Estampas - El ejército en el desierto del siglo XIX
XLII
La noticia del fracaso de la expedición á los rancules era ya conocida en Buenos Aires, con los caracteres infortunados de un desastre espantoso. Se hacía subir á mil quinientos los muertos de sed, que eran dos, y se añadía la pérdida de toda la artillería, de la que una pieza y sus municiones fué en realidad abandonada cerca de la lagunita Providencia (1). Se conocía también la penosa retirada del Ejército de Operaciones del Sur, sobre la ceniza caliente de los campos quemados á su paso por el enemigo.
(1) Según los informes que me ha comunicado el teniente general Emilio Mitre y lo que reza su parte oficial, que puede leerse en el archivo del Ministerio de Guerra y Marina, legajo de marzo de 1858. Las pérdidas fueron: 1 cañón, 2 muertos de sed y cuatro de los seis perdidos. Dos salieron á la frontera: de los otros jamás se supo noticia.
En tales circunstancias el Gobierno consultó al coronel don Bartolomé Mitre y él fué de opinion que debían salvarse las fuerzas de los ejércitos del Sur y del Norte, haciéndolas retroceder á sus acantonamientos y rectificando la línea de Frontera, en algunos puntos estratégicos (I). De esta suerte, el coronel Mitre que había abierto en 1855 las operaciones de la sangrienta y desventurada campaña, las cerraba en 1858 interviniendo indirectamente en sus últimos dramas, con el desconsuelo de no haber encontrado elementos para realizar planes irreprochables y de ver al hábil y terrible Soberano de la Pampa al frente de un Imperio compacto y de una fuerza relativamente colosal, cuando Buenos Aires marchaba á la guerra civil.
(1) Carta del Teniente General Bartolomé Mitre al autor.
XLIII
La guerra sin cuartel con la Dinastía de los Piedra había sido para Buenos Aires de desastres y de horror; y es forzoso señalarla como uno de los elementos primordiales de la crísis social y política, que produjo la derrota de Cepeda. No había sufrido, en efecto, únicamente la zona fronteriza, expuesta á la irrupción de la barbarie: el sacudimiento era social y afectaba el organismo completo de la Provincia. En toda ella se soportaba con repugnancia extrema el reclutamiento constante de contingentes, para cubrir las bajas de los ejércitos derrotados, ó para formar los nuevos cuerpos, que las circunstancias reclamaban. La arbitrariedad de las autoridades, poco medidas de la campaña, había abierto en los hogares incurables heridas, con el ejercicio de la terrible facultad de destinar al servicio de las armas. Las vacas declaradas más ó menos artículo de guerra y prohibida su exportación por decreto gubernativo de 1857, casi desaparecían del mercado como elemento de cambio. Los caballos no eran para el vecindario de la Provincia una propiedad. La Frontera los devoraba á millares. Los jueces de paz de cada partido estaban obligados á mantener invernadas y dar cuenta puntual y mensual al Ministerio de la Guerra (I). Los comandantes en jefe de las fronteras pasaban á los jueces de paz la lista de regimientos completos que habían desertado; y estos funcionarios se negaban á aprehender á los centenares de desertores, ya por falta de autoridad y de fuerza para apoyarla, ya por no hacer sentir al pueblo mayores angustias. Los jefes indignados y alarmados de una impunidad que fomentaba el desbande escandaloso de sus tropas, elevaban el caso en queja al Ministerio de la Guerra, y éste era impotente para remediar el mal completamente orgánico (2).
(1) Archivo del Ministerio de Guerra y Marina. Legajos de 1857 y 1858.
(2) Archivo del Ministerio de Guerra y Marina. Partes del General Hornos y otros jefe •. Legajos de 1858. Callvucurá
La administración militar era deplorable, como consecuencia del estado social de un país que salía apenas del caos de la tiranía. Calvo clamaba desde La Reforma Pacífica contra los millones que costaba la guerra, anunciando que según los cálculos, cada soldado comía un novillo al día y gastaba cincuenta camisas al año!
Al profundo malestar de toda la Provincia, que de variadas maneras se hacía sentir en la atmósfera del Gobierno, se asociaba el grito desgarrador de las familias de la Frontera y de mil voces varoniles, que clamaban por la paz con los salvajes, resueltas á contribuir con todo lo que fuera necesario al pago de los tributos. Preferían los pobladores fronterizos sacrificar la fortuna del presente y del futuro, para salvar siquiera el pudor de las mujeres! ¡De tal manera sombrío era el pasado y aparecía el porvenir! Efectivamente, tres ejércitos, organizados á costa de inmensos sacrificios, según las declaraciones del coronel Mitre en el Senado, habían sido estrepitosamente derrotados en las batallas campales de Sierra Chica, Tapalquen y Pihué, con pérdida de dos mil quinientos hombres entre muertos y heridos durante todos los accidentes de la campaña; la expedición de Granada había fracasado, la del coronel Mitre retrocedía envuelta en escenas de pavor; la tropa de línea profundamente desmoralizada abandonaba las filas con escándalo; la Guardia Nacional prefería, cobardemente la vergüenza y la deserción á reunirse y cruzar lanzas con el indio, cuyos alaridos la aterraban; los vecindarios huían en masa despavoridos, sin aliento ya los hombres para defender siquiera á las mujeres y á los niños de los horrores de la cautividad; los jefes más prestigiosos, valientes y capaces estaban desconcertados y vencidos; los elementos de todo género escaseaban; la guerra civil incendiaba los horizontes del Norte, como el fuego de una centella, y los indios se concentraban en Salinas Grandes victoriosos y más fuertes que jamás, desde Mendoza y Garay hasta nuestros días, con quinientas mil cabezas de ganado y alrededor de mil cautivos por botín! ...
Estanislao Zeballos, Callvucurá
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La vuelta al fortín de Huergo, AI optimized
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