Tata Dios 2 - Masacre de Tandil 1872
Uno de los episodios que más conmovieron al Tandil y que incluso tuvieron repercusión nacional e internacional, fue la matanza de treinta y seis extranjeros el 1 de enero de 1872, a manos de una banda que según todo lo indica, habría respondido al luego célebre Tata Dios.
Si bien mucho se ha escrito sobre el tema-inclusive en nuestras notas en Tiempos Tandilenses y de “Historias del Tandil”-ante permanentes consultas y referencias solicitadas al autor de estas líneas, condensaremos una serie de interrogantes especialmente sobre el personaje, dado que constituye uno de los misterios de la historia tandilense.
https://historicus-daniel.blogspot.com/2016/05/los-misterios-sobre-tata-dios.html
domingo, 15 de mayo de 2016
LOS MISTERIOS SOBRE TATA DIOS
LOS MISTERIOS SOBRE TATA DIOS
QUIÉN ERA?
Quienes conocieron a Gerónimo de Solané (a) Tata Dios y nos dejaron escritas sus impresiones y su conocimiento de su vida antes de llegar al Tandil, coinciden en no tener para nada claro su origen. Para algunos era un chileno que se había instalado en Entre Ríos y de allí vino a la provincia de Buenos Aires; para otros, boliviano y para muchos era santiagueño que después de distintas peripecias se había instalado en la zona de Tapalqué habiendo pasado por Las Flores, ejerciendo sus dotes de curandero y manteniendo difíciles relaciones con las autoridades de tal suerte que por "ejercicio ilegal de la medicina" habría sido encarcelado en el Azul, en cuyas cercanías también actuaba.
Por causas también extrañas, el comisario debió poner en libertad a Solané por orden del Juez de Paz del Azul, lugar en el que Ramón Gómez lo encontró ya libre y dispuesto a venir al Tandil para atender a su esposa, Rufina Pérez, que sufría de fuertes y permanentes dolores de cabeza.
El descendiente de la tradicional familia que vino casi con la fundación, lo trajo a su estancia "La Argentina", con el objeto de que curase a su esposa.
Pronto estuvo listo en el puesto "La Rufina" de la citada estancia, una especie de "hospital", en el que Solané atendía cada vez a mayor cantidad de "pacientes" que encontraban en él sanaciones casi "milagrosas", por lo cual esta suerte de “adivino” y "mano santa", fue considerado un "santón" al que llamaron Tata Dios.
Su fama trascendió a otros partidos, desde Dolores a Tres Arroyos, y hacia fines de noviembre de 1872 el lugar se había colmado ante anuncios de sorprendentes acontecimientos que haría Solané,
Enterado el Juez de Paz del Tandil, Juan Adolfo Figueroa-cuñado de Gómez- de esta situación, el 6 de diciembre ordenó desalojar el lugar por razones sanitarias, para "prevenir las consecuencias que pudiera resultar de la aglomeración, en su mayor parte enferma..."
El español Manuel Suárez Martínez, que conoció a Solané y el lugar donde "operaba", nos dejó en sus Apuntes autobiográficos, una descripción del personaje y de sus acciones en el lugar. Dice Suárez Martínez: "El tipo de Solané se prestaba para hipnotizador: alto, de mirada penetrante, de abundante, larga y blanca barba, bien cuidada que le llegaba a la cintura. Usaba como poncho una linda manta pampa, cuyas puntas llegaban al suelo, y, sobre las manos le caía la larga y abundante barba blanca... Caminaba con aire majestuoso de profeta, que, verdaderamente lo parecía." No aceptaba pagos y sí tributos para la Virgen de Luján, cuya imagen estaba permanentemente en el lugar, testimonia además Suárez Martínez, que cuando se embriagaba solía decir que era "San Gerónimo Bendito".
