23 enero, 2010

Los barrios...

En un barrio es dificil mantener un secreto, hay ojos y oídos en todas partes, las paredes oyen, los árboles miran. El eco de los rumores retumba en cada reunión, ya sea en un umbral o en un negocio. Todo se sabe, o acaba por saberse tarde o temprano.

La historia de Vito (es su apodo) se corría de boca en boca desde el verano pasado. Lo habían visto salir de un "amueblado", la antigüedad del término ya nos indica la edad de quien comenzó el rumor (¿o era verdad?). Rápidamente se fueron sumando datos, hay quien los vió en el shopping o quien, más prudente, creyó verlos pasar una tarde en un automóvil.

Claro, me faltó darles dos datos importantes: 1) Vito es casado desde hace veintiocho años, todos en el barrio recuerdan cuando celebró sus bodas de plata regalando habanos y bombones por el vecindario para compartir tanta alegría. 2) La joven con quien se lo ha visto era (o es todavía) amiga de su hija y no debe pasar los veinte años.
Hasta no hace tanto tiempo se quedaba a dormir en la casa con otras chicas en pijamas party imposibles de ignorar por los escándalos que iban desde la música a alto volumen a los gritos de madrugada, alcohol y porros.

Su mujer, Beba, había sido preservada de los comentarios malignos ya sea por cuidarla o por temor a su carácter irascible que ya había manifestado en varias ocasiones yéndose a los bifes y hasta se supo que lo echó a Vito de la casa amenazándolo con una cuchilla de carnicero, nunca se supo bien porqué. Pero eso fue hace tantos años, cuando muchos eran más jóvenes y briosos y el barrio era otra cosa, los vecinos en camiseta se quedaban hasta la noche hablando y tomado vermouth a pesar de los mosquitos y los chicos peloteabamos en la calle o jugabamos a la mancha. Se podí porque el transito era poco y los edificios aún no ensombrecían tan temprano la cuadra.

Algunos jovencitos hasta hace poco resistían al virtual toque de queda tomando cerveza en la vereda hasta bien entrada la noche y a la mañana había que recoger los restos de la farra: latas, marquillas de cigarrillos, algún preservativo y como era habitual, la caca de los perros que dejaban olvidada algunos dueños distraídos. Estos menesteres eran motivo de rezongos pero Beba cumplía su rutina con algo de placer porque siempre se encontraba casualmente con otras vecinas y además de ponerse al día podían llevar registro del movimiento horario de hombres y mujeres que iniciaban sus rutinas, así, sabían quien iba y quien volvía, quien se había quedado sin empleo o cambiaban de trabajo, si hasta tenían las primeras intuiciones de alguna separación!

Esa mañana de otoño era diferente y lo sería para siempre porque a la par de la rutina, de escolares, repartidores en los mercados y empleados madrugadores apareció la pintada en la casa de enfrente. Era un poco lejos y Beba se tuvo que salir de sus límites para intentar leerla, pero era evidente que los vándalos del aerosol se habían escabullido en la noche arruinando la pintura del comercio de enfrente. Como sin querer, distraidamente se apoyó en su vecina Laura y como quien no quiere la cosa charlando y barriendo se desplazaban. Ah! quedaron mudas al ver en su propia vereda, en su propio frente una leyenda que decía lo que nadie se animó a decir de frente: "Abusador, bufarra, vas a pagar" la brutal revelación-amenaza que al menos a Beba dejó pasmada, se le bloquearon las ideas y trató de no ver dando la espalda pero de enfrente le llegó un jab que la noqueó: "Tu mujer lo sabe?" alcanzó a leer antes de caer como una bolsa al suelo.
Desde esa jornada, ya nadie barre, bueno, a veces para las fiestas barre el marido o las hijas y Beba sale poco a la calle ni siquiera va al negocio del barrio por novedades, se dice que las pintadas fueron obra de la joven despechada, de su madre que se opondría a la relación y hasta se habla de un noviecito de la chica. Quien sabe si no fue alguna vecina que intentó ponerla sobre aviso... vaya uno a saber. Las habladurías tienen estas cosas, a veces son imposibles de contener y suelen ser irremediables, aunque en el fondo no sean otra cosa que la más pura verdad.

Texto: IXX

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