LORENZO DEUS - Cautivo de los indios II

Memorias de Lorenzo Deus, cautivo de los indios
Parte II/IV


Cuando me encontré en tierra civilizada tuve intención de evadirme, y no tenía más que bajar el rebenque al parejero en que iba montado y haberme internado para el lado del Este y en menos de quince minutos hubiera quedado en libertad, pero no lo hice porque en la Pampa tenía un idilio naciente que parecía que con un hilito me tiraban del corazón, a pesar de las doscientas y tantas leguas de distancia que me encontraba de la fascinadora. Era pues una simpatía inocente entre dos corazones cándidos en razón de la poca edad que contábamos entonces. Se trataba de una princesita hija de un cacique y era la flor más encantadora de aquellas regiones pampeanas. Pudo más el amor de ella que la libertad que en esos preciosos momentos me brindaba la oportunidad, y regresé para la Pampa junto con los indios invasores y sublevados de Sierra Chica.

Al poco tiempo de llegar yo a la Pampa murió mi simpatía envenenada por unas brujas, que fueron quemadas vivas, hecho que más adelante relataré. En esa época recién se había comenzado a extender la línea de fortines, para impedir las invasiones de los indios y creo que fue por el año 1876 dicha invasión y sublevación.

Arte: Oteadores: el factor sorpresa era decisivo para triunfar en esta clase de guerra.


Como a 40 leguas al Oeste del Azul le salieron al paso alrededor de diez batallones de línea para pelear a los indios y recuerdo que llegaron estos últimos en una tarde cerca de entrarse el sol y los batallones cubrían una inmensa extensión de campo de Norte a Sur para interceptar el camino huellado que seguían los indios.

Los salvajes no se animaron a atropellar esa tarde, porque tenían miedo y quedaron acampados atrás de un cordón de Médanos. Montados en sus caballos se lo pasaron toda la noche, pues temían que esa noche fueran sorprendidos o asaltados por el ejército que estaba como a cinco cuadras.

Cuando amaneció se vio que el frente estaba despejado o libre, pues los batallones se habían dividido en dos cuerpos, una mitad se había corrido hacía el norte y la otra mitad hacía el sur, dejando una abertura franca en el centro como de 20 cuadras.

Entonces comprendieron los Indios que se les tenía miedo también para librar batalla y tranquilamente al galope largo de los caballos pasaron por el trecho dejado para que escaparan y se internaran para la Pampa llevándose todos los cautivos y 130.000 animales yeguarizos, dejando 170.000 vacas por ser lerdas éstas para arrearlas. Hasta todas las familias indias de la tribu sublevada se salvaron no obstante que muchas de éstas iban con sus hijos pequeños llevándolos hasta de a tres a la grupa de un solo caballo.

Arte: China junto al fogón.


Cuando toda la indiada había concluido de pasar, recién los batallones dieron señales de vida y se apresuraron para correrlos de atrás porque vieron que disparaban los indios sin conseguir siquiera herir a ninguno de éstos a pesar que se sentían silbar las balas de los rémingtons por encima de las cabezas de los indios y de la mía, es decir más bien parecía que daban tiros al aire para que dispararan cuanto antes.

Yo supongo que las fuerzas del ejército no quisieron librar batalla para evitar efusión de sangre. También era lástima haber desperdiciado esa preciosa oportunidad de haberlos peleado allí donde estaban todos los indios de lanzas reunidos que era seguro que todos éstos hubieran sido aniquilados y en esa batalla hubiese quedado resuelto el problema de la conquista del desierto.

