27 febrero, 2015

“Syriza y Podemos son la reacción al asalto neoliberal”

"Es siempre la misma historia. Siempre, no importa cómo juzgues lo que está pasando en el mundo, tienes, básicamente, dos opciones. Puedes decidir ser pesimista, decir que no hay esperanza y abandonar todo esfuerzo, en cuyo caso contribuyes a asegurar que suceda lo peor. O puedes agarrarte a cualquier esperanza –siempre hay alguna– e intentar hacer lo que puedas y quizás así seas capaz de evitar un desastre, o incluso, de abrir el camino a un mundo mejor."

Noam Chomsky: “Syriza y Podemos son la reacción al asalto neoliberal”
Miguel Mora, Miradas al Sur
fuente: http://mamvas.blogspot.com.ar/2015/02/noam-chomsky-syriza-y-podemos-son-la.html


Ha caído la nevada del siglo en Boston, el termómetro marca 15 bajo cero, los micros no circulan y los autos patinan. A las once de la mañana, el profesor emérito Noam Chomsky, lingüista y filósofo, de 86 años, está ya en su puesto, dando una entrevista a un periodista francés en su despacho del Departamento de Lingüística del Massachussets Institute of Technology (MIT).

Despuès del despuès por Gabriel Impaglione


Lapidario Guzmán ni abrió la boca. La noche se hizo un muro sin límites alrededor del grupo y si algo hubiera sucedido luego, no sé, una gota del vaso de Sisemio deslizando su azafrán hasta golpear la tierra, el aliento haciéndose una espada en el aire, el tiempo, ese frágil silbido a veces, se habría partido en tantos infinitos el paisaje, que hoy la historia sería diferente.
Los jueves a la tarde vestía su guardapolvo azul y entraba al galpón de las estrufallas. Encendía la luz negra y se dejaba llevar por el largo corredor mirando una a una las celdas pequeñas y malolientes.
En el final del húmedo pasillo una enorme biblioteca desierta custodiaba el escritorio de metal sobre el que se apilaban carpetas, cartuchos del 14 y la tímida constelación de botones rojos del tablero de seguridad de las jaulas.


