22 julio, 2015

El Sr. Samsa


Ya hacía años que había cambiado su ciudad Paraíso por la moderna Metrópoli. Arrasatraba algunas molestias de aquella etapa, una leve renguera, la falta de algunas piezas dentales (algo muy frecuente entre la mayoría de los conciudadanos), casi no presentaba cicatrices y tenía la mayor parte de su cabellera. Se podría decir que su aspecto no difería edmasiado del ciudadano medio.
En los últimos tiempos se le notaban en el cuerpo como muescas los recuerdos de batallas cotidianas, las dolencias renales se volvieron habituales a tal punto que daba vueltas en la cama casi toda la noche buscando el lado favorable del colchón, se acostumbró a beber mucha agua todos los días para evitar esos temibles cálculos que todos le presagiaban. Dejó de ejercitarse a causa de los dolores en el pie que le hacían caminar defectuoso y el sedentarismo le fue aflojando los músculos a punto de cambiar por colgajos las partes donde antes hubo alguna fibra que pudiera lucir en malla durante los veranos en balnearios familiares.
Se volvieron frecuentes los ataques al hígado, cualquier cosa le provoccaba una crisis, podía ser ago picante, frito, algún alimento fuera de casa con esas grasas saturadas indigeribles o a menudo la predisposición al malestar que genera el estress porque también es cierto que la Metrópoli tiene tiempos que le son propios y poco adecuados a las personas comunes, cuando muchos se adecuaban mediante el consumo legal o prohibido de ayudas farmacológicas, Samsa aún confiaba en la fuerza de su espíritu para sostenerse y para sostener las contradicciones en sus interior. Esa fuerte tozudez que alimentaba a diario su usina de ideas indisolubles, su combustible gris que lo mantenía entre la resistente cordura y la inevitable enajenación.
Metrópoli agrede permanentemente desde varios flancos y es casi imposible permanecer indiferente. Ciertamente que se puede lograr la adaptación natural, pero es un proceso evolutivo que lleva más tiempo del que cualquiera puede transitar en este mundo. Así, se fue marcando en su anatomía y en su psiquis con cicatrices de toda índole. Se le desprendió un hombro que le dejó el brazo derecho como un colgajo ortopédico bamboleante, casi inútil y hasta se podría decir, un estorbo hasta para las tareas más simples como viajar en metro o colectivo, abrir una puerta o alzar un misero vaso de agua. Una antigua dolencia a mitad de los dorsales le limitaba la movilidad en su espalda y le impedía hacer grandes esfuerzos o ensayar un entrenamiento liviano en el gimnasio y hasta a veces le hacía proferir unos gritos desesperados la sola acción de intentar levantarse de la cama. Pero solo en esos terribles días de humedad que a causa del cambio climático que mito o realidad recordaba cada vez que la humedad le hacía sentir la osamenta y como un mantra liberador insultaba al aire por las corrientes del Niño y de la Niña, los gases de efecto invernadero o los hijos de puta que no firmaron el protocolo de Kioto.
Su vista ya venía degradándose desde que cruzó la fronteras de los cuarenta años, y un  ojo, el izquierdo se volvió propenso a sufrir unas horribles manchas que a modo de síntoma de pánico le volvían con cada pico de estress limitándole la visión al punto de dejarlo tuerto por meses. Imposibilitado de hacer trabajos de precisión y con miniaturas. Se volvió hacia el mundo de lo inmediato y más tangible, un materialista de todo aquello que pudiera alcanzar con facilidad sin mayores complicaciones y abandonó algunos pasatiempos de concentración y minuciociosidad.
Así aprendió a delegar algunas responsabilidades y mirar a su interior, con algo de indiferencia pero al fin, en una búsqueda de un otro yo que ahora más que obligatorio se volvió necesario. Las lecturas y la música acompañaban sus buenos momentos y se dedicó a escribir con mayor frecuencia, ¿porqué no hacer aquello que más me gusta ya que no puedo hacer todo lo que quiero? Introspección, autoexamen, cerrazón, quien sabe por cual de esos caminos haya redescubierto el tiempo de las charlas, de escuchar todo lo posible, de disfrutar de un buen vino, un whisky o un tabaco cuando no del aire fresco y de la lluvia en la cara, a mirarse en el espejo y encontrarse con alguien nuevo cada día ¿quién sabe mañana lo que nos puede deparar la fortuna?
Después de todo la ciudad sigue allí y no podemos moverla, y quien sabe: ¿conmoverla?

IXX (dic2012/abr2013)


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