02 noviembre, 2017

El relato económico del macrismo (Página/12)

Fantasías para justificar el ajuste

El déficit fiscal elevadísimo fue uno de los caballitos de batalla de la crisis asintomática del relato oficialista. El objetivo fue construir el necesario “incendio” que requiriera, como a principios de los 90, de “decisiones duras pero necesarias”. Para ello, el Gobierno alteró la metodología de contabilidad del déficit para casi duplicarlo respecto a la medición convencional. Del mismo modo que en las cuentas fiscales, en la medición de la pobreza también el Gobierno cambió la metodología para acomodar su discurso. Si no la modificaba bruscamente como lo hizo, el relato macrista se hubiera diluido significativamente.


CASH
10 de septiembre de 2017 · Actualizado hace 11 hs
INFORME ESPECIAL>
El relato económico del macrismo Por Sebastián Fernández y Mariano Kestelboim
Por Sebastián Fernández * y Mariano Kestelboim **

En una asombrosa entrevista, aún para los generosos estándares de los tiempos de Cambiemos, Graciela Fernández Meijide conversó con Oscar Martínez sobre política y coyuntura actual en su programa de la TV Pública. El actor fue recorriendo con esmero algunas clásicas letanías reaccionarias: la edad de oro de la Argentina, que se situaría durante la época de Onganía y la decadencia posterior, a manos de la Juventud Maravillosa que no lo sería para nada y, por supuesto, la calamidad más cercana de la larga noche K. Explicó estar escandalizado por la candidatura de CFK ya que todos sabemos que ella y los kirchneristas son culpables de múltiples fechorías, que según la entrevistadora “ni se toman el trabajo de desmentir”. Entre las calamidades heredadas, Martínez destacó “un déficit fiscal gravísimo, como el que dejó Galtieri después de Malvinas”. Se trata de un análisis propio de un repetidor del discurso dominante, carente de datos duros y lejano de la realidad. Un relato alimentado por economistas serios que recorren el prime time de la televisión nacional exagerando burdamente y sin sonrojarse sobre el supuesto enorme desequilibrio económico heredado. Aseguran que, por ejemplo, el déficit fiscal superaba en el último año K el equivalente al 8 por ciento del PIB y, como consecuencia de ese desastre, se debían aplicar calamitosas políticas que, paradójicamente, agravaron el déficit.

Según los cálculos de la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP), en 1982, el déficit del sector público fue equivalente al 11,36 por ciento del PIB de ese año, el peor de las últimas cuatro décadas. Equipararlo con el de 2015 es absurdo. Según la misma fuente, en el último año K, el déficit equivalió al 4,1 por ciento del PIB y, para el Instituto Argentino de Análisis Fiscal, el rojo representó el 3,9 por ciento del PIB. De hecho, la serie histórica publicada en la web de ASAP, en el período 1983 a 2002, revela que hubo 7 años en los que el agujero fiscal fue muy superior al de 2015 (1983, 1984, 1985, 1987, 1988, 1989 y 2001).

El déficit faraónico fue uno de los caballitos de batalla de la famosa crisis asintomática con la que tantos economistas serios anunciaron durante la última década un apocalipsis tan inminente como esquivo. Lo asombroso es que el propio gobierno actual desmiente no sólo a Martínez y a los analistas serios que se indignaron por ese drama durante años, sino que también refuta a ex funcionarios, inclusive con rango ministerial en el área económica, como Alfonso Prat Gay, quien denunció que el déficit primario de la administración nacional de 2015 “fue de 5,8 por ciento del PBI, el más alto de los últimos 30 años”, tomando en su tablero de comando esa premisa falsa, pero no tanto como sus colegas mediáticos. Y tampoco como Marcos Peña, quien fue más allá que el desplazado ministro y sostuvo que la herencia fue más pesada todavía. Según sus declaraciones, tuvimos un déficit fiscal “en torno a los 7 puntos”.