Sentado, reposaba las piernas en una pequeña banqueta azul mientras afuera la noche comenzaba lentamente su gobierno implacable. Así las cuatro noches mensuales, percibiendo el seseo de los machos dormidos, el áspero roce de las patas escamosas en los acorazados cuerpos.
Cada tanto una luméndrola trazaba un hilo de baba fosforecente en la sombra y al segundo, inexorablemente, el chasquido, un gemido después casi imperceptible, y más tarde el sordo estertor del final. Y las endiabladas mandíbulas de alguna estrufalla rechinando en el saboreo agridulce, bañadas de cierta baba fosforecente que se evaporaba de a poco hasta no ser sino una sombra más en el sopor de la oscuridad.
La rutina de los jueves por la noche. Gino intentó cierta vez combatir la elástica constitución de las horas instalando un pequeño televisor en el escritorio. A la mañana siguiente lo encontraron paralizado, casi verde, con los ojos desorbitados y extrañas palabras inconclusas prendidas de la boca.
Se lo anticiparon, pero él no entendía mucho de estas cosas. Pensó que sólo justificaban sus exigencias obligándolo a estar atento en un filo de tensión casi insoportable. No fue capaz, en su ceguera, de entender porqué las guardias se cumplían con turnos de un día a la semana, y que cada noche otro como él se hiciera cargo de la tediosa rutina de esperar el amanecer detrás del escritorio, en la oscuridad, en completo silencio, con una escopeta de dos caños siempre a mano y el inyectable de efecto súbito para estirar por unas horas sus posibilidades de supervivencia.
Cuando aquella vez le preguntaron por su experiencia, la rica historia de Gino en los suburbios abandonados, sus andanzas por los graves galpones del ferrocarril y la derruida zona industrial bastaron para ganarse el puesto.
Otros tiempos. Las estrufallas no habían evolucionado todavía, se arrastraban como babosas gigantes por los ángulos sombríos cazando luméndrolas y pequeños escorpiones de aceite, y nada hacía prever que la nueva especie alcanzara semejante desarrollo. La mutación, repetía kafkianamente un viejo profesor universitario de Biología.
Gino no entendía de mutaciones, nuevas especies, apocalipsis y largas caravanas de sobrevivientes hundiéndose en el sur ignoto, y ya de tan depredado casi inhabitable.
Él se había negado a abandonar su territorio, su vastedad de rincones, su intrincada red de pasadizos y refugios. Después de aquella luz enceguecedora y el viento de piedra que arrasó los primeros barrios, luego de la nieve roja cuando ya todos los rumores habían sucumbido, la piel de corteza centenaria era suficiente protección ante mordeduras de frío y alimañas.
Con las semanas adquirió un sentido auditivo envidiable para captar el mínimo roce de un cuerpo sobre cualquier superficie. Luego le llegó como don maravilloso el olfato más agudo, bestial, exacto que pueda imaginarse.
Mientras todo parecía suspendido en el tiempo, e iban y venían hombres embutidos en trajes especiales, Gino perseguía su almuerzo, pequeñas especies escurridizas, mirando a la distancia la reconstrucción de lo posible.
Fue acercándose de a poco, hasta que alguien ganó su confianza, y luego otro, y terminó colaborando en un escuadrón de hombres como él, hechos a las nuevas circunstancias.
La primera estrufalla evolucionada lo acorraló una mañana en un corredor de la Superintendencia del Ambiente, donde desmontaban artefactos eléctricos. Alcanzó a hundirle un destornillador en el pecho antes que la bestia le llegara al cuello. Supo que la historia no sería la misma.
Entonces, durante las guardias, la escopeta de dos caños estaba siempre a mano.Pero no entendía demasiado. No alcanzaba a comprender el porqué de las celdas, la razón imbécil de mantener vivos los últimos ejemplares de la especie.
En lo que fue el centro de la ciudad el vértigo de los andamios aceleraba día y noche la nueva geografía. Dentro del perímetro enrejado crecían jaulas gigantescas y laberínticas galerías cerradas. En uno de los pabellones se expondrían las bestias, detrás de triples cristales de máxima seguridad.
Él no entendía ciertas cosas. Fue un jueves, tal vez entre sueños avanzada la noche, de una fosforecencia a otra en el galpón a oscuras. Comenzó a verse estrufalla, último eslabón de la evolución mutante, fiera descompuesta en tantas otras versiones cada vez más monstruosas.
Y un relámpago de idea que lo fulminó detrás del escritorio, con las piernas abatidas en la banqueta azul y todos esos cartuchos del 14 frente a las narices.
Rascó la piel casi fósil de su mano izquierda y encendió todas las lámparas.
Un gemido, primero, después el creciente bramido de las criaturas que lo empujó a la escopeta.Pulsó la cerradura electrónica de cada una de las celdas desde el tablero del escritorio y esperó, con la vista en ningún lugar, el rumor compacto de las pisadas sobre el pasillo.
Fue la lucha por una luméndrola, el forcejeo silencioso, un estampido luego. Y la boca chorreándole una baba fosforecente. Más tarde otro silencio, diverso, espeso, maloliente, como una niebla en el galpón vacío, alrededor de las huellas compactas perdiéndose en la noche.
Tal vez como lenta caravana de sombras inexplicables siguiendo a respetuosa distancia al macho alfa de brazo armado.
Y muy después los gritos, el pánico alrededor de quejidos y plegarias, lejos, entre los andamios.
Lapidario, Sisemio y los otros dos operarios de la grúa casi ni respiraron, vieron la carnicería desde la altura. Esperaron tres días entre una nube de carroñeros y todos los inexplicables porqué a mansalva.
La patrulla allá abajo les dio coraje para descender a lo que quedaba del infierno.

Publicado: MERCOLEDÌ 22 OTTOBRE 2008
En: http://gabrielimpaglione.blogspot.com.ar/search/label/cuento

23 febrero, 2015

Libras esterlinas


Por cada par de orejas o seno, una libra esterlina; y media libra por cada oreja de niño.
Tras observar aborígenes sobrevivientes vagando sin orejas optaron por cotizar cabezas, testículos y órganos vitales.

