Sarlo: de "La fiesta del monstruo" a "la fiesta del populismo pop globalizado"
Domingo 31 de Mayo de 2015
ANTIPERONISMO
La intelectual realizó una descripción peyorativa de los sectores populares que acompañaron la fiesta por el 25 de mayo y el discurso de Cristina Fernández de Kirchner. El cristal de la nostalgia empaña el análisis de quien supo ser una de las mentes más lúcidas de la Argentina.
D. Marchi // Domingo 31 de mayo de 2015 | 13:54
ANTIPERONISMO
Sarlo: de "La fiesta del monstruo" a "la fiesta del populismo pop globalizado"
La intelectual realizó una descripción peyorativa de los sectores populares que acompañaron la fiesta por el 25 de mayo y el discurso de Cristina Fernández de Kirchner. El cristal de la nostalgia empaña el análisis de quien supo ser una de las mentes más lúcidas de la Argentina.
D. Marchi // Domingo 31 de mayo de 2015 | 13:54
Seguí la orden de un manifestante que, tocándome el brazo, me dijo: “osservá, osservá"
Hay dos Beatriz Sarlo. Aquella que en los 70 elaboró valioso material que aún hoy se lee en las facultades y la que, a partir de la publicación de “Escenas de la vida posmoderna”, se dedicó a la divulgación, con textos orientados a la crítica de la sociedad en supuesta decadencia. Aquel ensayo se horrorizaba con los shoppings, las cirugías plásticas y los videojuegos: todo lo que temía la intelectual, para bien o para mal, hoy se ha masificado.
Eran otros tiempos y el repudio al neoliberalismo menemista unía a Sarlo con muchos de quienes hoy se identifican como kirchneristas. El remate del patrimonio nacional, la desindustrialización, la desocupación, la farandulización de la política y el sinfín de tragedias que golpearon a la Argentina pusieron a los intelectuales y a los militantes del campo popular del mismo lado.
En una columna que lleva su firma y que publica Perfil, Sarlo ha dado el salto definitivo hacia las filas de quienes sueñan con un país blanco, republicano y sin las patas en la fuente. Su tono al escribir permite rastrear aquello que Julio Cortázar sintetizó al asegurar: “Me voy a París porque los bombos peronistas no me dejan escuchar a Bartók”. Es también la línea histórica de “La fiesta del Monstruo”, aquél cuento antiperonista firmado por Honorio Bustos Domecq, seudónimo utilizado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, que pretende describir el 17 de octubre como una mixtura entre aluvión zoológico y antisemitismo filofascista. Esta comparación es un reconocimiento a la estatura de Sarlo, quien no es comparable con otros columnistas de baja estofa que adornan algunos de los diarios de la derecha.
Sarlo nos lleva a pasear por la plaza del pasado 25 de mayo. La imaginamos con su pelo entrecano mezclada con la multitud en una escena que ella misma describe:“Seguí la orden de un manifestante que, tocándome el brazo, me dijo: “osservá, osservá” (SIC). La no tan velada burla al hablar popular no le es suficiente, y agrega: “Por otra parte, quien estuvo en la Plaza fácilmente podía darse cuenta de que La Cámpora llegó unida y organizada. Pero también que muchos avanzaban en pequeños grupos de amigos y que estacionaron en el centro, además de los ómnibus, muchos autos “de pobre”, con las abolladuras herrumbradas, a los que todavía no les llegó el turno del recambio”. Sarlo. Los bombos. Bartók.
No es casual que una de las palabras clave de la columna de Sarlo sea “fiesta”: a Bustos Domecq también le generaba urticaria el carnaval, el pueblo en la calle, el peronismo, todo lo sucio y lo bajo reproduciéndose por las calles de la otrora inmaculada Buenos Aires. Resulta sencillo imaginarlos celebrando jubilosos el triunfo de la Cuaresma.
