LORENZO DEUS - Cautivo de los indios I

Publicado en Todo es Historia

(ver detalle al pie)



MEMORIAS DE LORENZO DEUS, Cautivo de los indios



Año 1872. La furia de Calfucurá ante el avance de los cristianos sobre sus tierras se hizo sentir aquel año como nunca. El malón llegó hasta los alrededores de El Rosario y bajó luego hacía el Melincué pasando por Las Sepulturas (actualmente Firmat), llevando en su retirada ganado, niños y mujeres cautivos. El 13 de junio a las 5 de la mañana, el malón se llevó a Lorenzo, un niño de siete años, hijo de Miguel Deux, quien había llegado a Las Sepulturas algunos años antes, junto a su familia.

Tierra adentro, el malón llevaba miles de cabezas de ganado y ciento de cautivos. Luego de cabalgar dos lunas (sesenta días), los indios llegaron a las tolderías en las cuales Lorenzo vivió hasta el año 1879, cuando logró escaparse y ser rescatado por un batallón que participó de la llamada Conquista del Desierto. (Firmat, la otra historia en FB)


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Nota de la Dirección: Dada la extensión de las Memorias de Lorenzo Deus, este material se publicará en esta y la próxima edición de TODO ES HISTORIA.


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El primer recuerdo que tengo de Lorenzo corresponde a mis 6 o 7 años de edad. Lo visualizo muy bien: era alto, corpulento, más bien grueso y muy moreno. Nunca se le veían sus ojos porque los ocultaba detrás de unos cristales de color azul oscuro montados en una antigua y liviana armazón de metal plateado. Creo que eran claros, provenientes de su ascendencia francesa. Llegaba a nuestra casa en la calle Charcas al 2700 una vez por semana con una asistencia y horario muy regulares.

Subía al primer piso y se instalaba en. un pequeño hall íntimo que existía al final de la escalera esperando que mi abuela materna que vivía con nosotros terminara su toilet matinal y lo recibiera para conversar un poco de todo. Pedía noticias de mis tíos y daba un informe sobre su vida que era siempre el mismo, de su trabajo, y luego de su mujer con quien se había casado siendo ya mayor. A mi madre a quien mucho quería la trataba familiarmente y le decía cariñosamente "Sarita".

Lorenzo era como otros allegados a la familia, personaje importante en las historias que mis tíos nos contaban asociándolo a las ingenuas fechorías de sus años jóvenes en aquel Buenos Aires del 90, donde Lorenzo figuraba amparándolos con su gran fuerza y su derroche de bondad y mansedumbre.

Como buenos chicos nosotros lo habíamos idealizado un poco, idealismo basado en el excitante hecho de que Lorenzo había sido durante muchos años cautivo de los indios.

En esos años alrededor de 1916, estaban de moda en los cinematógrafos las películas en episodios de mucha acción y suspenso, espectáculos un poco reeditados actualmente en las series de televisión.

El héroe, la joven perseguida, el malvado o traidor, eran personajes que esperábamos con impaciencia domingo a domingo.

Perla White, Tom Mix, William Hart, "La mano que aprieta" y "La máscara roja" son estrellas y títulos que recuerdo pero bastaría leer los diarios de esa época para volver a mi memoria las carteleras de esos benditos años de mi niñez.

Cada vez que Lorenzo llegaba a casa y mientras esperaba la aparición de mi abuela que le gritaba desde su cuarto "¡espérame muchacho!", nosotros los tres mayores de los Ribero lo asaltábamos subiéndonos encima de él y lo obligábamos a que nos contara las historias y aventuras de su vida entre los indios, cuentos que indefectiblemente quedaban cortados en lo mejor por la llegada de mi abuela Doña Clementina que nos echaba con un "abur morralla!" Siempre le palpábamos una pequeña piedra que tenía incrustada debajo de la piel de la palma de su mano derecha. Era un cálculo que los indios extraían del buche de un guanaco y lo injertaban en aquel lugar para dar seguridad o suerte en el tiro de boleadoras.

