El mito de la trafic blanca - urbanas

1. Una trafic blanca se detiene junto a la autopista Panamericana un domingo de madrugada antes de que salga el sol, se abre su puerta lateral y un/a joven en estado de semiconsciencia desciende en la vereda, mientras apenas se familiariza con el lugar que desconoce por completo el vehículo se aleja y sube nuevamente a la ruta. En un instante será solo un recuerdo borroso, eso y la cicatriz en el costado que comienza a doler.

2. Un barrio del conurbano, mañana de otoño a pleno sol. hay poca gente en las calles y por la vereda una joven, casi una niña regresa de hacer unas compras para la casa, casi al llegar a la esquina oye sin prestar atención que un vehículo se detiene muy cerca. Dos individuos la aferran fuertemente y la empujan por la puerta lateral de la camioneta Trafic blanca que al instante acelera y se aleja por la avenida perdiéndose en el tránsito.

3. El plan económico de la alianza ha devenido en un caos generalizado y el país entero está en vilo. Hay saqueos a supermercados y se espera que el gobierno caiga de un momento a otro. Por los barrios se vive en estado de alerta, corre la voz de revueltas y que las ordas descontroladas ahora van también por los barrios de clase media a robarles entrando por asalto. Se arman barricadas con palos y neumáticos. Se corre la voz que grupos armados se trasladan en una combi Trafic blanca en la que llegan al asalto. Los vecinos se agrupan y se arman, esperan en alerta especialmente atentos a una camioneta como la mencionada y están dispuestos a tomar acciones de cualquier tipo para defender lo que es suyo. 

Ixx, may22


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Trafic Blanca
Investigación e hipótesis

La explosión de la Trafic blanca: de los quemacoches al fantasma de la AMIA

Fue a la madrugada en Uriburu al 200. Un vehículo similar se usó en el atentado de 1994.
Explosión en Balvanera. Una Trafic blanca en Uriburu al 200.

14/12/2017 17:27 
Clarín.com Actualizado al 14/12/2017 18:02
Fue de madrugada, a las 5.15. En una hora todavía silenciosa, el estruendo que provocó el incendio y explosión de una Renault Trafic, en Uriburu al 200, causó un gran susto y alarma. Y por el lugar donde ocurrió, a seis cuadras del Congreso y a cinco de la AMIA, también hipótesis diversas; y hasta revivió el fantasma del atentando que se llevó a cabo en julio de 1994 con un vehículo de características similares.  
Hasta el momento, la investigación de la Fiscalía Criminal y Correccional N° 55, a cargo de Eduardo Cubría, descartó que se trate de un atentado. Fuentes policiales explicaron que la camioneta no tenía material que genere onda expansiva. 
Sin embargo, surgen preguntas sobre las causas de la explosión que terminó con la camioneta hecha un motón de hierros retorcidos. 
¿Puede explotar un tubo de GNC con el vehículo detenido? Los especialistas consultados sostienen que es improbable, siempre y cuando el tubo tenga hechas las verificaciones y en buen estado las válvulas y las conexiones. 
La excepción puede darse en el caso de que ocurra un cortocircuito o alguna de las mangueras quede expuestas al fuego. Un vecino que fue testigo de la explosión y el incendio de la camioneta sostuvo que vio a dos personas salir corriendo. Por eso, no se descarta que el siniestro haya sido causado, o bien por quemacoches, aunque no suelen actuar de esta forma, o también como consecuencia de un incendio intencional. 
La Traffic estaba hacía varios días estacionada en el lugar, y algunos testigos incluso la señalan como "abandonada". 
El temor al atentado también tuvo que ver con la cercanía del Congreso. Toda la zona estaba convulsionada desde ayer, cuando un grupo de manifestantes intentó acampar, algo que impidieron por la fuerza efectivos de Gendarmería, Policía Federal y Prefectura. 
En su momento podía pensarse que la explosión era el preludio de la que sería otra jornada caliente en el barrio, que tuvo su momento más difícil con enfrentamientos violentos con piedras y balas de goma, entre manifestantes y fuerzas se seguridad. 
Y aunque esa posibilidad fue descartada por fuentes de la investigación, la cercanía con la sede de la AMIA reavivó los fantasmas del atentado terrorista del 18 de julio de 1994, que tuvo un saldo de 85 muertos y más de 300 heridos. 
En esa ocasión, la investigación determinó que fue una Trafic blanca la que causó la explosión.  


