Ciberacoso - La horda, la piara, la manada... (2018)
A vueltas con La Manada
La manada, la piara, la horda
Decir que todo vale en el sexo, siempre
que el consentimiento sea libre y los participantes mayores de edad, se ha
convertido en un latiguillo que todo tertuliano
repite.
Toda sociedad bien organizada,
tradicional, establece unos ritos y tabúes para identificarse, distinguirse de
las otras, cohesionarse, defenderse y reproducirse. Freud, en los albores del
siglo XX, descubrió que la civilización se fundamenta sobre una serie de
represiones que permiten su desarrollo y que el tabú sexual forma parte
esencial de toda cultura. El civilizadísimo siglo XIX constituye el ejemplo de
esas cortapisas victorianas al sexo, pero nuestra España del Siglo de Oro, con
su honra calderoniana, o Roma, el Japón y la India también han impuesto unos
severos códigos de conducta sexual, de casta, que son compatibles con el ars
amandi o los rituales amatorios y el refinamiento erótico. Una cosa no quita la
otra, salvo en la tradición judeocristiana, desoladoramente pobre en ese
aspecto.
El concepto de represión freudiano no
era negativo en sí. Aunque es un desencadenante de las neurosis, también sirve
de motor de la vida civilizada. Serán sus epígonos, especialmente de Wilhelm
Reich en adelante, los que lleven a los extremos en los que está hoy la lucha
contra la represión del eros, la liberación sexual, que no por casualidad
guarda un ominoso parecido con las otras liberaciones que han convertido
nuestra era en un tiempo de barbarie, de animalización y profanación de todo lo
sagrado, entre lo que hay que contar el sexo. En los años sesenta se dudaba
entre Eros y Civilización. En el siglo presente cada vez hay menos de lo uno y
de lo otro. Al "liberarnos" de la neurosis nos hemos barbarizado,
peor, nos estamos volviendo una masa indiferenciada de narcisistas.
Sí, el sexo es una actividad sagrada,
algo en lo que todas las culturas humanas han estado de acuerdo hasta que llegó
el materialismo mecanicista de Occidente. Un asunto tan importante para la
psique del individuo y para la reproducción del cuerpo social no se puede
tratar como un simple ejercicio físico. Hay todo un componente espiritual,
magníficamente tratado por Evola en su Metafísica del sexo, que implica una
ritualización, una trascendencia, un respeto. También hay una superación del
sexo, un eros que va más allá, que ha provocado la mejor mística, la mejor
poesía y las obras iniciáticas claves de todas las grandes culturas, desde los
fedeli d'amore y los trovadores medievales hasta el Parsifal de Wagner, por
poner un ejemplo europeo.
Decir que todo vale en el sexo, siempre
que el consentimiento sea libre y los participantes mayores de edad, se ha
convertido en un latiguillo que todo tertuliano repite en los medios de
adoctrinamiento del Sistema. ¿Todo vale? ¿De verdad? Si lo vemos a través de la
perspectiva animalística y brutalizada de nuestro tiempo sí, sin duda. Desde
los años sesenta la ofensiva de la sociedad del espectáculo contra la persona,
su degradación sistemática en individuo, en número, en factor de producción y
consumo, implica una "liberación" sexual que va unida, no sin motivo,
a la crisis de la institución familiar y a la caída de la reproducción
demográfica en Occidente. Más sexo, menos hijos. Más promiscuidad, menos
familia. Y la familia es el gran baluarte contra el que aún se estrellan los
mecanismos ideológicos del poder mundialista, el factor que queda fuera de
control, donde los padres pueden transmitir a su descendencia valores que no
admite la ideología de la corrección política, cuyo fin último es arrebatar la
patria potestad a los padres para dársela a la sociedad. El triste caso de
Alfie, el niño ejecutado por médicos y jueces en Gran Bretaña, es un
horripilante ejemplo de ello.