La exageración de Peña le valió una calificación de “engañoso” en el portal Chequeado. El medio corroboró que “el porcentaje mencionado por el Jefe de Gabinete responde a una metodología nueva que sobreestima el déficit y no se encuentra alineada con los estándares internacionales”.

Pobreza
O sea, al igual que en la medición de la pobreza, cambiaron la metodología para acomodar su discurso. En el caso de la pobreza eligieron una canasta con más cantidades de productos de consumo básico que la vigente antes de la intervención de Guillermo Moreno, para mostrar niveles más elevados. De acuerdo al análisis del investigador del Conicet, Daniel Schteingart, con el sistema actual de medición, en 2002, la pobreza hubiera alcanzado al 67 por ciento de la población, en lugar del 55 por ciento como surgía del resultado que se hacía con un Indec hasta ese momento inmaculado. Así, con la metodología previa al “flagelo K”, la pobreza en 2016 alcanzó al 23 por ciento, en lugar del 32 por ciento, como dice Cambiemos. Es decir, con la misma vara de medición, el kirchnerismo redujo la pobreza en 35 puntos porcentuales.

Mantener la metodología relativamente constante es lo que corresponde para poder hacer comparaciones consistentes. Pero, si no cambiaban el parámetro de medición bruscamente, el relato macrista se hubiera diluido significativamente. No tiene el mismo impacto mediático decir que “nos dejaron a uno de cada tres argentinos en la pobreza” que señalar que uno de cada cuatro atraviesa esa muy difícil situación cuando en 2002 más de la mitad eran pobres.

Déficit fiscal
Volviendo sobre los cambios metodológicos aplicados a la medición del déficit fiscal, la exageración es aún mayor. El gobierno, con la nueva metodología, consiguió casi duplicar el nivel de déficit exhibido respecto a la medición convencional.

No obstante, quedó en evidencia que el método de sobreestimación del rojo fiscal era solo para la platea local cuando debieron emitir deuda. Por caso, en el prospecto del “Bono Highlander” (a 100 años), el gobierno que supuestamente viene a dejar de hipotecar el futuro y nos condena a pagar intereses durante 100 años, no se menciona esa cifra aterradora de déficit de 2015; apenas un saldo negativo a nivel primario del 1,8 por ciento en relación al PIB y, contemplando también el pago de intereses de deuda, fue del 3,9 por ciento. Esos resultados surgen de medirlo como lo hace casi todo el mundo.

El nivel de déficit fiscal de 2015 no era mucho mayor que los que han tenido en el mismo año las mayores economías de la región. A nivel financiero, el de Perú fue del 2,2 por ciento, el de Chile (2,3 por ciento) y el de Colombia (3,0 por ciento). Y fue bastante más bajo que el de Brasil (9,2 por ciento). Paradójicamente, para los portavoces del oficialismo, esas economías suelen ser sus ejemplos de buenas administraciones. Las cifras del referido prospecto también son confirmadas por información brindada en el portal de la Subsecretaría de Programación Económica del Ministerio de Hacienda.

En un país habituado a las catástrofes mayúsculas, el kirchnerismo fue prolífico en dramas de letra chica, de formas, de modos, de procedimientos. El déficit fiscal es uno de esos ejemplos. El objetivo de la mencionada crisis asintomática fue construir el necesario incendio que requiriera, como a principios de los ‘90, de “decisiones duras pero necesarias” e incluso de la famosa “cirugía mayor sin anestesia” (por supuesto, siempre aplicada sobre miembros ajenos).

La crisis asintomática se alimenta de informaciones imaginarias pero, además, contradictorias. Las políticas kirchneristas generaron más pobres, como sostiene el incansable Oscar Martínez, mientras hacían que “la gente tuviera laburo pero sin saber que ese laburo era artificial”, como explicó Sergio Berensztein, entusiasta panelista de Animales Sueltos, y le hacían creer “a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”, como denunció Javier González Fraga, actual Presidente del Banco Nación. Es decir que los gobiernos de Néstor Kirchner y CFK aumentaron el poder adquisitivo de las mayorías a niveles no sostenibles a la par que empobrecían a esas mismas mayorías. El kirchnerismo era El Aleph.