Esta historia se repetía todas las semanas y presumo que por la interrupción en los cuentos por mi abuela o por nuestra madre y también un poco por el cansancio natural del narrador, Lorenzo resolvió escribir sus relatos en forma de episodios similares a los del cine. así los tituló: "Episodios de Lorenzo Deus cautivo de los indios", dedicados a mis amiguitos Carlitos, Tito, Pepito y Sarita Ribero. Mi hermano menor era muy chico y no contaba. Los escribió con tinta y con una letra perfecta, chiquita, redonda y un poco infantil, en unas pequeñas hojas de anotador cuadriculadas, que las reponía cada semana en forma de folletos y las prendía con aquellos antiguos broches de latón que aún se usan en los expedientes de los Tribunales o de la administración pública. Cada tanto dibujaba en forma muy simple, una ilustración a lo que escribía.

Es verdaderamente lamentable lo que pasó con ese original. Mi madre coleccionó cuidadosamente todos los folletos y posteriormente los hizo encuadernar en un solo volumen con tapas de cuero verde y letras doradas. Lo guardó celosamente durante muchos años y lo prestaba a regañadientes y con un exigente control sobre su cuidado y sobre su pronta devolución.

La tragedia sobrevino cuando mi padre contrariando la firme oposición de mi madre, se lo prestó a un amigo, ex-marino como él, que lo extravió dejándolo olvidado en una valija del tren que va al Tigre. Mi madre tuvo un gran disgusto y le recriminó por largo tiempo este hecho.

La historia de la pérdida de las memorias de Lorenzo, se comentaba entre nosotros ya grandes en voz baja y un poco en broma, pues su recuerdo encendía de nuevo el enojo de nuestra madre.

Gracias a Dios, un tío político lo había copiado e impreso en mimeógrafo. Una de esas copias es la que me ayuda hoy a hacer esta publicación que ojalá sirva entre otras, cosas para la recuperación de la obra perdida, si tuviera la suerte de que aquella persona que la encontró lea este pedido y nos la devuelva. Lorenzo dice en su historia que nació allá por el año 1864, de manera que yo lo recuerdo de unos 50 años de edad, la misma de mis tíos mayores, hermanos de mi madre.

Sé por los relatos de mi abuela, de mis tíos o de mi madre, que fue criado como un miembro más y muy querido de la familia, que mis tíos fueron sus maestros o profesores en las primeras letras y que hasta llegó a formar parte de la pequeña orquesta familiar en calidad de segundo flautista.

Sólo me resta solicitar algo: benevolencia por la calidad literaria de las memorias; no debemos olvidarnos el origen y formación del autor y también del público a quien estaba destinado, así lo dice al principio: "Narraciones de los indios solamente para chicos".

Estoy seguro que el hombrón que era Lorenzo Deus, se hubiera negado por humildad a esta publicación pero también estoy seguro de su valor como documento auténtico y real de uno de los pocos cautivos de los indios, o el único tal vez, que pudo escribir su historia.


Gustavo A. Ribero



Arte: Combate entre indios y guardias nacionales en la provincia de Buenos Aires. Oleo de Auyero.



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PRIMERA PARTE


MEMORIAS DE LORENZO DEUS, Cautivo de los indios


NARRACIONES DE LOS INDIOS SOLAMENTE PARA CHICOS


Lorenzo Deus nació en Rosario de Sta. Fe, hijo de Don Miguel Deus, nacido en Tolosa, Francia, fallecido el año 1896 y de Doña Cruz Soria de Deus, nacida en Rosario, Sta. Fe y fallecida en 1869.

Fue cautivado a la edad de 8 años, por los indios de la Pampa el 13 de Junio de 1872, a las cinco de la mañana y a ocho leguas de la ciudad del Rosario, en un puesto de la estancia de su padre cuyos ganados fueron robados por los indios e incendiadas las respectivas casas.


