Dominación y libertad en las sociedad capitalistas modernas.
Aportes desde El miedo a la libertad de Erich Fromm.
martes, 30 de junio de 2015Maximiliano Basilio Cladakishttp://lanausea2010.blogspot.com.ar/2015/06/dominacion-y-libertad-en-las-sociedad.html
Palabras preliminares
En El
miedo a la libertad, Erich Fromm expone la manera en que, durante la
modernidad capitalista, se constituyen nuevas formas de represión
que, a diferencia de las modalidades tradicionales (donde los mecanismos de
represión eran esencialmente externos a los sujetos), ejercen su
dominio por medio de la introyección de valores, creencias e ideologías
desplegados por fuerzas que, en apariencia, sobrepasan a las de la subjetividad
particular.
En
una dialéctica que articula lo subjetivo y lo objetivo, la conciencia se aliena
en un yo inauténtico que da por sentadas las “verdades” impuestas por la
necesidad de autoreproducción del capitalismo. En dicho proceso, la libertad
queda reducida a un mero formalismo abstracto: se hace lo que se debe hacer,
se piensa lo que se debe pensar, se dice lo que se debe
decir. En esta nueva red represiva, el miedo juega un rol fundamental. Sin
embargo, se trata de un miedo que no se agota en el miedo a la pena externa, no
se trata de temer solamente el castigo físico, aquello que, en términos de
Gramsci, llamaríamos “poder coercitivo del Estado”, sino que aparece un nuevo
miedo que es el miedo a la libertad autentica, y al abandono y desamparo a la
que ella puede arrojar al hombre moderno.
El capitalismo y la liberación de las
cadenas externas
Erich Fromm señala que
la consolidación del capitalismo liberal como sistema hegemónico dentro del
mundo occidental significó el punto culmine del proceso iniciado por la Reforma
Protestante en el siglo XVI. La Reforma, tanto en su versión calvinista como
luterana, representó, en el ámbito teológico, la liberación del individuo de
las fuerzas externas a él mismo. Entre el individuo y Dios, pues, ya no había mediación,
por lo que la figura de la autoridad mediadora quedaba deslegitimada.
Con
esto, la conciencia particular adquiría un nuevo nivel de autonomía, el cual,
por medio de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa, se
realizaría de manera totalizadora. En este sentido, la modernidad, iniciada por
el protestantismo y llevada a suakmé por el capitalismo, podría ser
leída como el proceso de liberación de la conciencia de toda fuerza exógena.
Sin
embargo, Erich Fromm advierte que esta lectura no sólo es superficial, sino que
es un instrumento de ocultamiento de las nuevas formas de represión surgidas
desde el seno mismo de la modernidad capitalista. Sin negar la importancia del
rol llevado a cabo por el capitalismo en la liberación del hombre, Fromm señala
que, en su despliegue, el capitalismo generó formas de sometimiento más sutiles
y complejas que las de épocas pasadas. Fromm advierte que, paradójicamente, al
mismo tiempo que el hombre se liberaba de los principios de autoridad externos,
es decir, a medida que se hacía más libre, quedaba, igualmente, más aislado, en
mayor soledad: “(…) si bien todo esto fue uno de los efectos que el capitalismo
ejerció sobre la libertad en desarrollo, también se produjo una consecuencia
inversa al hacer al individuo más sólo y aislado, y al inspirarle un
sentimiento de insignificancia e impotencia”[1].
Si
el protestantismo implicó la liberación del individuo del yugo de las
autoridades eclesiásticas, lo dejó solo, indefenso, frente a Dios. De la misma
manera, al liberarse de las instituciones medievales, el individuo quedó solo
frente a una fuerza sobrehumana similar a la de Dios: el mercado. Precisamente,
sobre ese estado de aislamiento, de soledad, de impotencia, el capitalismo
generaría sus propias formas de represión.
Dominación y falsa libertad
La liberación con
respecto a las fuerzas externas al individuo tuvo como contrapartida
un creciente sentimiento de abandono y desamparo. Erich Fromm indica que las
obras de Kafka, Kierkeergard y Heidegger son manifestaciones de ese estado
propio del hombre moderno. Justamente, sobre ese estado, sobre ese temple
anímico, el capitalismo consolidará su compleja trama de dominación a partir de
un proceso de interiorización de valores esenciales para su pervivencia y
reproducción. Frente al abandono, frente al desamparo, fruto de la liberación de
los antiguos yugos, el hombre surgido en los últimos siglos, introyectará las
cadenas para su sumisión, eligiéndose a sí mismo como no libre. La astucia de
la estrategia del capitalismo industrial moderno consiste en el hecho de que el
hombre se hará siervo creyendo que se hace libre. La libertad es, pues, uno de
los estandartes fundamentales del capitalismo liberal.
Sin
embargo, se trata, según Erich Fromm, de una libertad abstracta, de una falsa
libertad. La sociedad industrial moderna articula una serie de mecanismos
ideológicos que el individuo hace suyos, anulando así su propia voz. Se impone
un discurso único, que parte de la comprensión de la sociedad como un conjunto
inorgánico de compradores y vendedores, donde el término “libertad” es el eje
de toda acción. Sin embrago, dicha “libertad” atenta contra la “libertad” del
hombre, ya que se trata de una libertad limitada al ámbito del mercado, cuya
finalidad es satisfacer las necesidades de la producción y no las verdaderas
necesidades de los consumidores.
