25 enero, 2011

Intelectuales y barro



Alejandro Magno
"Cuentan de Alejandro que una vez se metió en un río tumultuoso de la India, todo con barro
persiguiendo al ejército que peleaba con él
y que cuando iban en mitad
los caballos perdieron pie
aquellas aguas estaban heladas
y se volvió a sus compañeros y les dijo:
"me cago en la leche
os dais cuenta las cosas que tengo que hacer para que me tengais respeto?"

(recitado por Carlos Escohotado en el tema "Siempre es igual" de Andrés Calamaro)




Podrá decirse que Alejandro era un militar, o que en este caso lo seguía un ejército y no un pueblo o la intelectualidad, pero sin duda que ir adelante y meter los pies en el barro es toda una decisión.
No se trata tan solo de "dar el ejemplo", se trata de estar en situación, de comprender las vivencias de quienes se pretende instruir desde el liderazgo.

Oliverio Girondo por Juan Sasturain

Esta nota-homenaje-recordatorio, es inmensa, memorable.
Publicada en Pagina/12 ayer


Veinte motivos para leer a Oliverio Girondo
Por Juan Sasturain


Cinco por la negativa: las carencias

Uno. No saber quién es. Es el mejor motivo y el que a él más le hubiera gustado. Enterarse de que es –para muchos– el mejor poeta argentino del siglo XX es un dato que puede despertar al menos la curiosidad, primer paso hacia la posibilidad de tener una aventura; quiero decir: una experiencia que nos cambie la vida. Conocer a Girondo vale la pena precisamente por eso: te deja diferente de cómo te encontró.

Dos. No haberlo leído. Es una suerte, como no haber leído todavía a Pessoa o a Pound. O no haber ido a China o no conocer Africa. Se te abre un mundo desconocido, una puerta. A mí me pasó cuando tenía algo más de veinte, en la segunda mitad de los ‘60, y el Centro Editor lo reeditó en una colección barata y popular. Después encontré la edición de Losada de Persuasión de los días, de 1942, en Fray Mocho. Es lo que más me gusta de él. La tengo todavía.

Tres. No leer poesía en general. Oliverio está especialmente indicado para los prejuiciosos o escaldados por algún contacto negativo con textos poéticos que les provocaron desconcierto/rechazo/alergia/fastidio. Girondo se entiende y se disfruta. No necesita exégetas ni mediadores letrados (que los hay, casi en exceso). Jamás un libro suyo se te cae de la mano. Reconcilia con la poesía.

Cuatro. Estar amargado / estar engrupido. La lectura de Girondo (como la de Drummond de Andrade, por ejemplo) vacuna contra la estupidez de la queja sistemática y/o la autosatisfacción del acomodado en su molde comprado a plazos. Ni la hipocresía ni la autoconmiseración.

Cinco. Querer amasijarse / ser un boludo alegre. Incluso en sus momentos más jodones y festivos, Girondo habla en serio: nunca es solemne; y en los momentos de mayor desesperación –que los tiene– tiene la humildad de admirar el Misterio de lo dado y reconocer el Error, la soberbia pretensión manipuladora de saberes e instituciones (incluso el mismísimo lenguaje). Por eso nunca es patético. Te cura de la soberbia elocuente (regodeo en el sinsentido) y de la ignorante (hacerse el boludo).

Cinco por la positiva: los libros

Seis. Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) y Calcomanías (1925). Su primer libro, desprejuiciado fundador de la vanguardia argentina de los ‘20, son viñetas, croquis, apuntes tomados al paso de Mar del Plata a Venecia, de Buenos Aires y Río de Janeiro a Venecia. Ahí está el “Exvoto”: “Las chicas de Flores se pasean tomadas de los brazos para transmitirse los estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas del miedo de que el sexo se les caiga en la vereda”. Famoso. El segundo salió en España, con dibujos suyos. “Calle de las sierpes”, Sevilla, 1923: “Cada doscientos cuarenta y siete hombres / trescientos doce curas / y doscientos noventa y tres soldados / pasa una mujer”.

Siete. Espantapájaros (1932). El primero editado en Buenos Aires, y el más perfecto hasta entonces. Dos docenas de breves prosas inolvidables, algunas inquilinas habituales de toda antología: las setenta y dos acciones amorosas del texto 12. “Se miran se presienten se desean / se acarician se besan se desnudan / se respiran se acuestan se olfatean”. Las maravillosas maldiciones del 21: “Que te enamores tan locamente de una caja de hierro que no puedas dejar, ni un momento, de lamerle la cerradura”. Qué bárbaro.

