21 diciembre, 2010

El sujeto comunicacional

Para José P.Feinman el sujeto actual se constituye en la comunicación, vale decir a través de los medios, lo podríamos llamar el hombre mediático o el ser comunicacional. Ya algo habían anticipado Heidegger con el ser lanzado en el tiempo o Baudrillard con la construcción de la realidad en manos de los "media" o Bauman con su modernidad líquida. Qué duda cabe que el hombre es producto de la comunicación social y si hoy observamos que esa comunicación está concentrada, masificada y manipulada en grandes o pequeños grupos para bien o para mal coincidiremos con Feinman.

Sobre el 19 y 20 de diciembre de 2001

Al parecer nos gusta comprar ciertas historias que disimulan la pena.
De común acuerdo se redujo aquel fatídico diciembre a un torpe presidente y todos los demás limpiamos nuestras conciencias.
Estoy convencido que quienes se han ufanado en ocultar la verdad de aquellos acontecimientos deben estar comprometidos de alguna manera.
Yo caminé las calles de Buenos Aires por aquellos días y no me voy a olvidar ni me van a convencer que todo lo que ocurrió en el conurbano y en el centro fue espontáneo ni casual.

La fotografía etiquetada en varios sitios como tomada en el año 2002 creo que es en realidad del 2001.
Lamentablemente no encuentro la fuente y desconozco el autor pero me parece maravillosa.
(Adolfo)

Ver nota: de Galasso
Donde entre otras cosas dice:

"En los países semicoloniales, esa opresión externa es desconocida por amplios sectores de la sociedad, aún cuando son víctimas de la misma.

La dominación cultural les hace suponer que el orden instaurado - en lo político, económico, cultural, etc.- no obedece a una imposición sino que resulta solamente de las costumbres, idiosincracia, caracteres raciales y religiosos, influencias inmigratorias, etc. provenientes de la peculiar historia vivida.

Se trataría , desde esa mirada ingenua, de un orden natural - “tenemos los gobiernos que nos merecemos” - que ha sido dado de esa manera por propia responsabilidad del pueblo, ya sea a consecuencia de su abulia, su irresponsabilidad, su despilfarro, etc.

De tal manera, el orden semicolonial se legítima cotidianamente a través de las ideas que circulan en los periódicos, los libros, la televisión, la enseñanza en sus distintos niveles, el discurso de los políticos y los grandes intelectuales ,etc., convertidos en voceros del pensamiento de la clase dominante, capataza del Imperio."

12 diciembre, 2010

Hombre de las cumbres

"la casa del poder está temblando"

Hombre de las cumbres
Color Humano

Hombre de las cumbres, ven al sur:
la casa del poder está temblando,
una pequeña llama descarna mi pecho:
son mis ansias de cumbres de luz,
los cuentos de Wernicke no me alcanzan,
aunque ocupan mi caverna azul,
quizás caiga en la calle manchada,
es inútil: yo también soy tierra
que ocupo en casas de luz,
hombre de las cumbres, ¡apiádate!
o te haré sentir mi feroz cachetada,
una pequeña llama descarna mi pecho:
serán las horas de cumbres de luz,
¡vuelve a salir que mi nunca te espera!
antes de llegar, pasarás por mí:
hombre de las cumbres, te tengo en mí.


Embed Hombre de las cumbres

01 diciembre, 2010

Noam Chomsky sobre Sudamérica y Wikileaks

Noam Chomsky: lo publicado por WikiLeaks ponen en evidencia “un profundo odio a la democracia por parte de nuestros líderes políticos”
En 1971, Chomsky ayudó al informante del gobierno Daniel Ellsberg a publicar los Documentos del Pentágono, un informe interno secreto de Estados Unidos sobre la Guerra de Vietnam.
http://www.democracynow.org/


¿Tiene algún mensaje esperanzador de cara al futuro?
Bueno, mi último libro publicado se llamó Esperanzas y perspectivas que salió primero en castellano, porque su origen fue en charlas que di en Sudamérica… La parte de esperanza es mayormente sobre Sudamérica. Creo que han estado pasando cosas de gran esperanza allí en la última década. No podemos predecir la historia humana. Pero si miras hacía atrás puedes encontrar un momento cuando parecía imposible que se abandonará la esclavitud, o que se permitiría derechos a las mujeres… Las cosas cambian. Pero cambian si la gente las cambia. No cambian solas y no cambian gracias a los líderes políticos.

28 noviembre, 2010

Nestor ¿un santo?

No, no era un santo... pero tampoco un demonio.
Al cumplirse un mes de la partida de Nestor Kirchner se superponen una gran cantidad de balances, conmemoraciones, recordatorios, homenajes.
Desde los militantes que intentan preservar la fuerza de los apoyos recibidos durante los funerales a los críticos que intentan llevar al paroxismo la imagen santificada del expresidente en un intento de desgaste y polarización que urge a ciertos sectores.
Justamente los mismos sectores que fogonearon el apoyo masivo a la gestión ante la muerte de Nestor porque a ver si estamos de acuerdo, se nos decía que Kirchner era un genio entre las sombras que planificaba y ejecutaba las políticas más nefastas mientras los otros actores no eran más que veladores desinteresados del bien común. Y tanto se repetía el canto del apocalipsis que la juventud se fue cargando al contrastar la realidad de un país en crecimiento cuando nos decían que se fundía, en paz mientras Europa se sacude, un país donde cualquiera dice lo que se le antoja y se lo compara con la dictadura y hasta con los nazis! (mmhhh!?).
Y al fin ocurrió lo último que hubieran deseado estos profetas: la gente se convenció exactamente de lo contrario de lo que nos anunciaban. Porque se hartó, y salieron los jovenes a la plaza, sin agrupaciones, sin logística, sin convocatorias ni publicidad y se acabaron los argumentos ¿qué se podía decir ahora? ¿que fueron a llorar por el choripan y la coca?. Silencio.
Si los medios nos han conformado a su imagen y semejanza debemos preguntarnos quienes hacen/hacemos los medios, ahora vendrán las interpretaciones políticas, las operaciones que nunca se detuvieron y fuertes campañas que intentarán desarticular esto que se conformó pero ya está instalado y flota en el aire la sensación de que una gran parte de la población ha dejado de comprar las ideas en paquete cerrado. Y lo que más crispa (justamente a quienes instalaron este término) es el componente que se ha movilizado porque se trata de jovenes independientes transversales en cuando a niveles económicos, educativos (el futuro abc1 que tanto les interesa?) en edad de multiplicar participación e ideas, realmente un fenómeno que está por interpretarse.
Habrá quienes adviertan este cambio y quienes se obstinen en la persistencia con sus viejos métodos, es natural la resistencia a los cambios cuando se tiene el poder, basta recorrer los acontecimientos que llevaron a la revolución francesa cuando algunos perdieron la cabeza convencidos de que la monarquía era eterna.
Y ¿cual es el reinado que hoy está en decadencia?

IXX
(I Xavier X)

21 noviembre, 2010

Jacobo Fijman

Jacobo Fijman supo transmitir un profundo y estremecedor mensaje de dolor


Demencia:

el camino más alto y más desierto.
Oficio de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes
afónicas lamentaciones.
Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.
¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?
Se acerca Dios en pilchas de loquero,
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.
¡Piedad!



Cuando murió, en la morgue del hospicio le ataron en uno de los dedos de los pies, una cartulina con su nombre y un número.
(Ver completo acá.)

La imagen es de un autorretrato?




y más:


http://www.elortiba.org/fijman.html


MORTAJA
Por dentro;
Atrás el rostro.
¡El pasado aniquila!
¡Es en vano que encuentre una herradura
en el estanque turbio de mi imaginación!
El árbol ha cubierto de palomas
mi soledad; pero es en vano.
Desnudo
Siempre estoy como una llanura.
Para buscar un cerro
Miro las multitudes.
Estoy siempre desnudo y blanco;
Lázaro vestido
de novio;
una mortaja viva
entre el ayer eterno
y el eterno mañana;
una mortaja viva
que llora en mi garganta.

EL "OTRO"
Tarde de invierno.
Se desperezan mis angustias
como los gatos;
se despiertan, se acuestan;
Abren sus ojos turbios
y grises;
abren sus dedos finos
de humedad y silencios detallados.
Bien dormía mi ser como los niños,
y encendieron sus velas los absurdos!
Ahora el otro está despierto;
Se pasea a lo largo de mi gris corredor,
y suspira en mis agujeros,
y toca en mis paredes viejas
un sucio desaliento frío.
¡La esperanza juega a las cartas
con los absurdos!
Terminan la partida
tirándose pantuflas.
Es muy larga la noche del corazón.



ADDENDA
Jacobo se bebe el cristianismo
en su dolor.
La culpa, la angustia,
acaso la pena del sentir cristiano
en la eternidad de su tortura?
La soledad del hombre
solo de todo
aún de Dios.
(IXX)

15 noviembre, 2010

Dónde está el límite?

Hoy parece que el mundo vuelve a girar.
Tras haberse detenido el tiempo un par de décadas, otra vez camina.
El tiempo es absoluto dicen unos, es constante avanza siempre. Otros dirían que
es relativo a las personas.
Prefiero esto último, es cierto que una fiesta pasa rápidamente y que el
sufrimiento parece no acabar nunca.
Estamos saliendo ahora de un continuum de tiempo neoliberal que parecía habernos
sumergido en una gelatina donde se uniformó nuestra percepción. Se veía todo del
mismo color, las voces nos llegaban como cuando estamos sumergidos en una
piscina y todo parecía igual de monótono, lento, viscoso, lisérgico.
Hasta llegué a pensar que cualquier cosa daba lo mismo, y de pronto...
La crisis (una de las tantas del capitalismo) pega esta vez al norte.
Las condiciones que el propio centro ha creado se vuelven esta vez en contra y
ya no pueden redirigir a otros los costos.
Hoy no se pueden ampliar mercados, endeudar países esclavizados, y casi no le
quedan pobres que explotar, no porque no los haya, sino que hasta el último
rincón de la tierra ha sido expoliado y no tienen qué ofrecer. Entonces la
demanda insaciable de los ricos se debe satisfacer con dinero de los propios
contribuyentes en sus comunidades locales.
Para salir de la crisis bancaria (llamesmola así para simplificar) se aportan
dineros estatales que a partir de 2009 deberán recortarse a la gente, ¿como?,
muy fácil (está en el manual neoliberal básico): recortes en salud, en
educación, planes sociales, desempleo, etc. Se empieza por países recientemente
seducidos por las mieles neoliberales que pueden aceptar el precio de la
sumisión por vanas promesas y así van pasando: Estonia, Lituania, Grecia,
Irlanda y siguen ya menos tolerantes: España, EEUU, Italia, donde comienza a
haber algunos remilgos a la hora de conceder. Basta ver la "crisis de la basura"
en el Nápoles habrá que ir tomando nota de las protestas en Francias por el
pretendido aumento en la edad jubilatoria, los estudiantes londinenses que se
levantan por sus becas y toman una de las cámaras del parlamento provocando
destrozos...
Esto no significa de ninguna manera el fin inmediato del capitalismo aunque si
es imposible disimular los costos de la crisis habrá que pensar que debiera
venir un cambio en el sistema que le permita permanecer pues esta combinación
política-económica tiene fecha de vencimiento. Si bien cuenta con el concenso
mayoritario de una gran masa poblacional que se ha formado como "ciudadanos
globales" a lo ancho del mundo y que acepta con fé inquebrantable la consigna
económica del buen pastor político-mediático. Se puede imaginar que hay un resto
de conciencia a punto de despertar ante la necesidad.
Realmente es muy difícil pensar que algo cambie desde el poder mismo y la
pregunta que me hago es cuál es el límite mínimo que cada sociedad está
dispuesta a tolerar.

Adolfo
http://soyelyugo.blogspot.com/

24 octubre, 2010

"El sueño de la razón produce monstruos"

1797

Boceto de unos de los Caprichos de Goya.

Previo al capricho nro. 43 famoso por la frase:
"El sueño de la razón produce monstruos".

Imagen descargada de Wikipedia.