He visto algunos relatos de la expedición a La Pampa de que algunos jefes de frontera comunicaban el gobierno que no podían alcanzar a los indios para pelearlos porque llegaban con los caballos cansados y con los recados al hombro. Todo esto han sido puras excusas para tener motivo de disculpa. Lo que ha habido siempre ha sido el sacarle el cuerpo para no librar batalla campal con los indios sobre todo cuando se trataba con un número crecido de éstos como el que más arriba refiero pues tan cansados estaban los caballos de los soldados como los de los indios y eso de recados al hombro eran palabras fantásticas para alarmar a la opinión pública y hacer poner en ridículo al gobierno. Nadie ignora que en aquellos campos vírgenes abundaban los excelentes pastos engordadores y los animales estando bien alimentados no se cansan así nomás. Cuando yo formé parte durante 14 años de la demarcación Argentina de límites con Chile he cabalgado en una sola bestia por temporadas de 5 y 6 meses consecutivos, alimentándose dicho animal sólo cuando se acampaba con pasto del campo y al terminar la temporada se encontraba la citada bestia en un buen estado de gordura y nunca se me cansó. Es cierto que andábamos a marchas moderadas, pero cuando los indios pasaban la línea de fortines y regresaban después de haberse internado hasta las poblaciones ricas en ganado demoraban más de un mes en volver a pasar por la citada línea de fortificaciones en marcha para la toldería, teniendo tiempo suficiente las fuerzas para concentrarse y esperarlos con los caballos descansados.

Probablemente habrán habido motivos poderosos para evitar de librar batalla en ese encuentro, pues yo me encontraba entre las fuerzas indígenas.

Como un año después yo tomé parte en otra invasión que se organizó para invadir por la provincia de Buenos Aires. El total de los indios armados a lanza y honda resultó de más de diez mil, según cuenta que presencié.

Al llegar a Pichi Carhué al Oeste de Guaminí, el capitanejo Pincen, indio éste de gran fama de guapo y peleador, se adelantó del grueso de la indiada con más de 200 indios que lo acompañaban -de pura fantasía- e iba a cuatro leguas de distancia cuando se encontró con 20 soldados del ejército argentino que andaban de servicio de patrulla. Estos valientes soldados allí mismo en el encuentro, le aceptaron batalla a los 200 indios y del combate resultaron 28 indios muertos y muchos heridos y los demás fueron completamente derrotados.

Al llegar el grueso de la indiada al lugar donde tuvo lugar la batalla yo vi a los soldados que se retiraban al trote de sus caballos por la falda de una loma, y los indios no se animaron a pelearlos nuevamente para vengar a los salvajes muertos.

El cacique Namuncurá y los capitanejos que venían como jefes del malón se reunieron allí mismo y resolvieron suspender la invasión y regresar a sus guaridas, porque dijeron, que, si desde el principio ya habían sufrido una derrota, era seguro que más adelante tendrían un revés fatal si intentaban penetrar a través de la línea de fortines para invadir como a 100 leguas a la espalda de éstos. Este hecho tendría lugar por el año 1877 y después de esta tentativa los indios no se animaron a invadir más a las poblaciones argentinas porque la línea de fortines estaba ya bien organizada hasta que fueron completamente reducidos los indios a principios del año 1879, fecha en que fui rescatado.

Al poco tiempo de regresar yo a la toldería de la invasión de 1876, murió mi simpatía y dicha muerte se la atribuyeron a dos indias que las tildaban de brujas, quienes fueron quemadas vivas en una hoguera. Esta hoguera se preparó entre dos árboles de cuyas ramas las descolgaron con unas sogas, atadas de la cintura y las dejaron caer sobre las llamas del fuego.

Era un espectáculo desagradable y horroroso ver aquel cuadro espantoso. Las brujas saltaban para todas direcciones como pruebistas en los trapecios cuando fueron puestas en las llamas de la hoguera, hasta que se cortaron las sogas con el fuego y cayeron en las brasas donde se carbonizaron. Esta ejecución fue ordenada por el cacique y padre de la princesita muerta.

Las brujas daban el veneno en las comidas a las personas que querían hacerles mal, pues es costumbre entre los indios que cuando se visitan, se obsequian con comidas.