Ocho. Persuasión de los días (1942). Son poemas existenciales, si cabe; la pura intemperie espiritual sin ningún tipo de franela compensatoria. “Dicotomía incruenta”: “Siempre llega mi mano / más tarde que otra mano que se mezcla a la mía / y forman una mano (...) Por eso es muy posible que no acuda a mi entierro / y mientras me riegan de lugares comunes / yo me encuentre en la tumba / vestido de esqueleto / bostezando los tópicos y los llantos fingidos”.

Nueve. Campo nuestro (1946). Ya a fines del ’30 había vuelto –con la crisis, con la guerra, con el desastre europeo– a mirar para adentro, a reflexionar sobre la cuestión nacional: la cultura, la economía, incluso el paisaje. Hay varias versiones, hasta el cincuenta, de sus poemas a la (redescubierta) pampa primordial, vaca madre, plana nada elocuente. Es el Girondo menos conocido y manipulable.

Diez. En la masmédula (1956). Es el final, el salto en el vacío experimental, la ruptura de las palabras y de la sintaxis, la busca absoluta. Es el Girondo que seduce a surrealistas tardíos (Molina) y marca el camino de la puesta en tensión extrema del instrumento que empujará a la larga a algunos de los mejores, como Lamborghini, a sus propios confines. “El puro no”: “El no / el no inóvulo / el no nonato / el noo (...) / el macro no ni polvo / el no más nada todo / el puro no / sin no”. Apaga y vámonos.

Cinco por cuestión de salud

Once. Saber reír. Con Girondo, el humor irrumpe en la poesía argentina como un pedo en misa, un chiste verde en un velorio, un codazo en un desfile. Se da y concede permisos. Del humor ingenioso –que comparte con Ramón Gómez de la Serna, por ejemplo– saltará al humor negro y escatológico. No es un adorno, ni un chiste. Es una manera (la única digna) de mirar el mundo.

Doce. Cagarse en (casi) todo. La irreverencia (“¡Se celebra el adulterio de la Virgen María con la Paloma Sacra!”, de “Verona”) y la provocación iconoclasta que picotea los bordes de los tabúes con ingenio y desparpajo tienen una violencia corrosiva inusitada. Espantapájaros, por ejemplo, no es sólo una provocación sino un libro memorable, único para su época y para nuestra cultura.

Trece. Saber enojarse. Girondo no es un ruidoso payaso oportunista íntimamente integrado sino un observador feroz de la sociedad y las costumbres perversas de su tiempo. “Lo que esperamos”: “Yo sé que todavía / los émbolos / la usura / el sudor / las bobinas / seguirán produciendo / al por mayor / en serie / iniquidad / ayuno / rencor / desesperanza / para que las lombrices con huecos portasenos / las vacas de embajada / los viejos paquidermos de esfínteres crinudos / se sacien de adulterios / de hastío / de diamantes / de caviar / de remedios”.

Catorce. Celebrar la vida. Porque a la hora de reconciliarse con el mundo, ya despojado del “miasma” del comercio humano, a contrapelo de una “civilización” descaminada, Girondo descubre –y sabe revelar para nosotros– el soberano estupor ante lo natural visto con mirada adánica. “Inagotable asombro”: “Este perro / este perro / ¡Indescriptible! / ¡Unico! / (...) Cotidiano, inaudito / que demuestra el milagro / que me acerca al Misterio / que dan ganas de hincarse / de romper una silla”.

Quince. Angustiarse en serio. Pocas veces en la poesía contemporánea –en la latinoamericana, sólo en Vallejo– la expresión de la angustia ante las cuestiones de sentido que atraviesan al poeta en vida y muerte, alcanza la radicalidad –sin clichés ni recetas verbales o existenciales– del último Girondo. En la masmédula es, como sucede con un solo de Parker, un gesto definitivo e irreductible.

Y cinco porque sí

Dieciséis. El nombre que le pusieron. Llamarse así no suele ser gratis. Qué hace alguien que se llama así. Y de chiquito. Hay que bancársela. Creo que en su caso fue un estímulo: debió estar a la altura, con ese nombre de payaso, equilibrista o político radical al estilo Crisólogo Larralde. Toda su obra es un comentario, una prolongada digresión tragicómica a partir de su nombre.

Diecisiete. La cara que tenía. También tuvo que hacer algo con la cara, remontarla. En eso, como Macedonio (otro que vino con un plus nominativo), ganó cara y equívoca venerabilidad con el tiempo. Era de ojos saltones, dientudo y con mentón fugitivo: las caricaturas de la época son alevosas. La barba lo disfrazó, pero operando al revés de las caretas: lo puso grave, reservando la gracia y la ironía para los ojos.