La tarde del día anterior había ido como de paseo a dicho puesto y en vista de que se hizo de noche me quedé a dormir allí. Los encargados del puesto formaban un matrimonio.

Cuando llegaron los indios al puesto registraron las habitaciones, saqueando todas las existencias y lo despojaron hasta de las ropas interiores que tenía puestas el puestero habiendo éste tenido que envolverse con arpilleras y gracias a que lo dejaron con vida porque a todos los cristianos mayores los mataban sin piedad.

La mujer del puestero la hallaron en donde estaba escondida y ensillaron un caballo para llevarla cautiva, pero por haberse encontrado enferma de los senos a causa de la muerte reciente de su único hijito la dejaron pero también despojada de las ropas de vestir.

Yo estaba oculto en un ángulo de una habitación del puesto, detrás de un mortero de madera como de un metro de alto por 30 centímetros de diámetro que lo puse con ese propósito.

Después del saqueo del puesto los indios montaron en sus caballos para marcharse y al retirarse prendieron fuego por un costado del techo del rancho, cuando por brutalidad del puestero se le ocurrió entrar en las habitaciones antes que se hubiesen alejado de la casa los salvajes y vino a hacerme salir del lugar seguro en que yo estaba oculto para hacerme colocar detrás de una puerta interior en las piezas de donde precisamente había sido encontrada por los indios su mujer momentos antes.

No había, pues ya necesidad de que el puestero se ocupara de mí, puesto que los salvajes se habían marchado de la casa y el incendio de la misma era muy lento. El atolondramiento de dicho puestero fue la causa de mi desgracia. Cuando se iban uno de los indios dio vuelta la cabeza y vio al puestero cuando penetró adentro de la casa y como los indios son desconfiados se puso que por algo debía de ser y se volvió, poniéndose nuevamente a registrar las piezas y fui encontrado enseguida pues la ocultación fue demasiado inocente por el sitio que vino a elegir el infeliz puestero.



Arte: Lorenzo Deus, autor de estas narraciones cautivado por los pampas en 1872 en una estancia cerca de Rosario.


Si el desgraciado puestero no me hace mover del lugar que yo estaba escondido primeramente, era segurísimo que no hubiera sido hallado en aquel sitio en que me encontraba oculto porque era un escondrijo muy disimulado, pues los indios habían andado en el primer registro de las piezas a medio paso de donde yo estaba oculto y no había sido visto y si no hubiese cometido la torpeza de entrar adentro de la casa el citado puestero antes que se hubieran retirado lejos los indios, ninguno de éstos hubiese vuelto a registrar las habitaciones nuevamente.

Una vez que fui capturado enseguida el indio quiso hacerme subir a la grupa del caballo que montaba, pero yo me negué, diciéndole que me encontraba enfermo y le pedí que me dejara. Yo me fingi enfermo lo que ví que a la mujer del puestero la dejaban por su enfermedad.

El salvaje no atendió a mis suplicas y me alzó a la grupa del animal, cuando él iba a subir yo me tiré al suelo, y nuevamente me hizo montar a grupa y volví a dejarme caer en tierra.

así estuvimos un rato largo hasta que el indio quedó cansado y se puso furioso de rabia, y había quedado solo allí, pues los demás salvajes se habían marchado.

Entonces agarró la lanza que tenía para matarme a lanzazos. Estuve por hacerme matar por el pánico que se le tenía a los salvajes, pero después reflexioné, diciéndome soy varón y que quizás algún día me podría evadir.

Le hice señas al indio que me tenía agarrado y le di a entender que estaba dispuesto a seguirlo.