Dicho veneno se depositaba en la hiel del envenenado, inflamándose la citada vesícula biliar haciéndose una muerte inmediata. Las personas mayores mueren a los 6 meses y las menores a los 3 meses de la fecha que les hubiesen dado el veneno.

Las brujas cuando no pueden matar directamente a las personas que odian se vengan indirectamente con algunos de los seres queridos de éstas a fin de causarles espiritualmente aflicciones y penas en sus sentimientos más íntimos y con este propósito envenenaban a veces al padre o al hijo o al hermano, o algún amigo de aprecio íntimo de las personas odiadas para así saciar su perversidad dichas brujas.

así yo también vine a ser una víctima inocente porque para causarles aflicción a las personas que me estimaban procedieron las brujas a envenenarme, pero no surtieron efecto sus maldades cuyos detalles los narro en el capítulo que va a continuación.

Los motivos de las maldades de las brujas a veces no eran más que simples envidias; sólo porque veían a una persona que disfrutaba de una relativa felicidad era causa suficiente para que desplegaran sus acciones de maldad matando a dicha persona o en su lugar a cualquiera otra de intimidad de ésta.

Por un lado los indios tenían razón de aplicarles penas ejemplares a las brujas -como lo que refiero al principio del presente capítulo-.

Debo advertir que las brujas, sólo con una mirada o acción con las manos, o maldición, o aun tocando a la persona que odian, no pueden alcanzar a hacerle daño a ésta, el mal lo hacen únicamente dando a tomar por la boca el veneno que ellas preparaban ya en la comida o en el agua, o bien inyectándolo por la superficie del cuerpo con algún instrumento, pero las brujas de allá no conocían estos instrumentos.

De modo que cuidándose las personas de no aceptar las comidas o líquidos que se les ofrecían en las casas sospechosas estaban libres de ser envenenadas.

También se valían las brujas de los chicos u otros individuos como criminales inocentes para hacer dar el veneno a las personas que querían causarles la muerte, y en cuanto a lo que se cree, de que las brujas tienen poder de dar a las personas que odian algún ingrediente para que queden enfermas o inutilizadas por mucho tiempo o toda la vida no es cierto, pues el único mal que hacen las brujas es matar con sus venenos en un tiempo relativamente corto como lo refiero más arriba, en razón de haberlo yo presenciado muchas veces y haber sido también una de las víctimas de esa perversidad.

Tocóme a mí haber sido envenenado con brujerías y fui salvado por una china curandera. Fue gracias a que comenzó con tiempo el tratamiento de la curación pues estando avanzado el periodo del mal no hacen efectos los procedimientos de la curación.

Dicho tratamiento consistió en hacerme expeler todo el contenido del estómago y de las vísceras.

Para esta operación la curandera tomó dos varillas de junco recién arrancadas de 70 cm. de largo más o menos y me las introdujo las dos juntas, por el esófago hasta el estómago, teniéndolas agarradas por uno de los extremos con una mano y las hacía rozar continuamente para provocar vómitos.

Al cabo de un buen rato había yo arrojado todas las existencias extrañas del estómago y demás vísceras.

Enseguida me dijo mi médica que había despedido el veneno y en un recipiente lo recogió; cuyo color era gris y al echarlo al fuego hizo una pequeña explosión.

En menos de 15 días quedé restablecido del malestar general de mi cuerpo, sólo el esófago me quedó lastimado interiormente por algún tiempo a causa del rozamiento de las varillas.

El remedio era salvaje pero me salvó de una muerte segura.


VENGANZA: Cuando los indios están de mal humor producido por el recuerdo adverso o dolencia que se lo hiciera rememorar, se vengan aunque sea con alguna víctima inocente que haya pertenecido a la raza que le hubiese causado el mal recordado en ese instante. El indio de quien dependía fue herido por los cristianos en una invasión que ellos efectuaron por tierra civilizada en la Argentina.