Fuente y más información:
http://es.wikipedia.org/wiki/El_sue%C3%B1o_de_la_raz%C3%B3n_produce_monstruos

Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (fragmento)

(Friedrich Nietzsche)

"En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer."

21 agosto, 2010

FMPR - Revolucionario - Federico

Fuente: http://www.elportenio.com/index_archivos/dada.htm a ellos, gracias! por devolvernos a Federico.


UN PEDAZO DE ATMOSFERA DADAISTA

Por Soledad Vallejos

“Libertad: DADA DADA DADA, aullido de los dolores crispados,
entrelazamiento de los contrarios y de todas las contradicciones,
de los grotescos, de las inconsecuencias: LA VIDA”.
“Asco dadaísta” (fragmento), Manifiesto Dada, 1918, Tristán Tzara

FOTO: http://sehabladeamor.blogspot.com/2008/09/federico-manuel-peralta-ramos.html

Anteúltimo heredero del matrimonio de Federico Peralta Ramos y Adela Balcarce, Federico asomó al mundo por primera vez el 29 de enero de 1939 en Mar del Plata, la ciudad que decenios atrás fundara su tatarabuelo Patricio, la misma tierra que lo vio, ya adolescente, persiguiendo la bocha sobre su caballo en los partidos de polo disputados en la estancia de su abuelo. Hasta llegados sus años universitarios, se encargó de cumplir con todo lo esperado de un joven continuador de la más rancia aristocracia criolla: estudiante sin grandes complicaciones ni tampoco brillantez excesiva en el bachillerato del Colegio Cardenal Newman, eligió la Universidad de Buenos Aires para rendir las materias que le permitirían ejercer la arquitectura y, tal vez, sólo tal vez en su fuero más íntimo, formar parte de Sánchez Elía, Peralta Ramos y Agostini, el reconocido estudio que su padre formó con algunos socios. Sin embargo, la inquietud por el entorno del  arte,  la vida nocturna y la gestación de las vanguardias pudo más, y lo empujó, de buenas a primeras, a recorrer los círculos de los jóvenes provocadores de los sesenta.

Pero la vida del artista, ese “detectador de lo inadvertido”,  era para Federico mucho más que simplemente recorrer el camino taller-exposición-taller. Necesitaba dar un paso más allá, comprometerse por completo en la creación de una obra efímera y eterna a la vez: generar una sumatoria de provocaciones, contradicciones evidentes y meditadas hasta la perfección, una recopilación de hechos, pensamientos, anécdotas y realizaciones que confluyeran en la gran obra que todo artista ansía legar. Y uno de sus primeros pasos fue tomar cartulina, marcador y  engendrar la religión gánica –“ser gánico significa hacer siempre lo que uno tiene ganas”, aclaró-, una construcción que cuadraba con su “patafísica” y su vocación de “filósofo callejero y peripatético”. Tras un encabezamiento digno de un sacerdote supremo –“Habitantes de este sistema solar, yo, Federico Manuel Peralta Ramos…”-, el elegido del Señor garabateó los mandamientos que regirían, desde entonces, la vida de los nuevos adeptos. Se trataba de 23 preceptos como “A Dios hay que dejarlo tranquilo”, “Ampliar la esencia hasta llegar al halo”, “Vivir poéticamente”, “Creer en el gran despelote universal”, “Superar el plano físico”, “Jugar con todo”, “Creer en un mundo invisible, más allá de los lejos y de los cerca”, “Provocar movimiento”, “No mandar”, “Flotar”.

Pero su arte psicototalista –una especie de creación por entregas-, decía, era incomprendido. Durante la exposición de Ganadería de la Sociedad Rural Argentina de 1967, Federico, descendiente de terratenientes de larga data al fin, se presentó al remate de un toro reservado gran campeón –que, según dicen los especialistas, es superior al gran campeón porque aún no ha llegado aún a su máximo y tiene mucho por rendir -, un charolais, “era bellísimo, blanco”. En medio de una puja ardiente, su imponente voz se alzó y logró que el martillo de Arturo Bullrich bajara justo a tiempo para acreditárselo a él en 1.150.000 pesos. “Yo lo quería exponer como arte vivo. Fui al Fondo Nacional de las Artes a gestionar un crédito para pagarlo, pero me lo negaron”. Entonces intentó que el gerente de un pueblo donde la familia tenía campos le habilitara un préstamo, se dice que el gerente le preguntó quién era. Federico señaló con la mano hacia los costados del pueblo y confesó: “Yo… soy el dueño de la tierra”.

Las gestiones no fueron exitosas. El Gordo jamás obtuvo el dinero necesario para retirar al animalito de marras del establo. “Entonces mi hermano Diego, el Caballero del Mar, fue a Bullrich y anuló la compra”. Pero la historia de la compra frustrada no terminó allí. Debido a la promesa no cumplida, la familia Peralta Ramos veía acercarse la posibilidad de tener que enfrentar un juicio para que la compra se concretara, o por lo menos para que se pagara algo de dinero por el tiempo perdido. Federico, que ocupaba una de las cinco habitaciones de servicio del departamento familiar a pesar de los cuartos de huéspedes siempre vacíos, que tras la  muerte de los padres se negó a mudarse a algún cuarto más grande y cómodo porque allí lo “pusieron ellos”, que no desaprovechaba oportunidades de recordar que “ellos, mis padres, lo entienden todo”, agachó la cabeza y sus 28 años acataron el mandato paterno de anular la compra alegando su demencia. Así fue como sus ojos azul cielo debieron resignarse a ser iluminados sólo por la luz artificial de un instituto psiquiátrico durante los cuatro meses de internación que alejarían los fantasmas de los litigios legales.

El artista plástico Pier Cantamessa, amigo de la familia y amigo personal de Federico desde su primera juventud, iba regularmente  a visitarlo junto con Enrique Barilari. “Adentro del manicomio hacía exactamente lo que hacía afuera, dentro de sus posibilidades. Él era creativo ahí adentro, y siempre fue un gran organizador. Les daban mate cocido a la tarde, y él había organizado ‘La fiesta del mate cocido’. Todos los locos habían puesto cosas para la fiesta. Habían estado trabajando, con papeles hacían dibujitos y los pegaban, era una terapia ocupacional. Y para los locos era un dios, estaban todos tomando mate cocido, y cuando llegamos nos puso a nosotros a tomar mate cocido. Había un cartel que decía: ‘organizador: Federico’, porque ahí no  había apellido. Pero estaba muy triste. Cuando nos fuimos, que vio que nosotros podíamos irnos y él no, nos miraba con tristeza”. Según contó una vez a Marta Minujín, allí, a pesar de haber sido internado por cuestiones formales, recibió sesiones de electroshock, lo que en combinación con sus dosis diarias de alopidol –una suerte de regulador nervioso que debió tomar desde siempre- se transformaba en una alquimia poco recomendable para cualquiera.

Doce años después del episodio toril, un italiano con más suerte que Federico consiguió exponer un toro en la Bienal de Venecia. Y ganó el primer premio. “Una lástima, porque cuando yo lo compré recibí un mensaje cósmico: al año siguiente, el toro salió Gran Campeón y lo vendieron mucho más caro”.


EL REINADO DEL BIEN

“Pinté sin saber pintar, escribí sin saber escribir,

canté sin saber cantar. La torpeza repetida se

transforma en mi estilo”.

FMPR.

   Tal vez la consciencia de ser considerado un loco a pesar de que él se definía como  psicodiferente, de tener que enfrentar violencia encubierta con su mejor sonrisa, de no haber vendido  más que una obra en su vida –ni más ni menos que el sueño de cualquier argentino: un buzón, exhibido en la sala de Alvaro Castagnino, hecho por él pero idéntico a los originales, una obra que adquirió en un remate la vedette Egle Martin aunque jamás lo pagó-, fueran demasiado aún para él. “Sueño con un mundo donde exista el Reinado del Bien, donde no tenga que defenderme más del Error”. A pesar de que uno de sus pasatiempos favoritos era contribuir a la construcción de su imagen  de loco –arte provocante, según propia definición y la de su entorno-, por más que, como un niño, su alboroto sólo tuviera el objetivo de llamar la atención de los demás –especialmente la de su padre, tan distinto a él-, más de una vez el menosprecio se colgó de su cuello hasta hundirlo en un lago construido de pequeñas depresiones.

Cierta vez, en medio de una de las angustias que le generaba no sentirse reconocido como artista en su país, enfrentó a Pier Cantamessa, y le planteó con gravedad:

- Decime una cosa, yo creo que a vos nunca te pude sorprender, nunca hice algo que te asombrara. Ya hice muchas cosas, como estar vestido con el traje y los zapatos adentro de la cama, y todo eso, y vos nada. ¿Alguna vez te sorprendí?.

- Una sola vez.

- ¿Cuándo?

- ¿Te acordás esa vez que íbamos por Viamonte y vos fuiste a un kiosco a comprar un paquete de diez pastillas de menta, y te los comiste todos de una vez? Ese día yo quedé sorprendidísimo.

- ¿Y por qué no me dijiste nada? ¿Así que te sorprendí? ¡Menos mal!

Y la depresión abandonó su mente ante el paso impertinente de la euforia por saberse admirado, por haber logrado impactar con la reproducción de una de sus escenas favoritas de Anthony Quinn – la vez que en la película La Strada su personaje traga entero y de un bocado un helado- a su amigo, al punto que en ese mismo instante decidió salir a festejar con una cena.

Periódicamente, las nubes de la tristeza regresaban y opacaban su sonrisa tiernamente infantil, pero su necesidad de permanecer en Buenos Aires –“porque el que se va de Buenos Aires se atrasa, es la ciudad del futuro” –podía más. Y qué mejor camino para reafirmar su decisión ante los demás y ante él mismo que lanzando un poema con aires de manifiesto nacionalista a su manera:

“No quiero ir a la luna,

a mí me gusta acá, a mí me gusta acá, a mi me gusta acá.

Quiero caminar por las calles de Buenos Aires,

a mí me gusta acá, a mí me gusta acá, a mí me gusta acá.

Me quiero sacar una foto en la plaza San Martín,

a mí me gusta acá.

Quiero ser amigo del obelisco,

a mí me gusta acá.

Me encanta el atardecer en el campo argentino,

a mí me gusta acá, a mí me gusta acá, a mí me gusta acá.”




Y, tras las tormentas, los proyectos volvían a ocupar su tiempo. A principios de 1970 iniciaba otra de sus obras: un disco que “se refiere a un mundo metafísico” editado por Columbia records y producido por Francis Smith, una tirada de exactamente 1.333 copias hallables en ese tiempo en farmacias y disquerías. “Se llama ‘Soy un pedazo de atmósfera’ y ‘Tengo un algo adentro que se llama el coso”, adelantaba en una entrevista a la revista Confirmado. “La gente que tiene el coso adentro es mutante y las conversaciones no se hacen de cuerpo a cuerpo sino de coso a coso. El coso es la esencia”. De más está decirlo: su producción no lo consagró como artista del año, ni lideró listas de preferencias, pero sí vendió lo suficiente como para agotar la edición, que también incluía el tema Oso goloso. Y tal vez dejara claro cuál era el arte de Federico, el pequeño gran provocador: “La superioridad irrita, yo sólo soy un ser psicodiferente, es decir, yo no soy un hombre común, mi cerebro provoca cortocircuitos, dice un amigo. Y otro dice que soy un ‘maestro en ser feliz en la desesperación’, alguien que puede enseñar a ser feliz en un mundo plagado de obstáculos”.

Hacia fines de 1965, su nombre figuró entre los ganadores del Premio Nacional e Internacional Instituto Torcuato Di Tella, organizado en celebración del quinto aniversario del epicentro de la vanguardia porteña. Allí su obra en óleo y cemento Nosotros II compartía la muestra junto a, por ejemplo, trabajos de Pérez Célis, Rogelio Polesello, Carlos Squirru y Delia Puzzovio. En el catálogo de la exposición, donde cada premiado disponía de un pequeño espacio para explicar sus motivaciones, objetivos y demás, Federico prefirió publicar una poesía:

“Creo en un mundo invisible

más allá del plano físico

más allá de los lejos, y de los cerca

donde se mezclan los caminos de las cosas

Un mundo amigo

Para ustedes

donde los caballos nunca se cansan

donde está treff

Era amigo del patrón

un tal Peralta

se detuvo al peligroso

yo coloso”.