Me alzó a la grupa de su caballo y con una soga me ató la cintura a la suya y salió a todo galope del caballo, porque como unos quince vecinos cristianos venían muy cerca a pelear a los salvajes, que casí alcanzan al que me llevaba y me rescatan a mi. Si no hubiese estado atado a la cintura del indio me hubiera tirado al suelo, exponiéndome a un golpe fatal o a mi salvación del cautiverio, pero las ligaduras que me sujetaban impidieron mis tentativas. Como 500 indios que habían cerca de allí salieron en protección del que me llevaba a mi, y en vista del número reducido de los cristianos desistieron éstos de librar batalla, esa mañana, pero por la tarde, alrededor de cien cristianos que habían perseguido a los salvajes les pelearon a éstos. Formaban el alón aproximadamente 12.000 indios. Yo sólo alcancé a ver los fogonazos de los fusiles, pues la batalla se libró al entrarse el sol, y no tuve conocimiento del resultado del combate porque no comprendía lo que hablaban los indios, lo que si, después éstos me dijeron cuando aprendí a hablar la lengua araucana, que los cristianos santafesinos eran muy guapos para pelear y que no se fijaban en el número del enemigo.

A ningún miembro más de mi familia llevaron los salvajes, gracias a que mi padre era madrugador y sintió el tropel de los indios cuando venían avanzando y con tiempo llegó con la familia a una casa con pisos de altos para refugiarse. A estas casas los indios no se acercaban, porque desde las puertas, ventanas y azoteas se les hacía disparos con armas de fuego, y además dichas casas tenían grandes zanjas a su contorno de tres metros de profundidad por cuatro de ancho.



Arte: El regreso del malón resultaba entorpecido por la necesidad de arrear a los animales robados. Dibujo de Gustavo A. Ribero.


La travesía hasta la guarida de los indios duró dos Lunas o 60 días de marcha y cuando llegamos recuerdo que nevaba.

Yo a los tres meses de estar allá ya sabía hablar en indio, pues ese dialecto es muy fácil de aprender, por tener un vocabulario reducido y fácil de pronunciar.

Los indios no saben leer ni escribir en su lengua ni en ninguna otra.

El modo de contar es como el nuestro, por ejemplo al uno lo llaman Quiñe, al dos-epú, al tres-querlá, al cuatro-meli, al cinco-quechú, al seis-cayó, al siete-reulé, al ocho-purá, al nueve-sillá, al diez-marú, al once-mari quiñé, al doce-mari epú, y así sucesiva-mente hasta el veinte que le llamaban epú marú, al veintiuno-epú marú epu, al treinta-queria marú, al cuarenta-meli marú, al cincuenta-quechi marú, al sesenta-cayú marú, al setenta-reul? marú, ochenta-purá marú, al noventa-ailla marú, al cien-pataca, al ciento uno-pataca quiñ?, al mil uarranca, por ejemplo al 9.999 se dice ailla uarran-cas, aillá patacas aillá marú aillá.

Los indios no usaban marcas para señalar los animales, a sus respectivos ganados los conocían por el color del pelo y no se les despintaba aunque pasara mucho tiempo sin verles, acordándose de los menores de talles.

Si le robaban a algún indio cualquier animal que fuese de su propiedad y llegase a ver un pedazo pequeño del cuero de la bestia que le hubiesen carneado era lo suficiente para descubrir el robo, pues entre ellos se robaban los ganados para carnear aun sin necesidad, lo hacían de puro gusto y vicio por estar habituados a la rapiña.

Por haberme negado a robar ovejas a los indios vecinos me tuvieron 30 días sin comer, pero yo me mantenía con perdices y otros pájaros que mataba con boleadoras por el campo, y me fingía estar cayéndome de hambre para engañar al indio, haciéndole creer que cumplía su sentencia, a pesar de que no me faltaban astucias para llevar a cabo cualquier clase de empresa por difícil que sea, pero en cuanto a robar era incompatible con mi condición modesta que será invariable en mi vida.

A los pocos días de llegar los indios a sus guaridas con los ganados que habían robado que era una cantidad inmensa, se presentaron unos cuantos chilenos con mulas cargadas con bebidas alcohólicas para emborracharlos y explotarlos, pues por una copa chica de caña les pedían un caballo o una vaca. De modo que todas las haciendas que robaban los salvajes en la Argentina en menos de 60 días todas pasaban a Chile en cambio de unos pocos cargueros de alcohol.

