Isabel de Guevara

"Vinieron los hombres en tanta flaqueza, que todos los travajos cargavan de las pobres mugeres; ansi en lavarles las ropas, como en curarles, hazerles de comer lo poco que tenían, alimpiarlos, hazer sentinela, rondar los fuegos, armar las vallestas, quando algunas vezes los yndios les venien á dar guerra, hasta cometer á poner fuego en los versos, y á levantar los soldados, los questavan para hello, dar arma por el campo á bozes, sargenteando y poniendo en orden los soldados" (...)




Carta de doña Isabel de Guevara


[Cartas de Indias. -Ministerio de Fomento, Madrid 1877. N.º CIV, pp. 619-621793. Documento interesante porque describe los trabajos y penurias de los primeros cuatro años de la conquista, y puede contener la prueba del sitio de Buenos Aires por los indios el 24 de junio de 1536-.]

CARTA DE DOÑA ISABEL DE GUEVARA Á LA PRINCESA GOBERNADORA DOÑA JUANA, EXPONIENDO LOS TRABAJOS HECHOS EN EL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL RÍO DE LA PLATA POR LAS MUGERES PARA AYUDAR Á LOS HOMBRES, Y PIDIENDO REPARTIMIENTO PARA SU MARIDO.

Asunción, 2 de julio de 1556.

Muy alta y muy poderosa Señora:

A esta probinçia del Rio de la Plata, con el primer gouernador della, don Pedro de Mendoça, avemos venido çiertas mugeres, entre las quales a querido mi ventura que fuese yo la vna; y como la   —388→   armada llegase al puerto de Buenos Ayres, con mill é quinientos hombres, y les faltase el bastimento, fué tamaña la hambre, que, a cabo de tres meses, murieran los mill; esta hambre fué tamaña, que ni de la Xerusalen se le puede ygualar, ni con otra nenguna se puede conparar. Vinieron los hombres en tanta flaqueza, que todos los travajos cargavan de las pobres mugeres; ansi en lavarles las ropas, como en curarles, hazerles de comer lo poco que tenían, alimpiarlos, hazer sentinela, rondar los fuegos, armar las vallestas, quando algunas vezes los yndios les venien á dar guerra, hasta cometer á poner fuego en los versos, y á levantar los soldados, los questavan para hello, dar arma por el campo á bozes, sargenteando y poniendo en orden los soldados; porque, en este tiempo, como las mugeres nos sustentamos con poca comida, no aviamos caydo en tanta flaqueza como los hombres. Bien creerá V. A. que fué tanta la soliçitud que tuvieron, que, sino fuera por ellas, todos fueran acabados; y si no fuera por la honrra de los hombres, muchas mas cosas escriviera con verdad y los diera á hellos por testigos. Esta relaçion bien creo que la escrivirán á V. A. mas largamente, y por eso sesaré.

Pasada esta tan peligrosa turbunada, determinaron subir el rrio arriba, asi, flacos como estavan y en entrada de ynvierno, en dos vergantines, los pocos que quedaron viuos, y las fatigadas mugeres los curavan y los miravan y les guisauan la comida, trayendo la leña á cuestas de fuera del navio, y animandolos con palabras varoniles, que no se dexasen morir, que presto darian en tierra de comida, metiendolos á cuestas en los vergantines, con tanto amor como si fueran sus propios hijos, y como llegamos á vna generaçion de yndios que se llaman tinbues, señores de mucho pescado, de   —389→   nuevo los serviamos en buscarles diversos modos de guisados, porque no le diese en rostro el pescado, á cabsa que lo comian sin pan y estavan muy flacos.

Despues, determinaron subir el Parana arriba, en demanda de bastimento, en el qual viaje, pasaron tanto trabajo las desdichadas mugeres, que milagrosamente quiso Dios que biviesen por ver que hen ellas estava la vida dellos; porque todos los serviçios del navio los tomavan hellas tan á pechos, que se tenia por afrentada la que menos hazia que otra, serviendo de marear la vela y gouernar el navio y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podia bogar y esgotar el navio, y poniendo por delante a los soldados que no desanimasen, que para los hombres heran los trabajos: verdad es que á estas cosas hellas no heran apremiadas, ni las hacian de obligaçion ni las obligaua, si solamente la caridad.