Tras la desvalorización de los zombies malhablados, arriados o con autos abollados que okupaban la plaza de la Revolución, llegó la hora de apuntar contra la mujer que despertó el amor de todos ellos: Cristina Fernández de Kirchner. El recurso fue, otra vez, una palabra que ha sido vaciada de sentido por quienes la enuncian ante cada micrófono o la escriben en innumerables columnas, un significante vacío: republicanismo.
El significante vacío, si se nos permite una simplificación atroz, es algo así como una palabra a la que le caben distintos significados según quien la enuncie. Un ejemplo: cuando Mauricio Macri pronuncia la palabra republicano el significado incluye un Yo. Con Y mayúscula. Yo. El Pro. Larreta. Los vecinos. Trabajo en equipo. La patria contratista, endeudamiento y mucho Metrobús.
Para Sarlo, republicano es Mariano Moreno y monárquica Cristina, que como toda reina en ejercicio, se sabe, dejará el gobierno el próximo 10 de diciembre según lo manda la Constitución Nacional.
Por último, la columnista de Perfil cuestiona a todo el arco político, (menos a la izquierda trotskista o socialista y a Stolbizer) y con más énfasis a Cristina Fernández de Kirchner por no interpelar al electorado con ideas. Denuncia un “qualunquismo patético” que, cabe reconocer, se ha apoderado de muchos candidatos, el más notable entre ellos es Sergio Massa.
Sarlo, en aquella histórica visita a 678, consideró que más o menos el 10% del electorado y la población se interesa por la política. Si esto fuese cierto, Beatriz, ¿cómo interpelar al 90% restante con ideas políticas que no les interesan? No es casual que el porcentaje señalado en aquel debate televisivo sea más o menos parecido al que que obtendrán las fuerzas a las que Sarlo exime de culpa y cargo: los troskos, los socialistas y Stolbizer.
Por último, si Sarlo se quedó hasta el final y llegó a presenciar el discurso de Cristina Fernández de Kirchner habrá percibido el atronador silencio que invadió la Plaza de Mayo cuando el pueblo allí reunido se dispuso a escuchar ideas, lineamientos, en definitiva: conducción política. Que las ideas políticas que el kirchnerismo representó al responder a demandas populares largamente insatisfechas no sean las que Sarlo soñaba en sus tiempos frepasistas, no significa que no sean eso: ideas.
El paso del tiempo exige lentes cada vez más precisas para observar la realidad circundante. A veces, la velocidad de la historia no permite colocar a tiempo el cristal correcto y se corre un riesgo enorme: juzgar el ahora con los ojos de un mundo que ya no existe.
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Hay dos Beatriz Sarlo. Aquella que en los 70 elaboró valioso material que aún hoy se lee en las facultades y la que, a partir de la publicación de “Escenas de la vida posmoderna”, se dedicó a la divulgación, con textos orientados a la crítica de la sociedad en supuesta decadencia. Aquel ensayo se horrorizaba con los shoppings, las cirugías plásticas y los videojuegos: todo lo que temía la intelectual, para bien o para mal, hoy se ha masificado.
Eran otros tiempos y el repudio al neoliberalismo menemista unía a Sarlo con muchos de quienes hoy se identifican como kirchneristas. El remate del patrimonio nacional, la desindustrialización, la desocupación, la farandulización de la política y el sinfín de tragedias que golpearon a la Argentina pusieron a los intelectuales y a los militantes del campo popular del mismo lado.
En una columna que lleva su firma y que publica Perfil, Sarlo ha dado el salto definitivo hacia las filas de quienes sueñan con un país blanco, republicano y sin las patas en la fuente. Su tono al escribir permite rastrear aquello que Julio Cortázar sintetizó al asegurar: “Me voy a París porque los bombos peronistas no me dejan escuchar a Bartók”. Es también la línea histórica de “La fiesta del Monstruo”, aquél cuento antiperonista firmado por Honorio Bustos Domecq, seudónimo utilizado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, que pretende describir el 17 de octubre como una mixtura entre aluvión zoológico y antisemitismo filofascista. Esta comparación es un reconocimiento a la estatura de Sarlo, quien no es comparable con otros columnistas de baja estofa que adornan algunos de los diarios de la derecha.