Según testigos de la época, especialmente el reporte del Dr. Fuschini después de la "autopsia", tendría entre 45 y 50 años. Este hombre misterioso, dueño de un discurso cuasi apocalíptico y de conductas que lo hacían parecer un "adivino" y casi un dotado de artes mágicas, mezclado con ciertas expresiones religiosas, que hacía dueño de poderes especiales hasta su famoso caballo bayo, que "trabajaba", según relata Suárez Martínez, testigo ocular del lugar en "... una pieza de seis varas de largo, cuyas paredes eran de chorizo (barro y paja) y el techo de paja, a dos aguas. Tenía puerta en cada mojinete y estaba dividido, por medio, con un tabique de arpillera. El mojinete que daba hacia el palenque, situado muy cerca de la puerta, era la sala en la que el secretario recibía a los enfermos, que esperaban por su turno. Había en dicha sala varias sillas, una de ellas en un rincón junto al tabique de arpillera. Al lado opuesto del tabique estaba la habitación de Solané donde guardaba sus papeles, entre ellos la lista de todos los complicados, el pavo de cuatro patas " que hacía milagros", frascos llenos de huesos de aceitunas: alfileres retorcidos, y... "otras yerbas", con que, el ladino curandero, engatusaba a su clientelas".
Suárez Martínez explica asimismo cómo Solané escuchaba del otro lado de la arpillera, los datos que le sonsacaba el "secretario" y luego al "atender" al enfermo le manifestaba - como un verdadero adivino- todo lo que había recogido de su escucha. Coinciden las crónicas en que su figura resultaba al menos impresionante ante los ojos de los "pacientes", mucho más después de escuchar de su boca datos que, desde el nombre a la enfermedad que lo llevaba allí, lo hacían aparecer como un ser casi sobrenatural.
Habitualmente le ayudaban Manuel Antonio Martínez y Benito Lizaso, además de los "pacientes" Apolinario García y José Aguilar.
Mucho se habló de la prédica de Solané a los reunidos en torno al "hospital", refiriéndose a expresiones xenófobas y agresivas hacia los extranjeros y masones, con resabios mesiánicos y algunos de corte milenarista, pero prácticamente ninguno dio testimonio de haber escuchado algo parecido.
Resulta extraño, entre otras cosas, que el tema de la masonería apareciera como cosa común en el habla de aquellas gentes analfabetas, máxime la inexistencia de logia en Tandil. Nario afirma que debieron ser sacerdotes católicos los que difundieron entre la gente estos conceptos, por su formación y el enfrentamiento entre la Iglesia y la masonería, pero resulta, a nuestro modesto entender, erróneo, dado que en Tandil había apenas un sacerdote en una capilla precaria.
Daniel Brunel, gerente del flamante Banco de la Provincia, al día siguiente de la masacre le comunicaba a su jefe: “Notaré a Vd. que entre los prisioneros se encuentra el cabecilla, este es uno de esos curanderos con que desgraciadamente se encuentra plagada nuestra campaña y a quien sus adictos creen o tienen pretensiones de querer hacer pasar por adivino.”
LA REPRESIÓN DESPUÉS DE LA MATANZA
Fue José Ciríaco Gómez comandante de Guardias Nacionales y su hermano Ramón, que era quien dio albergue y lugar a Tata Dios, los que al frente de alrededor de quince Guardias Nacionales y algunos estancieros con sus peones armados, iniciaron el recorrido indicado por Oliveira, encontrando los cadáveres de los primeros vascos. Prosiguieron el camino y dieron con los cuerpos sin vida de los británicos, lugar en el que el Cnel. López de Osornio y J. Henestrosa llamaron a más hombres para totalizar una fuerza de unos treinta bien armados.
Después de pasar por los distintos lugares donde habían estado los asesinos al mando de Jacinto Pérez, se dirigieron a La Argentina para capturar a Solané, quien increpado por Gómez acerca de la matanza aparentemente ordenada por él, se encontró con la negación rotunda por parte de Tata Dios...
Volviendo sobre sus pasos y en las proximidades de la estancia de Santamarina se toparon con parte de los asesinos, que portaban, como se dijo, la divisa punzó. El enfrentamiento era cuestión de minutos. Gómez y el alcalde Teófilo Urraco dieron la orden de atacar. El embate fue furioso y en el primer cruce cayó Pedro Rodríguez de un certero tiro. Luego fue el turno del jefe, el mentado Jacinto Pérez quien murió de otro balazo a manos del capitán Oliveira. Allí todo se transformó en desorden y los asesinos huían como podían, cayendo varios muertos en la persecución que se extendió, según Gómez, por casi dos leguas. Había llegado el final, unos pocos, tal vez una docena, lograron escapar, ocho fueron hechos prisioneros y diez cayeron muertos en el enfrentamiento
Luego de la represión se realizó el entierro de las víctimas, del cual un testigo ocular de ese momento, Manuel Suárez Martínez, hizo un relato espeluznante.