UN SACADERO DE CONCLUSIONES
“Yo soy una estrella porque salgo de noche”

FMPR



Toulousse-Lautrec sabía matar las horas entre las paredes del Moulin Rouge, entre sus bailarinas y chicas alegres bañadas por luces de colores que prestaban por horas la dulzura de sus brazos, entre los ríos de alcohol que inundaban las conciencias, entre músicas y sonidos solamente audibles en horas de la luna. Su obra no hubiera sido la misma, no hubiera sido sin ese paisaje.  Y con Federico es posible aplicar la misma premisa. Sin sus putas del cabaret Can-Can del ya inexistente pasaje Seaver, sin sus amigas de la noche, ésas que compartían con él y sus amigos largas copas en espera del amanecer o del amor inesperado –no eran todavía los tiempos del SIDA, que movieron a Federico a reflexionar que habría “que masturbarse hasta que aclarara”-, sin esa vez que hipnotizó a todos en Karim al subirse al escenario para recitar “La hora de los magos”, de Jorge de la Vega –“Es la hora de los magos/ todo de golpe es perfecto y todos por fin consiguen lo que siempre fue un sueño”- iluminado sólo por un reflector y en medio del más absoluto silencio, su vida-obra no hubiera sido la misma. “Cantar en una boite es, para mí, más importante que estar en la televisión. Es penetrar en los lugares más materialistas, más mundanos. Alguien me dijo que los que van a las boites no tienen hogar. Personalmente concibo a esos lugares como templos paganos. El público representa a los fieles que van a sentir, que quieren sentir. El cajero debe ser el sacristán y los mozos monaguillos. Pero los que actuamos somos sacerdotes. Eso satisface mi aspiración mística”, teorizó en un rapto de ascetismo. En esos ámbitos privilegiados para escuchar las interpretaciones de sus canciones “no figurativas” como Splush Unksto, Flog Ojdsel o Flashia Quadria, Federico hasta llegó a pactar un acuerdo comercial. Una tarde en que Kenneth Kemble, Pier Cantamessa y Federico veían pasar el día entre cafés del Florida Garden, Kemble confesó que nunca había salido con una prostituta. Horrorizado –“¿Cómo?, sos un artista y nunca estuviste con una prostituta”-, Federico lo convenció de ir a Can-Can. “Te voy a presentar una chica, te va a gustar”. Dicho y hecho, el novato quedó fascinado con la mujer, y abandonaron el local temprano y de la mano. En cuanto los vio alejarse, Federico miró a Cantamessa, sonrió y con felicidad mercantil le soltó: “¿Qué te parece? Me hice 18 pesos”. La chica en cuestión le había propuesto, un tiempo antes, que por cada amigo que le llevara  –“esa gente rica amiga tuya”- le daría el 20% de su tarifa, y Federico había aceptado encantado el trato que le permitiría sumar algunos billetes a su “sueldo de hijo”. Por una vez dejó de ser “un artista plástico sin capacidad comercial y sin efectivo, y con una incapacidad innata para ganarme la vida”.

El hombre de camisas bordadas con sus iniciales, el mismo que alguna vez bailara toda la noche con una patente colgada al cuello a modo de dije, no se limitaba a exhibirse a la luz de las estrellas. Cierta vez, pidió a su amigo Rafael Squirru ayuda para transportar desde una boite de la calle Arroyo hasta su casa, a unas cuadras de allí, su última obra, una tela de dos metros de largo con la leyenda “¡Trabajen, vagos!”. La tarea no fue sencilla. Al llegar al medio de la avenida 9 de julio, Federico, algo cansado, decidió hacer un alto. En ese momento, una cuadrilla de obreros reunida alrededor de una pequeña parrilla descansaba del duro trabajo de romper la calle con los martinetes. La tela los apelaba desde el bastidor. “¡Trabajen, vagos!”. Squirru no pudo dejar de notar la hostilidad que comenzaba a rodearlos.  “Apurá el paso Federico que me parece que esta gente no está para chanzas”. Federico no acusaba recibo. “Vamos, Fede, me da la impresión de que tu cartel no está siendo bien interpretado”. Nada. Dos robustos muchachos comenzaron a levantarse para enfilar hacia los provocadores. Sólo entonces FMPR hizo caso de la desesperación que apresaba a Squirru y prosiguió, al trotecito, el camino, quizás alentado por la estela de improperios que impulsaba su mensaje. Finalmente, completaron el camino hasta el destino y Squirru, agotado, se despidió sin alcanzar a subir hasta el departamento. “Está bien –aceptó Federico-, pero confesá que has percibido la modificación contextual del sentido de una obra auténticamente conceptual”.

La noche jugaba con él como un encantador de serpientes, pero el poder de sus mujeres lo hechizaba desde siempre. “Es que la noche es un continuo sacadero de conclusiones”, explicaba. En una ocasión, Federico cambió el cómodo techo familiar de Barrio Norte por la habitación de una pensión sólo para seguir los pasos de las negras piernas de Marisa, una prostituta peruana a quien había conocido durante las trasnochadas. Hacía ya un tiempo que había dejado de alquilar sus caricias para convertirse en su amante, y conocía los desvelos que pasaba la mujer para conseguir el dinero que los quince años del hijo lisiado que había quedado en Perú precisaban para subsistir. Según parece, Marisa, a pesar de haberse alejado de los estudios en su temprano segundo grado primario, había conseguido su respeto y admiración con sus remates rápidos, salidas inesperadas y quizás algo más. Pero un día, la curiosidad de Federico por la vida de las prostitutas pudo más, y la pregunta salió de su boca con indiscreción infantil. “Che, la gente dice que las prostitutas hacen de todo…”. Silencio. Marisa miró a Federico. Volvió sus ojos hacia Pier Cantamessa que, a la sazón, se había hecho amigo de ella y estaba de visita. Y cuando parecía que la tormenta era inevitable habló. “Mirá, Federico, yo, menos rubia, he sido de todo”.

El que fuera un asiduo concurrente de las boites no significaba que contara con una gran cantidad de dinero. Muy por el contrario: sus bolsillos nunca se ufanaron de estar rebosantes. Por eso, si no obligaba a alguien a invitarlo –“yo te invito, pero pagás vos”-, en cada negocio que lo contaba entre sus habitués sus gastos se cargaban en su propia cuenta –que pagaba religiosamente a fin de mes, pero no por “honesto, sino para que me mantengan el crédito”-, o eran sumados a la cuenta  del estudio de su padre, para lo cual le alcanzaba con registrar su firma en la boleta. Cuando la invitación de ir a tomar “un café al Alvear” no significaba instalarse en el puesto de diarios de Elías –precisamente en las puertas del lugar de marras- para armar las tertulias a las que se sumaban el cafetero y el portero del hotel, Federico adoraba pisar las lujosas alfombras de su restaurante y cenar buenos y costosos platos. Llegada la hora de pagar, en un lugar donde todos hacían ostentación de riqueza, él se esforzaba por hacer “ostentación de pobreza”: llamaba al mozo, averiguaba lo que había costado el servicio y en voz lo suficientemente audible le encargaba “traéme la cuenta y una lapicera, porque no tengo con qué firmar”. Y allí estampaba su autógrafo y al lado de la suma total agregaba “más un peso” en concepto de propina.

Durante el día era posible encontrarlo colgado del pasamanos de un colectivo, camino a algún lado, o tal vez a ninguna parte. De noche, inevitablemente en taxi. Pero sus relaciones con los taxistas no siempre fueron muy cordiales, como la vez que, llegado al destino, dio al taxista cinco pesos en vez de los diez que había salido el viaje y ante el reclamo del conductor contestó “¿Cómo? ¿Y vos no viajaste?”. O como cuando pateó el auto que, al doblar una esquina, casi atropelló a la comitiva integrada por él, Mario Salcedo y alguien cuyo nombre se quedó por el camino del tiempo. El taxista, enfurecido, bajó y enfrentó a Federico que, a pesar de ser considerablemente corpulento, vio cómo su altura era largamente sobrepasada por el inminente agresor y aclaró  “Señor, desde ya le anticipo que soy inmensamente cagón”.


EN EL NOMBRE DEL PADRE

Federico padre conocía de sobra las costumbres de su hijo, pero no era precisamente eso lo que podía inquietarlo. Los amigos de Federico Manuel, al menos quienes llegaron a formar parte habitual del paisaje del departamento de Alvear y Parera, aseguran que, en realidad, todas y cada una de sus provocaciones tenían como único objetivo espantar a su progenitor, o por lo menos “moverle el piso”. Pero pocas veces lo conseguía. Cuando las vías de acceso al punto del espanto podían retardarse, Federico prefería ser directo. “Vos, papá, tenés alma de comisario”. Pero la sonrisa paterna le hizo saber que, más que una ofensa, lo que había dicho era un motivo de orgullo.

Otro intento. Cena familiar, es decir: madre, padre, Rosario –la hermana más cercana a Adela, su madre, y a él-, otras hermanas, hermano menor, Federico Manuel  y Pier Cantamessa. Ya habían quedado atrás las penitencias de comer en la cocina, junto con los empleados, por hablar de sexo ante las hermanas o por insultar en el preciso momento en que las personas del servicio doméstico se acercaban para servir. La mucama llevó a la mesa una bandeja de peceto cortado en rodajas y puré en cantidad suficiente para todos, se sirvió Federico padre, la madre, las hermanas y el invitado. Por regla, seguían en el orden Federico y luego su hermano. Al llegar la bandeja a sus manos, Federico se sirvió todo lo que quedaba, es decir, alrededor de ocho piezas de carne y su correspondiente guarnición, ante la mirada atónita de los demás. “¿Y Sebastián qué?”, lo retó la madre. “Yo tengo hambre, me lo sirvo todo”. “Bueno, si tiene hambre”. Marcharon unos huevos fritos para el despojado y fin de la cuestión.

Un amanecer, tras agotar las estrellas en Can-Can, Federico invitó a Cantamessa a compartir el desayuno en su casa. Cuando llegaron, Federico padre dejó de lado la lectura del diario. “¿Vienen de joda?”. “Sí”. “¿Buenas minas?…Bah, a Federico le gustan las gordas”: Impaciente, Federico fue a la cocina y volvió con un café con leche matinal, un ritual que habían inspirado sus “’Canciones para antes y después del desayuno’, porque cuando tomás el desayuno no te podés distraer”. Mientras Pier y Federico padre conversaban y hacían los honores a sus desayunos preparados por la mucama, Federico, con la naturalidad de siempre y en el más completo silencio, tomó una taza de café con leche con algunas medialunas. Y otra. Y otra. Y así hasta llegar a seis servicios. “¿Te das cuenta por qué no lo interno en un manicomio a éste?”, espetó de golpe Federico padre señalando a su retoño, “Me saldría un dineral sólo la comida”.

Probablemente el enfrentamiento más grave haya sido la vez una discusión que empezó cuando el padre se refirió a Clorindo Testa de manera poco cortés en la mesa y Federico –que sentía gran admiración por Testa y se consideraba su amigo- lo defendió. Fue entonces cuando FMPR abandonó la casa familiar para refugiarse en una pensión no muy distinguida frente a Harrods. En el tiempo que duró el alejamiento, no hubo más contacto con sus padres que el estrictamente necesario para obtener el dinero con que pagar el alopidol. Sin embargo, tras más de veinte días sin ver a su hijo,  un comentario dicho al pasar desesperó a su madre lo suficiente para levantar el teléfono. “¿Pier, vos lo ves a Federico?”. “Sí”. “Me dijeron que lo vieron con el traje de fiesta y zapatillas. ¿Es cierto?”.