Sarlo nos lleva a pasear por la plaza del pasado 25 de mayo. La imaginamos con su pelo entrecano mezclada con la multitud en una escena que ella misma describe:“Seguí la orden de un manifestante que, tocándome el brazo, me dijo: “osservá, osservá” (SIC). La no tan velada burla al hablar popular no le es suficiente, y agrega: “Por otra parte, quien estuvo en la Plaza fácilmente podía darse cuenta de que La Cámpora llegó unida y organizada. Pero también que muchos avanzaban en pequeños grupos de amigos y que estacionaron en el centro, además de los ómnibus, muchos autos “de pobre”, con las abolladuras herrumbradas, a los que todavía no les llegó el turno del recambio”. Sarlo. Los bombos. Bartók.
No es casual que una de las palabras clave de la columna de Sarlo sea “fiesta”: a Bustos Domecq también le generaba urticaria el carnaval, el pueblo en la calle, el peronismo, todo lo sucio y lo bajo reproduciéndose por las calles de la otrora inmaculada Buenos Aires. Resulta sencillo imaginarlos celebrando jubilosos el triunfo de la Cuaresma.
Tras la desvalorización de los zombies malhablados, arriados o con autos abollados que okupaban la plaza de la Revolución, llegó la hora de apuntar contra la mujer que despertó el amor de todos ellos: Cristina Fernández de Kirchner. El recurso fue, otra vez, una palabra que ha sido vaciada de sentido por quienes la enuncian ante cada micrófono o la escriben en innumerables columnas, un significante vacío: republicanismo.
El significante vacío, si se nos permite una simplificación atroz, es algo así como una palabra a la que le caben distintos significados según quien la enuncie. Un ejemplo: cuando Mauricio Macri pronuncia la palabra republicano el significado incluye un Yo. Con Y mayúscula. Yo. El Pro. Larreta. Los vecinos. Trabajo en equipo. La patria contratista, endeudamiento y mucho Metrobús.
Para Sarlo, republicano es Mariano Moreno y monárquica Cristina, que como toda reina en ejercicio, se sabe, dejará el gobierno el próximo 10 de diciembre según lo manda la Constitución Nacional.
Por último, la columnista de Perfil cuestiona a todo el arco político, (menos a la izquierda trotskista o socialista y a Stolbizer) y con más énfasis a Cristina Fernández de Kirchner por no interpelar al electorado con ideas. Denuncia un “qualunquismo patético” que, cabe reconocer, se ha apoderado de muchos candidatos, el más notable entre ellos es Sergio Massa.
Sarlo, en aquella histórica visita a 678, consideró que más o menos el 10% del electorado y la población se interesa por la política. Si esto fuese cierto, Beatriz, ¿cómo interpelar al 90% restante con ideas políticas que no les interesan? No es casual que el porcentaje señalado en aquel debate televisivo sea más o menos parecido al que que obtendrán las fuerzas a las que Sarlo exime de culpa y cargo: los troskos, los socialistas y Stolbizer.
Por último, si Sarlo se quedó hasta el final y llegó a presenciar el discurso de Cristina Fernández de Kirchner habrá percibido el atronador silencio que invadió la Plaza de Mayo cuando el pueblo allí reunido se dispuso a escuchar ideas, lineamientos, en definitiva: conducción política. Que las ideas políticas que el kirchnerismo representó al responder a demandas populares largamente insatisfechas no sean las que Sarlo soñaba en sus tiempos frepasistas, no significa que no sean eso: ideas.
El paso del tiempo exige lentes cada vez más precisas para observar la realidad circundante. A veces, la velocidad de la historia no permite colocar a tiempo el cristal correcto y se corre un riesgo enorme: juzgar el ahora con los ojos de un mundo que ya no existe.
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