LORENZO DEUS - Cautivo de los indios III

Parte III/IV

SEGUNDA PARTE
Memorias de Lorenzo Deus, cautivo de los indios


Caballos para la guerra y malones


Los indios acostumbraban a adiestrar a los caballos, sometiéndolos a pruebas de resistencia y los hacían correr primero enormes distancias, por menos medio día sin descansar.

Si el caballo resistía esa primera prueba lo sometían después a enseñarlo para la guerra haciéndolo correr con las patas boleadas, lo vareaban con mucho peso además del jinete, lo hacían partir a toda velocidad los sujetaban de repente, haciéndolo girar a derecha e izquierda a toda carrera en una especie de terreno, cuyo radio no pasaba de dos metros, lo hacían correr por terrenos pantanosos, con pozos, etc.

Yo era también de los que se ocupaban en estos trabajos, y un día, entre los indios salimos a variar a unos caballos para esas pruebas.

Yo iba adelante y los otros me seguían enfilados como a un metro de distancia uno del otro.

En eso que marchábamos a toda velocidad tropezó mi caballo y rodó por tierra.

Al caer me apretó el caballo que montaba contra el suelo y también los caballos de mis compañeros cayeron encima de mi cuerpo.

Yo quedé desmayado por un rato largo y echaba sangre por la boca pues estaba reventado por el interior de mi cuerpo.

Al cabo de unos días mi gravedad era desesperante a causa del golpe y las (¿curas') no habían hecho efecto, (...) mi estado agonizante cuando la (pobre) china que anteriormente me había salvado de la brujería se compadeció nuevamente de mi curándome por medio de un sapo de la manera siguiente:

Una tarde agarró a uno de esos animalitos cuidadosamente, a fin de no machucarle y me lo pasó repetidamente por toda la caja de mi cuerpo.

Terminada esta operación guardó el sapo en una asta de vaca hasta el otro día.

Al día siguiente por la mañana lo sacó del cuerno y me lo volvió a pasar por la misma parte del cuerpo y concluida esta nueva operación lo volvió a poner en la misma asta por un rato.

Después lo sacó y vivo como estaba sin estropearlo, lo abrieron por la panza y encontraron que las menudencias de dicho sapo estaban machucadas, entre éstas el hígado, el bofe, corazón, intestinos, etc.

Mi médica me dijo que con el sapo había fotografiado el interior de mi cuerpo (como con los rayos X), para ver en el estado que se encontraban las distintas vísceras de mi organismo y que estaban a la vista las mismas que se encontraban lesionadas e inflamadas.

La curandera sacó del sapo las partes machucadas de las menudencias con una cuchara y al rato me dio a tomar una cosa que yo no supe qué era y al pasar por mi garganta sentí un gusto amargo. Como yo estaba medio moribundo, si veneno me hubiesen dado, lo hubiera tomado.

Al día siguiente me sentí muy mejorado, habiéndome desaparecido la fatiga y la inflamación de la caja de mi cuerpo y a los pocos días mi restablecimiento fue completo con sólo una toma del remedio que me dio la curandera.

Al sapo le cosieron la panza y lo largaron vivo dentro de unos yuyos. Yo todos los días le cazaba tábanos para que comiera el animalito que me había salvado la vida y vivió mucho tiempo en el sitio que se le puso, pero después desapareció de allí, quizás alguna víbora se comió al citado batracio.


Casamiento de los indios


Existían conversaciones y coloquios entre los enamorados, porque en las cuestiones de amor tanto los sabios como los ignorantes se desempeñan tan bien los unos como los otros. así que las chinas no eran lerdas para presumir y cualquier indio es doctor para cantar el amor.

Cuando un indio y una china se comprometían para casarse hacían secretamente el noviazgo y cuando resolvían casarse convenían de que el novio la sacara como raptada a la novia de la casa paterna una noche dada y se iban a vivir al hogar que de antemano tenían preparado de común acuerdo.

Al día siguiente el novio mandaba al chasqui o mensajero para avisarle al padre de la novia que ha resuelto casarse con su hija, y con sólo esto quedaba consagrada la unión matrimonial para toda la vida, pues allá no se divorciaban.