EL JUICIO
Con el pueblo casi en armas, especialmente los extranjeros, una sed de venganza más que de justicia, recorría las callejuelas polvorientas de ese caluroso verano, por lo que el Juez Figueroa hizo conocer a los pobladores que solicitaría al Gobierno la presencia inmediata de un Juez letrado para que se hiciese el juicio a los detenidos. De esa manera, el 17 de enero, llegó al Tandil el Juez Dr. Tomás Isla y su secretario, quienes de inmediato comenzaron a tomar declaración a los detenidos, primero a Cruz Gutiérrez y siguiendo casi ininterrumpidamente por los demás, tarea que le llevó hasta el 7 de febrero.
Ese mismo día dictó sentencia y al siguiente, sin más, partió rumbo a Buenos Aires. El voluminoso sumario le insumió 436 fojas. El fallo decretaba la pena de muerte a tres de los integrantes y otras penas y absoluciones para el resto.
En verdad la labor del Juez Isla fue tan rápida como poco profunda, dejando de lado detalles que podrían haber aportado más luz a un hecho tan pero tan oscuro, que aún hoy dura la penumbra.
Entre la captura de Tata Dios y la llegada del Juez, se produjo un hecho que no hizo sino echar más tinieblas al asunto. Efectivamente, entre la noche del 5 de enero y la madrugada del 6, Solané fue asesinado, mientras dormía, a balazos en el mismo calabozo, que se presumía bien custodiado.
Desaparecía el involucrado vital en los hechos. Involucrado "per se" o por quienes así quisieron que fuera, lo cierto es que con su muerte, sin que dijera esta boca es mía, desaparecía un personaje clave en esta historia de final abierto.
También la sepultura de Tata Dios, se transformó en una leyenda, dado que no quedó registro de la misma y sólo la tradición oral, que señala que habría sido sepultado en un pozo excavado a la entrada del Cementerio Viejo, de pie y engrillado, para que todos los que ingresasen al lugar lo pisasen.
La defensa de los imputados estuvo a cargo, en segunda instancia, ya que la primera fue de oficio a cargo del comandante Juan Somoza, del abogado uruguayo Martín Aguirre, quien ni tuvo la oportunidad de verle la cara a quienes defendía y su alegato lo fue en torno a la situación social del gaucho y de los "desposeídos " de la época.
El fiscal de la causa, O. Villegas, formuló el 20 de abril la acusación respectiva, aunque evidenció una perspicacia y sagacidad, que lamentablemente, por su misma función de acusador, dejó a un costado investigaciones más profundas que sólo sugirió en trazos muy finos...
El 29 de julio se confirmaban las sentencias de muerte que habían sido apeladas en tercera instancia, en tanto ya el 17 habían sido liberados en tanto al desertor Marcos Barraza se le entregó a la Inspección de milicias.
Finalmente luego de los trámites burocráticos judiciales, llegó la hora de cumplir con las sentencias de muerte, y el 13 de setiembre en la Plaza Principal y ante una gran concurrencia, crónicas de la época hablan de 800 vecinos, la mayoría extranjeros, el pelotón de fusilamiento de ocho integrantes para cada reo, cumplió la sentencia primero con Cruz Gutiérrez y luego con Esteban Lasarte; el tercer condenado, Juan Villalba, había fallecido en prisión. Los 200 Guardias Nacionales apostados para la ceremonia, pasaron frente a los cadáveres sin siquiera mirarlos...En pocos minutos la concurrencia se dispersó y los fusilados fueron enterrados por otros presos.
LA MUERTE DE TATA DIOS
Muchas versiones corrieron acerca de quién o quiénes pudieron ser los victimarios de Solané. Entre esas versiones cundió una que recogió el periodista José P. Barrientos (tío del autor de esta nota), según la cual, los extranjeros echaron a suerte secretamente, quién debía ultimar al presunto jefe de la matanza.
