Malvinas - El reclamo por los cuerpos



DRA. CYNTHIA CASTRO
SOLICITADA

TOAS

Desclasifican los archivos de la guerra de Malvinas

La abogada especialista en Derechos Humanos, Derecho Internacional, Derecho Penal Internacional y Psicopatologías y Neurociencias, Dra. Cynthia Castro, analiza la deuda del Estado Nacional con los miembros del TOAS y su negativa a desclasificar los archivos de la guerra.

De desclasificar para unos, ocultar para otros: la doble vara del Estado con la historia.
Pregonar la desclasificación de la dictadura como estrategia política, pero negar la desclasificación de los archivos de la guerra porque no conviene a la política, es una canallada a la Patria.
La desclasificación de los archivos es el paso necesario para que el Estado argentino reconozca plenamente a quienes fueron parte activa de la defensa nacional durante el conflicto de 1982, especialmente a los veteranos del TOAS -el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur- injustamente invisibilizados desde el infame Decreto 509/88, que les negó el derecho a los miembros del TOAS a ser reconocidos como excombatientes y veteranos de guerra, siendo que gozaban de ese derecho por la Ley N° 23.109. Esa negación no es casual: es producto de una política de ocultamiento y clasificación militar, donde los archivos sobre operaciones continentales se mantienen bajo secreto.
Mientras se abren legados, listas y comunicaciones sobre los crímenes de terrorismo de Estado, se ocultan deliberadamente los archivos que demuestran que cientos de soldados fueron desplegados en territorio continental como parte activa de la defensa nacional durante la guerra. Estuvieron bajo fuego enemigo, con órdenes de combate, apostados frente al Atlántico Sur, formando parte del mismo Teatro de Operaciones que hoy el Estado les niega.




Los miembros del TOAS cumplieron funciones estratégicas desde el continente, instalados en trincheras, bajo amenaza de bombardeo, en condiciones precarias y expuestos al mismo miedo, frío y dolor que sus compañeros en las islas. No fueron "colimbas de cuartel": fueron parte de la defensa activa del país. De los 649 caídos en la guerra, 56 héroes murieron en las costas patagónicas desde Puerto Madryn hasta Ushuaia, en operaciones desplegadas en el continente.
¿Por qué se abren unos archivos y se clausuran otros? ¿Por qué se reconoce a unos protagonistas y se silencia a otros? La respuesta es incómoda, pero urgente: porque las FUERZAS ARMADAS siguen defendiendo el monopolio del relato heroico de Malvinas. Porque desclasificar los documentos del TOAS implicaría reconocer que no todos los que combatieron lo hicieron en las islas, y que muchos fueron olvidados, ninguneados y luego descartados por las mismas estructuras militares que se arrogaron todo el mérito del conflicto.
El Estado tiene la obligación legal, histórica y ética de: abrir todos los archivos militares de la guerra; identificar con nombre y función a quienes estuvieron desplegados en zonas de conflicto; restituirles la dignidad como veteranos de guerra; reconocer el daño físico, psicológico y social que padecieron y aún padecen. La patria también se defendió desde el continente. GRACIAS AL TOMADOR DE LA PATAGONIA AUSTRALIANA SIGUE SIENDO ARGENTINA. Si no hubieran estado allí, también la habríamos perdido como a Malvinas.

Instagram: @dracynthiacastro

Gentileza Tel.: Soldado Alejandro Jorge Martínez- C63-Regimiento 1 Patricios - Compañía C "Patagonia" 1 sección- Grupo de apoyo, CONCERTACIÓN TOAS.







https://noticias.perfil.com/noticias/opinion/el-reclamo-de-identificacion-de-los-cuerpos-de-malvinas.phtml

El reclamo de identificación de los cuerpos de Malvinas

La identificación de los soldados enterrados en el Cementerio de Darwin fue un largo proceso que involucró a autoridades, ex combatientes y familiares. El traslado de los restos al continente fue la idea más resistida, porque era como “matarlos por segunda vez”.