Por toda ceremonia de bodas el novio carneaba una yegua y la recién casada regalaba un pedazo de carne a las grandes familias vecinas de su nuevo hogar.

El novio y su suegra no se hablan, no se ven más en la vida, aunque anteriormente hubiesen tenido amistad familiar por ser una costumbre habitual de ellos. No tuve curiosidad de averiguarles a los indios las causas que motivaban estas raras costumbres, pero reflexionando yo supongo que ésto lo establecen los indios diplomáticamente para que se cumpla el precepto de "el casado casa quiere" pues como el novio no se puede ver con la suegra, forzosamente tiene que vivir lejos de la familia.

Cuando el nuevo matrimonio va de visita a la casa de los padres de la novia, la madre de ésta se oculta dentro del toldo para no verse con su yerno, construyéndose algún tabique con cueros o mantas donde queda encerrada ella y tratan entre ambos de no hablar fuerte para que no se sientan sus respectivas voces. Cuando saben que se encuentran en el mismo toldo, también tratan de no nombrar ciertos objetos que se parezcan por su pronunciación a sus respectivos nombres.

Yo noté que en una ocasión un indio casado, en una conversación dijo que le gustaban las "masitas" refiriéndose a las galletitas, y como su suegra se llamaba Nacita quedó avergonzado dicho indio y con pesar de haber hecho una cosa mala dándose un golpe en la boca con la mano porque "masitas" tenía semejanza a Nacita.

Esta relación que se guardaban entre yerno y suegra, puedo asegurar que no es odio, porque he observado que siempre se han reflejado secretamente entre ellos los más íntimos afectos, aunque no se hablaban ni se veían.

El novio después de casado, como a los tres meses, tiene que pagarles a los padres y a los hermanos de la novia un derecho de matrimonio que consistía en prendas animales, en proporción con la rama genealógica de la familia, por ejemplo 300 animales, 30 mantas, o pares de boleadoras y varias alhajas de plata para los padres de la novia y para los hermanos de ésta 25, 3, 2, 1 y alguna alhaja respectivamente para cada uno de los mismos.

Un indio se puede casar cuantas veces quiera. Pero quien se arriesga a esta calavereada debe ser un indio rico, porque además de tener que darles de comer tiene que pagar los derechos matrimoniales respectivos.

He visto a algunos indios casados con 2, 3, 4, 5 y hasta 10 mujeres. Esta última cantidad de mujeres sólo las tuvo el cacique Naumuncura.

Las chinas muchas veces se peleaban por celos del marido, teniendo éste que intervenir casi siempre con un palo para separarlas. Si la china casada llegaba a morir antes que el marido, éste está obligado a pagarles a los mismos parientes de aquélla otro derecho que le llaman de muerte, consistente en otra cantidad de objetos igual a los anunciados más arriba, pues el fallecimiento de la esposa no lo consideran que haya sido natural, sino que lo atribuyen como producido por culpa del esposo en razón quizá de que los indios tienen la costumbre de pegarles a sus mujeres brutalmente y probablemente este último derecho lo habrán establecido como un freno para aminorar en algo los malos tratos que les daban a las pobres chinas.

El indio que no llegase a dar cumplimiento con alguno de los derechos matrimoniales referidos, es mal visto y despreciado por los demás indios y si no pagaba tenía que irse para otra parte a juntarse con otra tribu o vivir como un ermitaño solo porque lo echaban de todas partes como si fuera un perro.

Algunos indios que no tenían lo suficiente para pagar los derechos matrimoniales mencionados, pedían a sus amistades que le ayudaran con algunos animales o prendas para el pago referido. Algunos conseguían algo y otros no y muchos de éstos a veces se juntaban para apelar a los malones entre ellos por las poblaciones argentinas de modo que venían a ser éstas en resumidas cuentas las que pagaban todas las bodas.

