidas y que pertenecen a una época de la música que nos parece maravillosa, pero también de poner grupos actuales interesantes. Y eso mezclado con la ficción y con personajes ligados a la cultura rock, vistos desde un lenguaje humorístico. Por eso es que para nosotros los videos son una parte fundamental de la artística. Lo único que El Griego tiene que respetar es que, por una cuestión de formato, esos videos tienen que durar a lo sumo cuatro minutos. Hoy los personajes tienen más desarrollo; cuando empezamos eran cortos como temas de los Ramones [risas].
Otra cosa que ocurre en la relación entre el rock y el programa es que, en esta época, no hay discos o bandas que interpelen al rock argentino desde adentro del rock, salvo quizá Babasónicos. Y esa cualidad de alguna manera cayó en ustedes…
Porque en nuestro programa apareció esa cosa de la desmitificación de algunas cuestiones ligadas al rock, con el toque nuestro, que viene por el lado de lo fantástico. Lo de interpelar pasa porque pasa en cualquier medio artístico, ya que si creemos en lo que creemos, hay que preguntarse cómo serían las cosas si fueran de otra manera. Por eso los personajes se comportan de una forma un poco disímil a como se comportarían naturalmente. Hay algo en Pomelo que es un poco “La afectación en nombre de”. Es todo lo peor del rock: el rock como entrada a un mundo de una importancia fatua. Es el hecho de ser estrella de rock sin hacer nada. Se supone que el rock tiene una puesta en escena que está ligada al desborde, por eso hay algo de estafa en lo que se está contando.
¿Y cuál es tu relación actual con el rock?
Ya no tengo pertenencia con ningún género. Tengo pertenencia al sonido, venga de donde venga, sin que deba ser eso que llamamos rock, algo que fue necesario para nosotros porque yo, que soy hijo de la dictadura, tuve ese lugar de refugio, que era el encuentro con el otro para escuchar una música que nos conmovía y que nos daba una identidad. Pertenecer y ser parte de la tribu rockera era imprescindible. Es un sonido que sigo amando y que sigo escuchando, pero uno empieza a ampliarse un poco y a amplificar al sonido como algo importante. Sigo teniendo empatía con bandas que circulan por ese espacio o por otros más limitados; gente que está investigando, que tiene una influencia de una música que a mí sí me gusta, como lo progresivo o la psicodelia. Lo que más me cuesta es escuchar un rock cuadrado, o un blues. Antes era la música que acompañaba mi vida y hoy me puede aburrir mucho. A mí me sigue gustando el blues, pero hoy no pongo un disco de Muddy Waters. Prefiero escuchar otra cosa por curiosidad y por interés.
¿No te cuesta más mantener activa la curiosidad?
No. Creo que la música es esencial, y no estoy repitiendo lo que ya dijo Nietzsche. A mí me parece imprescindible y fundamental la vida con música, me parece que es una de las expresiones más genuinas de la humanidad. Si el ser humano puede ser reivindicado, es por la música. Después podemos ser lo tan misántropos que somos, y tener bastante desconfianza sobre la involución humana. Pero si hay algo que recalco de la voluntad humana es la música. Es una cuestión de tener curiosidad y sensibilidad. Y escuchar ahora eso que antes te parecía una mierda, y lo que te parecía grandioso antes escucharlo ahora y ver qué pasa.
Y en eso último, ¿qué sorpresa te llevaste?
Yes me parece insoportable. Supertramp me parece una porquería. Y así también escucho cosas que no hubiera tolerado antes. Si yo hubiera descubierto Trout Mask Replica de Captain Beefheart a los quince años hubiera dicho “uy, no sé”. Y hoy me parece grandioso. Matt Groening escuchó ese disco y dijo “esto es una mierda”. Y después le pareció genial.
“Kryptonita me posibilitó entrar en otro registro de actuación, ir por otro lado, estar sujeto a la mirada de un director, volver a hacer cine, trabajar con actores que no son parte del equipo con el que trabajo todos los días.”