En el capitalismo, la
actividad económica, el éxito, las ganancias materiales, se vuelven fines en sí
mismos. El destino del hombre se transforma en el de contribuir al crecimiento
económico, a la acumulación de capital, no ya para lograr la propia felicidad o
salvación, sino como un fin último. El hombre se convierte en un engranaje de
la vasta máquina económica – un engranaje importante si posee mucho
capital, insignificante si carece de él- pero en todos los casos
continúa siendo un engranaje destinado a servir a propósitos exteriores[2]
Como
señala Marcuse en El hombre unidimensional, las sociedades
industriales avanzadas anulan toda oposición y llevan al sujeto a un estado de
alienación superior al padecido en los siglos pasados. Si en el periodo de
Marx, el sujeto alienado padecía el desagarro al que era sometida su humanidad,
debido al predominio de la forma-mercancía como forma hegemónica que atravesaba
todas dimensiones de la existencia humana, en el periodo actual el sujeto
considera que realiza su humanidad en dicho dominio. Felicidad ilusoria,
apariencia de libertad, falsa conciencia, son fenómenos propios de las
sociedades de la modernidad avanzada.
En
este punto, cabe destacar que Erich Fromm y Marcuse comparten la comprensión
clásica de la libertad como autonomía. Dicha autonomía es, precisamente, lo que
resulta anulado por el capitalismo. Eric Fromm señala, a modo de ejemplo, que
las libertades civiles, grandes conquistas de las revoluciones burguesas, son
vaciadas de contenido y pierden su valor originario ya que este radica en el
hecho de que cada conciencia sea portadora de criterios propios, auténticos,
originales. Por ello, el derecho de decir lo que se piensa, por ejemplo, pierde
valor si lo que se piensa es tan sólo la reproducción de lo dicho por el establishment.
En términos de Heidegger, se trata del imperio del “uno”, del “se”, es decir,
de la existencia inauténtica.
El desamparo como condena
Las nuevas formas de
dominación implican nuevas formas de represión, las cuales tienen como
correlato nuevas formas de penalización para quienes trasgredan las normas. Por
un lado, aunque con mayor sutileza, la penalización coercitiva, como señalan
autores tan disímiles como Nietzsche, Gramsci y Foucault, continúan vigentes,
por medio del poder jurídico-penal. Por otro lado, otra forma de penalización,
es la de la exclusión económica: quien no se subordine a las exigencias del
mercado será excluido de este y, por lo tanto, se derrumbará en el abismo de la
indigencia. La tercera forma de penalización, que es en la que centra Erich
Fromm, se establece a partir de la segregación con respecto al sentido común:
es decir, asumir la propia identidad y reconocerse como libre, en una forma de
libertad auténtica y no en la que impone el mercado, implica el riesgo de la
soledad y del desamparo. “Halla (el hombre moderno) una nueva y frágil
seguridad a expensas del sacrificio de de la integridad de su yo
individual. Prefiere perder el yo porque no puede soportar su
soledad. Así, su libertad –como libertad de – conduce a nuevas cadenas”[3].
El
capitalismo moderno hace que el hombre deponga su libertad en pos de la
seguridad que ofrece el hecho de compartir las nuevas cadenas sociales. Se
trata de una forma de dominación que se da en el ámbito de la subjetividad. En
la enajenación de la propia libertad, la conciencia se siente segura y
protegida, ya no relegada a su propia responsabilidad, al factum de
hacerse a sí misma. En términos de Sartre, la conciencia se elige
en el modo de la “mala fe” para no padecer la angustia de la libertad absoluta
y de su correlato: la responsabilidad absoluta.
Esta última es,
sin lugar a dudas, la más sutil de las penas, ya que se instala en lo más
profundo de la subjetividad. La alienación otorga seguridad, un
sentido al mundo y a la existencia que se corresponde con las exigencias de
reproducción del capital. Intentar salir de este molde oficial significa
afrontar el mayor de los terrores: ser libre de manera auténtica.
Palabras finales
La sociedad
capitalista moderna impone nuevas formas de dominación en donde se articula la
dimensión objetiva y la dimensión subjetiva. La liberación de las fuerzas
exógenas tradicionales dio paso a nuevas formas de dominación que, no dejando
de lado el ámbito coercitivo, subyugaron al individuo en su propia
subjetividad. A partir de lo pensado por Erich Fromm, cabe destacar
que la posibilidad de una libertad auténtica consiste en una transformación
subjetiva-objetiva de la realidad. Si la dominación moderna se extiende al
ámbito de la subjetividad y a una forma de alienación en donde la conciencia
depone su autonomía en pos de las exigencias del capital, la libertad auténtica
es una tarea que incluye, no sólo la transformación de las condiciones
materiales de existencia, sino de la propia subjetividad. Hay una relación
dialéctica entre subjetividad y objetividad, una dimensión es el correlato de
la otra. Por lo tanto, la transformación de la realidad, proyectada hacia una
libertad autentica, implica, necesariamente, una reconfiguración tanto de
nosotros mismos como de lo externo a nosotros. Lo interior y lo exterior, pues,
se articulan dialécticamente. Y toda transformación, y toda reforma, como
sostiene Gramsci, es, no sólo económica, sino también política, intelectual y
moral.
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