Los hijos que nacían de los matrimonios no llevaban el apellido de sus padres sino que les ponían un solo nombre cualquiera, como a un pichicho, pero dicho nombre siempre encerraba dos o más de éstos en uno solo, por ejemplo: Ulipán que traducido literalmente significa Uli, uña Pan, espalda; que se escribiría señor Espalda de Uña. Otro Carumanquecurá- Carú, verde Manque, cóndor Curá, piedra; que se escribiría "Piedra del Cóndor Verde". Otro: Millapeuqué Milla, oro - Peuqué, corazón; que se escribiría "Corazón de Oro". Otro: Melinqué-Meli, cuatro Que, papas que se escribiría "Cuatro Papas".

Otro: Pichihuincá Pichi, chico Uincá, cristiano, que se escribiría: "Cristiano Chico".

Todas las palabras del dialecto indígena son acentuadas en la última sílaba: por ejemplo: inché - (yo); có (agua); hiló (carne); challá (olla); cofsqué (pan); pulcú (vino); uentrú (hombre); samó (mujer); peñí (hermano); ché (gente) etc.


MORALIDAD


Los indios a pesar de su salvajismo observaban condiciones morales con sus familias y con los extraños muy elogiables; se respetaban mutuamente entre ellos y entre parientes carnales no se casaban.

Si algún indio llegase a faltar el respeto a alguna mujer, los parientes de ésta y demás indios, eran capaz de lincharlo a aquél y seguramente por este temor se contenían de no cometer ninguna mala acción.


VIVIENDAS


Entre varias familias se reunían para construir un toldo grande como un galpón, de unos 20 metros de largo, por lo general techos y paredes eran hechos de cueros de potro y vaca, cosidos unos con otros.

Por el interior del toldo, lo dividían a lo largo por su centro, a uno y otro costado, con tabiques de cueros y lo subdividían a éstos en piezas. En el centro de las dos divisiones laterales dejaban un pasillo de un metro y medio más o menos de ancho por todo el largo, donde hacían los fogones.

Cada matrimonio ocupaba una o dos piezas, según la cantidad de hijas o chicos que tuviera, haciendo entonces las correspondientes puertas de comunicación entre pieza y pieza, que cada matrimonio habitase.

Los indios sueltos o hijos ya mozos solteros de las familias vivían en cuartos separadamente de los matrimonios, pero dentro del mismo toldo. También las chinas fabricaban toldos chicos, como para un solo matrimonio.


Coquetería de las chinas


Las chinas, como generalmente a toda mujer, les gustaban también presumir y se hermoseaban y se ponían todas las prendas que poseían, cuando concurrían a alguna fiesta. Estos arreglos consistían en hacerse un listón de una a la otra sienes, de 5 centímetros de ancho, cruzando la nariz por debajo de los párpados. Se pintaban los ojos con pintura colorada que ellas la preparaban con minerales que juntaban en los médanos. También en las mejillas se daban un poco de color.

Los pelos de la cejas se los arrancaban, dejando sólo una hilera angosta.

Se ponían sus prendedores de plata de forma esférica, cuyo diámetro a veces pasaba de 15 centímetros con colgantes de tres y cuatro pendiente de canutillos y medallas en las puntas, del mismo metal.

Usaban aros de plata de 10 centímetros. Cuadrados y redondos. Se adornaban con cinturones de 30 centímetros de ancho, bordados toda la superficie con mostacilla cuentas de plata y las correas que los prendían caían en las puntas hasta la rodillas y estaban adornadas, en toda su extensión con medallitas de plata escalonadas o superpuestas en la superficie de dichas correas.

Se hacían pulseras de cuatro dedos de ancho en los puños y a la altura de los tobillos de las piernas, con cuentas de plata.


Arte: Pampas con adornos y vinchas.


Se ponían gargantillas de 5 centímetros de ancho bordadas con cuentas de plata, que abarcaba todo el cuello, con pendientes del mismo metal y medallas en sus extremos, que caían sobre el pecho.

El metal que más apreciaban los indios era la plata y ellos mismos fabricaban las cuentas y demás alhajas. Al oro no le daban mucha importancia porque lo confundían con el bronce.

El vestuario que usaban las chinas, estaba formado de una manta de paño negro, o tejido de lana, que se la envolvían desde el cuello hasta los tobillos y se ceñían con un cinturón en el talle, y sobre las espaldas se ponían otra manta, sujetada con un prendedor en el cuello, quedando como una capa.

Las chinas no usaban ninguna clase de calzado.