Volviendo al programa, este año hay cosas que por momentos son muy Pepe Biondi. Juan Domingo Perdón, por ejemplo…
Juan Domingo Perdón tiene el gag de Biondi pero también se mete en el orden de lo político. Y es algo con lo que crecimos. Hay algo en nosotros que tiene que ver con que nuestros mayores no fueron el gran ejemplo. Por eso me río cuando hablan de la palabra “grieta”. Agarrás los últimos cuarenta años de este país y tenés: en 1975, a López Rega, Isabel, la Triple A, el Rodrigazo. Después los milicos, con un plan económico impuesto por los Estados Unidos, que necesitaba reprimir, porque había militancia y había obreros. Muertes, desapariciones, y termina todo con el golpe de efecto de Malvinas. Después vino Alfonsín: hiperinflación con todos los grupos de mierda que le hacen el golpe económico, con el partido militar que todavía existía. Luego el menemismo: diez años donde todos se callaron la boca y decían “miralo a este enano que se coge modelos de un metro noventa”. Estábamos insertos en el mundo: a la mierda la industria nacional. Se privatizó todo y todo anduvo mal. Los dos atentados, Río Tercero. Y tras todo eso, la Alianza, que termina con De la Rúa que se confunde el nombre de la mujer de Tinelli. Treinta y nueve muertos, Cavallo, el corralito. Y ahora resulta que el problema es el kirchnerismo. ¡Por qué no se van todos a la concha de su madre! El kirchnerismo puso un escenario incompleto, porque no se metió con el gran poder empresarial o con los grandes grupos concentrados, como la minería o Monsanto, pero puso en el escenario el conflicto de quienes son los verdaderos enemigos. Y todos esos cachivaches de la oposición, empleados del poder fáctico, dicen que estamos en la “grieta”. Todo esto dicho por un gordo que en 2009 puteaba a Clarín, y ahora labura para Clarín. Listo.
¿Cómo testean los personajes que se les ocurren a Pedro y a vos?
Los primeros que saben del chiste son los del equipo de laburo. Pedro les comenta ideas, y va registrando qué pasa con eso. Así se da una especie de testeo interno. Muchas veces también yo les cuento cosas a amigos. Pero luego se da que una cosa es lo que vos contaste y otra es cuando lo ponés en escena, porque puede pasar que la situación es mucho menos graciosa, o a veces mucho más graciosa. Esas son la clase de sensaciones que queremos seguir atravesando con Pedro: la incertidumbre, los miedos, esos desafíos que siempre son personales. Nosotros volvemos a hacer el programa porque lo terminamos extrañando. Cuando terminaron Cha Cha Cha y Todo por 2 pesos tuve la sensación de que fue muy lindo haberlos hecho. Piensen que eran treinta programas por año, noventa en total: hay un momento en el que necesitás parar y en el que se te va un poco el control. Hay un tiempo que necesitamos para seguir investigando sobre el programa, y seguir convencidos de que es una mierda o es bárbaro, sentir esa intensidad de estar haciendo algo como si recién empezáramos, cuando en realidad hace nueve años que lo hacemos. Y finalmente, cuando termina, nos damos cuenta de que los mejores programas, para nosotros, empiezan a ser a partir del quinto o del sexto. Creemos que los primeros son buenos, luego nos parece que no, generan una expectativa en la gente que hace que sean distintos y que no sepamos si fueron buenos o no. Al principio, la sensación de examen es algo que no hemos superado. El mejor primer programa posible que podemos hacer es siempre el séptimo [risas]. Y el último programa siempre es mejor que el primero, son los clásicos. Desde que arrancamos hace nueve años hemos hecho más o menos trescientos personajes, contando los que aparecieron solo una vez. Y de esos trescientos personajes hay diez que son inoxidables, que son siempre buenos. A los demás, por estrategia, dejamos de hacerlos. Por ejemplo, James Bo, que estuvo el año pasado, y este año no. El año que viene a lo mejor le buscamos una vuelta de rosca y lo mandamos siete minutos, renovado. Aunque siempre va a venir el que te dice “a los mejores personajes ya los hicieron”.
¿Cuál es tu lugar como espectador del humor?
Hay cosas que me gustan, y otras que no. A veces prefiero no ver humor, porque prefiero un lugar de cuidado y no contaminación, más allá que la idea de originalidad está absolutamente dinamitada. Si mirás Sopa de ganso no me podés venir a hablar del Nuevo Humor Absurdo. Las ideas van circulando, no hay ideas de pertenencia. Hay modas: en los 80 fue el clown, ahora es el stand-up.
“Hay un tiempo que necesitamos para seguir investigando sobre el programa, y seguir convencidos de que es una mierda o es bárbaro, sentir esa intensidad de estar haciendo algo como si recién empezáramos.”
¿Y en qué lugar quedó la radio?
La radio fue algo que hicimos en su momento porque tuvimos ganas, y que nos gustaría repetir pero en ese formato: un programa semanal grabado de una hora de duración. Un programa de ficción, en donde yo no hablaba como Diego Capusotto sino que seguía siendo como Peter, pero en la radio. No tengo ganas de contar en la radio qué me pasó con el día de la madre. Puedo escucharlo si el que habla me resulta interesante. Volvemos a lo mismo: si vos hacés todos los días un programa de tres horas vas a terminar contando qué te pareció la realidad del día de ayer, qué te pareció Xipolitakis manejando un avión. Hay algunos que lo hacen de una manera natural y te molesta menos. Y hay otros que necesitan darle un tono de seriedad a un tema que no lo tiene. Entonces vos trabajás en un programa de televisión y te dicen “tenemos que hablar cuatro días de Xipolitakis”, y entrás en una en que te ponés en un personaje como hacemos nosotros, y terminás creyéndotela, cuando es alguien que no amerita siquiera mirar de reojo, porque no es un fenómeno social.