Deuda
Asombra también que el cuco fiscal en pesos genere más temor entre nuestros economistas serios o el propio gobierno que el de la deuda externa, que se toma en una moneda que no imprimimos y cuyo pago ha generado todas las crisis que hemos padecido en los últimos 40 años. Y que, descontrolada la balanza comercial y la toma de deuda en dólares, las políticas aplicadas han provocado que, en 2017, se vaya a alcanzar el déficit de cuenta corriente (incluye, además de la balanza comercial, a las transacciones de servicios y rentas con el resto del mundo) más elevado, ahora sí, desde la última dictadura. Dicho déficit había trepado a cifras equivalentes al 6,2 por ciento y al 6,0 por ciento del PIB de 1980 y 1981, respectivamente, según el Banco Mundial.

Si se sostiene el ritmo de déficit de cuenta corriente del último trimestre registrado (enero/marzo de 2017), el saldo negativo superará los 27.400 millones de dólares. Es decir, en ese muy probable escenario, el rojo equivaldría a entre el 5 y el 6 por ciento del PIB de 2017. Sin cambios metodológicos, sería la peor marca desde 1981. Muy lejos del 1,5 por ciento de 2014 e incluso cerca del doble que el de 2015 (2,9 por ciento). Esos niveles de déficit locales habían sido relativamente bajos en comparación con los promedios de 2014 y 2015 del resto de las mayores economías de la región (Brasil (3,8), Colombia (5,8), Chile (1,8) y Perú (4,5)). Claro, de esta herencia, como la del desendeudamiento en divisas, ni una palabra.

Como cada vez que los vaticinios de nuestros economistas serios resultan fallidos, no hemos leído ninguna aclaración ni percibido cambio alguno en la política económica que, sin embargo, tomó ese diagnóstico equivocado para determinar las acciones a seguir.

El brutal déficit fiscal heredado fue una fantasía utilizada para justificar políticas de ajuste. De hecho, el manual de nuestros economistas serios les dice que el déficit fiscal siempre es la fuente de inflación. No les interesa que todos los países vecinos tengan también elevados déficits y baja inflación. Es un dogma.

El combate del déficit pareció no preocupar a la hora de reducir progresivamente hasta eliminar próximamente el impuesto a los bienes personales y las retenciones, sin que ello implique ningún compromiso de inversión y generación de empleo. Tampoco les tembló el pulso para derogar la devolución del 5 por ciento de IVA a las compras con tarjeta de débito.

El conjunto de las políticas empleadas, también en base a las estadísticas oficiales presentadas a los acreedores y expuestas en el portal del Ministerio de Hacienda, elevaron el déficit a un nivel equivalente al 4,5 por ciento del PIB en 2016, lo cual es un 45 por ciento superior al promedio de los dos últimos años de administración K.

Con la excusa de financiar el déficit, el gobierno también asumió compromisos de deuda en dólares hasta máximos sin precedentes a nivel internacional para una economía de un tamaño similar cuando tenía compromisos a pagar en pesos. Esa decisión de endeudamiento externo obligó, a su vez, al Banco Central a generar otra bola de nieve de deuda. Los dólares del exterior implicaron una emisión monetaria que luego fue absorbida con más deuda a través de la emisión de las Lebac, lo cual agrandó el negocio financiero a partir de un mayor e innecesario costo fiscal por el pago de intereses. Pero acá no se termina el cuento. El enorme déficit de cuenta corriente que se está generando y los compromisos externos ya asumidos obligarán a seguir emitiendo nueva deuda que sí deberá ser indefectiblemente en dólares. El refinanciamiento de la deuda externa implicará los conocidos condicionamientos de los acreedores financieros internacionales que siempre son bien representados bajo la figura del FMI, un organismo sediento de políticas de ajuste.

Pero tal vez lo que ocurra es que no es el gobierno, ni los economistas serios, ni Oscar Martínez quienes se equivocaron: fue la realidad

* @rinconet

** @marianokestel

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