Estampas - El caballo criollo
Se comparten a continuación unas breves impresiones contemporáneas sobre el caballo en la región tomadas del libro de José Luis Busaniche, Estampas del pasado. Biblioteca argentina de historia y política, 1971.
DE BUENOS AIRES A SANTA FE
1730
Había casi un año que me ocupaba en catequizar a los negros de Buenos Aires. Cuando acordé al Padre Provincial la esperanza que me había dado de dedicarme a la misión de los Chiquitos, me llevó consigo pero sin declararme su voluntad. Llegando a la ciudad de Santa Fe, le pregunté si habíamos de pasar adelante; y me respondió que, el estado deplorable a que los infieles habían reducido la provincia, infestándola por todas partes, no le permitía enviarme a las misiones prometidas; y que no sabía si podría pasar a Córdoba, para continuar su visita. Tenía demasiada razón, porque un número prodigioso de bárbaros, derramados por toda la provincia, ocupaba todos los pasos, y no había seguridad en los caminos. Lo demuestran bastantemente los riesgos que corrimos, yendo de Buenos Aires a Santa Fe.
El modo con que se camina en estos grandes desiertos, es bastante singular. Se camina en una especie de carro cubierto, en que está la cama y las provisiones de boca. Es preciso llevar hasta la leña, si no se pasa por los bosques. El agua no falta, porque se encuentran riachuelos, o ríos, en cuyas riberas se detienen los caminantes. Hicimos sesenta leguas casi sin peligro alguno; pero no fué así de las veintidós que nos quedaban para llegar a Santa Fe. Los bárbaros Guaycurúes se han hecho dueños de todo el país: corren continuamente el campo, y más de una vez intentaron sorprender la ciudad de Santa Fe. No dan cuartel a los que caen en sus manos; cortan al instante la cabeza: la despojan de los cabellos y de la piel y erigen de ella otros tantos trofeos. Van desnudos enteramente, y se pintan el cuerpo con diferentes colores, sin tocar a la cara: adornan la cabeza con plumas y sus armas son el arco, las flechas, una lanza y un dardo, que por ambos cabos termina en punta, y tiene de largo cuatro o cinco varas. Lo arrojan con tanta fuerza, que pasan un hombre de parte a parte: lo atan al puño, para retirarlo después de haberlo echado.
No son estos bárbaros naturalmente valientes. Se ponen en emboscadas para acometer a sus enemigos; pero, antes dan terribles aullidos que intimidan de tal modo a los que no están acostumbrados, que los más animosos se asustan y quedan sin defensa: temen los bárbaros sumamente las armas de fuego; y echados, ya de un lado; ya debajo del vientre del caballo; y atando el freno al dedo grande del pie, y con un látigo de cuatro y cinco correas torcidas, hacen correr los más malos caballos. Viéndose a los alcances, abandonan sus caballos y sus armas y se echan en el río donde nadan como peces, o se entran por lo más espeso de los bosques, de los cuales nunca se apartan. Se endurece con el tiempo su piel de tal modo, que llegan a no sentir las picaduras de las espinas y malezas, corriendo en medio de ellas sin embarazo alguno.
Nos tuvieron estos infieles por tres noches en continuos sustos; y si no se hubiera enviado una escolta, que hacía continuamente la ronda, no hubiéramos escapado de sus manos. Venían de cuando en cuando algunos a ver si estábamos en vela, y en buena disposición; pero, en fin, llegamos felizmente a Santa Fe.
(Guillermo Furlong Cardiff, Glorias santafesinas. Buenos Aires, 1929).
IGNACIO CHOMÉ. — Misionero jesuíta, nacido en Douai (1696). Vino al Río de la Plata en 1729 y pasó la mayor parte de su vida evangelizando a los indios chiquitos. Falleció en 1768.