Tuvieron que transcurrir más de treinta y cinco años para que las familias de los excombatientes pudieran saber en qué tumba se encontraban sus seres queridos. Esto ocurrió por distintas razones: la desidia de la dictadura militar al no garantizar que los soldados fueran a la guerra con su chapa identificatoria; el abandono de los cuerpos tras la derrota y la falta de interés por identificar los restos de los caídos; los incumplimientos de las Convenciones de Ginebra y el derecho humanitario por parte de los británicos; la política de desmalvinización; la imposibilidad de negociar con un país con el que no había siquiera relaciones diplomáticas; la decisión de los ingleses de permitir avances en lo relativo al cementerio de Darwin solamente con aquellos gobiernos argentinos que estuvieran dispuestos a facilitarles la explotación de nuestros recursos naturales; y las dificultades para que los excombatientes coincidieran, más allá de sus diferencias, en un objetivo común: la necesidad de pelear por el derecho a la identidad.

Sin embargo, se logró superar estos escollos y establecer un reclamo común de las organizaciones de excombatientes y de los organismos de derechos humanos, y se alcanzó una política de Estado que atravesó a tres gobiernos de distinto signo político y ha permitido identificar a la mayoría de los combatientes que habían sido enterrados como “soldado argentino solo conocido por Dios”.

El cementerio de Darwin

El cementerio de Darwin no es un proyecto planeado o buscado por los argentinos, sino creado por los británicos. Los cuerpos de los soldados argentinos muertos en la guerra quedaron enterrados en distintos lugares de las islas Soledad y Gran Malvina. Los habitantes de Malvinas insistían permanentemente ante las autoridades británicas para que eliminaran esas “tumbas de guerra”. La presión de los kelpers “hizo que el gabinete británico en pleno, a través de una 'orden in council' que fue dirigida al Ministerio de Defensa”, ordenara el reenterramiento de los caídos argentinos, para lo cual enviaron al entonces capitán

Geoffrey Cardozo a las islas. Se envió una brigada especialmente desde el Reino Unido, porque “uno de los parámetros que se respetó fue que ninguno de los soldados británicos estacionados en las islas interviniera en esa tarea”.  El 19 de febrero de 1983 se instaló el cenotafio de Darwin en Monte Agradable. Se contrataron sepultureros de una empresa civil, Lodge Brothers, y se enterró allí a 246 soldados; 122 tumbas quedaron sin identificar. Se elaboró un documento, con el título “Informe sobre la Operación Re-entierro Argentino”, con las características de los cuerpos, las fotos, las coordenadas y las pertenencias de los soldados: “El procedimiento seguido para la atención de los cuerpos fue el mismo en todos los casos. Después de la exhumación, se colocó el cuerpo en un sudario de plástico blanco y se buscó meticulosamente su identificación. Luego, el cuerpo fue envuelto en la mortaja blanca, colocado en una bolsa de polietileno negra y finalmente en una bolsa mortuoria blanca de PVC. Luego, toda la información disponible se transfirió con tinta indeleble a la bolsa mortuoria. Cuando más tarde se colocó el cuerpo en el ataúd, la misma información también se transcribió de forma indeleble en la tapa del ataúd” (Santa Cruz, 2022: 107).

Brook Hardcastle, representante de la Falkland Island Company, y Eric Goss, director del asentamiento de Ganso Verde, fueron quienes junto con Geoffrey Cardozo eligieron el lugar para emplazar el cementerio. Buscaron una zona inhóspita y alejada de cualquier poblado, y lo instalaron sobre una ladera que mira al mar, de modo que no fuera visible para el ocasional viajero que pasara por allí. Más allá de ello, muchos kelpers continuaron reclamándole al gobierno británico que negociara con la Argentina el traslado de los cuerpos al continente: “Es una lástima que los cuerpos de los soldados muertos estén acá porque nosotros no le damos importancia. Para nosotros no significa nada, y sería mucho mejor que los restos estuvieran en Argentina, aseguró Darren Christie, de relaciones públicas del gobierno del archipiélago”. (El Patagónico 30-3-2012)

Los británicos intentaron en diversos momentos trasladar los cuerpos de los soldados argentinos. En los años noventa, cuando se reanudaron las relaciones diplomáticas con el Reino Unido, esgrimiendo razones humanitarias, se retomó la idea de traer los restos al continente y así facilitar los procesos de duelo. Los familiares siempre se negaron a ese traslado. Como señala la periodista Natacha Niebieskikwiat (2012), el cementerio de Darwin es, “para muchos, un pedazo de la Argentina en las Malvinas. Y para los isleños, hay que reconocer, una incómoda piedra que deben tolerar por razones humanitarias”.