Si los Chilenos no hubiesen tenido este comercio con los salvajes de la pampa cuyos perjuicios han sido muy grandes para la Argentina durante muchos años en vidas, cautiverios y riquezas arrebatadas, los indios no hubiesen invadido tan frecuentemente a este territorio, pues con un malón abundante de toda clase de ganados que hubiesen efectuado, hubieran tenido alimento para toda la vida con el aumento progresivo de las mismas haciendas en su procreación respectiva.

Los Chilenos les servían de espías a los indios de la Argentina, pues cuando estallaba alguna revolución, o se concentraban las fuerzas en Buenos Aires u otros puntos, enseguida los chilenos les informaban a los salvajes por intermedio de los indios araucanos Chilenos o Gulluché (Gullú oeste, Ché-gente) "Gente del Oeste", indicándoles los puntos donde no habían fuerzas del ejército. Entonces los indios de la Pampa iban en número de 12 a 15.000 a invadir por los sitios que los chilenos les habían indicado que no existía peligro y con esa seguridad entraban a robar los ganados, saquear las poblaciones, incendiar, cautivar a las mujeres y chicos, matar a los cristianos y demás tropelías.


Arte: Mapa del avance de la frontera en 1876 durante el gobierno de Alsina.


Los indios jugaban a varios juegos deportivos entre estos a la chueca y yo era un entusiasta partidario de este juego, cuyo mecanismo consistía en un palo como un bastón que tenía una de las puntas corvas, y una pelota de madera chica retobada en cuero.

Después se trazan dos líneas paralelas en el suelo de una cuadra de largo por 15 metros de ancho y en sus extremos se cierran con líneas secantes, y del centro de la cancha se hace partir la pelota citada pegándosele con la parte corva de los palos y de la parte recta de éstos se agarran con las dos manos.

Los jugadores pueden ser 10 o veinte o más y se colocan escalonados en la pista, de dos en dos, debiendo ser contrarios uno y otro de cada pareja, y cada bando trataba de hacer salir la pelota de referencia para el lado del extremo que hubiese elegido.

A mi siempre me hacían poner en una de las puntas de la pista para defender la salida de la pelota, pues es costumbre de que, el que haya perdido, debe agarrarlo de las mechas a su contrario y luchar hasta que alguno de los dos quede vencido. Yo era campeón invencible en aquellas comarcas, y muchas veces hacían venir a indios muchachos hasta de distancias de 150 leguas para luchar de esa manera conmigo, y a todos los vencía, aunque muchos de ellos me pasaban en edad hasta 5 y 6 años.

Los indios también jugaban al Foot-Ball, pero esta clase de juego, sólo lo efectuaban las mujeres. De modo que dichos deportes deben de provenir desde los tiempos primitivos y no inventados en épocas modernas como se cree. También los indios tienen sus bailes propios y la música es un tambor que lo hacían sonar con dos palillos.

Las piezas de bailes eran cinco y cinco deberían ser los bailarines que tenían que ponerse en danza al mismo tiempo, todos hombres, quienes se presentaban a la pista desnudos pero con un taparrabo, con la cara y cuerpo con pintarrajos, con cascabeles y penachos de plumas y bailaban en círculo uno detrás del otro siguiéndose enfilados, haciendo piruetas y zalagardas, imitando con sus bailes las carreras de la liebre, del guanaco y otros animales silvestres, yo también era un entusiasta bailarín. Los indios tocaban un instrumento musical de su propia invención que le llamaban "Quinquircahué".

Lo fabricaban atando en una costilla de caballo de una punta a la otra de la misma un manojo de cerda bien tirante y en un palito se ataba también otro de la misma cerda, pero un poco floja y con carbón húmedo se le pasaba a las cerdas de la costilla y del arco, poniéndose una de las puntas de la costilla en la boca del ejecutante mordiéndola con los dientes para dar armonía a las notas y con la cerda del palito se flotaba en las de la costilla como quien toca el violín, haciéndose las posturas con el lomo de las uñas sobre la cerda de la costilla para sacar las distintas variaciones de notas y darle las entonaciones a las diversas piezas que ejecutaban.