(Leer más en: http://www.sentadofrentealmundo.com/2011/04/el-genocidio-de-los-selknam-o-como_25.html#ixzz3SZWQpPjc)


22 febrero, 2015

La marcha por "La otra"

Lo mataron para que no se sepa nada de la verdad. ¿Cuál verdad?

domingo, 22 de febrero de 2015
por Marcelo Cosin

Estoy impresionado por una realidad irrebatible: miles de personas de la mal llamada clase media, que fueron a la marcha del silencio, no tienen otra información que la que ven y escuchan en Radio Mitre, TN Noticias, Lanata y otros tantos medios que tienen una gran audiencia. Es gente de buena fe. Llamé a algunas personas a las que no veo hace algún tiempo para preguntarles como andaban y de paso si me permitían hacer un par de preguntas para una nota que estoy escribiendo. Llamé a algunos familiares que no tengo relación cercana, a ex alumnos, amigos de la publicidad a quiénes no frecuento. No más de 20 personas con quiénes no tengo relación cercana, pero con quienes me une, sin dudas, un lazo de afecto. Es decir, ninguno de ellos me atendió mal o de mala gana.

Lo que pasó después de la lluvia

La Marcha del Silencio avivó el activismo opositor. Comodoro Py y su ofensiva política. Macri suma a Reutemann, el escenario nacional y el santafesino. La interna entre el líder del PRO y Massa, dos movidas de diversa intensidad. Los cálculos opositores y las presiones para la unidad. La lógica corporativa y la política, difíciles de compatibilizar.

  Por Mario Wainfeld

Serás lo que debas ser... El 18F se concibió como movida opositora y lo fue. El formato se eligió con astucia, el estandarte fue el fiscal Alberto Nisman. No está determinado si su muerte violenta y dudosa fue suicidio u homicidio. Las pruebas acumuladas tienden a convalidar la primera hipótesis aunque la instrucción va lenta y no concluyó. Una resolución en ese sentido hubiera vaciado de fundamento al 18F, que parte de (y necesita) otros presupuestos.

20 febrero, 2015

Marcel Proust, el cochero y el Tío Tom


Columna publicada en Nueva Ciudad.

“Así conocen las delicias de no ser más que un ruido vano, de tener la cabeza llena de una enorme afirmación que les parece tanto más respetable que la tomaron prestada”
J.P. Sartre, Reflexiones sobre la cuestión judía


http://mesadeautoayudak.blogspot.com.ar/2015/02/columna-publicada-en-nueva-ciudad.html

Marcel Proust escribió que durante la ola de antisemitismo que generó el caso Dreyfus en Francia, el cochero afirmaba detestar a los judíos por empatía hacia su amo.

18 febrero, 2015

Justicia y democracia (tres notas)

Tres notas periodisticas para reflexionar sobre el rol de la justicia en medio de una agitada actualidad argentina que incluye la muerte de un fiscal, presiones mediáticas contra el gobierno y la omnipresente influencia de embajadas y gobiernos extranjeros sobre la operatoria del poder judiacial local. 
IXX-2015


miércoles, 18 de febrero de 2015

El silencio de los inocentes?

http://nuestraaldea.blogspot.com.ar/2015/02/el-silencio-de-los-inocentes.html

A la Corte Suprema de Justicia

Hoy los argentinos vivimos con estupor el descaro con que sectores del Poder Judicial y el Misterio Público Fiscal operan políticamente como un partido de oposición

Mientras la Argentina toda espera que cumplan su deber esclareciendo miles de causas criminales, entre ellas algunas emblemáticas como los ataques terroristas a la AMIA y a la Embajada del Estado de Israel, sectores significativos del Poder Judicial pretenden tapar sus incapacidades, intereses corporativos y complicidades con los poderes fácticos sobreactuando actitudes opositoras. Para ello se esconden detrás del homenaje al fiscal Nisman cuya muerte, que requiere urgente esclarecimiento, conmueve al país.

09 febrero, 2015

Jangaderos

"Normalmente, y sobre todo en época de creciente, derivan
vigas escapadas de los obrajes, bien que se desprendan de una jangada
en formación, bien que un peón bromista corte de un machetazo la soga
que las retiene." (Horacio Quiroga)















¿En qué consistían las jangadas o balsas?

