21 marzo, 2016

La corrupción de los otros

"Si se genera desde el Estado un Programa para cualquier objetivo, ¿es posible realizarlo sin nadie que los implemente, que los controle, que los supervise, que los mejore? Si se construyen escuelas, universidades, hospitales, juzgados, comisarías, ¿no son necesarias personas para hacerlo y para que funcionen? ¿El crecimiento demográfico no implica más necesidades sociales, para las cuales se necesitan más trabajadores?"

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lunes, 21 de marzo de 2016

EL HUMO DE LA CORRUPCIÓN

Por Roberto Marra*


Esa estúpida afirmación sobre la cantidad de empleados públicos, absolutamente adoptada por la gran mayoría de la población, es la construcción mediático-social más importante que han logrado realizar desde el Poder a lo largo de nuestra historia política-económica. En base a esto, no solo se justifican los despidos, con el obvio resultado de familias sin sustento económico, sino que se elabora una falsa teoría acerca de la "eficiencia" del Estado, con base en los conceptos neoliberales sobre la "productividad", parangonando al Estado con una empresa. Tampoco faltan esas tontas comparaciones con las economías familiares, ocultando las complejidades inmensas que conlleva el manejo de semejante estructura de gobierno.
Claro que se olvidan de contarnos algunos hechos importantes, tales como, por ejemplo: Si se genera desde el Estado un Programa para cualquier objetivo, ¿es posible realizarlo sin nadie que los implemente, que los controle, que los supervise, que los mejore? Si se construyen escuelas, universidades, hospitales, juzgados, comisarías, ¿no son necesarias personas para hacerlo y para que funcionen? ¿El crecimiento demográfico no implica más necesidades sociales, para las cuales se necesitan más trabajadores?
Con ese "cuento", repetido hasta el hartazgo, fabricaron un relato acerca de las corrupciones y/o prebendas permanentes promovidas (siempre) por los partidos y movimientos populares cuando llegan a gobernar. Cuando el gobierno de turno responde a los intereses del Poder Real, por el contrario, se borran del relato mediático todos los actos de corrupción. Que existen, y de dimensiones equivalentes a sus enormes capacidades económicas y financieras.
Por supuesto que resulta innegable la presencia de hechos de corrupción en cualquier estructura burocrática (estatal o privada), por ser uno de los resultados a los que nos termina llevando el sistema capitalista en el cual (sobre)-vivimos, por su tóxica carga de individualismo, paradigma básico que sustenta la posibilidad de dominación que el Poder Real tiene sobre nosotros.
La corrupción es necesaria, es imprescindible para el sistema capitalista. No puede existir un capitalismo “puro”, “idealista”, “sano”. No puede haberlo, porque la destrucción de los valores positivos, el desprecio por la solidaridad como modelo de relaciones humanas, le permite al sistema y a sus generadores fundamentales, el dominio absoluto de una sociedad que se mantiene en estado de sospecha permanente hacia el otro.
En el camino hacia el “perfeccionamiento” de esa cultura de la sospecha, las diferencias sociales juegan su papel trascendental, al proveer de “enemigos” necesarios para poder estigmatizar y sentirse así, parte de una clase a la que sólo están autorizados a soñar con pertenecer, pero que, en tanto, les sirve para sentir superioridad sobre otros, para ejercer poder sobre ellos, para definirlos como corruptos cuando les resulta necesario a sus intereses. Allí se cierra el círculo que los poderosos precisan para evitar el cambio estructural que muchos sentimos imprescindible, pero que les impediría (a ellos) continuar con su poderío absoluto.
Mientras tanto, nos llenan el “marote” con “la corrupción”, estudiadamente expresado a través de la omnipresente cadena de medios que constituyen parte primordial del sistema de dominación. Una vez más, la cultura es la manera de penetrar nuestras conciencias, de tal forma que no sepamos ver lo evidente ni distinguir lo esencial. Que no sepamos advertir la existencia de otros caminos, que inevitablemente nos llevaría a unirnos con nuestros iguales (o nuestros parecidos) para terminar con las injusticias. En definitiva, que no sepamos pensar.

*Secretario de la Asociación Desarrollo & Equidad

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