Habrían participado especialmente vascos, entre los que se mencionaron a Miguel Alduncin, Martín Maritorena y José A. Lavayén. De esta reunión habría sido "elegido", Miguel Alduncin, según la versión original de Barrientos, aunque para otros habría sido Lavayén, también conocido como "el tuerto".
Según A. Schang Viton: “Luciano Elissondo, tandilense descendiente de Lavayén por línea materna, comenta que "unos creen que la muerte del Tata Dios, en realidad, se le adjudicó al Tuerto Lavayén, pero que el asesino fue otro. En casa siempre se creyó, más o menos así, esta historia que hoy es leyenda".
Lo cierto es que el examen del cuerpo por parte de los Dres. Fuschini y Salas, habla de más de un arma. Su manta pampa, agujereada por algunos de los trece impactos de bala que recibió, hoy se conserva en el Museo del Fuerte junto con el sumario de todas las actuaciones judiciales. En el cuerpo se encontraron 13 heridas de bala, por lo que se cree que fue asesinado por tiro/s de arma/s que disparaba/n cargas de municiones tipo perdigón, como tercerola, trabuco o pistola Lafoucheux.
El informe sobre la autopsia dice:“… encontraron en dirección oblicua el cadáver con respecto a los medios de comunicación al calabozo, la posición era decúbito lateral izquierdo, que la ventana se hallaba abierta, y que habiéndoles llamado la atención acudieron a ella y observaron dos fogonazos uno en la puerta y otro en el marco de la ventana misma…Que a juzgar por el número y calidad de las heridas que encontraron, el diámetro que ocupaban, su dirección más o menos oblicua sospecharon que debiera ser más de un arma las que las habían ocasionado y que estas heridas son causa más que suficiente para producir la muerte rápida y violenta que en el individuo se produjo.
Es todo cuanto pudieron declarar”. FUSCHINI-SALAS
Fugl en sus "Memorias", pese al encono que tenía con Figueroa, manifiesta que a su regreso de Dinamarca-recordemos que él estaba allí cuando sucedió todo- un familiar le confió que había sido un vasco francés quien hizo "justicia" por propia mano. Deja entrever sin embargo, la posibilidad de la existencia de un estímulo del Juez, para que ello ocurriera. Si fue así o no, el secreto quedó sellado.
TANDIL DESPUÉS DE LA MASACRE
La primera y más clara consecuencia de la masacre, fue la movilización intensa de los extranjeros y la creación de la Logia Luz del Sud, Nº 39, el 8 de setiembre de ese año, siendo electo Presidente o Venerable Maestro, el joven Eugenio Iriarte, empleado de la flamante sucursal del Banco de la Provincia, integrando la comisión: Bernardo Sabatte Laplace, Carlos Díaz, Miguel Méndez, Julián Arabehety y Ramón Santamarina.
LOS INTERROGANTES SIN DESPEJAR
Estimado lector, usted habrá podido apreciar que quedan abiertos enigmas sin dilucidar, misterios que siguen siendo misterios, interrogantes sin respuestas, al menos hasta ahora. Se los resumiremos y usted pensará si alguno puede dejar de serlo o si encuentra alguno más para agregar a la lista:
¿Quién fue realmente Tata Dios?
¿De dónde era nativo?
¿Fue realmente Gerónimo de Solané alias Tata Dios, el cerebro instigador de la matanza?
¿Quién o quiénes organizaron la banda, les dieron las consignas y distintivos y le marcaron los objetivos?
¿Cuáles fueron exactamente esos objetivos, qué fines perseguían en el fondo?
¿Por qué desaparecieron los libros del almacén de Chapar?
¿Tuvo alguna significación especial el día elegido?
¿Quién fue Jacinto Pérez y a quién respondía en realidad?
¿Por qué mataron a Tata Dios: por venganza de los extranjeros o para silenciarlo?
¿Quién o quiénes lo mataron?
¿Qué papel jugaron los extranjeros, posteriormente enrolados en la masonería?
¿Cuál fue el rol de los criollos detentadores del poder económico y político en ese momento que hospedaron a Tata Dios y que conocían, como gente amiga, al igual que algunos extranjeros, a varios de los integrantes de la banda?