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La venta de la camioneta

También se cuenta en autos con la factura nº 1126 –original- de “Automotores Alejandro”, que fue secuestrada el 27 de diciembre de 1994 en ocasión de allanarse uno de los domicilios de Telleldín, sito en la calle Roosevelt 2462, piso 3º, depto. “A” de Capital Federal.
A tales elementos de juicio cabe agregar las declaraciones testimoniales prestadas por los empleados de dicha agencia.
En este sentido, Roberto Christian Orlando expresó que en 1994 trabajaba en la firma “Alejandro Autos”, encargándose de cotizar y comprar vehículos para la reventa. Si bien negó haber participado en la compra de la Trafic de “Messin”, admitió que supo que unos meses antes del atentado a la A.M.I.A. se vendió una camioneta Renault Trafic de color blanco o similar, a cuyo adquirente desconocía, admitiendo que conocía de vista a Telleldín o “Teccedin” por haberlo cruzado en algunas oportunidades en la agencia.


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Telleldín no fue parte

El veredicto no fue por duda razonable. El Tribunal Oral Federal N°3 -presidido por Andrés Basso- tuvo unánime convicción de que no había prueba alguna durante el juicio AMIA II de que el exreducidor Carlos Telledín formara parte de una célula terrorista ni que hubiese sabido que el destino de la camioneta Trafic que vendió fuese el de estrellarse contra el frente de Pasteur 633. El resultado del juicio oral que comenzó -después de varios obstáculos- en mayo de 2019 y por el que desfilaron 70 testigos de forma presencial y en el cual se reprodujeron 60 testimonios más, dejó el sabor amargo de que sin nuevos elementos de prueba, la verdad acerca de lo ocurrido el 18 de julio de 1994, se aleja cada vez más. Hubo un cúmulo de indicios con los cuales el expediente, después de múltiples peripecias, arribó a la instancia de debate oral con Telledín como único acusado. El problema fue que con la prueba que se produjo luego en el juicio, todos fueron descartados. Y no pudo salvarse la instancia de probar que el exreducidor sabía para qué se iba a utilizar el vehículo, a pesar de haber sido, desde hace 26 años, el sospechoso perfecto.


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La "certeza" de Wikipedia aún contra los fallos de la justicia

En diciembre de 2016 quedó demostrado que se usó una camioneta Trafic para la explosión al comprobarse que las esquirlas extraídas de los cuerpos de las víctimas eran partes de la camioneta blanca, y se descartaron definitivamente las hipótesis de que el explosivo estaba en el volquete que estaba frente al edificio, la hipótesis de la implosión, la hipótesis de que la bomba ingresó al edificio de Pasteur 633 en los materiales de construcción con los que se trabajaba en el lugar o la de que se plantaron el motor y los restos de la camioneta para armar una escena.


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Mitos urbanos motorizados

El miedo a que alguien cercano desaparezca estructura ficciones en el mundo entero. Algunas –como Yasy Yateré, el Hombre de la Bolsa, la Llorona y Slenderman– son mitos, ancestrales o contemporáneos. Otras, en cambio, permanecen en una zona de incertidumbre y, aunque las investigaciones y los datos muestran que no son reales, algo las reactiva, vuelve a ponerlas en circulación y les regala otra ronda de verosimilitud.