Los indios varones se vestían con chiripá y poncho, que las chinas lo fabricaban y también se ponían sacos de cueros, que los hacían con pieles de animales silvestres que capturaban; o sean: zorros, leones, liebres criollas, gatos monteses, etc. y usaban botas de potro que las confeccionaban del cuero sacado en bolsa de las piernas de los caballos y vacas.


***


Los indios vivían desparramados en grupos de 10 a 15 familias a 4 o 5 leguas de unos a los otros; dentro de un perímetro que abarcaba alrededor de 500.000 kilómetros cuadrados y que comprenden la extensión que actualmente tienen la Pampa Central, Neuquén y Río Negro; y se ubicaban en lugares que hubiese abundante agua y pasto como también donde fuere apta la tierra para sembrar trigo, maíz, cebada, etc.

Los trabajos para preparar la tierra, sembrar y cosechar dichos cereales los efectuaban las chinas.

Ellas araban la tierra con arados que los hacían de vigas de madera. La elegían de modo que tuviera una horqueta en el extremo más grueso que formaba un ángulo cerrado o agudo y en el lado más corto que arranca del vértice le hacían una punta aguda con hacha y le ponían la mancera correspondiente.

Una vez hecho el arado uncían los respectivos bueyes y ataban el yugo en la punta del palo más largo del arado, y labraban la tierra las chinas en la estación oportuna.

Los granos que cosechaban los guardaban en sacos o bolsas de cueros de caballos, que siempre lo hacían del tamaño que era el cuero, y una vez que estaban llenos de grano y estibados parecían caballos embalsamados.

De los zapallos hacían orejones y una vez que éstos estaban secos los guardaban en bolsas de cueros para comerlos en invierno en el puchero o en guisos; como asimismo los granos servían de víveres para dicha estación.

Al maíz lo trituraban entre dos piedras y hacían una especie de locro o mazamorra.

Al trigo y cebada lo tostaban en ollas y después lo molían entre dos piedras también y comían la harina tostada en distintas formas, según gusto ya sea seca, mojada con agua o con leche, etc.

Cuando anduve yo con la comisión argentina de límites con Chile, he visto que a los chilenos les gustaba mucho la harina de trigo tostado; desde los peones hasta el ingeniero jefe estaban provistos de bolsitas con dicha harina en las alforjas y la comían como los indios.

La usaban con el melón, sandía, asado y otras comidas y cuando comíamos juntos algunas veces con los ingenieros chilenos en los campamentos, nos la ofrecían como un manjar exquisito.

Algunos ingenieros argentinos la aceptaban por condescendencia, pero yo la comía con gusto porque me agradaba.

Veo que me estoy desviando de la cuestión de los indios, pues como iba diciendo los salvajes vivían desparramados en el territorio de la Pampa, y según ellos, me lo dijeron muchas veces, la tribu se componía de un total de cincuenta mil habitantes.

He visto en algunas geografías que a los indios de la Pampa los hacían ascender sólo a 20.000 pero esto ha de haber sido un cálculo vago para llenar las fórmulas de las estadísticas de los censos porque los indios no dejaban penetrar a ningún cristiano mayor de edad en sus tolderías. Yo he visto una ocasión, que llegaron a la guarida de los indios dos soldados desertores del ejército argentino manifestando que iban con el propósito de quedarse allí con ellos para hacer vida común pero una vez que se apoderaron los indios de las carabinas que llevaban los soldados con las mismas armas fueron muertos éstos en el acto, pues desconfiaron que fueran espías.

He visto también en referencias del Dr. Zeballos, que dice que en el año 1876 vinieron de la Pampa 4.000 indios a invadir por el Azul, cuando se alzó la indiada mansa de Sierra Chica.

En dicha invasión yo formaba parte y recuerdo que en el punto de reunión de los indios al salir de sus tolderías se contaron y les oí decir que todos los indios de lanza formaban un total de 9.500. De modo que en todas las referencias que he visto no concuerdan con lo que yo he palpado personalmente.