La relación entre Adela Balcarce y su hijo no conoció las mismas rispideces. Ella, definida en alguna oportunidad como “una mujer remota y sensible hasta la fragilidad” por Carlos Insua, otro amigo de la familia, sabía comprender y respetar a Federico. Las telas y los caballetes fueron grandes aliados de su delicado espíritu, de ellos se sirvió para inmortalizar a su hijo en un cuadro que él después colgó en su pequeña habitación: un óleo que enmarca la cabeza de Federico sobre un fondo de cielo azul cobalto salpicado de estrellas, un retrato en que los ojos son los protagonistas.

Cuando se acercaba el festejo de los cincuenta años de casados de sus padres, Federico intentó infructuosamente convencer a su padre de que invitara a su madre a cenar a Don Pepe, una fonda de mala muerte, sucia, donde la esposa del tal Pepe recibía a los clientes al grito de “¿Qué quieren comer?” en sus días buenos o los lapidaba con un “¿Qué carajo quieren?” cuando le molestaban, un lugar donde los precios dependían de la cara del comensal aunque eran siempre altísimos –y no descontaban el porcentaje del plato que era obligatorio convidar al perro que vagaba por el local-. En pocas palabras: un lugar “irresistible para la gente rica”. Pero no hubo caso, en especial porque Federico padre, conociendo los gustos poco ortodoxos de su hijo, había tomado la precaución de visitar el lugar a tiempo para descartarlo. Decepcionado por la escasa repercusión de su propuesta, Federico se dedicó a agotar la tarde en busca del regalo perfecto para la feliz casada. Muchas cuadras y horas después de iniciado el raid, encontró lo que, definitivamente, sería la sensación de la noche. Paquete en mano, él y Pier llegaron a la fiesta. “Federico, todavía estás a tiempo de cambiar de regalo”, imploró su amigo. Pero no. Federico entró, llegó frente a su madre y le entregó una caja prolijamente envuelta. Adela, curiosa, abrió el paquete y sacó un brillante par de guantes de box rojos. Y se los puso, para dejárselos toda la celebración. Más de una foto la muestra, posando guantes en mano y sonriente a más no poder. Federico, por su parte, muy a pesar de los deseos de su padre, la persiguió toda la noche para acomodárselos, atarlos bien para que no se salieran y  recordarle lo bien que le sentaban.


LA MAS DESEADA

Definitivamente, a pesar de la imagen de ser asexuado que muchos de sus amigos de los últimos años tienen de él, a Federico le encantaba gozar de los favores de las mujeres. Hubo una época en la que su gran amor fue una elegante señora –casada, por cierto- de unos sesenta años a quien, más por amor que por realismo, llamaba “la más deseada de Buenos Aires”. Durante un tiempo de ausencia del marido de la Señora Deseada, Federico se instaló en su casa.  Cierta tarde de sábado, Federico, por lapsos relativamente cíclicos y siempre constantes, abandonaba la conversación que compartía en la sala con un escritor llegado desde La Plata para la ocasión, Tato y Berta Bores, y la apetecible anfitriona para luego regresar sin ningún tipo de comentario ni excusa. Así toda la tarde. Llegada la noche, la dueña del deseo porteño propuso:

- ¿Qué quieren comer?

- ¿Qué hay?

- Pollo.

Dedito índice de Federico moviéndose de lado a lado.

- No, pollo no.

- ¿Por qué?

- Me lo comí todo.

- Bueno, pero queda peceto mechado con champignon.

- No.

- ¿Te lo comiste también?

- Sí.

- Pero todavía queda torta pascualina.

- Tampoco.

Sus deserciones periódicas no habían sido otra cosa que excursiones a la cocina para visitar los platos que la cocinera, a pedido de la dueña de casa, dejaba preparados para todo el fin de semana.


UN CABALLERO CON MUCHO ARTE

Arte que me hiciste mal

y sin embargo te quiero

Arte que te llevaste

amigos

Arte que hacés sufrir

Arte que maltratás a la

 gente

¿Por qué no te dejás de

joder?
FMPR

Federico no sólo aplicó su arte provocante a las exposiciones o a forjar anécdotas ante los amigos. Se dice –como tantos hechos en el relato de su vida, se dice, pero pocas veces se sabe quién, cómo o cuándo- que ni siquiera la sacralidad de los claustros universitarios logró amilanarlo. Durante un examen o una clase de la carrera de arquitectura, un profesor –un arquitecto llamado Solsona- le preguntó: “¿Por qué no me explica quién fue Wright?”. Federico, como solía pasar, no tenía la más mínima idea. “De Wright no le voy a hablar porque era muy mala persona”.

“Una vez –contó en los sesentas-, concurrí a un banquete que se daba en el Círculo de Armas. Como soy un caballero, fui con mi traje azul, mi camisa blanca y mi corbata oscura, impecable como un burócrata. A la hora del brindis, todos, muy solemnes, me pidieron que dijera un discurso y me ubicaron en la cabecera. Yo, un poeta, obligado a pronunciar una oprobiosa cháchara a los postres de un festejo. Surgió mi rebeldía ancestral y me puse a cantar La hora de los magos, de Jorge de la Vega, un tema que poco tiempo atrás había integrado mi espectáculo en el cabaret Can-Can. Era, realmente, una situación absurda y paradojal. Yo esperaba que se levantaran y se fueran, o que, en un gesto algo menos aristocrático pero más contundente, me tiraran con los panes y las botellas. Nada de eso. Mi interpretación fue premiada con un aplauso estruendoso y mi alegría contagió a esas almas normalmente almidonadas. Saltaron desde la perplejidad hacia la entrega y recorrieron el mágico camino de la sonrisa. ‘Nada más bello que el gris que se vuelve oro’, pensé entonces. ‘Nada más bello que el oro’, pienso ahora”.

Pues bien, hacia 1973, tras algún tiempo de inactividad, pisó los estudios de un canal de televisión con una misión absolutamente novedosa en su carrera: realizar, semana  a semana, un sketch en el programa que Tato Bores tenía por entonces en canal 13. En una experiencia que repetiría en sus últimos años, poco antes del horario de grabación, Federico se enfundaba en su mítico traje azul –combinado con camisa blanca y corbata al tono-, se calzaba los zapatos de charol con hebilla dorada –regalo de un viaje que el padre había hecho a Estados Unidos-, y meditaba brevemente cuál sería el tema de su disertación. La actuación era, detalle más, detalle menos, algo así: mientras Tato desgranaba un largo monólogo sobre un fondo escenográfico despojado, Federico se acercaba y enunciaba una frase, como “Hoy quiero diagnosticar que se aproxima el fin de hoy”, sino recitaba A mí me gusta acá. O Federico irrumpía en algo parecido a un escritorio portando un apropiado par de antiparras sobre la cabeza y explicaba alguna teoría inverosímil. O, mientras exponía obras con cámaras de cubierta, las presentaba como “la solución neumática a los imprevisibles peligros que acechan a la humanidad”. O, en los tiempos que el dólar registraba un precio inestable, se subía a un sube y baja y, mientras subía y bajaba, explicaba las variaciones monetarias desde su propia y personal perspectiva.

Fue también en esos años que, en el Centro de Artes y Comunicación, montó El Gordo, una exposición donde lo expuesto era él mismo, sentado en un ambiente de paredes blanquísimas, tomando mate si la hora lo aconsejaba. En Bonino, una galería ubicada en la Galería del Este, cierta vez concretó una obra junto a Antonio Berni y Jalil de la Serna, un “científico artista”. Federico, no sin dedicación, había creado la cripta funeraria de Tutankamón, encarnado, precisamente, por De la Serna. Los visitantes, entonces, debían acercarse y preguntar a la momia viviente acerca de cualquier tema, que él tendría siempre una respuesta a flor de venda.

Llegado a la metaplástica, Federico eligió simbolizar conceptos y brindar el camino para alcanzarlos antes que evidenciar los mensajes de manera grotesca. Así, por ejemplo, exhibió una galería con cuadros en blanco colgados de la pared. Bajo cada tela, descansaba una pistola. A un lado, un cartel rezaba: “Cuidado con la pintura”.

Pero aún así – o por eso mismo- el mote de loco pisaba sus talones con tenacidad. “Yo soy un pionero, un precursor de ideas. ¿No te diste cuenta que soy un adelantado? Galileo estaba adelantado 400 años y sus contemporáneos creyeron que estaba loco. ¿Sabías que yo mismo tengo fama de loco?”. Y, a falta de reconocimientos ajenos, decidió rendirse él mismo un homenaje. “He inventado un monumento para mí. La Costa Atlántica, que va desde Quilmes hasta Río Gallegos. Es el monumento para Federico Manuel Peralta Ramos. Entonces, cuando la gente se meta al mar para bañarse, se bañará en el monumento. Es una de las proposiciones que pienso hacer para los habitantes de mi país y para los habitantes de este sistema solar. Porque yo, por ejemplo, me animaría a comunicarme con los habitantes de otros planetas, con ruidos y con ondas que yo emano”.

Luego de sus primeros años y la participación televisiva, la década del setenta significó un impasse para su vida pública, a excepción de las veladas de hasta diez horas en las mesas del Florida Garden con Marta Minujín y Pier Cantamessa, conocidos por algunos como los tres mosqueteros. Por entonces, Federicó formuló la teoría de la albóndiga psíquica. “Creo en un mundo fenomenológico que está más allá del libre albedrío cósico de la gente, que influye sobre los libres albedríos. Está ese mundo fenomenológico y los libres albedríos albondigares”. Por caso de que sea necesario despejar dudas, la albóndiga psíquica consistía en “una mezcla de todos los estados mentales: la conciencia, el inconsciente, la subconsciencia, la preconciencia. Si la albóndiga psíquica funciona normalmente, si sus elementos se imbrican, se sostienen, se alimentan, el ser humano tiene salud mental. Yo soy un ser sano, por ejemplo. Y cuido mi salud más que a nada, para que no me enfermen extrañas influencias. Gracias a eso nada me angustia. Me dí cuenta de que todo es cuestión de tiempo. Nos van pasando cosas. Y, lentamente, la albóndiga psíquica va amalgamando las situaciones nuevas, nos hace crecer, madurar”. Luego se llamó a silencio.

 En los tempranos 80s, explicaría la oscuridad de esos años –“los años pálidos”- de una manera muy particular y, en plan de exigencia, muy  parcial, pero definitivamente personal: “El país, a medida que fue perdiendo tela, fue de Guido Di Tella a Minguito Tinguitella”.

La nueva década lo encontró con nuevo, aunque efímero, trabajo: un puesto de columnista en la revista La Semana. Cualquiera fuera el tema, Federico había instaurado un ritual, aunque sólo conocido puertas adentro. Mientras que los demás colaboradores se resignaban a entregar sus notas en el tradicional formato del papel con caracteres estándar –no se había generalizado, aún, el uso de la computadora y mucho menos de los procesadores de texto-, Federico desafiaba la inteligibilidad con artículos siempre escritos a mano –de más está decir que tenía una letra compleja de entender-, en ocasiones volcados sobre papiros, y con el agregado de cualquier paratexto que hiciera la nota más difícil de comprender a simple vista.

Pero las inquietudes del pedazo de atmósfera con ojos color del cielo no se detuvieron allí. Hacia 1981, poco después de que se cumpliera un siglo de la fundación de Mar del Plata por parte de su tatarabuelo Patricio, Federico decidió retomar la tradición que tantos laureles había ganado a los Peralta Ramos. Hay quienes dicen que el lugar elegido para el anuncio fue una galería de arte, otros aseguran que sucedió entre cafés y vasos de agua con hielo –su consumición habitual en el lugar- de La Biela. Los 43 años de su garganta se aseguraron que el clima fuera lo suficientemente solemne, y, con la elegancia de sus 83 kilos del momento, anunció la fundación de la ciudad de Mal del Plata, un lugar, aseguró, más frecuentado que la Feliz. Desde sus inicios, la novísima urbe –creada para que los argentinos “no nos vayamos al tacho”- tuvo nobles propósitos, a pesar de su nombre: se trataría de un lugar “para andar en bicicleta, comer sólo dieta, no hablar de tasas, pensar mucho y sufrir poco”. Pero no tuvo mayor trascendencia que sumarse a su ya extenso currículum.