La tumba de guerra es una figura jurídica creada por el derecho internacional humanitario, por la cual la potencia que ejerce el control del territorio –no importa bajo qué título jurídico–tiene la obligación de respetar y mantener las tumbas.

Solamente pueden ser perturbadas o cambiadas de lugar mediante un acuerdo entre ambos países y siguiendo determinadas condiciones. Salvo que nuestro país no quisiera colaborar o que se decretara una necesidad sanitaria, transcurridos cinco años y previa notificación, la potencia ocupante podría aplicar las disposiciones previstas en su legislación en materia de cementerios y sepulturas.

Nada de esto hicieron los británicos con los restos de los soldados argentinos. Así, a la desidia con que el gobierno militar argentino enfrentó esta problemática se sumaron los incumplimientos de las normas del derecho internacional, tal como fue señalado por César González Trejo, de la Comisión de Familiares y Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur: “Los británicos incumplieron estas reglas del derecho internacional: no solo no existía ninguna necesidad de interés público para trasladar los restos de los soldados argentinos, ni necesidad sanitaria o investigación administrativa o judicial, sino que no respetaron el plazo prescripto; creando el cementerio de Darwin en febrero de 1983, apenas a ocho meses de finalizadas las acciones armadas contra la Argentina”.

La tarea de Geoffrey Cardozo dejó la mitad de las tumbas sin nombre. En 1987, integrantes del Cecim La Plata contactaron al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para consultar si era posible identificar los restos de los caídos en Malvinas. La investigación genética recién comenzaba, y ellos sabían que los soldados carecían en la mayoría de los casos de la chapa identificatoria y no habían recibido un enterramiento digno. Luis Fondebrider, uno de los fundadores del EAAF, recibió a integrantes del Cecim y les aseguró que sería posible identificarlos.

Ese mismo año, Alfredo Péculo, el dueño de la cochería más grande del país, reclamó al Reino Unido el traslado de todos los cuerpos de los caídos al continente, lo que fue rechazado por el Ministerio de Relaciones Exteriores británico. En la presentación se afirma que el pedido respondía a la necesidad de los familiares, aunque, como explica Panero (2021), nunca sabremos si se trató de una maniobra personal de “marketing” o un intento de tercerizar la “repatriación”, como pedían los isleños.

De todos modos, mientras estuvieron rotas las relaciones diplomáticas entre la Argentina y el Reino Unido tampoco existió ningún vínculo entre los familiares de los excombatientes y el espacio donde habían sido sepultados los soldados. Los argentinos pudieron acercarse por primera vez al cementerio de Darwin durante el primer gobierno de Carlos Menem a partir de los Acuerdos de Madrid, que facilitaron la visita de los familiares directos.

El 18 de marzo de 1991 se realizó el primer viaje al cementerio, en el que pudieron ir tres personas por cada familia, lo que conformó un total de 381 pasajeros. Los alojaron en la base de Monte Agradable. “No conocieron Puerto Argentino y permanecieron solo una hora en el cementerio de Darwin”, contó la titular de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur, María Fernanda Araujo. Luego entre 1991 y 2003, se realizaron veintitrés viajes de familiares a visitar el cementerio de Darwin y la zona del hundimiento del General Belgrano.

Los argentinos pudieron administrar y reformar el cementerio recién cuando el canciller argentino Guido di Tella y su par británico Robin Cook firmaron en julio de 1999 la Declaración Conjunta de las Delegaciones de la Argentina y del Reino Unido de Londres: “Se construirá en el cementerio argentino en las Islas Malvinas un monumento a la memoria de los miembros de las Fuerzas Armadas argentinas muertos en acción en 1982”.

Los isleños continuaron con sus cuestionamientos a la remodelación del cementerio. Las objeciones tenían que ver básicamente con el tamaño de la construcción (la cruz y los muros les parecían a los kelpers demasiado altos) y rechazaron de plano la propuesta de construir una capilla pequeña junto a las tumbas, no solo porque consideraban su aspecto demasiado vistoso, sino también para demorar su eventual levantamiento hasta después de que se cumplieran veinte años del inicio de la guerra.


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