27 enero, 2020

Sobre la nueva tapa del clásico de Vladimir Nabokov

El cambio de tapa de la famosa novela es un episodio más en la ola de corrección moral y sexual que avanza sobre el mundo de la cultura y ni siquiera perdona a los clásicos. 

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Dolores Haze aka Lolita sigue al paso del tiempo.


Humbert Humbert mantiene su versión de los hechos.
El verdadero nombre de Lolita es Dolores: sobre la nueva tapa del clásico de Vladimir Nabokov



CARLOS SCHILLING

Domingo 18 de febrero de 2018 - 13:00Actualizado: 18/02/2018 - 13:40

Tarde o temprano tenía que tocarle a Lolita. La ola de corrección sexual y política que empezó a mediados de la década de 1990 en Estados Unidos, durante la presidencia de Bill Clinton, motivada por los estudios culturales y los movimientos por los derechos civiles, ya se ha convertido en una marea alta que inunda todo y arrastra muchas cosas bajo su flujo.

Por ahora el contenido de la famosa novela de Vladimir Nabokov no ha recibido ninguna enmienda. Nadie ha propuesto eliminar alguna de sus páginas más insinuantes (por ejemplo: la escena en la pieza del motel), o bajar el alto voltaje erótico de ciertas frases. La noticia se limita a una cuestión de diseño: un cambio en la icónica tapa de la edición de bolsillo de la editorial Anagrama, que se distribuye por todo el ámbito de Hispanoamérica.


La foto de la actriz Sue Lyon –que encarnó a Lolita en la primera adaptación cinematográfica de la novela dirigida por Stanley Kubrick–, con anteojos del sol en forma de corazón y un chupetín en la boca, será reemplazada por un dibujo de Henn Kim que muestra a una adolescente de espaldas y en cuclillas, vestida con una malla negra, atravesada por un instrumento de metal en el que se combinan una tijera y un abrelatas.

La cirugía ideológica es evidente: se tira echa un bollo al cesto de la basura la imagen de la chica sensual –ilustración que firma el diseñador Ángel Jové, pero que se repite en ediciones de diversos países– y se propone la imagen de una víctima de abuso, una víctima sin rostro, casi alegórica, tan general que es posible identificar en su dibujo a todas las adolescentes del mundo y a ninguna.

Por supuesto, Lolita, la novela, no sufrirá una caída en sus ventas por esa ilustración. Cuando se publicó la primera traducción al español, en la Argentina, en la editorial Sur, de Victoria Ocampo, con traducción de Enrique Pezzoni (bajo el precavido seudónimo de Enrique Tejedor), el libro lucía unas insípidas tapas verdes que imitaban la edición original de Olympia Press. Ni un calcetín que aludiera a un pie de la niña.

Fantasmas


Hay que recordar que la novela fue publicada originalmente en París porque ninguna editorial norteamericana se atrevía a enfrentar la censura. Es decir que en los años 1950, el contenido potencialmente escandaloso de Lolita era más que visible para todos. De hecho, Nabokov se siente obligado a añadir un prólogo a la segunda edición para espantar varios tipos de fantasmas, tanto literarios como pornográficos. El más obvio de esos espectros es que no quieren que lo confundan con su perverso narrador Humbert Humbert, el pedófilo que se queda con la niña en carácter de padrastro cuando se muere la madre.

Pero pese a todas las precauciones del autor, no pudo evitar dos malentendidos que se prolongaron durante décadas.

El primero es que le siguieran atribuyendo la misma patología de su personaje. De modo indirecto o directo, la sospecha llegó viva hasta uno de sus máximos admiradores: el novelista inglés Martín Amis, quien escribió: "a los escritores les gusta escribir sobre las cosas en las que les gusta pensar. Y, para decirlo de la manera más dura, la mente de Nabokov, durante la última etapa de su vida, no honró suficientemente la inocencia –no honró suficientemente el honor– de las chicas de 12 años".

El segundo, más significativo, es que la industria cultural se apropiara de la figura de Lolita desde el punto de vista de Humbert Humbert, es decir como una colegia seductora, una chica sensual y atrevida. Con el paso de los años, desde fines de 1950 hasta el presente, esa imagen se constituirá en un ícono visual del deseo masculino y aparecerá multiplicada en miles de tapas de revistas, en las estrellas teen de la música pop, en las historietas, en las publicidades y en las películas.


Por supuesto, fue una apropiación manipulada: la Lolita de Nabokov era (y lo sigue siendo en las páginas del libro) un niña de 1,48 de estatura, sin pecho y sin caderas. En cambio, la imagen de la Lolita que se popularizó es la de una mujer en miniatura, con el cuerpo ya desarrollado, como resulta fácil comprobar si un revisa el video de Baby, one more time, de Britney Spears, las tapas de la revista Gente que mostraban a una Nicole Neumann de 12 años o, para ser más específicos, las figuras de las dos actrices que encarnaron a la adolescente en el cine, Sue Lyon y Dominique Swain.

La versión de Humbert Humbert


Eso significa que la versión que se impuso fue la del propio Humbert Humbert. Gran parte, si no todo, lo que vimos e imaginamos de Lolita en los últimos 50 años fue la proyección de la mente de un perverso. La vimos a través del cristal de su deseo. Sin embargo, si se lee la novela con atención, es posible acceder a un segundo plano en el que el personaje de la niña sí aparece como una víctima, como una chica que está perdiendo los mejores años de su vida en manos de un maníaco.

La señal más obvia y evidente es el verdadero nombre de Lolita: Dolores (Dolores Haze). Nabokov sabía lo suficiente de español como para captar el patetismo de esa transformación nominativa, la distancia que existe entre el aleteo núbil del apodo "Lolita" y el destino de sufrimiento plural que contiene el nombre "Dolores".

Pero esto argumentos no pretenden suponer que exista una lectura verdadera de Lolita. Toda época lee desde sus propios prejuicios (que también pueden recibir el nombre de convicciones). La nueva tapa de la novela sólo es la marca superficial de una nueva etapa. Nada más. Nada menos.

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