El atardecer del 19 de noviembre del año ’85, el Plaza Hotel ultimaba los detalles para la realización de El arte en la gastronomía. Poco antes, a cambio de  una de sus obras, Federico había gozado durante una semana de las delicias de contarse entre los huéspedes del lugar, y la experiencia despertó en su cabeza la idea de organizar una exposición-comida que, finalmente, sirvió para recaudar fondos a beneficio del Museo Nacional de Bellas Artes. Entusiasmados por la idea, Pablo Bobbio, Rogelio Polesello, Silvina Benguria, Pedro Roth, Nicolás García Uriburu, Remo Bianchedi, Josefina Robirosa, Clorindo Testa, Enrique Barilari y los omnipresentes Pier Cantamessa y Marta Minujín se sumaron a la muestra colectiva y efímera por excelencia. Se estamparon con el logotipo del hotel y las firmas de los artistas-cocineros encargados de diseñar cada receta alrededor de mil platos. Pero los cálculos más optimistas no previeron que la tirada estaría quinientos cubiertos por debajo de la cantidad de interesados. Cada creador era responsable de supervisar la  correcta ejecución de sus órdenes y del armado del plato que era llevado a la mesa, en realidad, una ruleta cuyos resultados se conjugaban con los números que arrojaba un dado. Cada comensal debía dejar que, mediante los números, la suerte decidiera lo que comería. Si el azar había deparado los langostinos –preparados de manera poco ortodoxa pero, al parecer, exquisitos- y se quería repetir la tentativa, no había posibilidad de elección: era estrictamente necesario abandonarse al destino. Lo mismo pasaba con el bife crudo. Todo un éxito que quinientas personas que pagaron su entrada no pudieron degustar por falta de cuenco.

De tanto en tanto, su carácter de niño lo empujaba a situaciones poco comprensibles, por más que se aplicara la lógica que gobernaba sus acciones. Marta Minujín y Federico habían labrado, a lo largo de muchos años y no pocos pulsos telefónicos, una amistad que parecía completamente sólida, sin importar cuántas veces se insultaran en público- “a mí no me importaba, era una forma de arte”, dijo siempre ella-, o en cuántas fiestas a las que ella lo llevaba Federico dejaba caer improperios de su boca –muchos y de los más procaces-. Ni siquiera el abismo que la experimentación con drogas de Marta había abierto entre ellos –Federico, por prescripción médica,  había abandonado desde hacía tiempo las excursiones en compañía de Luis Centurión para beber el vino más barato posible, por lo que mucho menos podía siquiera probar alguna sustancia- había logrado despegarlos. Un día de primavera de 1987 Marta levantó el teléfono y  la voz de Federico apuró: “Me divorcio de vos. Me hacés mucho mal, te quiero mucho. Me divorcio de vos como amigo. Y voy a divorciarme de todos mis amigos”. Y nunca más le habló. Inevitablemente se cruzaban en las muestras, se veían en los bares, debían mirarse, era imposible no hacerlo, compartían amigos y costumbres. Pero no volvió a dirigirle la palabra. Ni a ella, ni a Federico González Frías ni a Finita Ayerza, todos amigos de mucho tiempo atrás.

“Creo que nunca hay que perder la niñez y la locura: el adulto que abandona la infancia abandona la creatividad. El enemigo de alguien creativo es la vanidad, enfermarse de pomposidad y solemnidad, convertirse en un tronco cristalizado. Es bárbaro fomentar eso, porque lo que le hace falta a la Argentina son creadores”. Y su eterno afán de Don Fulgencio seguía la marcha. Su última exposición, en Los Altos de Sarmiento,  por 1989, respiró los mismos aires que la vez que la mesa serruchada frente al  público en el Di Tella, o del tacho de basura repleto de cuadros embadurnados de alquitrán. Durante la semana previa a su última inauguración, los cincuenta años de Federico invitaron a cerca de mil personas a su muestra. Sería, aseguraba, realmente revolucionaria. Llegado el día, las puertas se abrieron. Los invitados, ansiosos por descubrir los nuevos caminos de la vanguardia o simplemente por curiosidad, ingresaron. El salón estaba completamente vacío. Ni una sola tela sobre las paredes blancas. Ni siquiera una pequeña escultura, un objeto. Federico aplaudió. “Señores, ésta es mi exposición. El arte son ustedes. Ustedes son mi obra de arte”. La perplejidad  nunca fue suficiente. Ni siquiera cuando intentó explicar el significado de su obra: “el arte no tiene elementos intermediarios. El sujeto es el objeto y la contemplación estética desaparece, disuelta en la vida social. En un mundo cada vez más poblado por ficciones de todo tipo, el arte encuentra su lugar en la vida social”.

Ese mismo año, la coquetería –la misma que cuando pesaba 130 kilos le indicaba que lo más aconsejable era meter panza si una mujer que le gustaba pasaba a su lado- no lo impulsó a restarse edad. Había cumplido 50 años, y  no lo negaba. “Tuve talento para cumplirlos. Apagué 50 velitas, canté A mi manera. Siempre viví a mi manera, dice la canción. Y quiero seguir viviendo a mi modo. Porque sé que voy a terminarme si me convierto en una persona lógica. Por esto,  quiero dar un mensaje a la Argentina actual: creo que la felicidad, en esta época, consiste en encontrar lo mucho en lo poco”.

Federico no pudo jamás concentrarse en las páginas de un libro, ni aún cuando realmente le interesara. Pero, mediante su lectura “por ósmosis”, siempre estaba al tanto de las lecturas obligadas según las épocas. Por ejemplo: en un momento, Oscar Massota veneraba un libro determinado de Lacan. Federico retenía el nombre del libelo y corría a comprarlo. Y, mientras lo sacaba a pasear bajo su brazo, recorría las mesas de los lugares que lo tenían como habitué preguntando a quien estuviera cerca si lo había leído. Una vez que encontraba un conocedor, se sentaba a su lado y le rogaba: “¿Qué dice, más o menos? Decimelo  así, como para saber”. Entonces siempre sabía lo que había que saber de quien había que saber

Una de sus producciones jamás concretadas hubiera sido, tal vez, un verdadero hito de su carrera: un libro. Iba a titularse Del infinito al bife, y se trataría de “un libro barajable, con hojas sueltas, algunas en blanco para escribir direcciones. Una obra para tratar de unir a toda la gente porque ya se sabe que hay gente infinito y gente bife”.


EL ULTIMO PROVOCADOR
“El surrealismo descansa”

FMPR

Con el inicio del ciclo Tato de América, en 1992, Federico regresó a la televisión, un año después de haber cantado sus clásicos Gusanito en persona y La hora de los magos en La última pituca, la obra en la que compartía el escenario del Café Mozart  con Laura Rivero y Alberto Favero. Esta vez sin el histórico traje azul, paseó su cabello por entonces ligeramente  entrecano ante las cámaras para recitar sus poesías de cara a un Tato Bores que simulaba –o no- no terminar de comprender qué hacía ese niño de 53 años allí. Luego de algunas participaciones estables, un domingo que estaba invitado a los tallarines con que se cerraba el programa, sufrió un pico de presión alta mientras bailaba El Danubio azul y una ambulancia del Cemic lo trasladó para internarlo de urgencia. Durante sus días de terapia intensiva, algunos amigos –entre los que se contaba Pier Cantamessa- y su hermana Rosario fueron a visitarlo. “Al lado de él, había un tipo que estaba enchufado a un respirador automático. Un poco más lejos, había un grupo de gente llorando porque se había muerto otro tipo. Y como esos había dos o tres más. Federico estaba comiendo una naranja y diciendo: ‘¡Este lugar es maravilloso! Me quieren dar de alta, pero yo quiero quedarme acá por lo menos una semana más’. Y todo eso  mordiendo la naranja, porqué él la comía con cáscara y todo”.

Una noche de sábado, un paro cardíaco le franqueó el camino para reencontrarse con sus padres, muertos hacía poco más de un año. “Yo no puedo estar sin ellos”, había dicho más de una vez. El hombre de “físico europeo pero parte metafísica latino-hispano-indoamericana”, el que desde lo más profundo de su coso recomendaba “utilizar presidentes” había decidido mudar su alboroto a otra parte. “Eso es lo que yo hice siempre en la Argentina: abrí las ventanas para que entre un poco de aire fresco. Ahora el aire fresco ha invadido el país, todo el mundo tiene ganas de hacer más cosas, manifestarse, se acabó el miedo al papelón. Durante mucho tiempo una forma de argentinizar una idea era no concretarla. Pero ahora eso se terminó, ya nadie quiere postergar sus sueños”.

07 agosto, 2010

Los locos y los niños

"Los locos en la niebla
y los niños en la aurora de sus palabras dementes.
Según dice la gente cada cuál a su modo nunca miente
pero a los locos se los mata
y los niños crecen"


Foto (*): http://www.faubourgbuenosaires.com/?p=156

Jorge Fandermole

El loco de mi pueblo decía que era Dios
y cuánto más cuerdo que muchos estaba
una esquina de verano y una mano de la noche
amenazando tras la boina exagenaria

La locura y la niñez se dan abrazos
de un pedazo de infinito
y un asomo de verdad rasgaba el mundo
desde el fondo del delirio

No vayas al río pibe, antes de que aclare
que el corazón nos quema y el agua lo sabe.
No vayas al río pibe, antes de la mañana
que la luna del cielo empuja y la luna del agua llama.

Los locos en la niebla
y los niños en la aurora de sus palabras dementes
según dice la gente cada cuál a su modo nunca miente
pero a los locos se los mata
y los niños crecen

El loco de mi pueblo
dejó frente a mi puerta antes de irse
un pedazo de sus alas,
un cielo constelado
y la recomendación de no decirle a nadie
lo que me dejaba.

Nadie quiso ver el ojo aquél
por dónde se veía más allá
en la noche se quedaba un niño sólo
preguntando sin hablar.

Nadie quiere un cielo pibe, tan alto en la nada
nadie quiere el techo de la madrugada.
Todos miran todo pibe, con los ojos fríos
y en mi sombra temen ver su propio vacío.

Los locos en la niebla
y los niños en la aurora de sus palabras dementes.
Según dice la gente cada cuál a su modo nunca miente
pero a los locos se los mata
y los niños crecen
pero a los locos se los mata
y los niños crecen


(*) en la foto Jacobo Fijman, poeta.

Hiroshima

Bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki

"Los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki fueron ataques nucleares ordenados por Harry Truman, Presidente de los Estados Unidos de América, contra el Imperio de Japón. Los ataques se efectuaron el 6 y el 9 de agosto de 1945, y pusieron el punto final a la Segunda Guerra Mundial. Después de seis meses de intenso bombardeo de otras 67 ciudades, el arma nuclear Little Boy fue soltada sobre Hiroshima el lunes 6 de agosto de 1945, seguida por la detonación de la bomba Fat Man el jueves 9 de agosto sobre Nagasaki. Hasta la fecha estos bombardeos constituyen los únicos ataques nucleares de la historia."

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Bombardeos_at%C3%B3micos_sobre_Hiroshima_y_Nagasaki

***

Fotografía: AFP


Notas:

Cuando era niño, en la década del 70, se hablaba a menudo de la bomba atómica. Aún estábamos inmersos en la guerra fría y el temor a un desastre atómico estaba siempre presente y se hablaba de ello con más frecuencia que en la actualidad.

Para mí la bomba e incluso la guerra eran abstracciones en un país idílico, una tierra de paz y de trabajao , tal como me habían presentado a la Argetnina. En ese contexto cayó en mis manos un pequeño libro que ya no tengo ni recuerdo su editorial o autor pero cuyo nombre "Hiroshima" me hipnotizó y me llevó a leerlo, aún siendo un pibe de once o doce años.

No se trataba de una crónica de guerra, ni de hazañas bélicas ignominiosas, sino simplemente de la vida de la gente, el mundo y las costumbres cotidianas de un pueblo, su historia y tradiciones contadas brevemente hasta que un día esa cotidianeidad se interrumpe para siempre, luego Nagasaki, finalmente el mundo todo comprende que ya no volverá a ser el mismo.