¿Por qué no hubo dinamarqueses entre las víctimas, más allá de algunas consideraciones de Fugl, que luego no se enroló en forma inmediata en la masonería?
Un caso singular digno de la intervención de un Sherlock Holmes o de un inspector Maigret o del gran Hércules Poirot ¿no le parece?... Porque los enredos de la justicia y el poder político, en nuestro país, vienen de lejos y con ellos la impunidad...
Daniel Eduardo Pérez
https://lagrataflora.wordpress.com/2021/04/23/entre-martin-fierro-y-tata-dios/
ENTRE MARTÍN FIERRO Y TATA DIOS
Escrito por Gonzalo Grela
Testimonios de historias paralelas
POR NÉSTOR DIPAOLA
No es para nada casual que en el mismo año -1872- ocurriesen los trágicos episodios de Tandil, atribuidos a Tata Dios, y la aparición de la primera parte del Martín Fierro hernandiano.
En verdad, ese año no había empezado bien. Ni para Tandil, ni para el país. En 1868, Sarmiento había accedido a la presidencia y todavía continuaba acusando a Mitre por eso de la “pesada herencia”… Pero en este caso particular de nuestra historia, “El Loco”, como le decían a don Domingo, tenía gran parte de razón. Porque don Bartolo le había dejado no un muerto, sino muchos, más de 400.000, como consecuencia de la tristísima y vergonzante Guerra de la Triple Alianza. En otros órdenes, proseguían los problemas entre las provincias. Había que fortalecer la lucha contra el analfabetismo, para lo cual Sarmiento dio un paso importante al fundar en 1870 la primera Escuela Normal, en la ciudad de Paraná. El tema del indio seguía siendo complicado, porque los gobernantes no pudieron ni quisieron integrar a los pueblos originarios, que con toda lógica trataban de defender o recuperar los territorios usurpados por la fuerza.
Como si fuera poco, la ciudad de Buenos Aires, por entonces, no lograba recuperarse de la gran tragedia del año anterior -1871- por la impresionante epidemia de la fiebre amarilla, que arrojó más de ocho mil víctimas fatales.
Aquel añejo Tandil de 1872
El Tandil del setenta y dos era un pueblo de cinco mil habitantes, casi demasiado tranquilo. Todavía no había llegado el tren, pero aun así llegaban turistas, influenciados por la magia de la Piedra Movediza. Por eso, había un hotel de lujo y algunas fondas.
Nunca pasaba nada, salvo los típicos casos de cuatrerismo. Y peleas “por el honor”, en algún bar esquinero. Había apenas una decena de agentes policiales con muy precaria formación y magros salarios. Pero posiblemente más no se necesitaba.
Por eso, absolutamente nadie, en aquel Tandil, pudo prever una noche de furia alucinante, de muerte y horror, como la ocurrida entre el anochecer del 31 de diciembre de 1871 y el amanecer del año nuevo del setenta y dos. En tal ocasión, bandas de fascinerosos asesinaron a treinta y seis personas, la gran mayoría extranjeros, al grito de “¡Viva la religión!. «¡Mueran gringos y masones!», tras tomar por asalto la Municipalidad y robar allí sables y otras armas. Demás está decir que en aquel primitivo edificio comunal había una ínfima guardia. Y un preso en el calabozo, a quien soltaron.