Ansi llegaron á esta çiudad de la Asunçion, que avnque agora está muy fertil de bastimentos, entonçes estaua dellos muy neçesitada, que fué nesesario que las mugeres boluiesen de nuevo á sus trabajos, haziendo rosas con sus propias manos, rosando y carpiendo y senbrando y recogendo el bastimento sin ayuda de nadie, hasta tanto que los soldados guareçieron de sus flaquezas y començaron á señorear la tierra y alquerir yndios y yndias de su serviçio, hasta ponerse en el estado en que agora está la tierra.

E querido escrevir esto y traer á la memoria de V. A., para hazerle saber la yngratitud que comigo se ha vsado en esta tierra, porque el presente se repartió por la mayor parte de los que ay en ella, ansi de los antiguos como de los modernos, sin que de mi y de mis trabajos se tuviese nenguna memoria, y me dexaron de fuera, sin me dar yndio   —390→   ni nengun genero de serviçio. Mucho me quisiera hallar libre, para me yr á presentar delante de V. A., con los serviçios que á S. M.. e hecho y los agravios que agora se me hazen; mas no está en mi mano, por questoy casada con vn cauallero de Sevilla, que se llama Pedro d´Esquiuel, que, por servir á S. M., a sido cabsa que mis trabajos quedasen tan oluidados y se me renovasen de nuevo, porque tres vezes le saqué el cuchillo de la garganta, como alla V. A. sabrá. A que suplico mande me sea dado mi repartimiento perpétuo, y en gratificaçin de mis serviçios mande que sea proveydo mi marido de algun cargo, conforme á la calidad de su persoua; pues él, de su parte, por sus serviçios lo merese. Nuestro Señor acreçiente su Real vida y estado por mui largos años. Desta çibdad de la Asunçion y de julio 2, 1556 años.

Serbidora de V. A. que sus Reales manos besa.

DOÑA ISABEL DE GUEVARA.

Sobre: A la muy alta y muy poderosa señora la Princesa doña Joana, Gouernadora de los reynos d´España, etc. En su Consejo de Indias.



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Dice Wikipedia:

Isabel de Guevara (1530- 1556)
De las primeras mujeres que llegaron a América

(1530– después de 1556) fue una de las pocas mujeres europeas en aceptar la oferta de la corona española para unirse a la colonización española de América en el Nuevo Mundo durante la primera ola de conquista y repoblación. ​ Guevara navegó en 1534 en el primer viaje de Pedro de Mendoza, con un grupo de 1.500 colonizadores, incluyendo veinte mujeres, con destino al Río de la Plata, región que es ahora Argentina. Según los archivos españoles, “sufrió todas las incomodidades y peligros de la conquista.” En la correspondencia de Guevara se dibuja uno de los retratos más elaborados y perdurables de los peligros de la vida colonial.
A los tres meses de su llegada, debido a la hostilidad de los indígenas, la inanición y la privación, Isabel de Guevara evaluó que unos mil colonos que habían llegado con ella al Nuevo Mundo habían muerto de hambre.
En una de sus primeras cartas, de Guevara describió como 160 colonizadores se quedaban detrás como fuerza defensiva mientras que "400 hombres y algunos caballos” iban delante al nuevo fuerte de Corpus Christi. Casi la mitad de los hombres murieron en la misión. De Guevara sobrevivió y describió a sus compañeros como “muy decaídos con los dientes y los labios negros, parecen más muertos que vivos”
En 1556, Isabel de de Guevara llevaba en América 22 años. Había perdido a su hermano o a su padre (los registros son poco claros) y estaba sin familia. Dejó Buenos Aires, cuando el fuerte quedó desierto, para hacer el arriesgado viaje de 800 millas arriba del río  Paraná hasta Asunción, la capital de Paraguay. En 1542, contrajo matrimonio de conveniencia con Juan de Esquivel, un castellano que fue ejecutado después en las guerras políticas internas.
En una carta que escribió en 1556 a la princesa Juana de Austría, cabeza del Consejo en las Indias, Isabel de Guevara argumentó que sus trabajos le daban derecho a una partición de tierra y a esclavos indígenas. 
Escribió que debido a que el hambre había causado que los colonizadores varones "se desvanecieran por la debilidad, todo el trabajo había quedado para las mujeres,” incluyendo las labores civiles y militares.

