Tierra colorada

No hay ruinas de antiguas construcciones guaraníes, ni una piedra, ni un totem, no se puede apreciar un antiguo monumento o un alero pintado que den cuenta de los antiguos guaraníes. No hay grandes tallas aquí, ni un Altamira, ni un Stonehenge. Aquí solo pasó lo necesario, que es la vida y solamente hay historias transmitidas a lo largo de generaciones. Pueden hallarse algunas piezas de alfarería utilizadas en ritos mortuorios y muchos tejidos que resultan frágiles testigos de las historia originaria en la mesopotamia argentina.

En cambio hay reducciones jesuíticas que se visitan como parte de los circuitos turísticos tradicionales con guías descendientes de pueblos originarios que cuentan orgullosos su integración a los españoles en las misiones, cuentan de todo lo que aprendieron, de los oficios, las artes y la fé. Con algo de nostalgia relatan la historia del apogeo y caída del proyecto misionero y la pérdida del paraíso en su propia tierra que acabó por destrozar y erradicar definitivamente un dictador paraguayo.

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Ahora hay como antaño la tierra roja y las grandes aguas (Iguazú: del guaraní "aguas grandes") con sus bramidos y sus nubes de rocío que bañan permanentemente el entorno selvático paranaense. Hay turistas con cámaras japonesas y chinas y leves capas de nylon transparente tan efímero como disociado de la inmensa naturaleza circundante.

Hay pequeñas mariposas de colores que a la vista y la interpretación humana guardan números en sus diseños y también se ocultan claves en las aves y en las plantas que el hombre descifra a su antojo y así como hay un ochenta y ocho en las alas de una mariposa hay pájaros en las flores que llamará flor de tucán o hay llamadas de encantamiento en el canto de las cigarras al atardecer, todo en clave alterada, todo a la medida del hombre, última y definitiva medida de todas las cosas.

Los paseantes beben sus largos tragos de colores la orilla de las piscinas o compran artesanías a lo largo de la costanera, se toman fotografías con los hitos fronterizos y guardan el asombro solamente para aquello que han contratado por anticipado, las sorpresas solo devendrán de los paquetes prediseñados en las oficinas de turismo. La misma mirada aburrida, de vaca boba que recorre el entorno evita a sabiendas las otras miradas extraviadas de los lugareños, esos descendientes de guaraníes que se atavían para la ocasión, para vender sus manualidades, pasan a formar parte así del espectáculo bizarro que vienen a buscar los visitantes.

De pies descalzos, plumas en la cabeza, silenciosos pero a la vez ansiosos por irse de este lugar los eternos habitantes de estas tierras viven el presente, este tiempo de obras ajenas, de visitas guiadas, de hoteles internacionales, travesías a la selva y caravanas de compras, otra vez el extranjero deja sus huellas en el medio, otra vez intenta postergar lo inevitable de un tiempo que ha de pasar sin remedio.
Sobre los escombros de este tiempo, una vez más estarán allí en lo efímero de sus tejidos de hierbas y sus herramientas de madera, que perduran tan solo el tiempo que son necesarios, ni más ni menos, y contemplan callados y resumen aún en una sola letra lo más importante de su universo "i" que es el agua allí nomás cerquita siempre de sus pies anchos y oscuros bien firmes sobre esta tierra colorada que se adhiere y sube por su piel hasta los ojos y se pierde allá lejos sobre el río en el atardecer cuando la noche apenas comienza a cantar en la selva.

IXX-2014

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