Los lugares que habitaban los indios en las distintas agrupaciones que vivían estaban denominadas con nombres indígenas como es natural, por ejemplo: donde yo estaba se llamaba "Estruffquetralueché", que traducido literalmente significa: Estruff, arrojado - Quetral, fuego Lué, lugar Ché, gente; que se escribiría "Gente del Lugar del Fuego arrojado".

Los indios a pesar de que carecían de instrucción tenían inteligencia natural y eran consumados diplomáticos entre ellos y sus relaciones con los cristianos.

Eran muy hábiles para pronunciar discursos diplomáticos cuando se visitaban entre caciques y capitanejos sobre todo en sus disertaciones empleaban afabilidad y condescendencia para obtener éxito en sus misiones.


Cacerías o boleadas


Los indios varones en los únicos quehaceres que se ocupaban, era en los malones a la Argentina, robarse entre ellos los animales para carnear y salir periódicamente a bolear o cazar animales silvestres en el campo para su manutención a pesar de que después que fueron reducidos dichos indios se ha visto que han sido descendientes trabajadores una vez que prestaron 4 años de servicio militar en el ejército.

De vez en cuando se invitaban entre los indios vecinos más próximos para salir a las boleadas y se reunían en lugares que de antemano se señalaban para lo cual fijaban alguna de las fases de la Luna y concurrían alrededor de 300 indios.

Una vez que estaban todos juntos, algunos de los concurrentes que tenían caballos tordillos los presentaban a la concurrencia y con cuchillos le producían tajos en las orejas. Cada indio tomaba un manojo de pajas y las mojaban en la sangre que vertían de las heridas de los citados caballos.

Enseguida que todos los concurrentes tenían los manojos de pasto listos se colocaban de uno en fondo dando frente al sol e imploraban sus rogativas al Todopoderoso y todos los indios al mismo tiempo deslizaban de una a una las pajitas de los manojos hasta terminarlas y en ese preciso instante era que pronunciaban las plegarias para que les concedieran abundante cacería de los distintos animales silvestres que existían en la región. Entre los que se encontraban avestruces, guanacos, gamas, liebres, gatos monteses, leones, chanchos, jabalí, zorros, zorrinos, peludos, piches, mulitas, matacos, etc.

Una vez que terminaban de formular sus rogativas, cada cual montaba en su caballo y convenían el plan de la iniciación de la cacería.

Arriando el ganado a través de un río.


Las águilas les pronosticaban la buena o mala suerte en el éxito de cada jornada que iban a emprender, por ejemplo, si un águila por casualidad andaba volando por el aire revoloteando hacía la derecha era señal que les iba a ir bien y si el águila por el contrario su vuelo giraba para el lado izquierdo era advertencia de que no iban a cazar nada.

Cuando ocurría este último caso, a veces cambiaban de rumbo la dirección de excursión o suspendían la salida hasta el día siguiente.

Si no se encontraban águilas o éstas estaban asentadas en los árboles, seguían no más la marcha iniciada en la creencia de que serían favorecidos por la suerte.

Los indios tenían la creencia de que las águilas eran los agentes encargados de transmitir sus pedidos o guiarles en sus empresas.

Así que concluido de rendir sus cultos, acostumbraban a avanzar en las excursiones en forma de cerco medio ovalado, parecido a la figura que producen los 2 brazos de una persona estirados hacía adelante y luego juntar las puntas de los dedos de ambas manos.

Al ponerse en marcha salían formando dos alas y se juntaban sus extremos delanteros en un punto que se determinaba de antemano a una distancia de quince leguas de profundidad por ocho de ancho.

Para formar el cerco los indios marchaban enfilados uno detrás del otro a distancia de tres cuadras y cuando los punteros de ambas alas llegaban al sitio convenido, procedían éstos a hacer humo para avisar por este medio a los costados de la derecha e izquierda y a la retaguardia que estaba cerrado el cerco.

La retaguardia y las dos alas siempre seguían marchando despacio hacía adelante, estrechándose cada vez más hasta juntarse todos en el sitio de los punteros.