De acuerdo a los informantes, llegaban a la ciudad de Federación dos tipos diferentes de jangadas o balsas5. Una de ellas estaba constituida por madera de pino (Araucaria brasiliensis) que procedía de la zona sur de Brasil (por ej. Santa Catarina), aserrada en tablones de diferentes medidas; y la otra, constituida por rollos de maderas duras o semiduras como el cedro, petiribí, guayivira; que provenía principalmente de Argentina (provincia de Misiones) y de Paraguay.

En el primer caso -el caso del pino- al tratarse de una madera más liviana que flota, se preparaba una especie de catre. Cada catre traía aproximadamente 5000 pies de madera. Las tablas eran de diferentes tamaños y espesores y se las acumulaba hasta llegar a veces a los 4 o 5 metros de altura. Luego esos catres se alineaban formando la jangada, que podía alcanzar una extensión de unos 1000 a 2000 m y un volumen de 1 millón a 1 millón y medio de pies6.

Como el rollo era una madera pesada que no flotaba, se construían calcos para poder trasladarla por el río. Éstos consistían en “... una embarcación hecha de madera de pino, de pino hacían… este… hacían como un barco… era como un barco que lo clavaban y entraban los rollos adentro para que flotaran...” (Informante local, Nueva Federación, 2004)

En sus comienzos las maderas -tanto en tabla como en rollo- venían atadas con una especie de liana o enredadera muy resistente, llamada isipó, originaria de la selva brasileña o misionera. El alambre se comenzó a implementar más tarde, aunque según el testimonio de uno de los trabajadores, el uso de la enredadera continuó aplicándose para sujetar los rollos.

Los que transportaban las jangadas

Sobre la jangada se armaban 2 o 3 casillitas hechas de la misma madera, en donde vivían 4 a 5 personas durante la travesía, como nos comentó un informante:

“Venían…bueno…los capataces, los guías, los baqueanos…que se le llama, baqueanos de rió… los que conocían la profundidad del rió para poder viajar”.

A estos trabajadores se los denominaba jangaderos y eran los encargados de cuidar la madera que se transportaba, y ayudar a dirigir la jangada por los rápidos y saltos del río Uruguay que podían traer contratiempos sino se los cruzaban o encausaban correctamente. Para lograrlo, estas personas utilizaban normalmente 2 botadores (especie de remos) cuyos soportes se los colocaba en la punta de la balsa.

En general eran sólo varones lo que convivían arriba de la balsa, aunque en algunos casos los acompañaba algún familiar. También acostumbraban llevar consigo algunos animales chicos para comer, tales como gallinas; junto con los utensilios de cocina necesarios. Armaban el fogón sobre una especie de cuadrado o cerco que llenaban de arena, y la iluminación la adquirían mediante lámparas de querosén.

A las balsas siempre las acompañaban “...unas lanchas, lanchoncitos, tipo remolcadores pero en chico, nada más que para corregirla...” (Informante federaense). Estas lanchas también se encargaban de buscar provisiones en la costa para los jangaderos.

Para poder transportar la madera por el Río Uruguay, se debía esperar que estuviera crecido y alcanzara una buena profundidad. Como nos aclara un informante local:

“La piragua te voy a explicar...la piragua era unos cajones...ancho...como la calle por ejemplo viste...pero...(...)... cargado de madera dura...tablones de madera dura. Y eso...eso calaba, calaba como dos metros viste. Y a donde tocaba una piedra, se rompía...”.

En consecuencia, este tipo de trabajo no era continuo a lo largo del año, sino que se desarrollaba en períodos estacionales específicos “...empezaba mas o menos en septiembre la...visto, era cuando crecía el río, crecía el río...venían las balsas, ha visto. Aprovechaba septiembre, octubre...hasta octubre, fine de octubre...2 meses de crecidas” (trabajador federaense). En casos excepcionales, si el río crecía en invierno, también se aprovechaba para realizar los viajes.