Según algunas crónicas posteriores, el gaucho alzado Jacinto Pérez, habría logrado reunir alrededor de 200 hombres para realizar el feroz operativo. Sin embargo, a la hora de atacar, debió resignarse a contar con cincuenta personas. Se habrían dividido en cuatro compañías, cada una de las cuales tenía un “comandante”. Había de todo en ese «ejército». Antiguos soldados, trabajadores rurales, algunos malevos y otros con buen concepto. Poco a poco se fueron convenciendo de la “necesidad” de «limpiar la patria del extranjero que se apropiaba de todo, del elemento hereje, del masón, que no creía en Dios ni tenía religión», y a causa de
lo cual «muchos criollos no tenían qué comer». Desde aquel momento, se acusó a Gerónimo Solané, o Tata Dios, de ser el ideólogo de la masacre. Pero a casi un siglo y medio, quedan muchas dudas al respecto. Sobre todo a partir de la muerte a balazos que se le infligió en el calabozo del viejo edificio comunal. Ello ocurrió en la noche del 5 al 6 de enero, y así lo describe el mismo Juez de Paz Juan Adolfo Figueroa:
«Cumpliendo el abajo firmante con su deber, eleva al Superior Gobierno el conocimiento del hecho acaecido en la noche de ayer en la persona del titulado Médico Dios, de quien comuniqué en nota de fecha 2 del corriente tenía en mi poder con dos barras de grillos y centinela de vista, que a la una de la noche ha sido muerto violentamente, cuyo acontecimiento ha tenido lugar por las paredes exteriores de la cárcel, teniendo para el efecto que violentar una ventana del calabozo, abierta por los individuos que hayan llevado a cabo el hecho, disparando sus armas sobre el preso, causándole la muerte inmediata”.
Pero por más que Figueroa prometió ocuparse a partir de ese momento, diez de la mañana del 6 de enero de 1872, no se obtuvieron más datos.
El misterio se profundizaba. ¿Por qué lo mataron? ¿A quién o quiénes podría llegar a señalar en el momento de prestar declaración? ¿Cómo se entiende eso de matarlo en la cárcel? ¿Por qué no lograron dar con el asesino?
Especulaciones en el diario más antiguo de Tandil
En 1972 se cumplió el primer siglo de aquella tragedia. Ese mismo año, cumplía noventa de existencia el diario El Eco de Tandil, fundado en 1882. En un suplemento especial con motivo de dicho aniversario, se publicó una crónica imaginaria relacionada con aquellos sucesos, con el siguiente texto:
«El desenlace ha desconcertado a la población y dividido las opiniones. Sólo se sabe que las personas que lo ultimaron fueron más de una por la trayectoria y número de las heridas, hechas con armas de fuego. Llama la atención que los centinelas no hayan oído su ingreso y tras los disparos no hayan podido identificar a los matadores. Mientras un sector de los vecinos cree que se trata de un acto típico de ‘vindicta popular’, otros sostienen que Tata Dios ha sido eliminado para que no hablase. Recuerdan, al respecto, que junto con el exterminio de la familia Chapar se produjo la desaparición, por vía del fuego, de documentos contables. Estas versiones agregan que empinados personajes de la sociedad local tenían fuertes compromisos financieros con los conocidos e infortunados comerciantes de De la Canal».
Ese gaucho perseguido
Sabido es que por la época, la situación social del gaucho estaba sufriendo cambios fundamentales respecto de décadas atrás, así como también la del comerciante o estanciero español o hijo de español, respecto del inmigrante recién llegado. En líneas generales, la sociedad tradicional, terrateniente y criolla, se resistía al cambio y en mayor o menor medida, le molestaba la ola inmigratoria que se veía venir y que ya había empezado.
ilustra: @matias.miqueo
Sea como fuere, el gaucho dejaba por los tiempos de los tiempos, una impronta tan particular, que hoy, pleno siglo XXI, nadie duda de que constituye un rasgo importantísimo de nuestra identidad como Nación. El peón rural, el resero, el buen jinete, es el producto fiel y el heredero genuino de aquel inmenso personaje de nuestra historia. No obstante estas virtudes, el gaucho fue olvidado, ultrajado, perseguido y usado en las muy particulares “elecciones” de la época: “El gaucho en esta tierra sólo sirve pa’ votar”, declama Fierro en sus quejas por la marginación y exclusión. Que tiene mucho de actualidad, ratificada en esta sextina:
Para él son los calabozos, / para él las duras prisiones,/ en su boca no hay razones / aunque la razón le sobre; / que son campanas de palo / las razones de los pobres.
Y más:
No tiene cueva ni nido / como si juera maldito; porque el ser gaucho– ¡barajo!- /, el ser gaucho es un delito.
Estas y otras situaciones fueron generando resentimientos e incluso odios que se fueron generalizando en las antiguas comunidades locales. Entre otras grandes ventajas que tenían los extranjeros, había una significativa: estaban exceptuados de la milicia, mientras que los gauchos, negros, y otros sectores del pueblo eran obligados a “servir a la patria” no sólo en la guerra de frontera sino en otras luchas locales o en el terrible enfrentamiento con el Paraguay.