Una vez cerrado el cerco los indios gritaban de todos los lados para que los animales silvestres se levantaran de las pajas, los que estuviesen echados y a fin de que disparasen remolineando dentro del cerco para que se cansaran algo, así era más fácil de capturarlos. Los indios llevaban sus caballos parejeros de tiro con el freno puesto para subir sobre el lomo limpio del animal sin pérdida de tiempo cuando se decidía dar la embestida a los animales silvestres que pretendieran salir del cerco a medida que eran acosados por todos los lados lo que se iba estrechando el cerco de jinetes.

También los indios llevaban perros galgos a las cacerías y cada hombre iba provisto con ocho o diez pares de boleadoras.

Cuando llegaban a entreverarse con algún grupo de avestruces y se andaba montado en algún caballo muy ligero, cada individuo boleaba tantos avestruces como pares de boleadoras llevaba en la cintura, en una sola embestida.

Rabian indios que eran muy diestros, pues solían bolear avestruces al cruzar a distancias que alcanzaban las boleadoras, cuando veían que no los iban a alcanzar corriéndolos de atrás, siendo de esta última manera más certero el tiro para poder bolear y del modo anterior sumamente difícil.

Hay que tener presente que no se lanzan así no más las boleadoras, más o menos derecho al avestruz o animal que se quiera cazar, sino que hay que calcular a ojo de buen cubero las vueltas que deben de dar las boleadoras para que caigan como una corbata en el pescuezo o patas del avestruz a fin de que se les envuelvan a éste; pues si no se tiene este cálculo las boleadoras pasan dando vuelta en falso por delante del animal y éste pasa por sobre de ellas cuando han caído al suelo. Se deben lanzar las boleadoras de modo que se aprecie la distancia que medie entre el operador y el avestruz, por ejemplo media; una y media; dos y media, etc. de vueltas de boleadoras para obtener tiros certeros por medio de este aparato, como también hay que calcular la velocidad del avestruz y boleadoras, cuando se lanzan al cruzar, para que se encuentren en el preciso momento del cruce debiendo tenerse presente el efecto de inclinación que se le deben de dar a las boleadoras para que caigan como un collar en el pescuezo del avestruz según el sitio y distancia en que se encuentre éste.

El que lleve consigo muchos pares de boleadoras debe saberlas manejar porque si no se le enriedan unas con otras y en el momento dado no se puede sacar ningún par de ellas. La mejor parte para llevar acomodadas a las boleadoras es la cintura del mismo cazador, debiéndose colocar de modo que sus puntas cuelguen menos que otras a fin de que no se enreden y hay que tener presentes por cuál se debe comenzar a sacar primero en el momento del ataque si no se hace un nudo que solamente cortándolo con un cuchillo se puede desatar.

Yo también era muy entusiasta de dichas cacerías y era un hábil boleador.

Los guanacos eran mañeros para poderlos bolear pues como tienen los ojos grandes alcanzan a ver también hacía atrás, cuando veían venir las boleadoras agachaban el cogote y las dejaban pasar encima de la cabeza y era la única parte que se les podía bolear porque en las patas no se enredaban las boleadoras a causa de que no les producían cosquillas y además los guanacos corren con las patas juntas como si fueran maniados.

Para poder cazar los guanacos había que hacerles agarrar con perros galgos y a veces éstos no los alcanzaban sino los atropellaban de muy cerca porque son sumamente veloces; o bien con parejeros muy ligeros, debía el jinete aproximársele mucho para poderlo bolear al cruce debajo del pescuezo del corcel echándolo al medio con otro jinete.

Una vez que las sogas de las boleadoras daban una o dos vueltas en el cogote del guanaco y se ceñían aquellas enredándole las puntas en las patas delanteras y así se ahorcaban solos.

Cuando los indios erraban algún tiro de boleadoras o algún avestruz u otro animal, se mordían las manos de rabia o se las pinchaban con la punta de un cuchillo.

Para tener certeza en el pulso se inyectaban en las manos que usaban para bolear y enlazar, pedazos de piedras de guanacos que las sacaban del vientre de algunos de estos animales que las tuviesen.

Para inyectarse dichas piedras se hacían los indios un ojal subcutáneo en las manos con algún cuchillo y se introducían un pedazo de la mencionada piedra del tamaño de un grano de maíz que con el tiempo quedaba cerrada.