Desde hace más de diez años, una Trafic blanca asola los barrios para capturar cuerpos. Sus primeras cacerías buscaban órganos y dejaban un reguero de cadáveres de niños vaciados o de cuerpos cosidos arrojados en baldíos. El boca a boca convirtió a la camioneta blanca en un camión frigorífico de La Serenísima, al que luego de un choque se lo encontraba lleno de vísceras humanas. Preocupado por las derivas de este folclore, el Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (Incucai) publicó en  2011 el informe Pilares de sustentabilidad. Relatos y supuestos acerca de la trata de personas. Según el Instituto, los primeros relatos que relacionaban los trasplantes con historias turbias surgieron en los años noventa:

Entre las versiones más conocidas circula el relato de “la persona que despierta en una bañera con hielo con una nota en la que se le informa que se le ha extraído un riñón” y el de la “Trafic blanca sin patente que secuestra niños para extraerles los órganos”. Estas leyendas no son propias de la Argentina, en [todo] el mundo se registran los mismos relatos difundidos por idénticos medios y todos tienen un denominador común; refieren a casos anónimos, son totalmente falsos, poco creíbles y rozan el absurdo. (Incucai, Pilares de sustentabilidad. Relatos y supuestos: acerca de la trata de personas, agosto de 2011).



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La seducción de la mentira – Por Martín Kohan

El escritor Martín Kohan advierte en esta nota que el viraje fundamental al que estamos asistiendo es el de una nueva articulación entre creencia y mentira, y afirma que las consecuencias de esta alteración radical se extienden sobre el periodismo, la historia, la literatura, la política, y sobre el plano de la vida misma.

Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)

            Un hecho determinante de mi infancia vuelve a mí cada tanto bajo la forma regular de los recuerdos estables. Ocurrió en el Luna Park, yo tendría unos siete años. Calzado en los hombros de mi papá, asistí a una velada completa de “Titanes en el ring”. La pelea final, la más esperada, correspondía ni más ni menos a que Martín Karadagián enfrentándose con la Momia. A los motivos que todos los niños tenían para preferir a Karadagián, se agregaba en mi propio caso una doble asociación: la del nombre y la de las iniciales. Esa noche, sin embargo, para sorpresa de todos, Martín Karadagián perdió. Hubo una toma algo brusca, Karadagián voló y cayó, y ya no pudo levantarse: tuvieron que subir al ring y retirarlo en una camilla, en medio de un estupor general que parecía abarcar también al árbitro (presumo que William Boo), al relator (sin dudas, Rodolfo Di Sarli), acaso al hombre de la barra de hielo, diría que incluso a la Momia (más allá de su expresividad tan reducida). Todo parecía indicar que acababa de ocurrir una cosa no prevista.

            El catch tiene una lógica específica de ficción, de simulacro (cfr. Roland Barthes, “El mundo del catch”, Mitologías). En un sentido puede decirse que el “como si” hace posible el espectáculo y en un sentido puede decirse que el espectáculo mismo no es otro que el “como si”. Nos dan a ver la simulación y es eso lo que nos maravilla, un poco como en el número del mago que con un serrucho corta a la mujer por la mitad.

            Ahora bien: los niños creen. Creen y no sospechan; o sospechan pero al final prefieren creer (al igual que en esa etapa intermedia en que empiezan a darse cuenta de que los reyes magos no existen, que no existen y son los padres, pero mantienen de todos modos el rito fraguando su propio candor). Se prestan felices a que el juego de la verosimilitud traspase a la condición de verdad. Y al hacerlo, de alguna manera, aciertan; porque, en efecto, para que el verosímil funcione, algo del orden de la verdad tiene que activarse también. La pelea es ficcional, pero involucra una verdad, que no es sino verdad de los cuerpos. Karadagián, José Luis, el Caballero Rojo, el Mercenario Joe (lo mismo que, muchos años después. Vicente Viloni, La Masa): no se pegan de verdad, no se ahorcan de verdad, no se patean de verdad; pero cuando trepan a las cuerdas y saltan hasta la otra punta, lo hacen de verdad, cuando vuelan por el aire y caen fuera del ring, lo hace de verdad.