La duración del traslado de la madera desde su punto de partida hasta su finalización también dependía de la variación del caudal del río. Cuando todo andaba bien duraban 2 meses aproximadamente, pero a veces se extendían hasta 6 meses o un año, debido a que la madera se atascaba en el camino. De acuerdo a los informantes, el tiempo desde el sur de Brasil hasta la Vieja Federación, generalmente variaba entre 3 y 6 meses.

El arribo de la jangada era un acontecimiento importante para la ciudad de Federación. El paisaje se modificaba...la costa se transformaba en cuadras y cuadras de madera...

Porque empezaba en la ciudad...iba costeando no cierto...después comenzaba a llegar a la zona de aserraderos...todo sobre la costa...el aserradero iba a parar sobre la costa. Así que...todo, todo junto estaba... (Viuda de un empresario maderero)

http://www.naya.org.ar/articulos/memoria%20e%20identidad.htm


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LOS PESCADORES DE VIGAS


Horacio Quiroga
http://lieber.com.ar/quiroga/lospescadoresdevigas.html


El motivo fué cierto juego de comedor que míster Hall no tenía aún, y
su fonógrafo fué quien le sirvió de anzuelo.

Candiyú lo vió en la oficina provisoria de la _Yerba Company_, donde
míster Hall maniobraba su fonógrafo a puerta abierta.

Candiyú, como buen indígena, no manifestó sorpresa alguna,
contentándose con detener su caballo un poco al través delante del
chorro de luz, y mirar a otra parte. Pero como un inglés, a la caída
de la noche, en mangas de camisa por el calor, y con una botella de
whisky al lado, es cien veces más circunspecto que cualquier mestizo,
míster Hall no levantó la vista del disco. Con lo que vencido y
conquistado, Candiyú concluyó por arrimar su caballo a la puerta, en
cuyo umbral apoyó el codo.

--Buenas noches, patrón ¡Linda música!

--Sí, linda--repuso míster Hall.

--¡Linda!--repitió el otro.--¡Cuánto ruido!

--Sí, mucho ruido--asintió míster Hall, que hallaba no desprovistas de
profundidad las observaciones de su visitante.

Candiyú admiraba los nuevos discos:

--¿Te costó mucho a usted, patrón?

--Costó... qué?

--Ese hablero... los mozos que cantan.

La mirada turbia, inexpresiva e insistente de míster Hall, se aclaró.
El contador comercial surgía.

--¡Oh, cuesta mucho!... ¿Usted quiere comprar?

--Si usted querés venderme...--contestó llanamente Candiyú, convencido
de la imposibilidad de tal compra. Pero míster Hall proseguía
mirándolo con pesada fijeza, mientras la membrana saltaba del disco a
fuerza de marchas metálicas.

--Vendo barato a usted... ¡cincuenta pesos!

Candiyú sacudió la cabeza, sonriendo al aparato y a su maquinista,
alternativamente:

--¡Mucha plata! No tengo.

--¿Usted qué tiene, entonces?

El hombre se sonrió de nuevo, sin responder.

--¿Dónde usted vive?--prosiguió míster Hall, evidentemente decidido a
desprenderse de su gramófono.

--En el puerto.

--¡Ah! yo conozco usted... ¿Usted llama Candiyú?

--Así es.

--¿Y usted pesca vigas?

--A veces, alguna viguita sin dueño...

--¡Vendo por vigas!... Tres vigas aserradas. Yo mando carreta.
¿Conviene?

Candiyú se reía.

--No tengo ahora. Y esa... maquinaria, tiene mucha delicadeza?

--No; botón acá, y botón acá... yo enseño. ¿Cuándo tiene madera?

--Alguna creciente... Ahora debe venir una. ¿Y qué palo querés usted?

--Palo rosa. ¿Conviene?

--¡Hum!... No baja ese palo casi nunca... Mediante una creciente
grande, solamente. ¡Lindo palo! Te gusta palo bueno, a usted.

--Y usted lleva buen gramófono. ¿Conviene?

El mercado prosiguió a son de cantos británicos, el indígena
esquivando la vía recta, y el contador acorralándolo en el pequeño
círculo de la precisión. En el fondo, y descontados el calor y el
whisky, el ciudadano inglés no hacía un mal negocio, cambiando un
perro gramófono por varias docenas de bellas tablas, mientras el
pescador de vigas, a su vez, entregaba algunos días de habitual
trabajo a cuenta de una maquinita prodigiosamente ruidera.

