Estampas - Liberación de esclavos en Entre Ríos 1853
URQUIZA OTORGA LA LIBERTAD A LOS ESCLAVOS
1853
No, podían ocultársele al general Urquiza las dificultades que ofrecía la manumisión de los esclavos restantes, y se propuso dar un corte definitivo a la cuestión, perjudicando gravemente a los propietarios, fue así que ordenó la reunión de todos los esclavos en el Cabildo de Santa Fe, haciendo entregar a cada uno su acta de liberación con un pasaporte que le permitía embarcarse de inmediato en cualesquiera de los navíos anclados en el puerto… Tal medida tuvo el carácter de un «sálvese quien pueda», general. Dama hubo, propietaria hasta esa mañana de treinta o cuarenta sirvientes, que se vió obligada por la noche a trabajar ella misma en la cocina para prepararse el sustento, y se dió el caso de algún estanciero en cuyas chacras trabajaban hasta cien esclavos, que se encontró solo y abandonado por sus peones, de un momento a otro. En pocas semanas los ganados invadieron los sembrados y arrasaron las plantaciones. Los propietarios abandonaron entonces las estancias y campos cercanos a la ciudad y los indios se aprovecharon para dar buena cuenta de todo. Huelga decir que los esclavos viejos, cojos o inválidos no pensaron en acogerse a la libertad que les brindaba el general Urquiza. Permanecieron junto a sus amos y fueron amparados y cuidados por ellos hasta la muerte, como lo hemos visto con nuestros propios ojos en casa de algunas familias amigas. También se dieron casos impresionantes de afección y recíprocos sacrificios. Así, doña Carmelita L…, hija de un caballero que se vió arruinado por las guerras civiles y por la primera manumisión de esclavos, no tenía sino una esclava cuando se produjo la resolución de Urquiza. Esta esclava abandonó a su ama dejándole dos hijos muy pequeños, un varón y una niña. Para doña Carmelita, señora entrada en años y de salud quebrantada, la madre esclava significaba una ayuda y los pequeños una carga. Sin embargo, se encargó de la crianza de estos últimos, sin una queja, solícitamente, maternalmente, costeando el mantenimiento de las criaturas con labores de aguja que hacía vender en la ciudad. Algunos años más tarde, doña Carmelita, ya vieja y afectada por una grave dolencia, fué cuidada con la mayor fidelidad por los dos hijos de su antigua esclava. La muchacha, Melitona, mulata blanca de una rara belleza, trabajaba de planchadora y su hermano de carpintero. Ambos llamaban El Ama a doña Carmelita, y hasta el fin de sus días la rodearon de los más tiernos cuidados. En esas circunstancias conocimos nosotros a esas tres personas, unidas por lazos de cariño y abnegación, como consecuencia de los extraordinarios sucesos a que me he referido. Hubo otros esclavos que dejaron a sus amos y volvieron atormentados por los remordimientos algún tiempo después; entre esos arrepentidos se contaban mujeres que reaparecieron en casa de sus antiguos dueños al cabo de cinco o seis años con tres o cuatro rapaces, pidiendo ser reintegradas en la familia y protestando que las habían abandonado sus maridos. Para los que fueron sus amos, ahora empobrecidos o en situación no muy holgada, tal admisión constituía una carga, pero la aceptaron con el buen corazón y el espíritu generoso, innatos en las poblaciones de raza española.
Para la mayoría de las familias, la liberación de los negros ha significado una completa ruina, agravada frecuentemente por la coincidencia de la vejez y de las enfermedades. Conocemos varias personas ancianas y de noble ascendencia, que viven recluidas en sus casas antiguas, muy señoriales, pero ruinosas. Nunca se quejan y sobrellevan su pobreza con una resignación llena de dignidad. Hasta ahora han podido subsistir vendiendo, una tras otra, sus lindas joyas antiguas, pero el día que se desprendan de la última perla y del último brillante para comprar el pan cotidiano, estas gentes, que no han obtenido compensación alguna por los sacrificios exigidos, se encontrarán en la más completa miseria.
Es el caso de decir, también, que la esclavitud en estos países, no revistió nunca los caracteres de dureza y crueldad que ofrece en los Estados Unidos. Los españoles han sido siempre buenos amos, muy diferentes a los portugueses, sus vecinos en el viejo y nuevo mundo. La raza americana-española sabe conciliar el orgullo, la dignidad personal, con una bondad llena de sencillez, de generosidad, de compasión, amén de ciertas costumbres igualitarias con los inferiores.
LINA BECK-BERNARD.
(Estampas del pasado, José Luis Buseniche).
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