Por lo general las piezas musicales que tocaban eran la imitación de los guanacos y otros animales silvestres, como también aires propios de ellos (indígenas) y cualquier sonata musical que sintiera, pues recuerdo haber sentido en uno de los cuarteles del ejército en Buenos Aires que un indio reducido, en aquel entonces, y que prestaba servicios como soldado, tocaba con dicho instrumento casi todas las piezas que ejecutaba la banda del batallón al que pertenecía, y que llamó la atención de los diarios de esta Capital. Yo no quise aprender a tocar dicho instrumento.

Los cautivos al poco tiempo no más de estar entre los indios se olvidaban de su propio idioma, porque los salvajes les prohibían bajo pena de severos castigos de que hablaran el castellano, sino solamente el dialecto indio y hasta su legítimo nombre y apellido civilizados se olvidaban por completo, sobre todo cuando eran cautivos de corta edad, al año de haber llegado ya no se acordaban ni de dónde habían sido capturados, y les ponían nombres indios. A mi me dieron el nombre de Marunancú, que traducido literalmente al castellano significa (Marú-diez, Nancú-Aguila). Que se escribía "Diez Águilas", pero yo me hacía el sordo cuando me llamaban por ese nombre, por que no me gustaba, y hasta que por fin me nombraron por el mio propio civilizado y como los indios no lo podían pronunciar bien me decían Lorenzú.

Cuando el ejército expedicionario redujo a los indios y se rescató a varios cautivos sobrevivientes yo hice identificar a muchos de éstos para que no los confundieran con los indios, porque ya no sabían hablar el castellano ni se acordaban cómo se habían llamado, ni del nombre de sus padres, ni tampoco del lugar que habían sido cautivados.

Yo conservé fresco el recuerdo de mi idioma civilizado, de mi familia y del sitio que había sido cautivado, porque cuando me encontraba solo en el campo hablaba con el espacio, con los pájaros, con el sol, con la Luna, etcétera para no olvidarme de mi lengua, de mi familia y del sitio en que nací. Cuando me rescataron llegamos a Guaminí junto con otros cautivos e indios prisioneros, se presentaron unos señores a buscar, entre los cautivos rescatados, a varios hermanos y hermanas que hacía algunos años habían sido llevados por los salvajes. En el conjunto de los cautivos redimidos se hallaba una chica de 11 años de edad que cuando fue llevada por los indios contaba 7 años, pues ni los hermanos que se presentaron la reconocieron a la chica, que era precisamente una de las buscadas, ni ésta a ellos, porque hasta el parecido físico de las personas desaparece por la vida horrible que se padece entre los salvajes.

Yo como me acordaba del nombre y apellido que había tenido la cautivita, por habérmelo dicho allá y otra de sus hermanas cuando llegaron a la guarida de los indios, les indiqué a los citados parientes que una de las hermanas que buscaban estaba allí delante de ellos y que llevaba el nombre indígena de "Anuanguí", que otra hermana de ésta de 16 años fue vendida a un indio para casarse, quien era ya madre de tres hijos, habiendo escapado el indio que la tenia conjuntamente con ella para el lado de Chile, y que un hermanito varón de cinco años de edad fue muerto a palos por los indios a los seis meses más o menos de haber llegado a la toldería.

Arte: El doctor Adolfo Alsina, responsable de la primera etapa de la campaña del desierto, cuando era ministro de guerra el presidente Avellaneda.


El pobrecito cautivo, recuerdo que cuando llegó, les llamó mucha atención a los indios por lo bonito que era y por la gracia que causaba lo que bailaba y cantaba con su mediana lengua, algunas canciones, pero al poco tiempo los indios se aburrieron del escaso repertorio cómico del pobrecito inocente y lo comenzaron a dar horrible trato, pegándole con palos, rebenques y bolas, y hasta los indios chicos se ensañaban en maltratarlo golpeándolo con todo lo que encontraban a mano en cualquier parte que lo veían.