La llegada de extranjeros fue una novedad muy notoria para los habitantes que ya estaban estabilizados en estas pampas, quienes llegaron a culpar a los “gringos” de males que ocurrían y que eran desconocidos hasta entonces, como por ejemplo las pestes del cólera o la fiebre amarilla. Se estaban dando, pues, los primeros pasos de una sociedad distinta que se empeñaba por nacer.
El Censo Nacional de 1869 -muy poco antes de la gran matanza- demostraba que en Tandil ya había 767 extranjeros en el partido, sobre un total de 4.870 habitantes. Y todavía no había llegado el momento de la gran inmigración de los años ochenta en adelante. Los extranjeros llegaban con otras costumbres, otra cultura, distintas inquietudes. Por eso, no es de extrañar el «rápido ascenso económico» que -sostiene criteriosamente Nario- «despertó desconfianzas». Y Hernández, en verso, avisa:
«Le advertiré que en mi pago/ ya no va quedando un criollo,/ se los ha tragado el hoyo,/ o juido o muerto en la guerra./ Porque amigo, en esta tierra/ nunca se acaba el embrollo».
El historiador Juan Carlos Vedoya (que residió en Tandil la última parte de su vida y fue docente, investigador y decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad), sostiene:
«Por la fuerza y con iniquidad fue una verdadera expoliación de la libertad humana».
Juan Cruz, el compañero de Fierro, insiste:
“Hablaban de hacerse ricos/ con campos en la frontera,/ de sacarla más afuera/ donde había terrenos baldíos/ y llevar de los partidos/ gente que la defendiera”.
YJuan Fugl testimonió:
«Algunos de los grandes estancieros opinaban que la inmigración y el cultivo de la tierra eran una desgracia para el país y una usurpación de los derechos de los terratenientes».
Aquella noche de odio, sangre y terror
Las crónicas históricas generalmente atribuyen a Tata Dios ser el principalísimo instigador de la matanza. Sin embargo, su misterioso -o directamente oscuro- asesinato, al que ya hicimos referencia, sepultará para siempre al tema en la más absoluta tiniebla. El historiador inglés John Lynch, señala:
“Más allá de su aspecto externo, Solané no era una figura descollante, capaz de provocar una rebelión. Carecía de distinción, de carácter y personalidad”.
Aunque añade: “Si bien no ofrecía principios de acción, contribuyó a generar un clima de terror y liberó una fiera que no pudo controlar”.
En esta historia hay un personaje que algún día deberá pasar al primer plano, desplazando a Solané, por más que el mito ya está instalado. Se trata del asistente principal de Tata Dios, Jacinto Pérez, a quien Lynch lo sindica como “hombre más violento que su patrón, un gaucho que se autodenominaba San Francisco y San Jacinto el Adivino”.
Volviendo a Fierro: Rafael Velásquez, el pionero
El mencionado Vedoya, precisa los lugares en los que habría estado el gaucho Martín Fierro, o el propio José Hernández. Afirma:
«Fue Rafael P. Velásquez quien primero aventuró con asidero la hipótesis de la existencia real del Martín Fierro, de quien Hernández habría sido su relator. En 1916 entrevistó a Pancho Márquez, testigo presencial de las fiestas de Ayacucho. Luego ubicó un documento fundamental, cuyo texto transcribió en su obra ‘Noticias históricas del Partido del Tuyú’, editada en 1923 por la Municipalidad de General Madariaga y que consistía en un acuse de recibo firmado por el Jefe de la Comandancia General de Azul, coronel Álvaro Barros, dirigido al juez de Monsalvo don Enrique Sundbland, referente a un preso recibido, llamado Martín Fierro, condenado por el juez a servir tres años en el batallón Once de Línea». «Posteriormente, en una búsqueda infatigable, Velásquez fue ubicando otros documentos, entre ellos la nota del juez Sundbland dirigida al ‘sargento mayor’ Álvaro Barros, jefe del batallón Once de Línea, remitiéndole un preso llamado Melitón Fierro».