El sexo sin represión, desbocado, sin
cauces y tabúes que lo dominen, es un arma perfecta de esclavización y de
dominio de las masas. La pornografía se ha convertido en el instrumento predilecto
del Sistema, en un educador sexual al alcance de cualquier adolescente que
navegue en la Red. Es curioso que unas autoridades tan dadas a censurar y
suprimir lo ideológicamente incorrecto de Internet ignoren, sin embargo, la
inundación de porno que anega el ciberespacio
. En primer lugar, es negocio. En segundo, es el instrumento esencial para degradar a la población, hipnotizarla, embrutecerla. Si desde muy temprana edad un muchacho se ve sometido a semejante bombardeo de estímulos sexuales, ¿qué creerá que es lo normal? Más aún si la normalidad, según sus educadores de género pagados con fondos públicos, es todo aquello que sea libremente consentido.
. En primer lugar, es negocio. En segundo, es el instrumento esencial para degradar a la población, hipnotizarla, embrutecerla. Si desde muy temprana edad un muchacho se ve sometido a semejante bombardeo de estímulos sexuales, ¿qué creerá que es lo normal? Más aún si la normalidad, según sus educadores de género pagados con fondos públicos, es todo aquello que sea libremente consentido.
La realidad también ha entrado en
crisis. El homo ciberneticus confunde lo virtual y lo real. Y en el imaginario
delirante, porque delirio es razonar sobre lo que no existe, el sexo tiene un
puesto privilegiado. La fantasía se ha convertido en un fin objetivo.
Ha sido lugar común de toda cultura
distinguir entre honra y deshonra. Ahora no: actividades que corresponden al
mundo de las profesionales se fomentan entre las quinceañeras, a las que se les
incita incluso a estar orgullosas de una actividad sexual que deberían realizar
con mucha más cautela y ojo crítico. Por fortuna, los instintos también ejercen
como moderadores naturales y la prudencia aún sigue imponiéndose.
Siempre se ha tolerado que cierto tipo
de conductas aberrantes para la sociedad se liberen de forma semiclandestina.
Sin los burdeles y la prostitución organizada como un gremio hubiera sido
imposible la formación de la familia, igual que sin el verdugo y el sacerdote
no se puede construir una sociedad civilizada. Pero eso no hacía de semejante actividad
algo digno de encomio. Hoy se glorifica y se estetiza la prostitución virtual y
se persigue la real en las ventoleras de terrorismo feminista, que sirven de
magníficas fachadas de propaganda institucional (al día siguiente, business as
usual). Lo que los anglosajones denominan slutty está de moda y hasta las
protagonistas de las series de Disney se recrean en ese look, fomentado por
todos los poderes. La promiscuidad aleja a las masas de pensar en otras cosas.
Es una carnaza que ceba y empacha a la chusma. Cuanto antes se le coja el
gusto, mejor.
El resultado de todos esos factores son
las manadas o piaras de esta Circe moderna que es la anómica sociedad europea.
Cuando un puñado de neandertales hace lo que hizo con una muchacha en esa orgía
etílica y masiva en la que han degenerado los sanfermines (léase Plaza del
Castillo, de García Serrano, para saber cómo eran los sanfermines cuando eran
fiesta y no aquelarre batasuno), incluso en el caso de que fuera todo
consentido y "legal", se está cometiendo un pecado, se está
profanando de manera brutal algo que por íntimo, por sus delicadisimas
consecuencias psíquicas, por su violación de algo que es sacro, debe realizarse
de muy otra manera. Los chimpancés que cometieron semejante barbaridad han
hecho del porno una guía de conducta, de la fantasía de los instintos sin
reprimir un valor moral. Han llevado al extremo la genitalización de una
actividad que necesita de la sublimación y del tabú incluso para las
transgresiones, que son siempre aisladas, personales, clandestinas (de ahí su
atractivo). Resulta aún más grave el hecho de que los que han perpetrado
semejante hecho son "militares", productos típicos de los ejércitos
democráticos, donde los códigos de honor y de caballerosidad se sustituyen por
la legalidad y el reglamento. Hay conductas que por muy legales que sean
deshonran. El que porta la espada se debe a un código de honor que va más allá
de los incontables y superfluos códigos que ahora rigen la servidumbre de las
armas. El uniforme se lleva siempre.
Hay una palabra muy pasada de moda,
intempestiva, a la que tarde o temprano tendremos que volver si queremos salir
de este cenagal: se llama honor y no lo rigen leyes escritas ni depende su
concepto de las mayorías sociales. Más honor supone más deber. Cuando la gente
es bien consciente de él, se vive en una sociedad civilizada y no en una horda.
Sertorio
8 de mayo de 2018
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