LA GANADERÍA. LOS CABALLOS ALZADOS
1744
El comercio principal del país es la ganadería. En todas partes tienen grandes majadas de ovejas y cuando yo recién llegué era tanto el ganado vacuno, que, fuera de los rodeos de hacienda mansa, en inmensa cantidad alzado y sin dueño, se extendía por todos los llanos a una y otra parte de los ríos Paraná, Uruguay, y aun del mismo Río de la Plata; y poblaban todas las pampas de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Córdoba. La codicia, empero, y el descuido de los españoles han destruido a tal grado este ganado alzado, que a no ser por el hecho providencial de alguna gente algo más previsora, ya la carne se hubiese puesto carísima en aquellas regiones. En los primeros tiempos, no pasaba año sin que zarpasen de seis a ocho buques de Buenos Aires cargados de cueros en su mayor parte. Grandes eran las matanzas que se hacían sin que se aprovechase más que los cueros, la gordura y el sebo; pero la carne se tiraba al campo para que se pudriese. El consumo anual de ganado que se carneaba sólo en esta forma, en la jurisdicción de esta ciudad de Santa Fe, que no era más que una de tantas, no dejaba de alcanzar a algunos cientos de miles; y la costumbre aun no se ha dejado del todo; esto no obstante, el ganado se conserva barato, y aun en Córdoba los novillos se venden a dos pesos por cabeza; mas es el caso que antiguamente no hubiesen alcanzado a la mitad del precio actual.
Hay también gran copia de caballos mansos, y un número increíble de baguales. El precio de un potrillo de dos o tres años es un medio peso, o sea dos chelines y cuatro peniques; el caballo de servicio vale dos pesos, y la yegua, tres reales, y hasta dos a veces. Los caballos alzados no tienen dueño, y andan disparando en grandes manadas por aquellas vastas llanuras que delimitan hacia el este con la provincia de Buenos Aires y el mar océano hasta llegar al Río Colorado; al oeste con las cordilleras de Chile y el primer Desaguadero; al norte con las sierras de Córdoba, Yacanto y Rioja; y al sur con los bosques que son los límites entre los Tehuelhets y Diuihets. Se lo andan de un lugar a otro contra el viento, y en un viaje que hice al interior, el año 1744, hallándome en estas llanuras durante unas tres semanas, era un número tan excesivo que durante quince días me rodearon por completo. Algunas veces pasaron por donde yo estaba en grandes tropillas a todo escape durante dos horas sin cortarse; y durante todo este tiempo, a duras penas pudimos, yo y los cuatro indios que entonces me acompañaban, libramos de que nos atropellasen e hiciesen mil pedazos. Otras veces he transitado por esta misma región sin ver uno solo de ellos.
A la gran abundancia de caballos y ganado vacuno se atribuye el que los españoles e indios no cultiven sus tierras con ese cuidado y diligencia que se requiere y que la ociosidad haya cundido tanto entre todos ellos. Lo más sencillo es que cualquiera de ellos pueda tener o amansar una tropilla de caballos mientras que armado con su cuchillo y su lazo está ya habilitado para proporcionarse mantención: vacas y terneros abundan y lejos de la vista de los dueños; así es que fácil es carnearlos sin que se aperciban y ésta es la práctica general.
TOMÁS FALKNER.
(Descripción de la Patagonia. Universidad de La Plata, Biblioteca Centenaria, 1911).
TOMÁS FALKNER.—Jesuíta inglés, pasó la mayor parte de su vida en el Río de la Plata y es conocido por su famoso libro Descripción de la Patagonia. Nació en Manchester, 1797. Estudió medicina y vino como cirujano a Buenos Aires en un buque negrero de la Compañía del Mar del Sud (1731). En Buenos Aires enfermó gravemente y fué atendido con mucha solicitud y cariño por los jesuítas. Esto lo llevó a convertirse al catolicismo y a entrar en la Compañía de Jesús, en 1736. Fué misionero en Paraguay y Tucumán hasta 1746. Después anduvo entre las naciones indígenas de la América Austral desde el Río de la Plata al estrecho de Magallanes. Como médico prestó muchos servicios en Paraguay, Córdoba y Buenos Aires. Cuando fueron expulsados los jesuítas de América, Falkner volvió a Inglaterra. Escribió varias obras científicas en latín y en inglés. En 1774 publicó A description of Patagonia, etc., traducida al alemán (1775) y al francés (1789) y cuya primera versión española se hizo en 1835. La mejor edición castellana del libro de Falkner es la publicada por la Universidad de La Plata: Descripción de la Patagonia, traducción de Samuel A. Lafone Quevedo, Buenos Aires, 1911. Falkner murió en Inglaterra (Plowder Hall) en 1784.























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