A consecuencia de la acción del tiempo a veces sentía dolencias en la cicatriz de la herida recibida, y se ponía rabioso. Encontrándose un día con este temperamento, llegué a pasar cerca de donde se hallaba él.

Lo que me vio se levantó de repente del sitio que estaba echado y agarró un hacha grande para partir leña para agredirme a fin de defogarse de la rabia salvaje que lo dominaba en esos instantes contra los cristianos y en mí quiso vengarse el maldito, matándome quizás.

A tiempo le conocí la intención al salvaje y me puse a disparar para salvarme, sacándome corriendo alrededor de la casa con el hacha levantada para partirme la cabeza si me agarraba a tiempo, pero como no me podía alcanzar y yo le iba sacando ventaja en la carrera me arrojó el hacha con el filo derecho al cráneo a metro y medio de distancia, dando la casualidad que en ese preciso momento tropecé cayendo al suelo y me pasó el hacha por encima de la cabeza rozándome los cabellos.

En el suelo me agarró y como el hacha fue a caer lejos por la fuerza con que la tiró, me tomó el cuerpo y me arrojó sobre varias ollas grandes que estaban hirviendo con comida en un inmenso fogón, pero también por la providencia de Dios, pude apoyarme en el borde de una de ellas y salté al otro lado del fogón mencionado, salvándome milagrosamente de este trance. El salvaje quiso nuevamente agarrarme para saciar su ira, pero se interpusieron varias chinas en mi defensa, logrando a fuerza de ruegos disuadirlo de tan bárbaro propósito.


EVASIÓN: Aprovechando la oportunidad, de que los indios habían marchado a un malón para el lado del Azul y Bahía Blanca, yo y otro cautivo llamado Marcelino cuyo apellido no recuerdo, de 22 años de edad y que hacía tres meses que había sido capturado, en ese entonces, convenimos evadirnos a tierra civilizada.

En las guaridas sólo habían quedado las chinas y algunos indios que no tenían caballos..

De los pocos e inservibles caballos que dejaron los indios al partir, pudimos elegir apenas cuatro de ellos, que sirvieran un poco para resistir una marcha de algunos días. De modo que salimos con dos caballos cada uno, a pesar de que hubiéramos necesitado ocho por lo menos en total para los dos en razón de que éramos fugitivos y teníamos que ir con una marcha precipitada.

Al principio marchábamos seis noches seguidas para atravesar las poblaciones de tolderías más compactas que había en el trayecto, para no ser vistos en nuestra fuga, y después de salvar este peligro las jornadas las hacíamos de día.

Cuando marchábamos de noche durante el día pasábamos ocultos en los montes.

Caminamos 25 días seguidos y dejamos cansados en el camino a 3 de nuestros caballos, pues la marcha que llevábamos era acelerada, porque temíamos que nos vieran y persiguieran.

así que tuvimos que seguir viaje después en un solo caballo, teniendo que eir uno de nosotros a la grupa.

Como nuestra decisión de evasión fue determinada de improviso, una tarde y en el mismo instante nos pusimos en marcha, por esta causa no tuvimos tiempo de proveernos de provisiones de boca y con el entusiasmo de nuestra futura libertad ni nos acordamos de gestionarnos de algún yesquero para tener fuego.

Durante los 25 días no tuvimos qué comer, pero nos manteníamos alimentándonos como podíamos con raíces y yuyos de las lagunas. Este alimento era insuficiente y nuestra debilidad era extrema, pero el ansia de nuestra libertad nos alimentaba más que las raíces y los yuyos, pues nos infundía fuerza, ánimo y alegría.

Cuando alcanzamos a llegar cerca de las Sierras de Curo Mallall, próximo a Bahía Blanca, nos encontramos con los indios que venían de regreso para sus guaridas después del malón que habían dado; llevando enormes cantidades de ganados de todas especies, pues hasta ovejas y cerdos conducían. Cuando los indios robaban estas dos últimas clases de ganados es porque saben con seguridad que no van a ser perseguidos por los cristianos en razón de que las jornadas diarias tienen que efectuarse muy cortas, para no cansar a dichos animales.