El hombre moderno que hasta ese entonces se creía todopoderoso, ilimitado, con tal capacidad creativa que hasta podría superar al mismo Dios, cae en la cuenta que su poder ahora puede destruirlo, acabar con todos sus enemigos, sí, pero también arruinar la tierra que comparte con ellos.

Habrá muchas explicaciones para la guerra y la destrucción que conlleva, pero son aberrantes, inaceptables para la especie humana que no puede dejar de avergonzarse de este hecho y que tiene mucho más y mejor que dar.


***

16 julio, 2010

Quien te puede parar cuando el ave sopla luz de libertad


Año 1975...

La violencia se sentía. Se percibía que venía una mano muy violenta y, lamentablemente, no me equivoqué. (Emilio del Guercio)


 




Pregunta: Eran tiempos violentos y un tema, “Violencia en el parque”, fue, en 1975, un verdadero éxito. ¿Esa letra se refería a alguna violencia en especial? ¿Había una postura militante en cuanto a lo que debían decir las letras?

R.García: –Estábamos inmersos. Era un momento de mucha violencia y de mucha lucha política, desde manifestaciones hasta actividades gremiales. Yo estaba en el Sindicato del Músico, en medio de una movida de mucha gente joven, por ejemplo. Estaba Litto Nebbia, y Masllorens, y Roque Narvaja, y Mosalini. Estaba todo junto. Eran los mismos que uno se encontraba en el estudio de grabación. La cuestión política se respiraba todo el tiempo y te aparecía cuando estabas en la ruta yendo a un show y te paraba un retén policial.

E.Del Guercio: –“Violencia en el parque” habla de un clima general. Siempre digo que hay ciertas cosas que, no sé por qué, uno las percibe. Se percibe el clima de la calle. Cuando se viaja mucho, por ejemplo, uno ve caminando a un tipo y se da cuenta de que es argentino. El tema está escrito en el ’72. Algunos me preguntaron si tenía que ver con Ezeiza. Y sí, tenía que ver con todo eso pero no de manera específica. La violencia se sentía. Se percibía que venía una mano muy violenta y, lamentablemente, no me equivoqué.



Letra de la canción
Violencia en el parque
Intérprete: Aquelarre



Violencia en el parque de la ciudad,
terror en las rutas hay
y así convierten tus manos en fuego, mañana.

Que cálidas aguas te arrollarán
desde el grito natural
cuando despiertes
si es que realmente te llaman.

Y en este parque se conocen tus pies,
cielos de bruma hechos,
sanarán en tus labios.
Y en este parque se conocen tus pies,
cielos de bruma hechos,
sanarán en tus labios.

Quien te puede, quien te puede parar
cuando el ave sopla luz de libertad
todos juntos están en el parque
cantando canciones del cielo final.

Quien te puede, quien te puede parar
cuando el ave sopla luz de libertad
todos juntos están en el parque
cantando canciones del cielo final.

Quien te puede, quien te puede parar,
cuando el ave sopla luz de libertad, libertad.

Violencia en el parque de la ciudad,
terror en las rutas hay
y así convierten tus manos en fuego, mañana.

Que cálidas aguas te arrollarán
desde el grito natural
cuando despiertes
si es que realmente te llaman.

Y en este parque se conocen tus pies,
cielos de bruma hechos,
sanarán en tus labios.
Y en este parque se conocen tus pies,
cielos de bruma hechos,
sanarán en tus labios.

Quien te puede, quien te puede parar
cuando el ave sopla luz de libertad
todos juntos están en el parque
cantando canciones del cielo final.

Quien te puede, quien te puede parar
cuando el ave sopla luz de libertad
todos juntos están en el parque
cantando canciones del cielo final.

Quien te puede, quien te puede parar,
cuando el ave sopla luz de libertad, libertad

Afiche por Tatiana

un afiche de cine creado, fotografiado y editado por Tatiana.
año2010

soyelyugo

 

21 junio, 2010

Detrás de la blanca nieve…

El Bariloche que no se ve - Gerardo Wilgenhoff y Mariana Ávila

Artículo publicado en El Aromo nº 52

San Carlos de Bariloche es considerada, junto con Mar del Plata, una de las dos ciudades turísticas más importantes del país. Año a año asisten miles de turistas nacionales e internacionales a disfrutar de su paisaje. Esta situación ha desembocado en una representación distorsionada de la ciudad que choca con la realidad objetiva. Efectivamente, se trata de imágenes prototípicas de Bariloche. Se impone una situación ficticia, alejada de su verdadero contenido social. Los conflictos sociales, por lo tanto, son excluidos de toda lógica. Sin embargo, la verdadera situación está muy alejada del mito. Determinadas circunstancias nos revelan, con desnuda evidencia, que Bariloche tiene también su lado oculto. Veamos el asunto un poco más de cerca y descubriremos que la mal llamada “Suiza Argentina” no es más que una ciudad irritada por sus propias contradicciones.


Ver nota completa:  Enlace

15 junio, 2010

Palabras autorizadas

Palabras autorizadas (Julio Lacarra)






viajo en los trenes y repaso historias
del ayer, de hoy, del por si acaso
y dan vueltas las dudas, las probables respuestas
al porque de la angustia y el cansancio
lo incierto de la espera nos acorrala
y sentimos los brazos en la espalda
sin atinar decirnos quien recobra el destino
y disipa la bruma de este mapa


Ay duro es pedirle al otro cambiar la cara
si es el espejo tuyo con otra traza
por esa agra sonrisa convencidos del drama
de urgencias venimos, no es para sentarnos
a escuchar palabras autorizadas


viajo en los trenes y sirve la herida
para seguir curandome de espanto
aumento desconfianza en las flacas promesas
que nos tienen de hoy para mañana
nos dejemos de ser los de los sueños
esos muchachos siempre a contramano
renegando de frases que proclaman la nada
diccionario ilustrado del fracaso


Ay duro es pedirle al otro cambiar la cara
si es el espejo tuyo con otra traza
por esa agra sonrisa convencidos del drama
de urgencias venimos, no es para sentarnos
a escuchar palabras autorizadas


20 mayo, 2010

La leyenda del retorno


fuente: http://www.cinefania.com/cinebraille/cantilo.shtml

Durante ese sangriento y politizado 1972, buena parte de la gente de la casa de Conesa (aunque no Durietz, por ejemplo) se fue a Las Golondrinas, en el paradisíaco Valle de El Bolsón, en los Andes Patagónicos, a hacer realidad el sueño de transformar el mundo por la vía del cambio interior. Allí encontraron a muchos de los miembros del primer elenco argentino de la ópera rock "Hair", que ya estaban desde hacía unos meses. Cantilo y el guitarrista de La Cofradía, el dotado Kubero Díaz, cultivaban la tierra, amasaban pan, leían, miraban arrobados el límpido cielo patagónico, vivían con alegría el amor y el descubrimiento de la paternidad... y componían canciones: en general Kubero hacía la música y Cantilo la letra. Ambos escuchaban en esos días los primeros discos de Led Zeppelin: una enorme banda inglesa que hacía un rock vital y desenfrenado que no perdía por ello elaboración, y no despreciaba experimentar con tranquilas baladas folk de influencia celta como "The battle of Evermore". Hubo a los pocos meses un par de viajes más, a un pueblito de pescadores en Bahía, Brasil, llamado Arembepe. Al regresar, Kubero se fue a tocar con La Pesada del Rock and Roll (que además le ayudaría a grabar su disco solista, donde hay un par de los temas compuestos en El Bolsón) y Cantilo buscó una banda con la que interpretar las canciones que tenía.
En ION, en diciembre de 1973, Cantilo grabó ocho temas en apenas 26 horas, con la participación de Willy Pedemonte en guitarras eléctricas, Alejandro Marassi en bajo y Diego Villanueva en batería, además de invitados como Jorge Pinchevsky en violín y dirección del coro, Gastón Cubillas en saxo, Isa Portugheis en tablas y voces y María José Cantilo y el ex Cofradía Morci Requena en coros, entre otros. Por diversos problemas, el disco recién sería editado por Trova en 1975.
Sigue un gran tema de Cantilo que evoca al Pedro y Pablo más político: el rock "La leyenda del retorno", y su retrato de la alegría popular tras el retorno de Perón al país en noviembre de 1972, tras más de 17 años de exilio.




LA LEYENDA DEL RETORNO
(Miguel Cantilo)

Convoquen a los pavos reales
Y a las hormigas beligerantes
Tomen precauciones nucleares
Y detectives particulares.
Los falsos dioses de aire, tierra y agua.
Vencieron el hechizo que reinaba.
El gran cacique vuelve del exilio
Manos al cielo, padre de los indios.
¡Traigan al líder, traigan al líder!.
¡El pueblo lo quiere vivar!.
"Vine ante todo para destapar la pipa de la paz"
Un par de recitales voy a dar antes de continuar.
Olvidemos los rencores, compañeros y señores.
Con el gran jefe del ejército tengo que zapar.
La sonrisa serena de los sabios.
La fatiga de abuelo entre los labios.
Y muchísimos años.
Y muchísimos años.
Convoquen a los ángeles reos.
A los cirujas y a los ateos.
A las sacerdotisas del puerto.
Y al cazador de espíritus muertos
La muchedumbre jubilosa canta.
Alrededor de la fogata santa.
Tres guerreros ahumados.
Manejan el asado
Tres guerreros ahumados.
Manejan el asado.
¡Traigan al líder, traigan al líder!.
¡El pueblo lo quiere vivar!

Perón regresó a la Argentina



La esmirriada figura de José Ignacio Rucci, con su brazo extendido para cubrir de la lluvia al general Juan Domingo Perón, en medio de la pista del aeropuerto de Ezeiza simbolizó el fin de casi 18 años de luchas y sacrificios de muchos argentinos.
El reloj marcaba las 11:20 y la lluvia arreciaba en aquel 17 de noviembre de 1972. (infobae.com)

19 mayo, 2010

Pierre Bourdieu - La opinión pública



"Toda encuesta de opinión supone que todo el mundo puede tener una opinión; o, en otras palabras, que la producción de una opinión está al alcance de todos. Aun a riesgo de contrariar un sentimiento ingenuamente democrático, pondré en duda este primer postulado."


Fuente:
http://pierre-bourdieu.blogspot.com/

La opinión pública no existe*

Pierre Bourdieu

Quisiera señalar, en primer lugar, que mi propósito no es denunciar de manera mecánica y fácil las encuestas de opinión, sino proceder a un análisis riguroso de su funcionamiento y sus funciones. Lo que implica que se cuestionen los tres postulados que implícitamente suponen. Toda encuesta de opinión supone que todo el mundo puede tener una opinión; o, en otras palabras, que la producción de una opinión está al alcance de todos. Aun a riesgo de contrariar un sentimiento ingenuamente democrático, pondré en duda este primer postulado. Segundo postulado: se supone que todas las opiniones tienen el mismo peso. Pienso que se puede demostrar que no hay nada de esto y que el hecho de acumular opiniones que no tienen en absoluto la misma fuerza real lleva a producir artefactos desprovistos de sentido. Tercer postulado implícito: en el simple hecho de plantearle la misma pregunta a todo el mundo se halla implicada la hipótesis de que hay un consenso sobre los problemas, entre otras palabras, que hay un acuerdo sobre las preguntas que vale la pena plantear. Estos tres postulados implican, me parece, toda una serie de distorsiones que se observan incluso cuando se cumplen todas las condiciones del rigor metodológico en la recogida y análisis de los datos.