            Con el tiempo comprendí lo que había pasado aquella noche del Luna Park: en el desarrollo de la ficción de pelea, Karadagián cayó mal de verdad. Karadagián se lastimó de verdad. Cabría formularlo así: en el espacio del verosímil y del hacer creer, irrumpió de pronto una verdad, irrumpió la verdad del cuerpo (agreguemos de paso: así también está construido “Emma Zunz” de Borges. Cfr. Beatriz Sarlo, “El saber del cuerpo”, en Escritos sobre Literatura argentina). Ese deslizamiento, esa interferencia singular entre verosimilitud y verdad, es crucial en muchos sentidos. Toca ni más ni menos que ese punto (o esos puntos, en rigor; porque no es uno solo, son varios) en el que se tocan la producción de creencias y la realidad de los hechos. Porque existe una producción social de creencias. Y existe la realidad de los hechos.

            El viraje fundamental al que parece que estamos asistiendo es el de una nueva articulación entre creencia y mentira (o en todo caso un aumento). Porque antes, para creer una mentira, era preciso suponer que esa mentira era verdad. Se la tomaba por una verdad y en consecuencia se la creía. Es distinto lo que ocurre con la mentira que consigue ser creída sin precisar para eso hacerse pasar por verdad: quien la cree la sabe mentira y, pese a eso, la asume y la cree. No finge, no lo imposta, no enmascara: la cree en serio. Sabiendo que es una mentira, la cree de verdad.

            Va en otra dirección lo que sabemos por Nietzsche y por Michel Foucault acerca de la relación entre verdad y poder. Y presumo que va en otra dirección lo que se ha postulado últimamente en términos de “postverdad” (esa forma del cinismo por la cual la verdad o la mentira ya no importan como tales). Se dispone de la creencia como un acto de voluntad: se decide creer en algo y entonces se lo cree. O se responde en cierto modo al impulso de un deseo: se desea fuertemente que ese algo sea verdad y se lo toma como verdad más allá de que se lo sepa falso (la falsedad en su evidencia no deja de suponer un escollo, pero no es un escollo insalvable).

            Las consecuencias de esta alteración radical se extienden sobre el periodismo, la historia, la literatura, la política. Y sobre el plano de la vida misma. Porque hay un aspecto que me intriga especialmente, y es ese en el que el dispositivo de la creencia entra en fricción con las vivencias personales concretas, con la evidencia de una constatación empírica. Un ejemplo: el de la cuarentena más larga del mundo. Los medios y las redes repiten y repiten esa formulación. El mundo es grande y por ende la comprobación puntual puede llegar a complicarse. Pero llama la atención, en todo caso, que personas que desde abril o mayo de 2020 salieron a pasear por la calle, o que a partir de junio o julio de 2020 se sentaron en una vereda de bar a tomarse una cerveza o un café, asuman como verdad fehaciente, a despecho de lo que efectivamente vivieron, que pasaron un año encerrados, todo un año metidos en sus casas. Otro ejemplo: personas que, en una tarde de tormenta en la ciudad, pueden asomarse y verificar que el agua sube sobre las veredas o que se anegan los túneles que pasan debajo de las vías del tren, se suman fervorosos, con genuina convicción, al grito desencajado de que “¡No se inunda más!”.

            Las verdades pueden llegar a dirimirse en dimensiones más complicadas, entreveros de hilos ocultos, tramas más sofisticadas que precisan interpretación. Me remito por eso mismo a estos casos que en definitiva no van más allá de una estricta comprobación inmediata, algo del orden de lo visto y vivido. Porque entonces resulta más claro este fervor de creer mentiras (no el de hacerlas creer, sino el de creerlas). Fervor que, irradiado hacia lo colectivo con tanta potencia y con tanta eficacia, no puede sino alterar profundamente las condiciones de circulación social de los discursos políticos (que de por sí siempre pusieron en juego diversas combinaciones de mentiras, verdades y ficciones). La seducción de la mentira (justo ahí donde, por tradición, seducía la verdad) arranca a la creencia de sus espacios más habituales: la persuasión, la demostración, la prueba, el convencimiento; para arrojarla resueltamente a un espacio diferente: el de la necia obstinación, la repetición mecánica, la chicanita agresiva, la emisión unidireccional, la estulticia.