Cuando murió el pobrecito mártir, los indios le hicieron la autopsia y se vió que en el interior de la caja del cuerpo habían reventado varias bolsas de tumores, producidos por los golpes.

Este era el fin que todos los cautivos tenían entre los salvajes, y con raras excepciones algunos pocos se han salvado valiéndose de artimañas para salvar la vida.

Dichas cautivas descendían de familia de alta posición social, y tenían estancias en la provincia de Buenos Aires, de donde fueron cautivadas en circunstancia que estaban veraneando y cuyo nombre no recuerdo porque hace más de 30 años de esto; sólo retengo vagamente los hechos que me han causado más impresión durante mi cautiverio.

En los indios no existía dinero para las operaciones diarias, todo se adquiría por intercambio. Por ejemplo el que necesitaba una vaca buscaba de cambiar por un caballo u otros animales o prendas, pero casi nunca encontraba a quién le conviniera el cambio porque no se precisaba el objeto ofrecido. Este sería el resultado del sistema socialista que hoy día tanto pregonan algunos para establecerlo como sistema ideal, lo que redundaría en la haraganería más acabada y el abandono más completo del mundo, idéntico a los indios.

Los indios no trabajan en nada, toda la carga de los quehaceres se los cargan a las chinas por ser el sexo más débil, pues si se resisten las maltratan azotándolas hasta que las hacen trabajar por la fuerza bruta.

Las obligaban a construir los toldos donde vivían, a hilar las lanas y tejer los ponchos y demás tejidos, a sembrar y levantar las cosechas de cereales, a cambiar de lugar los toldos donde vivían cada seis meses por las pulgas.

Los indios varones no ayudaban en ninguna clase de trabajo a las mujeres y se lo pasaban como grandes señores echados y durmiendo en una especie de sofá con respaldo y almohada que hacían en el suelo con cueros de carneros y mantas al lado del fogón en invierno y en la sombra de los árboles en el verano.

Esta sería la perspectiva que les aguardaría a las mujeres del mundo si por desgracia llegaran a triunfar las ideas socialistas, porque en estos casos los civilizados serían peores que los indios haraganes para no ocuparse en ningún quehacer, obligando sólo a las mujeres por medios extorsivos a hacerlas trabajar como a las pobres chinas, y por consiguiente volveríamos a los tiempos primitivos quedando las grandes ciudades de hoy día como toldería de indios.

Cuando se robaban entre ellos los animales para carnear, el indio perjudicado, él mismo hacía la pesquisa y si conseguía descubrir al ladrón le obligaba a éste a que le pagara diez animales por cada uno que le hubiese carneado o si no mataban al malhechor.

Allí no había policía ni ninguna clase de autoridad para juzgar los delitos y otras desavenencias que se suscitaban entre los indios.


Arte: Indias pampas. El pequeño cautivo rosarino las recuerda con especial afecto.


Cada uno se hacía la justicia a su paladar según sus fuerzas. Si un indio mataba a otro los parientes del muerto lo mataban al asesino, o a algún pariente del criminal y así quedaban vengados y canceladas las cuentas.

He presenciado varios de estos hechos y he visto que el cacique principal ni los capitanejos intervienen para nada, pues éstos no ejercen mando imperativo sobre ningún individuo, sino que es apenas relativa la autoridad con la que estaban investidos.

Cuando el cacique principal disponía salir a dar alguna invasión para ir a robar animales en la Argentina, pasaba una invitación a los capitanejos para que éstos a la vez avisaran a los indios de sus respectivos departamentos a fin de que se sirvieran acompañarlo en el malón y como a todos les convenía aceptaban gustosos la invitación.