Yo también tengo inyectada un pedazo de dicha piedra en la mano derecha a cinco centímetros del vértice que forma el ángulo de los dedos pulgar e índice cuyas cicatrices están a la vista.

Las carnes de los distintos animales que cazaban los indios las conducían en cargueros a sus viviendas respectivas y si eran abundantes, las chinas se ocupaban de charquearlas para su conservación.

Los indios comían las diversas clases de carne en puchero, asados o guisos.

Las plumas de las avestruces y los cueros de alguna importancia de los animales silvestres que capturaban los guardaban para llevarlos en alguna ocasión a cambiarlos a los cristianos por artículos de tienda o almacén con quienes se encontrasen en paz, pues a veces se encontraban en buenas relaciones de amistad con la gente del Azul y otras veces con los cristianos del Norte de Buenos Aires y Santa Fe; figurándose los indios que los habitantes de dichos lugares no eran de la misma nacionalidad.


Enterramiento de los indios


Cuando algún indio moría en su hogar, los deudos del muerto o amigos le construían un ataúd envolviendo el cadáver retobado en un cuero de vaca o de potro; poniéndosele dentro del retobo todas las prendas de plata u otros metales de su uso particular siempre que en vida no hubiera testado dejándoselas a sus parientes o amigos.



Arte: Grabado antiguo con indios pampas de principios del siglo XIX.


Cada grupo de indios tenían sus cementerios y éstos los ubicaban en las hoyadas de los médanos.

así para enterrar a algún indio que moría cavaban la fosa en el cementerio respectivo y lo sepultaba a un metro de profundidad más o menos.

Si el indio muerto poseía caballos, vacas u ovejas, sin haberlos donado en vida a su mujer o hijos, a toda la hacienda que hubiera se la mataban encima de la sepultura, porque tenían miedo dichos parientes si así no lo hacían, de que el espíritu del muerto se les presentase a reclamárselos o que les mandara algún castigo por lo que no había cumplido las costumbres establecidas por sus creencias.

Para efectuar esta matanza de animales lo hacían ahorcándolos de uno a uno en sólo días colocándoles un lazo en el cogote de cada bestia con un nudo corredizo en el medio del lazo y de las respectivas puntas tiraban dos indios para los lados opuestos a fin de que se ciñese el nudo hasta que quedaba muerto el animal por asfixia.

Después de esta operación procedían a hacer fuego con un montón de leña encima de la sepultura en la dirección que estaba la cabeza del pampa muerto y según sus supersticiones decían que era para que tuviera una lumbrera con que iluminar el camino en el viaje al otro mundo.

Cuando la expedición del ejército argentino a los indios de la Pampa, los soldados que encontraban cementerios de indios los cuales se conocían por los montones de osamentas de animales muertos procedían a efectuar excavaciones para sacar de los cadáveres las prendas de plata y otros metales que hubiesen en los sepulcros y los restos mortales de los pampas los dejaban a cielo abierto sin tomarse el trabajo de volverlos a enterrar.

Muchas veces observé que los indios, ya prisioneros, protestaban en silencio, indignados, lo que veían profanar a sus muertos de esa manera por los soldados vencedores.

Los indios entre ellos se querían con ternura entrañable y las mujeres se lo pasaban llorando por mucho tiempo cuando moría alguno y se reunían las chinas del barrio todos los días en la casa de los deudos y en coro lloraban a viva voz todas al mismo tiempo cuyas entonaciones eran una especie de cánticos lastimeros que hacían enternecer. Si algún compositor de música las hubiera oído a las chinas en el momento de esos llantos cantados hubiera tenido elementos propicios para armonizar alguna composición musical con esos aires fúnebres indígenas que estoy seguro que no hubiesen sido desagradables al oído de los civilizados.


Enfermedades contagiosas


En los indios de la Pampa no se conocía ninguna enfermedad contagiosa, pues no había existido ni viruela, ni tampoco sarampión, no obstante de ser tan comunes estas enfermedades en todas partes del mundo, pero cuando comenzaron las expediciones del ejército a la Pampa, se empezaron a producir ciertos casos de enfermedades entre los indios, que se contagiaban y que para ellos eran desconocidas. Yo supe que las enfermedades que se habían declarado en la tribu eran viruela negra y cólera morbo, porque de éste morían casí fulminados con vómitos negros y de aquel ninguno se salvaba. Sus síntomas eran dolor agudo al espinazo y enllagamiento total del cuerpo, de color negruzco.