Dieciocho. Las cosas que hacía. Las jodas famosas, la prolongada estudiantina, su espíritu juguetón, iconoclasta. El memorable lanzamiento por calle Florida, en coche fúnebre, de Espantapájaros, con el muñeco de la tapa, dibujado por Bonomi, convertido en escultura de papel maché, y con chicas vendiendo el libro.

Diecinueve. La mujer con la que se casó. Un hombre también se justifica/explica por las mujeres que amó y lo amaron. Oliverio conoció a la brillante colorada Norah Lange en 1926 y se casaron en el ‘43. Fue su mujer, su amiga, su cómplice talentosa. La oradora de banquetes que supo reunir en Estimados congéneres, la memoriosa de Cuadernos de infancia, la novelista de Personas en la sala.

Veinte. Las fechas del almanaque. Acaso sea un pretexto que hoy, 24 de enero, se cumplan 44 años de la muerte de Oliverio, en el verano de 1967. Norah lo sobrevivió sólo cinco más. El otro pretexto que nos da el almanaque para leer a Girondo es que este año, el 17 de agosto, se cumplen 120 de su nacimiento en 1891. A ver si nos acordamos.

14 enero, 2011

Será que nací en el sur?


Cuando Charly edita Piano Bar quedé sorprendido. Yo escuchaba mucha música de afuera, y me parecia que la movida "nueva" venía de los ingleses y los yanquis, con el new wave sucediendo naturalmente al punk pero ocurrieron los 80, ocurrió Malvinas...
El rock nacional venía tomando un nuevo impulso, la llegada de la democracia me revolucionaba y ya su vez me invadía esa imposible nostalgia de otros tiempos mejores, enfrentado como estaba a una realidad terrible que no había sabido ver.
Y lo político se mezclaba con esa estética plástica ochentosa que celebraba el consumo y precisamente se consumía al propio rock.
En ese momento cuando se están abriendo los ojos al despertar, medio sueño, medio realidad, entre dos mundos, se materializa el album de Charly.
Ya desde el arte es impactante, un album de tapa blanca, gigante, como eran los LP, que te permitía tener entre manos una pequeña obra de arte, casi un cuadro para colgar en la pared. La foto de la tapa no podía ser otra que una toma de la tv, MTV se estaba comiendo el mundo y se venía el tiempo de la imagen. En un continuum apenas separado por colores, las letras se desarrollaban una detras de la otra en la contraportada, de corrido, con caracteres manuscritos como ondas en un mar o líneas de un electrocardiograma colorido. Así eran las sensaciones, contradictorias, entre festivo y dramático el album te llevaría de la portada a la música plácidamente con una coherencia inusitada.
Coinciden la mayoría de los críticos en que Clix revolucionó el rock nacional pero a mí me pègó más Piano Bar, este disco es el verdadero cambio, sinfónico y tanguero, rockero y reflexivo, un disco de cambio de época. Se juntaron Charly y el Flaco para presentar sus álbumes de esos años y esas perfomances en el Luna Park fueron incomparables. Y qué decir de la banda, con los GIT y Fito acompañando a Charly yo me quedo acá...
Un tema de ese album, el propio Piano Bar me pegó tanto que debo haber dejado la pista lisa de tanto pasarlo, esa densidad, ese clima profundo, íntimo, te baja, te desnuda, te eleva, te lleva desde el vientre de tu madre hasta la propia muerte. Historia, presente, futuro. Si todo eso pudiera convivir en una canción, sería esta. Acá la letra.

(IXX)


Piano Bar
Charly García


Rubias de New York
fantasmas de percal
presten atención, se ha abierto un piano bar
cerca del cabaret.
Será que nací en el sur?
será que encendí la luz de tu amor?
Viudas de Nerón, amantes de Gardel
suena un banoneón, cerca del cabaret
Será que nací en el sur?
será que encendí la luz de tu amor?
Los chicos tienen un lugar
donde vivien esas cosas que asombran.
Las chicas tienen un lugar donde ir a conversar.
Usa tu rubor, escoge tu disfraz
plumas de gorrión, sonrisas de zorzal.
Coloca vitrina al sur
reloca titila luz, la ciudad.

http://www.rock.com.ar/letras/1/1007.shtml
   
"Piano Bar"
El disco de Charly García fue editado en 1984.

Una crónica más detallada acá.