A menudo se le hacen reproches técnicos a las encuestas de opinión. Por ejemplo, se cuestiona la representatividad de las muestras. Pienso que, en el estado actual de los medios utilizados por las empresas que realizan encuestas, la objeción apenas tiene fundamento. También se les reprocha el hacer preguntas sesgadas o, más bien, el sesgar las preguntas en su formulación: esto ya es más cierto y muchas veces se condiciona la respuesta mediante la forma de hacer la pregunta. Así, por ejemplo, transgrediendo el precepto elemental de la construcción de un cuestionario que exige que se les "dé sus oportunidades" a todas las respuestas posibles, frecuentemente se omite en las preguntas o en las respuestas propuestas una de las opciones posibles, o incluso se propone varias veces la misma opción bajo formulaciones diferentes. Hay toda clase de sesgos de este tipo y sería interesante preguntarse por las condiciones sociales de aparición de estos sesgos. En muchos casos se deben a las condiciones en las que trabajan las personas que producen los cuestionarios. Pero, sobre todo, se deben al hecho de que las problemáticas que fabrican los institutos de opinión están subordinadas a una demanda de tipo particular. Así, cuando emprendimos el análisis de una gran encuesta nacional sobre la opinión de los franceses respecto al sistema de enseñanza, extrajimos de los archivos de una serie de gabinetes de estudios las preguntas referentes a la enseñanza. Esto nos permitió constatar que desde mayo de 1968 se habían planteado más de doscientas preguntas sobre el sistema de enseñanza, frente a menos de veinte entre 1960 y 1968. Eso significa que las problemáticas que se le imponen a este tipo de organismos están profundamente ligadas a la coyuntura y dominadas por un tipo determinado de demanda social. La cuestión de la enseñanza, por ejemplo, sólo puede ser planteada por un instituto de opinión pública cuando se convierte en problema político. Se ve enseguida la diferencia que separa a estas instituciones de los centros de investigación que generan sus problemáticas, si no en un universo puro, en todo caso con una distancia mucho mayor respecto a la demanda social en su forma directa en inmediata.


Un análisis estadístico sumario de las preguntas planteadas nos puso de manifiesto que la inmensa mayoría estaban directamente vinculadas a las preocupaciones políticas del "personal político". Si nos entretuviéramos esta tarde jugando a los papelitos y si yo les dijera que escribieran las cinco cuestiones que les parecen más importantes en el tema de la enseñanza, seguramente obtendríamos una lista muy diferente de la que obtenemos al sacar las preguntas que fueron efectivamente planteadas por las encuestas de opinión. La pregunta: "¿Hay que introducir la política en los institutos"? (o variantes de la misma) se hizo muy a menudo, mientras que la pregunta: "¿Hay que modificar los programas?" o "¿Hay que modificar el modo de transmisión de los contenidos?" apenas se planteó. Lo mismo con "¿Hay que reciclar a los docentes?" Preguntas que son muy importantes, al menos desde otra perspectiva.


Las problemáticas que proponen las encuestas de opinión están subordinadas a intereses políticos, y esto pesa enormemente tanto sobre la significación de las respuestas como sobre la significación que se le confiere a la publicación de los resultados. La encuesta de opinión es, en el estado actual, un instrumento de acción política; su función más importante consiste, quizá, en imponer la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria puramente aditiva de opiniones individuales; en imponer la idea de que existe algo que sería como la media de las opiniones o la opinión media. La "opinión pública" que aparece en las primeras páginas de los periódicos en forma de porcentajes (el 60% de los franceses están a favor de...), esta opinión pública es un simple y puro artefacto cuya función es disimular que el estado de la opinión en un momento dado es un sistema de fuerzas, de tensiones, y que no hay nada más inadecuado para representar el estado de la opinión que un porcentaje.

Sabemos que todo ejercicio de la fuerza va acompañado por un discurso cuyo fin es legitimar la fuerza del que la ejerce; se puede decir incluso que lo propio de toda relación de fuerza es el hecho de que sólo ejerce toda su fuerza en la medida en que se disimula como tal. En suma, expresándolo de forma sencilla, el hombre político es el que dice: "Dios está de nuestra parte". El equivalente de "Dios está de nuestra parte" es hoy en día "la opinión pública está de nuestra parte". He aquí el efecto fundamental de la encuesta de opinión: constituir la idea de que existe una opinión pública unánime y, así, legitimar una política y reforzar las relaciones de fuerza que la sostienen o la hacen posible.


Tras haber dicho al principio lo que quería decir al final, voy a tratar de señalar muy rápidamente cuáles son las operaciones mediante las que se produce este efecto de consenso. La primera operación, que tiene como punto de partida el postulado de que todo el mundo debe tener una opinión, consiste en ignorar los no-contestan (1). Por ejemplo, le preguntas a la gente: "¿Está usted a favor del gobierno Pompidou?" Registras un 30% de no-contestan, un 20% de sí, un 50% de no. Puedes decir: la parte de personas en contra es superior a la parte de personas a favor y después queda este residuo del 30%. También puedes volver a calcular los porcentajes a favor y en contra excluyendo los no-contestan. Esta simple elección es una operación teórica de una importancia fantástica sobre la que quisiera reflexionar con ustedes.


Eliminar los no-contestan es hacer lo que se hace en una consulta electoral donde hay papeletas en blanco o nulas; es imponerle a la encuesta de opinión la filosofía implícita de la consulta electoral. Si se mira con mayor atención, se observa que la tasa de no-contestan es más elevada de forma general entre las mujeres que entre los hombres, que la distancia entre mujeres y hombres se eleva a medida que los problemas planteados son más específicamente políticos. Otra observación: cuanto más trata una pregunta sobre problemas del saber, de conocimiento, mayor es la distancia entre las tasas de no-contestan de los más instruidos y las de los menos instruidos. A la inversa, cuando las preguntas tratan de problemas éticos las variaciones de los no-contestan por nivel de instrucción son pequeñas (ejemplo: "¿Hay que ser severo con los hijos?"). Otra observación: cuanto más se trata una pregunta sobre problemas conflictivos, sobre un nudo de contradicciones (por ejemplo, una pregunta sobre la situación en Checoslovaquia para personas que votan comunista), cuantas más tensiones le genera una pregunta a una categoría determinada, más frecuentes son los no-contestan en esta categoría. Por consiguiente, el simple análisis estadístico de los no-contestan proporciona una información sobre lo que significa la pregunta, así como sobre la categoría considerada, hallándose ésta definida tanto por la probabilidad que tiene de tener una opinión, como por la probabilidad condicional de tener una opinión a favor o en contra.


El análisis científico de las encuestas de opinión muestra que no existe prácticamente problema ómnibus ni pregunta que no sea reinterpretada en función de los intereses a quienes se plantea, por lo que el primer imperativo es preguntarse a qué pregunta creyeron responder las distintas categorías de encuestados. Uno de los efectos más perniciosos de la encuesta de opinión consiste precisamente en conminar a las personas a responder a preguntas que no se han planteado. Así, por ejemplo, las preguntas que giran en torno a problemas de moral, ya se trate de preguntas sobre la severidad de los padres, las relaciones entre profesores y alumnos, la pedagogía directiva o no directiva, etc., problemas cuya percepción como problemas éticos aumenta a medida que se desciende en la jerarquía social, al tiempo que pueden ser problemas políticos para las clases superiores: uno de los efectos de la encuesta consiste en transformar respuestas éticas en respuestas políticas por el simple efecto de imposición de problemática.


En realidad, hay varios principios a partir de los cuales se puede generar una respuesta. Tenemos, en primer lugar, lo que se puede llamar la competencia política en referencia a una definición a la vez arbitraria y legítima, es decir, dominante y disimulada como tal, de la política. Esta competencia política no se halla universalmente distribuida. Varía grosso modo como el nivel de instrucción. En otras palabras, la probabilidad de tener una opinión sobre todas las cuestiones que suponen un saber político es comparable con la probabilidad de ir al museo. Se observan diferencias fantásticas: donde un estudiante comprometido en un movimiento izquierdista percibe quince divisiones a la izquierda del PSU, para un mando intermedio no hay nada. En la escala política (extrema-izquierda, izquierda, centro-izquierda, centro, centro-derecha, derecha, extrema-derecha, etc.) que las encuestas de "ciencia política" emplean como algo sin vuelta de hoja, algunas categorías sociales utilizan intensamente un pequeño rincón de la extrema izquierda; otras utilizan únicamente el centro; otras utilizan toda la escala. Al final, una elección es la agregación de espacios completamente distintos; se suma a personas que miden en centímetros con personas que miden en kilómetros o, más bien, a personas que puntúan de 0 a 20 con personas que puntúan entre 9 y 11. La competencia se aprecia, entre otras cosas, por el grado de finura de percepción (ocurre lo mismo en estética, algunos pueden distinguir los cinco o seis estilos sucesivos de un solo pintor).


Podemos llevar la comparación un poco más lejos. En materia de percepción estética, tenemos en primer lugar una condición de posibilidad: es preciso que las personas piensen la obra de arte como una obra de arte; a continuación, habiéndola percibido como una obra de arte, es preciso que posean las categorías de percepción para construirla, estructurarla, etc. Supongamos una pregunta formulada así: "¿Está usted a favor de una educación directiva o por una educación no directiva?" Para algunos, esta pregunta puede constituirse como política, al integrarse la representación de las relaciones padres-hijos en una visión sistemática de la sociedad; para otros, es una pura cuestión de moral. Así, el cuestionario que hemos elaborado y en el que le preguntamos a la gente si, para ellos, es o no política hacer huelga, llevar el pelo largo, participar en un festival pop, etc., pone de manifiesto variaciones muy amplias por clases sociales. La primera condición para responder de forma adecuada a una cuestión política es, por tanto, ser capaz de construirla como política; la segunda, tras haberla construido como política, es ser capaz de aplicarle categorías específicamente políticas, que pueden ser más o menos adecuadas, más o menos refinadas, etc. Estas son las condiciones específicas de producción de opiniones, las que la encuesta de opinión supone que se cumplen de forma universal y uniforme con el primer postulado según el cual todo mundo puede producir una opinión.


Segundo principio a partir del cual las personas pueden producir una opinión: lo que llamo el "ethos de clase" (por no decir "ética de clase"), es decir, un sistema de valores implícitos que las personas han interiorizado desde la infancia y a partir del cual generan respuestas a problemas extremadamente distintos. Las opiniones que las personas pueden intercambiar a la salida de un partido de fútbol entre Roubaix y Valenciennes le deben una buena parte de su coherencia, de su lógica, al ethos de clase. Una multitud de respuestas a las que se considera respuestas políticas se producen en realidad a partir del ethos de clase y pueden asumir, a la vez, una significación completamente distinta cuando se las interpreta en el terreno político. Aquí he de referirme a una tradición sociológica, muy extendida sobre todo entre determinados sociólogos de la política en Estados Unidos, que hablan habitualmente de un conservadurismo y autoritarismo de las clases populares. Estas tesis se basan en la comparación internacional de encuestas o de elecciones, que tienen mostrar que cada vez que se interroga a las clases populares, sea en el país que sea, sobre problemas referentes a las relaciones de autoridad, la libertad individual, la libertad de prensa, etc., dan respuestas más "autoritarias" que las otras clases; y se concluye de manera global que existe un conflicto entre los valores democráticos (en el autor en que pienso, Lipset, se trata de los valores democráticos americanos) y los valores que han interiorizado las clases populares, valores de tipo autoritario y represivo. De ahí sacan una especie de visión escatológica: elevemos el nivel de vida, elevemos el nivel de instrucción y, como la propensión a la represión, al autoritarismo, etc., va unida a bajos ingresos, a bajo nivel de instrucción, etc., produciremos así buenos ciudadanos de la democracia americana. En mi opinión, lo que está en cuestión es la significación de las respuestas a determinadas preguntas. Supongamos un conjunto de preguntas de este tipo: ¿Está usted a favor de la igualdad entre los sexos? ¿Está usted a favor de la libertad sexual de los cónyuges? ¿Está usted a favor de una educación no represiva? ¿Está usted a favor de la nueva sociedad?, etc. Supongamos otro conjunto de preguntas del tipo: ¿Deben hacer huelga los profesores cuando ven amenazada su situación? ¿Deben ser solidarios los docentes con el resto de funcionarios en los períodos de conflicto social?, etc. Estos dos conjuntos de preguntas arrojan respuestas de estructura estrictamente inversa en relación con la clase social: el primer conjunto de preguntas, que se refiere a un determinado tipo de innovación en las relaciones sociales, en la forma simbólica de las relaciones sociales, suscita tantas más respuestas a favor cuanto más nos elevamos en la jerarquía social y en la jerarquía según el nivel de instrucción; a la inversa, las preguntas que tratan sobre las transformaciones reales de las relaciones de fuerza entre las clases suscitan cada vez más respuestas en contra a medida que nos elevamos en la jerarquía social.