Por lo cual el mercado se realizó, a tanto tiempo de plazo.

Candiyú vive en la costa del Paraná, desde hace treinta años; y si su
hígado es aún capaz de combinar cualquier cosa después del último
ataque de fiebre, en diciembre pasado, debe vivir todavía unos meses
más. Pasa ahora los días sentado en su catre de varas, con el sombrero
puesto. Sólo sus manos, lívidas zarpas veteadas de verde que penden
inmensas de las muñecas, como proyectadas en primer término en una
fotografía, se mueven monótonamente sin cesar, con temblor de
loro implume.

Pero en aquel tiempo Candiyú era otra cosa. Tenía entonces por oficio
honorable el cuidado de un bananal ajeno, y--poco menos lícito--el de
pescar vigas. Normalmente, y sobre todo en época de creciente, derivan
vigas escapadas de los obrajes, bien que se desprendan de una jangada
en formación, bien que un peón bromista corte de un machetazo la soga
que las retiene. Candiyú era poseedor de un anteojo telescopado, y
pasaba las mañanas apuntando al agua, hasta que la línea blanquecina
de una viga, destacándose en el horizonte montuoso, lo lanzaba en su
chalana al encuentro de la presa. Vista la viga a tiempo, la empresa
no es extraordinaria, porque la pala de un hombre de coraje, recostado
o halando de un pieza de 10 x 40, vale cualquier remolcador.

       *       *       *       *       *

Allá en el obraje de Castelhum, más arriba de Puerto Felicidad, las
lluvias habían comenzado después de setenta y cinco días de seca
absoluta que no dejó llanta en las alzaprimas. El haber realizable del
obraje consistía en ese momento en siete mil vigas--bastante más que
una fortuna. Pero como las dos toneladas de una viga, mientras no
están en el puerto, no pesan dos escrúpulos en caja, Castelhum y Cía.
distaban muchísimas leguas de estar contentos.

De Buenos Aires llegaron órdenes de movilización inmediata; el
encargado del obraje pidió mulas y alzaprimas; le respondieron que con
el dinero de la primera jangada a recibir le remitirían las mulas, y
el gerente contestó que con esa mulas anticipadas, les mandaría la
primer jangada.

No había modo de entenderse. Castelhum subió hasta el obraje y vió el
stock de madera en el campamento, sobre la barranca del Ñacanguazú
al norte.

--¿Cuánto?--preguntó Castelhum a su encargado.

--Treinticinco mil pesos--repuso éste.

Era lo necesario para trasladar las vigas al Paraná. Y sin contar la
estación impropia.

Bajo la lluvia que unía en un solo hilo de agua su capa de goma y su
caballo, Castelhum consideró largo rato el arroyo arremolinado.
Señalando luego el torrente con un movimiento del capuchón:

--¿Las aguas llegarán a cubrir el salto?--preguntó a su compañero.

--Si llueve mucho, sí.

--¿Tiene todos los hombres en el obraje?

--Hasta este momento; esperaba órdenes suyas.

--Bien--dijo Castelhum.--Creo que vamos a salir bien. Míster
Fernández: Esta misma tarde refuerce la maroma en la barra, y comience
a arrimar todas las vigas aquí a la barranca. El arroyo está limpio,
según me dijo. Mañana de mañana bajo a Posadas, y desde entonces, con
el primer temporal que venga, eche los palos al arroyo. ¿Entiende? Una
buena lluvia.

El encargado lo miró abriendo cuanto pudo los ojos.

--La maroma va a ceder antes que lleguen cien vigas.

--Ya sé, no importa. Y nos costará muchísimos miles. Volvamos y
hablaremos más largo.

Fernández se encogió de hombros y silbó a los capataces.

En el resto del día, sin lluvia pero empapado en calma de agua, los
peones tendieron de una orilla a otra en la barra del arroyo, la
cadena de vigas, y el tumbaje de palos comenzó en el campamento.
Castelhum bajó a Posadas sobre una agua de inundación que iba
corriendo nueve millas, y que al salir del Guayra se había alzado
siete metros la noche anterior.