Por imprudencia de mi compañero de evasión y testarudo que era, nos volvieron a tomar prisioneros.

Una tarde habíamos entrado por un camino que se comunicaba desde la guarida de los indios hasta las regiones de Bahía Blanca en el único caballo que nos había resistido y a lo lejos de pronto divisamos una polvareda no tardando en comprobar que eran indios. Nos desviamos del camino hacía el lado del sur y procedimos a voltear nuestro único caballo, maniatándole las 4 patas dentro de un pajonal, para que no fuera visto por los indios. En ese instante se puso a llover torrencialmente.

Después de un buen rato terminaron de pasar los indios con sus arreos al galope de los caballos, pues habían sido los salvajes que iban adelante del grueso del malón en su regreso a la toldería y marchaban apurados, para llevar las buenas noticias a las familias, del éxito de la expedición.

Nuestro pobre caballo bramaba en el suelo por las ligaduras que le oprimían las patas, y una vez que desaparecieron los indios lo hicimos levantar al caballo.

Enseguida vimos ya muy cerca de nosotros a otro grupo de indios, que también marchaban apurados con arreos livianos pero no tuvimos tiempo de voltear al caballo pues a causa de la lluvia caída un rato antes, se había aplastado el polvo que los animales levantaban y que a nosotros nos servía como telégrafo sin hilo para anunciar desde lejos el peligro que se aproximaba.

A nuestro caballo le sacamos la soga y el bozal con que lo teníamos atado y lo dejamos completamente suelto para no dar a sospechar que estábamos ocultos por allí.

Uno de los indios que pasaban, vino y se llevó al caballo, sin apercibirse de nada. Nosotros estábamos escondidos en unas pajas y al rato se hizo de noche.

Yo le propuse a mi compañero, que nos desviáramos a un costado del camino por lo menos una legua, en razón de que el grueso de la indiada aún no había pasado, porque no se habían notado rastrilladas de grandes arreos de animales por el camino y que era muy probable que todos los indios restantes vendrían marchando por dicho camino puesto que era la huella general por donde siempre transitaban los malones.

Pero mi compañero de evasión porfió a pies juntos que los indios que habían terminado de pasar eran los que iban detrás del grueso del malón, en su regreso a las tolderías.


Arte: Indios amigos del gobierno argentino pertenecientes a la tribu de Catriel y establecidos en Azul.


Desgraciadamente no lo pude convencer, y en razón de su mayor edad tuve que respetar en algo su opinión. El hambre, el cansancio que teníamos era extremo, y quedamos allí mismo dormidos entre las pajas que estábamos escondidos. De manera que por haraganería de mi compañero veníamos a malograr una marcha tan preciosa que habíamos hecho durante 25 días, a pesar de los sacrificios y penurias que afrontamos y ya se podía decir, en las puertas de nuestras casas pues en 10 ó 15 días más, caminando de a pie hubiéramos llegado a las poblaciones civilizadas, y hubiéramos encontrado por el camino abundante carne en los campamentos de los indios que venían carneando las vacas por lujo, sólo por sacarle un asado o beber sangre, dejando las reses enteras.

A la mañana siguiente cuando nos despertamos, amanecimos en medio del grueso de la indiada que había venido marchando de noche sin haber nosotros notado la hora que habían comenzado a pasar, porque habíamos quedado profundamente dormidos, debido a la fatiga de las marchas anteriores y de la debilidad de nuestros cuerpos por falta de alimentación.

Quedamos ocultos y sin movernos en las pajas que habíamos dormido lo que vimos que estábamos en el centro de la indiada, y muchas veces aguantábamos los pisotones de los animales sin movernos para que no se espantaran, a fin de que fuera a descubrirse nuestra ocultación.

Los grupos de los arreos de los animales marchaban a distancias de 20 metros de uno a otro, para que no se mezclaran.