En suma, la proposición "las clases populares son represivas" no es ni verdadera ni falsa. Es verdadera en la medida en que, ante todo un conjunto de problemas como los que atañen a la moral doméstica, a las relaciones entre generaciones o entre sexos, las clases populares tienen tendencia a mostrarse mucho más rigoristas que las otras clases sociales. Por el contrario, en las cuestiones de estructura política, que ponen en juego la conservación o la transformación del orden social, y no sólo la conservación o transformación de los modos de relación entre los individuos, las clases populares son mucho más partidarias de la innovación, es decir, de una transformación de las estructuras sociales. Podemos ver cómo algunos de los problemas planteados --y a menudo mal planteados-- en mayo de 1968, en el conflicto entre el partido comunista y los izquierdistas, están relacionados de forma muy directa con el problema central que he tratado de plantear esta tarde, el de la naturaleza de las respuestas, es decir, del principio a partir del cual se producen. La oposición que he establecido entre estos dos grupos de preguntas nos remite, en efecto, a la oposición entre dos principios de producción de opiniones: un principio específicamente político y un principio ético, siendo el problema del conservadurismo de las clases populares producto de la ignorancia de esta distinción.


El efecto de imposición de problemática, efecto ejercido por toda encuesta de opinión y por toda interrogación política (comenzando por la electoral), deriva del hecho de que las preguntas planteadas en una encuesta de opinión no son preguntas que se les planteen realmente a todas las personas interrogadas, así como del hecho de que las respuestas no son interpretadas en función de la problemática por referencia a la cual han respondido las diferentes categorías de encuestados. Así, la problemática dominante --de la que proporciona una imagen la lista de preguntas planteadas en los dos últimos años por los institutos de opinión--, es decir, la problemática que les interesa esencialmente a las personas que detentan el poder y que quieren estar informadas sobre los medios de organizar su acción política, la dominan de manera muy desigual las diferentes clases sociales. Y, cuestión importante, éstas se hallan más o menos capacitadas para producir una contra-problemática. Con motivo del debate televisado entre Servan-Schreiber y Giscard d'Estaing, un instituto de sondeos de opinión hizo preguntas del tipo: "¿Depende el éxito escolar de los dones, de la inteligencia, del mérito?" Las respuestas recogidas ofrecen de hecho una información (ignorada por los que la producían) sobre el grado de conciencia que las diferentes clases sociales tienen de las leyes de la transmisión hereditaria del capital cultural: la adhesión al mito del don y del ascenso social por la escuela, de la justicia escolar, de la equidad de la distribución de los puestos en función de las titulaciones, etc., es muy diferente en las clases populares. La contra-problemática puede existir para algunos intelectuales, pero no tiene fuerza social a pesar de haber sido recogida por algunos partidos y grupos. La verdad científica está sometida a las mismas leyes de difusión que la ideología. Una proposición científica es como una bula papal sobre el control de la natalidad, sólo predica a convertidos.


Se suele asociar la idea de objetividad en una encuesta de opinión al hecho de hacer la pregunta en los términos más neutros posibles con el fin de darles todas sus oportunidades a todas las respuestas. En realidad, la encuesta de opinión se hallaría sin duda más próxima a lo que ocurre en la realidad si, transgrediendo completamente las reglas de la "objetividad", se les ofreciera a las personas los medios para situarse como se sitúan realmente en la práctica real, es decir, en referencia a opiniones ya formuladas; si en lugar de decir, por ejemplo, "algunas personas están a favor del control de la natalidad, otras están en contra, ¿y usted?...", se enunciaran una serie de posicionamientos explícitos de los grupos autorizados para constituir y difundir las opiniones, de manera que la gente pudiera situarse en referencia a respuestas ya constituidas. Se suele hablar de "tomas de posición"; hay posiciones que ya están previstas y que se toman. Pero no se las toma al azar. Se toman las posiciones que se está predispuesto a tomar en función de la posición que se ocupa en un campo determinado. Un análisis riguroso tiene como objetivo explicar las relaciones entre la estructura de las posiciones a tomar y la estructura del campo de las posiciones objetivamente ocupadas.


Si las encuestas de opinión captan muy mal los estados virtuales de la opinión y, más exactamente, los movimientos de opinión, ello se debe, entre otras razones, a que la situación en la que aprenden las opiniones es completamente artificial. En las situaciones en que se constituye la opinión, en particular las situaciones de crisis, las personas se hallan ante opiniones constituidas, ante opiniones sostenidas por grupos, de manera que elegir entre opiniones es, claramente, elegir entre grupos. Este es el principio del efecto de politización que produce la crisis: hay que elegir entre grupos que se definen políticamente y definir cada vez más tomas de posición en función de principios explícitamente políticos. De hecho, lo que me parece importante es que la encuesta de opinión trata a la opinión pública como una simple suma de opiniones individuales, recogidas en una situación que, en el fondo, es la de la cabina electoral, donde el individuo va furtivamente a expresar en el aislamiento una opinión aislada. En las situaciones reales, las opiniones son fuerzas y las relaciones entre opiniones son conflictos de fuerza entre los grupos.


Otra ley se desprende de estos análisis: se tienen más opiniones sobre un problema cuanto más interesado se está por este problema. Por ejemplo, en relación al sistema de enseñanza la tasa de respuestas está íntimamente unida al grado de proximidad respecto al sistema de enseñanza, y la probabilidad de tener una opinión varía en función de la probabilidad de tener poder sobre aquello de lo que se opina. La opinión que se afirma como tal, espontáneamente, es la opinión de personas cuya opinión tiene peso, como se suele decir. Si un ministro de educación actuase en función de una encuesta de opinión (o, al menos, a partir de una lectura superficial de la encuesta), no haría lo que hace cuando actúa realmente como político, es decir, a partir de las llamadas de teléfono que recibe, de la visita de tal responsable sindical, de tal decano, etc. En realidad, actúa en función de estas fuerzas de opinión realmente constituidas que sólo se manifiestan a su percepción en la medida en que tienen fuerza y en que tienen fuerza porque están movilizadas.


Tratándose de prever lo que va a ser de la universidad en los próximos diez años, pienso que la opinión movilizada constituye la mejor base. De todas formas, el hecho, del que dejan constancia los no-contestan, de que las disposiciones de determinadas categorías no accedan al estatuto de opinión --es decir de discurso constituido que pretende una coherencia, que pretende ser escuchado, imponerse, etc.--, no debe llevarnos a concluir que en situaciones de crisis las personas que no tenían ninguna opinión elegirían al azar: si el problema se halla constituido políticamente para ellos (problemas de salario, de cadencias de trabajo para los obreros), elegirán en términos de competencia política; si se trata de un problema que para ellos no está constituido políticamente (relaciones represivas en el interior de la empresa) o si está en vías de constitución, se guiarán por el sistema de disposiciones profundamente inconsciente que orienta sus elecciones en los ámbitos más diferentes, desde la estética o el deporte hasta las preferencias económicas. La encuesta de opinión tradicional ignora al mismo tiempo los grupos de presión y las disposiciones virtuales que pueden no expresarse en forma de discurso explícito. Por ello es incapaz de generar la menor previsión razonable sobre lo que pasaría en situación de crisis.


Supongamos un problema como el del sistema de enseñanza. Se puede preguntar: "¿qué piensa usted de la política de Edgar Faure?" Es una pregunta muy parecida a una consulta electoral, en el sentido de que es la noche en que todos los gatos son pardos: todo el mundo están en general de acuerdo sin saber sobre qué; sabemos lo que significó el voto por unanimidad de la ley Faure en la Asamblea Nacional. A continuación se pregunta: "¿está usted a favor de la introducción de la política en los institutos?" Aquí se observa un corte muy claro. Ocurre lo mismo cuando se pregunta: "¿pueden hacer huelga los profesores?" En este caso, los miembros de las clases populares, por una transferencia de su competencia política específica, saben qué responder. Se puede preguntar además: "¿hay que transformar los programas? ¿Está usted a favor de la evaluación continua? ¿Está usted a favor de la introducción de los padres de los alumnos en los consejos de profesores? ¿Está usted a favor de la supresión del examen de agregación?, etc.". Bajo la pregunta "¿está usted a favor de Edgar Faure?" subyacían todas estas preguntas y las personas han tomado posición de golpe sobre un conjunto de problemas que un buen cuestionario sólo podría plantear mediante al menos sesenta preguntas en las que se observarían variaciones en todos los sentidos. En un caso, las opiniones estarían asociadas positivamente a la posición en la jerarquía social; en otro, negativamente; en algunos casos, la asociación sería muy fuerte; en otros, muy débil, o incluso no se daría en absoluto. Basta con pensar que una consulta electoral representa el límite de una pregunta como "¿está usted a favor de Edgar Faure?" para comprender que los especialistas de sociología política puedan afirmar que la relación que se observa habitualmente, en casi todos los ámbitos de la práctica social, entre la clase social y las prácticas o las opiniones, es muy pequeña cuando se trata de fenómenos electorales, hasta el punto de que algunos no dudan en concluir que no hay ninguna relación entre la clase social y el hecho de votar derechas o izquierdas. Si tienen en cuenta que una consulta electoral plantea en una única pregunta sincrética lo que sólo se podría aprehender razonablemente en doscientas preguntas, que unos miden en centímetros, otros en kilómetros, que la estrategia de los candidatos consiste en plantear mal las cuestiones y en jugar al máximo con el disimulo de las divergencias para ganarse los votos indecisos, y tantos otros efectos, llegarán a la conclusión de que quizás haya que plantear al revés la cuestión tradicional de la relación entre el voto y la clase social y preguntarse cómo es posible que a pesar de todo se constate una relación, aunque sea pequeña; e interrogarse sobre la función del sistema electoral, instrumento que, por su propia lógica, tiende atenuar los conflictos y las divergencias. Lo que es verdad es que estudiando el funcionamiento de la encuesta de opinión uno puede hacerse una idea de la manera en que funciona este tipo particular de encuesta de opinión que es la consulta electoral, así como del efecto que produce.


En suma, he querido decir que la opinión pública no existe, al menos bajo la forma que le atribuyen los que tienen interés en afirmar su existencia. He dicho que existen, por una parte, opiniones constituidas, movilizadas, de grupos de presión movilizados en torno a un sistema de intereses explícitamente formulados; y, por otra, disposiciones que, por definición, no son opinión si se entiende por tal, como he hecho a lo largo de todo este análisis, algo que puede formularse discursivamente con una cierta pretensión a la coherencia. Esta definición de opinión no es mi opinión sobre la opinión. Es simplemente la explicitación de la definición que ponen en juego las encuestas de opinión cuando le piden a la gente que tome posición respecto a opiniones formuladas y cuando producen, por simple agregación estadística de las opiniones así producidas, este artefacto que es la opinión pública. Simplemente digo que la opinión pública en la acepción implícitamente admitida por los que hacen encuestas de opinión o por los que utilizan sus resultados, simplemente digo que esta opinión no existe.



*Conferencia impartida en Noroit (Arras), en enero de 1972, y publicada en Les temps modernes, no. 318, enero de 1973, pp. 1292-1309. Ver, también: P. Bourdieu, Questions de sociologie, París, Minuit, 1984, pp. 222-250. Texto de la versión en castellano de Enrique Martín Criado, en: Cuestiones de Sociología, Istmo, España, 2000, pp. 220-232, Col. Fundamentos, no. 166.



NOTAS


(1) Les non-réponses: bajo esta denominación están comprendidos, en francés, los "no sabe" y los "no contesta" de las encuestas. Para no sobrecargar el texto con siglas hemos preferido traducirla por "no-contestan", dando por entendido que se corresponde con estos dos apartados (NS/NC) (Nota de Enrique Martín Criado.).

Adolfo
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