Tras gran sequía, grandes lluvias. A mediodía comenzó el diluvio, y
durante cincuenta y dos horas consecutivas el monte tronó de agua. El
arroyo, venido a torrente, pasó a rugiente avalancha de agua ladrillo.
Los peones, calados hasta los huesos, con su flacura en relieve por la
ropa pegada al cuerpo, despeñaban las vigas por la barranca. Cada
esfuerzo arrancaba un unísono grito de ánimo, y cuando la monstruosa
viga rodaba dando tumbos y se hundía con un cañonazo en el agua, todos
los peones lanzaban su ¡a...ijú! de triunfo. Y luego, los esfuerzos
malgastados en el barro líquido, la zafadura de las palancas, las
costaladas bajo la lluvia torrencial. Y la fiebre.

Bruscamente, por fin, el diluvio cesó. En el súbito silencio
circunstante, se oyó el tronar de la lluvia todavía sobre el bosque
inmediato. Más sordo y más hondo, el retumbo del Ñacanguazú. Algunas
gotas, distanciadas y livianas, caían aún del cielo exhausto. Pero el
tiempo proseguía cargado, sin el más ligero soplo. Se respiraba agua,
y apenas los peones hubieron descansado un par de horas, la lluvia
recomenzó--la lluvia a plomo, maciza y blanca de las crecidas. El
trabajo urgía--los sueldos habían subido valientemente--y mientras el
temporal siguió, los peones continuaron gritando, cayéndose y tumbando
bajo el agua fría.

En la barra del Ñacanguazú, la barrera flotante contuvo a los primeros
palos que llegaron, y resistió arqueada y gimiendo a muchas más; hasta
que al empuje incontrastable de las vigas que llegaban como catapultas
contra la maroma, el cable cedió.

       *       *       *       *       *

Candiyú observaba el río con su anteojo, considerando que la creciente
actual, que allí en San Ignacio había subido dos metros más el día
anterior--llevándose por lo demás su chalana--sería más allá de
Posadas, formidable inundación. Las maderas habían comenzado a
descender, pero todas ellas, a juzgar por su alta flotación, eran
cedros o poco menos, y el pescador reservaba prudentemente
sus fuerzas.

Esa noche el agua subió un metro aún, y a la tarde siguiente Candiyú
tuvo la sorpresa de ver en el extremo de su anteojo una barra, una
verdadera jangada de vigas sueltas que doblaban la punta de Itacurubí.
Madera de lomo blanquecino, y perfectamente seca.

Allí estaba su lugar. Saltó en su guabiroba, y paleó al encuentro de
la caza.

Ahora bien, en una creciente del Alto Paraná se encuentran muchas
cosas antes de llegar a la viga elegida. Arboles enteros, desde luego,
arrancados de cuajo y con las raíces negras al aire, como pulpos.
Vacas y mulas muertas, en compañía de buen lote de animales salvajes
ahogados, fusilados o con una flecha plantada aún en el vientre. Altos
conos de hormigas amontonadas sobre un raigón. Algún tigre, tal vez;
camalotes y espuma a discreción,--sin contar, claro está, las víboras.

Candiyú esquivó, derivó, tropezó y volcó muchas veces más de las
necesarias para llegar a la presa. Al fin la tuvo; un machetazo puso
al vivo la veta sanguínea del palo rosa, y recostándose a la viga pudo
derivar con ella oblicuamente algún trecho. Pero las ramas, los
árboles, pasaban sin cesar arrastrándolo. Cambió de táctica; enlazó su
presa, y comenzó entonces la lucha muda y sin tregua, echando
silenciosamente el alma a cada palada.

Una viga, derivando con una gran creciente, lleva un impulso
suficientemente grande para que tres hombres titubeen antes de
atreverse con ella. Pero Candiyú unía a su gran aliento, treinta años
de piraterías en río bajo o alto, deseando--además--ser dueño de un
gramófono.