            Yo no sé cuándo empezó entre nosotros esta tendencia que visiblemente hoy tanto se expande. Pero tiendo a rememorar aquella vez que Carlos Menem, presidente de la Nación por entonces, emitió aquel llamativo dislate sobre el cohete a Japón, la salida a la estratósfera, las dos horitas de viaje. Lo dijo tan campante, ¿y qué pasó? ¿Se creyó como verdad? ¿Se rechazó como mentira? ¿O se creyó como mentira? Nada sustancialmente distinto, en definitiva, a la extendida disposición a creer, en un grado de inverosimilitud no muy mayor, que un peso equivalía a un dólar, que se había dado un salariazo, que una revolución productiva se iniciaba, que la Argentina había alcanzado por fin su destino inexorable de país del primer mundo.
Buenos Aires, 1 de enero de 2022.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.




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AMIA. Enésimo intento de certificar la existencia de la supuesta Trafic-bomba que no fue más que un señuelo cazabobos


Encuentran nuevas pruebas que consolidan la hipótesis de Nisman del uso de una Trafic en el atentado a la AMIA

La Unidad Fiscal (UFI) que investiga el atentado a la AMIA encontró nuevos elementos que respaldan la hipótesis del fiscal Alberto Nisman de que se utilizó una Trafic como coche-bomba en el ataque terrorista de julio de 1994.
Los fiscales detectaron la existencia de restos metálicos que habían sido sustraídos del cuerpo de varias personas fallecidas en el atentado y, tras analizarlos, concluyeron que coinciden con piezas de la camioneta Trafic recogidas en el lugar y peritadas en 2002.
Los restos encontrados son esquirlas metálicas recogidas por los miembros del Cuerpo Médico Forense que realizaron las autopsias de las personas que murieron en el atentado, lo que quedó documentado en un video (VHS) rotulado “Autopsias” y recuperado el año pasado.(...)

No había terminado de subir la nota anterior cuando me llegó este despacho de la agencia Télam. Realmente, no entiendo como se puede creer sin más que los fragmentos metálicos hayan aparecido veintidós años después adentro de un balde en una dependencia de la Federal y no hayan sido manipulados. ¿Qué garantía hay de que no sean los restos de la Trafic hecha explotar en un campo de Azul por la Brigada de Explosivos de la Federal, involucrada  hasta la coronilla en el desvió de la investigacióny posiblemente también en la postura de las bombas (si no ¿por qué fue asesinado el bombero Alberto Cánepa Carrizo?) Es bueno recordar que según declararon en el juicio principal quienes eran jefes y subjefe de los Bomberos de la PFA al momento de los bombazos (los comisarios Omar Rago y Roberto Corsetti) el pedazo de motor que los israelíes iban a encontrar entre los escombros de la mutual al anochecer del lunes 25 de julio había estado antes, el martes 19 y/o el miércoles 20 en dependencia de la Brigada de Explosivos del cuerpo, en el Departamento Central de Policía, sobre la calle San José. Y que la Brigada, ya lo hemos dicho,  tiempo después hizo explotar una Trafic para “demostrar” que lo que había explotado en la calle Pasteur había sido una Trafic similar (aunque se hizo un video se omitió mostrar que la camioneta no se disolvió en el aire como pretenden que si lo hizo la que se habría estrellado contra el portón de entrada de la AMIA). Para no hablar del venal perito Osvaldo Raffo, el mismo que no encontró rastros de torturas en los cuerpos martirizados de Osvaldo “El viejo” Cambiasso y Eduardo “Carlón” Pereyra Rossi, secuestrados en Rosario en 1983, torturados  y asesinados por el subcomisario Luis Abelardo Patti y su banda. En fin: no hay peor ciego que el que no quiere ver.








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