¿Pero ese patetismo no te puede llegar a causar gracia?
Hay que tener claro que todo eso es parte de un escenario que en realidad no existe. Pensá en Zulma Lobato: solamente va a volver a los medios si se tira de un piso once. Todo pasa porque la posibilidad de que aparezca alguien e irrumpa ya está establecida. Lo que me irrita más es la impunidad de lo mediático, el montón de pelotudos que tienen el carnet de periodistas y hoy sientan escenario, cuando son tipos que no están preparados ni para pedir un café. El Gigoló es el resultado de la posibilidad de que le cuentes a tus amigos en una mesa que sos famoso, que vas a un boliche y que garpan por eso. Es como el chanta de antes. Y en un lugar de ficción: porque a este pibe lo pusieron en un lugar de que estafó a no sé cuántas minas, y un estafador de minas no aparece en los medios. Ese escenario permite que la televisión pueda alimentarse de eso dos meses, y después desaparece y que pase el que sigue. Hay una impunidad de ciertos formadores de opinión que me irrita mucho más que personajes como estos, porque continúan en la televisión y te dan la sensación de que no se creen nada de lo que están diciendo. Ahora, si me preguntan si el Gigoló me hace reír, la respuesta es no. Cada uno se ríe con lo que se le canta el orto, pero si te reís con el Gigoló tenés un problemita.
Se creó mucha expectativa con Kryptonita, por quienes están implicados en la película y también porque es la adaptación de un libro que generó bastante entusiasmo…
Sí, es buenísimo y es llamativo, sobre todo porque el cine tiene esa rareza de que si no hay figuras convocantes… Hay como una cosa de que si están Francella o Darín o alguno de algún círculo similar, la gente que no tiene tanta relación con el cine va a ver la película más por el actor, y ese actor o actriz termina definiendo si la película es buena. Los tipos que sí tienen más relación con el cine desconfían de eso, como el tipo que escucha mucha música desconfía del grupo exitoso que lleva mucha gente. Pero también puede pasar lo que pasó con El hombre de al lado, que sin parafernalia ni actores convocantes terminó metiendo la misma cantidad de gente que hicimos nosotros con Pájaros volando con mucha más prensa y parafernalia. Y también está esa desconfianza con el cine nacional, que es algo que se mira a veces de costado. En alguna época, con razón.
“A mí me parece imprescindible y fundamental la vida con música, me parece que es una de las expresiones más genuinas de la humanidad. Si el ser humano puede ser reivindicado, es por la música.”
¿Cómo ves a tu personaje de la película con respecto a lo que solés hacer? ¿Sentís una especie de asignatura pendiente de algún papel más dramático, como le pasaba a Olmedo?
Si bien a mí lo que más me gusta son los personajes ligados a la comicidad, soy un actor en la medida que actúo, y Kryptonita me posibilitó entrar en otro registro de actuación, ir por otro lado, estar sujeto a la mirada de un director, volver a hacer cine, trabajar con actores que no son parte del equipo con el que trabajo todos los días. Me interesó el director, me interesó el personaje y me interesó actuar, ya que uno aprende en la medida que actúa. Hay algo de lo teórico de la actuación que son intuiciones, aciertos, desaciertos, certezas, cosas a discutir. Pero en la acción es cuando vos terminás de actuar y decís “soy actor”. De la misma manera que cuando el actor labura en teatro y al terminar se convirtió en una cosa mucho mejor que lo que era antes de entrar al teatro. Yo sé actuar las cosas del programa. Algunas me cuestan más y otras menos, no hago todo de taquito. Pero tengo treinta años en esto, sé por dónde va. Después te puede gustar o no, pero ya eso no me pertenece a mí sino a la mirada del otro. Y así como Riquelme te lee un partido, te puedo leer de antemano qué le puedo agregar al personaje que pueda ser más o menos efectista. Hay personajes a los que no es necesario agregarles comicidad porque la comicidad ya está, y hay otros que permiten el histrionismo, el desborde. Y me gustan las dos cosas. Cuando veo a los Hermanos Marx, siento que esos tipos están derrotando a la angustia. Creo que la risa es lo único que enfrenta a la muerte. La muerte tiene lógica cuando sos muy viejo y estás aburrido de vivir, o cuando estás sufriendo y querés terminar con todo, si no es un horror. Entonces, como la muerte es una derrota segura e inapelable y de la que no zafa nadie, cuando veo o hago cosas de humor a veces siento como que le estoy tocando el culo a la angustia y a la muerte. Pienso que esa es la manera en la que la gente no se muere.
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Kryptonita
De Nicanor Loreti
Con Diego Capusotto, Pablo Rago, Nicolás Vázquez. Juan Palomino, Diego Velázquez, Sebastián De Caro, Lautaro Delgado y Susana Varela.
http://www.losinrocks.com/cine/entrevista-a-diego-capusotto#.VmQ7S_nhC00
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