La noche, negra, le deparó incidentes a su plena satisfacción. El río,
a flor de ojo casi, corría velozmente con untuosidad de aceite. A
ambos lados pasaban y pasaban sin cesar sombras densas. Un hombre
ahogado tropezó con la guabiroba; Candiyú se inclinó y vió que tenía
la garganta abierta. Luego visitantes incómodos, víboras al asalto,
las mismas que en las crecidas trepan por las ruedas de los vapores
hasta los camarotes.

El hercúleo trabajo proseguía, la pala temblaba bajo el agua, pero era
arrastrado a pesar de todo. Al fin se rindió; cerró más el ángulo de
abordaje, y sumó sus últimas fuerzas para alcanzar el borde de la
canal, que rasaba los peñascos del Teyucuaré. Durante diez minutos el
pescador de vigas, los tendones del cuello duros y los pectorales como
piedra, hizo lo que jamás volverá a hacer nadie para salir de la canal
en una creciente, con una viga a remolque. La guabiroba se estrelló
por fin contra las piedras, se tumbó, justamente cuando a Candiyú
quedaba la fuerza suficiente--y nada más,--para sujetar la soga y
desplomarse de boca.

Solamente un mes más tarde tuvo míster Hall sus tres docenas de
tablas, y veinte segundos después,--ni más ni menos--entregó a Candiyú
el gramófono, incluso veinte discos.

La firma Castelhum y Cía., no obstante la flotilla de lanchas a vapor
que lanzó contra las vigas--y esto por bastante más de treinta
días--perdió muchas. Y si alguna vez Castelhum llega a San Ignacio y
visita a míster Hall, admirará  sinceramente los muebles  del citado
contador, hechos de palo rosa.

08 febrero, 2015

La era de la brevedad

El prudente paso del tiempo permite cosas como esta, de revisar una nota anticipatoria y esclarecedora no ya por determinar quién mató al fiscal o cómo seguirá su denuncia sino por el tránsito mismo de los acontecimientos. Una vorágine de despropósitos, incongruencia y malas intenciones extranjerisantes y antidemocráticas que realmente apabulla como mínimo y da asco y enoja por otro lado.


La nota: http://elpensadorpopular.blogspot.com.ar/2015/02/la-era-de-la-brevedad.html#more

Sí, amigos, llegó la Era de la Brevedad. Lo descubrí el lunes que encendí la radio y escuché que Nisman estaba muerto. El día anterior había puesto a reír a todos con una nota típica de verano, ¿viste", y pensé que durante una semana iba a recibir elogios y pedidos de ingreso al club de fans. Pero sucedió lo de Nisman y mi nota de verano, con un día de vida, era tan vieja como la historia de la avispa que picó al Turco que lo Reparió y los pollos de Mazzorín.

05 febrero, 2015

Policial negro

CUENTO NEGRÍSIMO: El fiscal debe morir


Bersa
Juan José Salinas31/01/2015AMIA, Atentados, Embajada de Israel, Literatura, Política nacional, Sin categoríaAlberto Hernández, Alberto Nisman, AMIA, CIA, Mossad

​No conozco a Alberto Hernández, autor de este cuento policial negro azabache, estoy en un cyber, y no tengo tiempo ni de googlearlo. Sin embargo, se me ocurre que habrá varios lectores de Pájaro Rojo que les interese leerlo por razones obvias… Y ya que estoy, meto un comentario “de rabiosa actualidad”. Al parecer, Nisman tenía previsto desde un principio regresar de Europa el 12 de enero, presentar la denuncia ante Lijo, y regresar a Europa el 19. Sin  embargo, hizo el paripé del regreso precipitado no sólo ante todos sus amigos (me parece ahora que por Facebook y otras redes sociales), sino también ante su ex , la jueza Sandra Arroyo Salgado, tan o más ligada que él al depuesto “Jaime” Stiuso o Stiusso. El abogado y los amigos de éste aseguran que estaba en total desacuerdo con adelantar una operación que estaba prevista para más adelante. Marcelo Saín, un referente en estos asuntos, comentó que tras ser removido por la Presidenta, Stiusso perdió casi todo su poder, y que él se dio cabal cuenta de ello al leer la entrevista telefónica que le dio a la revista Noticias. Entonces, si no fue con  Stiusso, ¿con quién acordó Nisman adelantar su insustancial denuncia contra la Presidenta y su Canciller?