22 julio, 2015

Una mujer cubana llora (sobre la libertad)

La mujer habla ante la cámara de "Seis mil millones de otros", Mira en silencio de frente y se le humedecen los ojos. Prefiere hacer silencio. Se abstiene de hablar cuando se le pregunta por su idea de libertad... (son los primeros años del siglo XXI).



Leo en una encuesta de los últimos años que a la hora de asignar una puntuación a una serie de temas de interés en los estados unidos la gente asignó cien puntos en una escala de uno a cien al grado de libertad y otros cien a la economía y por supuesto hay más pero no son el tema aquí. La cuestión es que un país donde se prohíbe marchar con estandartes rojos, donde es delito profesar ideas de izquierda (socialistas), donde la gente pobre se muere por no poder acceder a un simple trasplante de riñón, donde se persigue como en el macartismo o se encierra a toda una colectividad como les ocurrió a la colectividad japonesa durante la segunda guerra mundial. Y hay más: en tiempos de las telecomunicaciones inmediatas las transmisiones se retrasan "para cuidar al ciudadano", es decir que hay censura previa; el racismo es una evidencia cotidiana que se palpa en las calles y se simula en los medios, donde la educación es inaccesible para la mayoría, la pobreza supera el 30% y podemos seguir enumerando cuestiones que para otros habitantes de este mismo mundo hacen a la libertad. Pero el eje central es preguntarse en qué creen los estadounidenses y por porqué lo creen. Frente a esto la triste convicción de la mujer cubana.
Me pregunto, que es lo que se cree, porqué se lo cree, cómo se forma y se conforma esa fe. Indudablemente las percepciones son absolutamente personales y la felicidad de las personas debe medirse por la correspondencia entre sus creencias y sus realizaciones, no hay medidas objetivas. 
Entonces habrá que ver si hay puntos comunes entre una fe y la otra, ver si se desea lo mismo en distintas regiones o si se ha homogeneizado el deseo aun a pesar de las diferencias.
Es bastante común que veamos gente vestida de manera absurda para ciertas zonas geográficas, no más observar esos rituales a la Pachamama con peregrinos encasquetados en gorritas de beisbol para notar que algo no cuadra.
Es importante destacar que ese deseo y su configuración están en manos de comunicadores que de los modos más insólitos llevan mensajes culturales y arman el nuevo ser de alcance mundial. Estamos frente al intento incesante de la configuración del ser universal, único y homogéneo.
La cuestión es que el estadounidense medio esta feliz con su situación, sea consciente o no, se siente libre. Aunque hay más de treinta millones de pobres en EEUU y que en Cuba no hay analfabetismo en el siglo xxi estos datos parecen importar bien poco a la hora de pensarse y de sentirse.
Sí un ciudadano se siente de una determinada manera poco importa que las estadísticas digan otra cosa. Una opinión es discutible y hasta refutable pero no una sensación porque lo que uno siente es absolutamente subjetivo y por más que puedan equivocarse las subjetividades, hay terrenos en los cuales no se las puede discutir.
Habrá que buscar en otras formas el origen de estas percepciones y la comunicación, las modernas ideologías, el imaginario universal construido en el intercambio principalmente con la propaganda tiene mucho que ver.
Se trata de la globalización de nuestros deseos. Ni más ni menos.

Ixx-2014

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