Significado de esta mujer colonizadora

Sus cartas, conservadas en los archivos de la corona, reflejan lo que fue en realidad la situación de la mayor parte de los primeros españoles que fueron al nuevo mundo. 
La conocemos porque escribió una carta, su biografía es esa carta. Las fechas de sus memorias no tienen canción de cuna ni ataúd. Isabel de Guevara nació y murió en la vidriera de la historia que la exhibe desde que pisó la tierra húmeda de las orillas rioplatenses con Pedro de Mendoza hasta que pidió por los derechos de las mujeres en papel de correspondencia. 
Dos acciones, arrojo de virtudes, cuentan sus días breves y la nombran en voz fuerte para que oigan quienes se preguntan si están en la antimacedoniana misión de exigir un cuerpo sin psique. La primera la convirtió en tripulante de conquistas, la segunda, en feminista naciente de aguas gauchas, pila bautismal laica que tuvo –vaya novedad– detractores, murmullos de injuria y silencio de tumba una vez más sin nombre. 
En la carta –documento fiel que le envió el 2 de julio de 1556 (hacía veinte años que había desembarcado, veinte que bregaba sin descanso) a Juana de Austria, Princesa desde España  Gobernadora  de los Reinos de España–, Isabel le pide cobrar por su trabajo. Pide  que se le pague como se les pagaba a su marido y a todos los que junto a ella habían dejado atrás la península para echar campanas a vuelo y cumplir con  los deseos de robo del reino. Antes de despedirse de la “muy alta y muy poderosa señora” con un “serbidora de Vuestra Alteza que sus Reales manos besa”. 
Después de contarle todo lo que a diario hacía en suelo descubierto desde que llegó al Río de la Plata (no sólo habla de ella, nombra también a las otras mujeres con quienes compartió navío y batallas de la conquista) le dice que se siente agraviada por la ingratitud sufrida desde que atravesó el océano y llegó a Buenos Aires como una tripulante más en la hostilidad, pero como una tripulante menos en la paga.
Isabel pide justicia, pide, poniendo en jaque a la legalidad de su tiempo, que se cumplan los derechos de las mujeres. Lo pide, se lo está pidiendo a otra mujer, cuando a nadie se le ocurría pedirlo ni pagarlo y mientras Europa siempre igual a sí misma se enteraba de las conquistas de ultramar y de la América descubierta por los precios que pagaba en su vida cotidiana y no por las crónicas de los adelantados. 
Isabel habla de hambre, de lavar la ropa, de armar ballestas, de curar heridas, de hacer de centinela y de animar  a los soldados desanimados por tanta flaqueza sargenteándolos y poniéndolos en orden “con palabras varoniles”, de avivar fuegos y de los indios “que vienen a dar guerra”. 
En la carta, álbum de recuerdos con cicatrices y sangre seca, primer discurso femenino de la conquista, primer relato de una mujer que desde la empalizada colonizadora le escribe a una mujer poderosa, se ven sin necesidad de fotos los veinte años de mojones nuevos sin comida, las geografías adversas y las amenazas infalibles.
Veinte años narrados por una cronista visceral que rompe el género epistolar femenino común en la época, hace uso de su lugar de mujer exploradora del Nuevo Mundo y  cree –ingenuidad de la espera– que los ojos de la gobernadora leerán con empatía. Pero después de la escritura y la esperanza no hubo nada más, nada más que una carta sin respuesta. 
Quién sabe en qué destino durmió ensobrado aquel anhelo hasta que en ánimo trasnochado alguien encontró la carta  y la convirtió en título de monografías, en succión de palabras, en archivo histórico, en documento y bandera que busca  despuntar a la hora más temprana  los días rotos y los enteros sin tiempo.
(Wikipedia).




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