Al llegar los indios al punto que van a dar el golpe del robo, suben en los caballos más ligeros que poseen, porque es condición establecida entre ellos que el jinete que llegase primero donde se encontrare alguna tropilla de caballos o rodeo de vacas se apoderaba de todos los animales sin que los demás indios que hubiesen llegado después, tengan derecho a ninguno de ellos. Si pueden continúan los demás indios, avanzando más adelante en su carrera para apropiarse de otros grupos de ganados que hubieran más allá de ese lugar.

Los indios cuando van a dar la atropellada marchan toda la noche para llegar al punto dado al alba, a fin de sorprender dormidos a los cristianos e iban desparramados en un considerable frente de extensión calculándose más o menos 1/2 cuadra de espacio entre uno y otro indio sobre los lugares que atacaban con el propósito de robar la mayor cantidad posible de ganados y saquear todas las poblaciones que arrasaban, y se retiraban enseguida, es decir el mismo día para reunirse en el punto de concentración que de antemano señalaban, a fin de estar todos juntos para prevenirse algún peligro en caso de que tuviesen que librar batalla con los cristianos que pudiesen perseguirlos.


Arte: La vida en las tolderías exigía grandes trabajos a las chinas que eran las encargadas de cambiar de lugar los toldos, de tejer y de cultivar la tierra.


De regreso del malón marchaban juntos con sus arreos pero separados en grupos a corta distancia para que no se mezclaran los ganados hasta próximo de sus guaridas y una vez que estaban fuera del peligro de los cristianos, cada cual enderezaba para su toldo.

así que cuando los indios iban a dar alguna invasión, se pasaban la voz entre ellos de uno a otro pues vivian en grupos en un perímetro de más de 500.000 kilómetros cuadrados, y se citaban para encontrarse todos los que quisieran ir al malón en un lugar que se fijaba de antemano y se designaba como fecha el principio o mitad de la Luna.

Una vez que se reunían en el sitio señalado, se contaban para saber cuántos indios eran y enseguida que terminaban de efectuar esta operación, hacían simulacros guerreros dando alaridos que aterraban esgrimiendo las lanzas como si estuvieran peleando con el enemigo y salian a toda velocidad de sus caballos sujetándolos de golpe y los hacían girar sobre las patas traseras para salir instantáneamente corriendo para cualquier dirección, como si llevaran gambeteando al supuesto enemigo. Los caballos eran muy diestros. Se organizaban después y se ponían en marcha en la dirección que iban a invadir.

Yo también tomé parte en una invasión, cuando se sublevó la indiada mansa o amiga del gobierno argentino perteneciente a la tribu del cacique Cipriano Catriel que existía en Sierra Chica cerca de Olavarría, que se componía como de tres mil indios de lanza y chusma.

Esta tribu se puso en combinación con los indios de la Pampa y éstos vinieron en cantidad superior a nueve mil salvajes de lanza, según resultó en la cuenta y arrasaron el Azul, Olavarría y muchos otros departamentos que se extendian a uno y otro lado de éstos, que eran entonces muy ricos en ganados de toda especie y se llevaron más de trescientas mil cabezas de caballos y vacas, cautivando como 500 mujeres y chicos, matando más de 200 cristianos, saqueando e incendiando las casas y sembrados de cereales.

El cacique de la indiada sublevada, Juan José Catriel, hermano del finado Cipriano Catriel, se arrepintió después de haber hecho sublevar a su tribu y cuando íbamos en marcha para el desierto un día se separó como si estuviera loco, llevaba cuatro lanzas en las manos, carga ésta bastante molesta por lo que son muy pesadas y además cada indio con una sola lanza tiene suficiente pues con cuatro lanzas no se puede pelear. No se supo más de la vida de dicho cacique y como los indios son indolentes no lo hicieron seguir. Quizá habrá muerto en el campo de sed o hambre, o bien se habrá suicidado.

Recuerdo que las indias que se iban a sublevar, cuando a mi me vieron dijeron entre ellas, hasta los chicos traen en las invasiones, pues yo contaría entonces 12 años de edad.


Fin parte I/IV


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Detalles de publicación:

Buenos Aires Todo es Historia marzo 1985

Nros 215 y 216





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