Ya sólo faltarían como 10 minutos para terminar de pasar todos los indios con sus arreos e iban ya desparramados a distancias como de una o dos cuadras, cada grupo, uno de otro, ya nos podíamos considerar salvados del peligro cuando se le vino a ocurrir a mi desgraciado compañero, cambiarse a otras pajas más altas que estaban como a 20 metros del que nos encontrábamos.

Yo le dije que era un disparate lo que pensaba porque era peligroso el traslado y además ya no había necesidad puesto que los arreos que habían pasado anteriormente, muchos más compactos habíamos tenido la suerte de no haber sido vistos en las pajas que nos encontrábamos y me opuse terminantemente a seguirlo, diciéndole que yo no me movía de donde estaba.

No atendió a mis indicaciones el infeliz de mi compañero y se fue arrastrando hasta las pajas que él se figuró iba a estar más seguro, pero en el instante que penetraba en ellas las movió con su cuerpo y uno de los indios que pasaban con el arreo, como a una cuadra y media de distancia, vió el movimiento de dichas pajas y creyendo éste que fuese algún ternero cansado, fue al lugar citado y se encontró con el jettatore de mi compañero.

Como el mencionado cautivo no comprendía el habla indio, por toda contestación que le dio al indio que lo encontró a las preguntas que le hacía fue hacerle señas con las manos hacía el lugar donde yo estaba oculto.

El indio allí mismo me preguntó el motivo por lo que nos encontrábamos en esos parajes, a lo que yo le contesté que hacía 25 días que habíamos salido al campo a bolear avestruces y que nos habíamos perdido, no sabiendo donde nos encontrábamos. Que nos habíamos escondido allí de miedo que nos fueran a tomar como desertores pero que habíamos pensado después seguir por la rastrillada de la indiada para volver a la toldería que pertenecíamos.

así que volvimos a quedar prisioneros de los salvajes por la chambonada de mi compañero, y entre la desgracia tuvimos suerte de que los indios de quienes pertenecíamos iban marchando en los grupos que iban conduciendo sus ganados mucho más adelante, pues si nos hubieran encontrado ellos en esos lugares, allí mismo hubiéramos sido asesinados sin que nadie nos hubiera protegido. Al poco tiempo fuimos llevados a la toldería a que pertenecíamos y sobre mí ya estaba pronunciada la sentencia de muerte.

El indio de quien dependía era de mal genio y además de odiar a los cristianos estaba completamente disgustado por lo que me había evadido y me recibió con la lanza en la mano para matarme a lanzazos, según así me dijo conforme me vió.

Se había reunido una enorme cantidad de indios y mujeres para presenciar el consejo de guerra que se me había formado y reinaba un silencio sepulcral, contando yo entre los concurrentes con muchos partidarios, a mi favor y eran éstos todas las mujeres y algunos indios también.

Comenzó a preguntarme el salvaje porqué me había evadido, qué era lo que me había faltado entre ellos para haber tomado esa determinación.

Yo no sabía qué contestar para defenderme puesto que me había evadido voluntariamente, pero en ese preciso momento, me vino a la mente como una iluminación un argumento que tuvo bastante éxito, pues como mi ex compañero de evasión no comprendía la lengua indigena y en represalia por lo que había denunciado mi ocultación en las pajas cerca de Curu Mallal, le eché todas las culpas a él.

Y le contesté al indio diciéndole que yo nunca había pensado evadir me ni jamás me había faltado nada, habiendo estado siempre contento junto con ellos considerándome como de la familia, pero que el cautivo Marcelino me había obligado a que lo acompañara en la evasión. Que yo había tratado de resistirme pero que él me agarró de los pelos para degollarme con un facón si no lo acompañaba en la fuga por lo que tuve que seguirlo de lo contrario hubiera quedado muerto allí.

