Estampas - Caballos cimarrones en el Río de la Plata

«En la misma sesión se presentan los primeros hierros para marcar animales; los primeros que registran las actas del Cabildo. Uno es del general Juan de Torres Navarrete: “hierro de herrar ganado que es tal como éste”, una letra “G” con una línea vertical que la corta por el centro. A continuación, se considera y aprueba el presentado por el alguacil mayor, Francisco de Areco: “un hierro de herrar que es éste”, una lira. La primera marca de ganado de la que hay constancia corresponde a Francisco de Salas, quien en el acuerdo del 8 de mayo, antes citado, solicitó ser recibido como vecino de la ciudad, pues decía: “tengo voluntad de servir a Su Majestad en la ciudad como vecino de ella, y para que como tal se me guarden las preeminencias que a los demás vecinos”. El cuerpo capitular lo recibió “conforme a las ordenanzas de Su Majestad”.

Ilustración: Caballos por Florian Paucke, jesuita.

Salas había llegado al Río de la Plata en la expedición del adelantado Juan Ortiz de Zárate (1573), se radicó en Santa Fe y fue regidor en el Cabildo de la ciudad (1577). Días después de la solicitud señalada, el 19 de mayo, Salas presenta y solicita la aprobación de “un hierro de herrar que es tal como este que está aquí en testimonio de verdad”. Como en los casos anteriores, fue registrado. De esta manera, tenemos noticia de la primera presentación de una marca distinta de propiedad de ganado en la ciudad; fecha y nombre de quien lo hizo, aunque no de la forma o dibujo correspondiente. Detengámonos ahora en el acuerdo del 16 de octubre, en el que los capitulares vuelven a tratar sobre el ganado. La sesión toma una derivación inesperada, pues mientras, con la presencia del teniente de gobierno, capitán Hernando de Mendoza, se consideran asuntos diversos, llega el P. Pablo de Velazco, de la Orden de la Merced, con un poder que lo autoriza a viajar a Roma y a Castilla para tratar asuntos relacionados con su Orden, vinculados a la redención de cautivos. Como debe contar con la aprobación del Cabildo, se da lectura a la presentación de la que es portador y, enterados de sus términos, “unánimes y conformes” los diputados dijeron: “que en lo que toca a los mostrencos como trata el poder que trae el dicho Fr. Pablo Velazco, en esta ciudad a la sazón no hay ninguno”. Se niegan a admitir que el ganado que se halla en la vasta extensión de la pampa carezca de dueño, como se afirma en el poder otorgado al religioso. Los miembros del Cabildo explican al sacerdote por qué consideran lo expresado. Según destacan: “cuando los conquistadores vinieron a estas provincias en la armada de don Pedro de Mendoza, ahora cincuenta y cinco años, estuvieron poblados en este asiento de Buenos Aires cinco años, y cuando se despobló y se subieron a la ciudad de Asunción dejaron aquí ciertas yeguas y caballos, de las cuales han producido mucha cantidad”. Observemos que llaman “asiento”, no “ciudad”, a lo establecido por Mendoza, y que no indican cantidad al referirse al ganado que quedó en la tierra: “dejaron aquí —dicen— ciertas yeguas y caballos”. Explican que “los hijos de los conquistadores y pobladores han venido y vinieron a su costa y misión, sin ayuda de nadie, con sus armas, caballos y ganado, a poblar de nuevo esta dicha ciudad y Puerto de Buenos Aires, y a conquistar los indios rebelados de la tierra donde están los caballos”. La exposición es clara: los hijos de los europeos que llegaron con Garay desde Asunción lo hicieron por propia voluntad y cargo, trayendo sus armas, caballos y ganado para establecerse en una nueva ciudad, “sin ayuda de nadie”. Llegaban a poblar y conquistar la tierra ocupada por indios rebeldes, donde se hallaban los caballos que se reprodujeron de aquellos que quedaron al desmantelar el asiento fijado por don Pedro de Mendoza. Para demostrar que el mantenimiento de los animales recibidos no era fácil, dice el acta: “cada día tienen guerra con los indios; por donde les pertenece a los dichos hijos de los primeros conquistadores ser suyos y gozar de los caballos cimarrones, como a gente que de sus padres lo heredaron, y sustentan la tierra a su costa y misión, sin ser ayudados de Su Majestad”. En este párrafo aparece una voz americana: cimarrón; con ella se designaba a los animales y esclavos negros que huían al campo y se hacían montaraces. El ganado que poblaba la pampa no era mostrenco, como expresaba el poder de Fr. Velazco, sino cimarrón. Esto en cuanto a los caballos. “En lo que toca a las vacas que dice ser mostrenca —prosigue el acta—, en esta ciudad no hay ninguna porque todas son de los vecinos de esta ciudad, que si han dejado por descuido de herrar algunas, se han aplicado a San Martín, nuestro Patrón y abogado, y a su casa, que es capital de esta ciudad, porque de otro pueblo no entra aquí ganado ninguno, ni puede entrar”. Esta indicación de descuido, aplicada al hecho de mantener sin marcar las vacas que se hallaban en el campo, es un justificativo de la condición de ganado cimarrón, no mostrenco. Con las vacas sucedería lo mismo que con los caballos: ganaron el campo y se reprodujeron libremente. Las que nueve años atrás trajeron desde Asunción del Paraguay, junto a otras procedentes de la metrópoli, se reprodujeron con gran fecundidad y se extendieron por la pampa. Ya en esos años no era fácil saber de quiénes eran unas y de quién otras, aunque se prepararan marcas de propiedad, se legalizaran y se enviara a mancebos e indios a marcar las que lograban enlazar. Mientras tanto, las que andaban sin marcas eran del Santo Patrono. La primera noticia sobre las vacas que se trajeron al territorio se debe a Ruy Díaz de Guzmán en su obra *La Argentina*. No precisa la fecha, pero se deduce por los personajes que se nombran que debió suceder a mediados del siglo XVI. Dice que al regresar a Asunción el capitán Juan de Salazar, en su calidad de tesorero de la armada de Juan de Sanabria, llegaron en ella desde la costa del Brasil el capitán Ruy Díaz Melgarejo y, entre otros hidalgos portugueses y españoles, los hermanos Vicente y Escipión Goes, hijos del lusitano Luis Goes, y agrega: “éstos fueron los primeros que trajeron vacas a esta provincia, haciéndolas caminar muchas leguas por tierra y después por el río en balsas”. Se trataba de siete vacas y un toro —que no debieron ser los únicos vacunos que se desembarcaran por entonces en esta región del Plata, aunque no haya aparecido hasta hoy una información precisa sobre el particular—; de ellos nacieron los que en los siglos siguientes poblaron la pampa. Debe también tenerse en cuenta el lote de ganado vacuno que Juan de Garay condujo al litoral cuando en 1573 salió de Asunción a fundar la ciudad de Santa Fe, además de lanares, yeguarizos y caprinos, al fundar la Ciudad de la Trinidad y Puerto de Buenos Aires.


Fuente: Hector A. Cordero, El primitivo Buenos Aires. Ed. Plus Ultra 1986.


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