A continuación, se pregunta y afirma Vedoya: «¿Aquel preso se llamaba Martín, como dice Barros, o Melitón, como lo remite Sundbland? Sea uno de ellos o los dos juntos, lo que más interesa a la historia es la similitud de la odisea del personaje».
Un danés en la vieja pulpería
El propio Juan Carlos Vedoya da cuenta de que “el pionero dinamarqués Juan Fugl, en 1848, en su trayecto desde Buenos Aires hacia el Tandil, se hospedó en una pulpería que se encontraba en la confluencia de los arroyos Tandileofú y Barroso”.
Esto implica que Hernández pudo conocerla muy bien en esos años y tener memoria de las carreras que se realizaban. Es posible entonces que a partir de ese reconocimiento haya surgido la estrofa célebre:
“Tuve un moro de número/ sobresaliente el matucho/ con él gané en Ayacucho/ más plata que agua bendita/ siempre el gaucho necesita/ un pingo pa fiarle un pucho”.
El coronel José Benito Machado, hombre fuerte del Tandil, también parece haber estado involucrado en estas oscuras realidades. Por un lado, en ese tiempo, el grado de comandante estaba asimilable al de coronel. El otro militar de alta graduación en la zona era Díaz Vélez, pero éste era general. Y ocurre que el Negro -muerto por Fierro en la pelea-, era uno de los protegidos de Machado, quien habría mandado a perseguir y apresar al matador. Esto ratificaría la teoría de Vedoya, en el sentido de que dicho enfrentamiento se habría producido en la citada pulpería cercana al Tandil, que también conoció Juan Fugl.
Un alegato que de alguna manera es la gran síntesis
Se llamaba Martín Aguirre, era abogado y provenía de la Banda Oriental. Le tocó en suerte ser el defensor de los alzados en esa noche trágica del Tandil. Consciente de la situación social y política del momento, elaboró un documento que sintetiza increíblemente ambos temas: Fierro y Tata Dios. El párrafo que transcribimos, no hace más que reafirmar el vínculo estrecho entre los crímenes del Tandil con la magna obra hernandiana.
Esto escribía por entonces, el doctor Aguirre en su alegato:
“Antes y ahora, siempre indigentes, siempre vejados, siempre sometidos a la voluntad absoluta del Juez de Paz o del Comandante, no les es posible tener hogar, ni dedicarse en la quietud de él a la meditación que suaviza las ideas.(…). Al gaucho de Buenos Aires nadie lo proteje, antes bien se le persigue para enviarlo a la guerra o a la frontera.(…)
“Mientras ellos sin paga, sin alimentación, defienden la propiedad ajena, nadie cuidará de su familia abandonada y sometida al duro dilema de perecer en la miseria o abrazar
una prostitución y criminalidad forzados para seguir arrastrando la existencia.(…)
“Y ese estado social reposa en la injusticia inicua de tener la Provincia dividida en dos clases, una privilegiada, compuesta de los habitantes de la ciudad, de los grandes propietarios rurales y de los extranjeros; la otra, vejada y oprimida, compuesta de los trabajadores de la campaña”.
Citas bibliográficas
. SUÁREZ MARTÍNEZ, Manuel: “Apuntes autobiográficos”. Tandil, reedición de 1993.
. LYNCH, John: “Masacre en las pampas. La masacre de inmigrantes en Tandil, 1872”. Emecé, Buenos Aires, 2001.
. FIGUEROA, Juan Adolfo: De la nota enviada el 2 de enero de 1872 al Ministro de Gobierno de la Provincia, Antonio Malaver.
. NARIO, Hugo I.: «Tata Dios, el Mesías de la Ultima Montonera». Editorial Plus Ultra. Buenos Aires, 1976.
. VEDOYA, Juan Carlos: «Fierro y la expoliación del gaucho». UNCPBA, Tandil, 1986.
. FUGL, Juan: «Abriendo Surcos». Buenos Aires, 1959.
. EL ECO DE TANDIL: Revista «90 Aniversario». Tandil, 1972.
. DIPAOLA, Néstor: “La ciudad de las sierras. Reseña histórica del Tandil”. Sexta edición, 2013. Ediciones del Chapaleofú.
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