Entonces todas las pobres chinas que estaban allí, llorando le pidieron al salvaje que me perdonara la vida en vista de que había sido obligado bajo pena de muerte a escaparme y a duras penas consiguieron que me conmutara la pena por otra que era muy próxima a la muerte, pero en fin algo era.

Las pobres chinas me querían entrañablemente, algunas me decían hijo y otras hermano, y yo conservo por ellas en mi memoria un recuerdo imborrable de gratitud, por las bondades y amparo que me habían prestado en la amarga vida de mi cautiverio que soporté y muchas veces por su intervención he salvado la vida.

El indio había robado con el malón unos 350 animales yeguarizos y entre éstos andaba un potro colorado sumamente arisco y al parecer indómito, peor que los demás animales que también eran chúcaros.

Parecía que nunca hubiera visto gente porque cuando se arrimaban las manadas al corral disparaba para el campo. Tuvieron que hacerle una emboscada entre varios indios provistos de boleadoras y lazos para agarrar a dicho potro.

El citado potro iba a ser el instrumento con que mi verdugo llevaría a cabo la nueva sentencia que me había impuesto en cambio de la muerte a lanzazos que me había perdonado a pedido de las chinas.

Enseguida que fue agarrado el potro le pusieron riendas con un pedazo de soga en la boca y sin recado me hicieron montar a caballo de dicho potro sobre el lomo pelado del animal y me maniataron los pies con un lazo por debajo de la barriga de la bestia. De modo que si llegaba a caer yo quedase mi cabeza colgando entre las patas del bagual y seguramente que mi cabeza y cuerpo hubieran quedado completamente mutilados con los vasos del potro.

Después que fui atado en el bagual, soltaron a éste asustándolo para que saliera corcoviando, pero en vez de bellaquear salió disparado velozmente que esto era para mí como una diversión pues era bastante jinete pero si hubiera sido bellaco el animal quizá no me hubiera podido aguantar por lo que yo relativamente era y el potro hubiese jugado conmigo como con una pluma sobre el lomo.

Anduve un rato por el campo y después volví a las casas para que me desataran las ligaduras que tenía en los pies y una vez que me quitaron las amarras me bajé del caballo entre la más grande alegria de las pobres chinas y también de algunos indios celebrando con regocijo la salvación de mi existencia amenazada momentos antes casi de una muerte segura, y que gracias a la providencia de Dios que hizo aparentar en un caballo manso la ferocidad de un potro indómito, pues dicho caballo sólo era arisco para agarrarlo.

Arte: Manuel Namuncurá y su familia; el cacique había heredado el poderío de su padre Calfucurá, señor de Salinas Grandes.


El indio quedó estupefacto en presencia de aquel milagro y como supersticioso que era a pesar de su perversidad no se animó a imponerme ninguna otra pena temiendo quizás contrariar al Dios que me protegía.

Debo hacer presente que a mi compañero no le impusieron ningún castigo teniendo en cuenta quizás que era razonable su evasión por lo que cuando fue cautivado ya era mayor de edad, además el indio de quien dependía poseía condiciones humanitarias y aunque los indios casi nunca cautivaban cristianos adultos pero el precitado Marcelino tocaba muy bien la guitarra y a los indios les gustaba mucho oír música bien ejecutada por esta razón fue quizás que hicieron una excepción en cautivarlo. Si no hubiera tenido dicho arte seguro que hubiera sido muerto la primera vez que lo capturaron.

Hago también notar que la noche que nos evadimos se desencadenó una tormenta huracanada, habiendo que guarecernos en un arbusto y las ramas de esta planta me había arrancado una de las mangas de mi camisa, que había quedado allí colgada habiéndole encontrado las chinas y al regreso a las tolderías después de mi fracasada evasión me la mostraron a dicha manga las pobres chinas diciéndome que la tenían guardada como una reliquia imperecedera, creyendo que no me verían más en la vida. El lector puede apreciar este hecho.

Poco después pasados unos días el indio separó más de 150 potros de las manadas que había robado en el malón y me obligó que los domara.

Este quehacer era un poco pesado para mí, en razón de mi corta edad pero pasable en virtud de que casi todos los hombres lo hacían, y además podía yo domar a los potros con recado a pesar de que los animales jugaban conmigo dando fuertes y prolongadas corcoveadas. Sin embargo cuando yo estaba montado sobre el animal era difícil que me volteara y por fin conseguí dominarlos y los hacía correr grandes distancias por el campo hasta que los dejaba medio cansados después de haberlos azotado con el rebenque por todas partes para quitarles las cosquillas y amansarlos lo más rápidamente posible.

Muchas veces, en lo mejor que iba corcoveando alguno de los potros, se cortaba la cincha del recado y salía yo y la montura por los aires, pero siempre tuve la suerte de caer bien en el suelo.

Al cabo de algún tiempo los dejé completamente mansos a todos los potros con excepción de 11, que murieron a causa de que eran muy gordos y como yo aprovechaba para adiestrarlos cuanto antes, quizás los cansaba y castigaba demasiado y a consecuencia de esto, se les derretía la grasa y se pasmaban muriendo instantáneamente algunos en el acto que los desensillaba y otros se hinchaban muriendo también de un día para otro.

Yo al indio le hacía creer que quizás por lo que había comido algún yuyo malo les había producido la muerte, pero si el salvaje se hubiera dado cuenta de que yo era el yuyo malo, seguramente hubiérame hecho pagar muy caros los potros muertos.

En parecidos peligros a los referidos en el presente capítulo y en el anterior, me he visto en más de 50 ocasiones, pero gracias a la Providencia de Dios, amparo de las pobres chinas y astucia que poseía, inspirado por el instinto de salvación, he podido salir con vida después de 7 años de cautiverio sufrido en el territorio de la pampa con los indios desde 1872 a 1879, pues con rarísimas excepciones los cautivos varones pueden sobrevivir más de dos años, por el salvaje trato a que estaban expuestos. Esto es debido al odio mortal que los indios le tenían a la raza blanca o civilizada y abrigaban la creencia los indios que matando a todos los cristianos que encontraban en los malones, con el tiempo quedarían todos exterminados y ellos, los indios, serían los dueños del mundo para repartir después las riquezas existentes en el universo.

Los desgraciados indios no tenían la menor noción de lo que era el mundo ni de la inmensa cantidad de habitantes civilizados que existe sobre la tierra.


Arte: El indio para ensillar su caballo ha dejado a un lado su pesada lanza.


Este odio a los blancos o civilizados data también desde que los españoles vinieron a este Continente (por lo que descubrieron no se puede decir que en razón que ya existían habitantes humanos que eran los propios indios) para conquistarlos, no obstante de que la raza indígena después con el tiempo se sometió amigablemente a su suerte, resignados a las autoridades españolas, y a pesar que los Reyes de España daban instrucciones a sus virreyes que rebosaban de paternal trato para con los indios, los encargados de ejecutar en las colonias dichas instrucciones hicieron caso omiso de las benévolas órdenes sometiendo a los infelices indios a la más despiadada y ciega esclavitud para llenarse los bolsillos de oro a sus expensas, los ambiciosos gobernantes, llegando a creer los indios que los blancos comian oro para alimentarse, en vista de que se le obligaba bajo pena de crueles castigos o muerte de presentarse de cuando en cuando con una cierta cantidad de oro en polvo o en pepitas.

Arte: Pequeño fortín fronterizo.


Estas y otras picardías por el estilo motivó el alzamiento del cacique TUPAC AMARU descendiente de los Incas, para vengar y libertar a su pueblo de la tiranía de los blancos, cuyo odio mortal ha trascendido como una herencia en su raza a través de los siglos, y los cautivos hemos venido a ser las víctimas inocentes de aquellos inhumanos gobiernos coloniales...


***


Fin parte II/IV

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