Cuando se producía algún caso de las enfermedades mencionadas en algún indio, todo el grupo de las familias que vivían juntas, disparaban por el miedo al contagio para otros lugares y se ponían en marcha a cualquier hora del día o de la noche, llevándose sólo las pilchas que podían alzar en los caballos que montaban.


Arte: Familia indígena. Litografía.


A los enfermos contagiosos los dejaban abandonados a su suerte y los que hubiesen muerto, antes de ponerse en marcha, les prendían fuego junto con las chozas en que habían fallecido.

En estos casos de enfermedades contagiosas, el cariño y la ternura que se profesaban entre padres e hijos y demás parientes carnales e íntimos, desaparecía por completo borrándose en ese momento todo afecto y toda clase de acto humanitario con los de su raza, por el miedo pánico de morir del contagio de dichas enfermedades.

En una ocasión recuerdo que se enfermó de viruela negra un hijo de un cacique de 10 años de edad, llamado Nancucheo, hermano de la que fue mi simpatía y yo para hacer méritos ante mi novia y sus padres, me ofrecí voluntariamente de quedarme sólo a asistirlo donde estaba el pampita enfermo, mientras la familia de éste y demás indios se fueron a acampar a quince leguas de distancia, por el miedo al contagio de la enfermedad. Después de cinco días que había atendido al indiecito enfermo, falleció y como pude lo enterré retobado en un cuero en el mismo sitio que murió.

En otra ocasión, estando los indios acampados en una laguna, fugitivos de enfermedades contagiosas de otros lugares que cuatro días antes habían dejado, se enfermaron dos indios una tarde de cólera morbo y murieron instantáneamente.

Esa misma tarde y casi de noche todos los indios levantaron campamento y después de haberles prendido fuego a los indios muertos conjuntamente con las chozas en que estos estaban, se pusieron en marcha sin alzar siquiera agua en las vejigas y bolsas de cuero con que los indios siempre van provistos para los viajes; porque tuvieron miedo de que el agua de la referida laguna estuviese infestada del germen de la enfermedad que les causaba la muerte tan desoladamente.

La travesía sin agua que teníamos que recorrer era de tres días a marcha de caballo.

Recuerdo que esta penosa disparada fue en estación de verano y que quedó el tendal de indios muertos de sed en el trayecto de la travesía.

De 150 que éramos sólo alcanzamos a llegar 136. Presente tengo que yo y un indio, marchábamos a medio día de jornada, adelantados al grueso de los demás indios fugitivos y que llegamos a media noche a un manantial de agua cristalina y fresca que parecía un espejo de brillantes lo que estaba iluminado con los rayos de la luna llena la lagunita que se había formado con el agua del manantial mencionado.

Yo tenía la lengua como un cuero seco y ya no podía articular palabras y por señas nos entendíamos con el indio que me acompañaba pues éste se encontraba en idéntico estado al mio.

Los que llegamos a la deseada aguada nos precipitamos nosotros y las bestias que montábamos con ansia desesperada a la preciosa lagunita y con el agua al cuello bebíamos a tragos gigantescos y apurados hasta el cansancio.

¡Ah agüita del manantial divino jamás te olvidaré!

Debido a la demasiada agua que tomé de golpe me produjo un certísimo dolor de vientre que casí no cuento el cuento, pero ¿quién se iba a contener de por sí en beber agua hasta la saciedad en ese trance tan angustioso y donde ya no existía el raciocinio sino la desesperación sin sentidos? El que haya pasado por estos momentos críticos lo podrá apreciar.

Después que reaccionamos y se me pasó el dolor de vientre de cuyo mal también sufrió mi compañero, procedimos a levantar toda el agua que pudimos llevar en las vejigas y bolsas de cuero que teníamos y volvimos por otra ruta a socorrer a los indios rezagados y sedientos que venían marchando más atrás, pues si hubiésemos regresado por las huellas que habíamos venido, los indios que estaban próximo a llegar a la aguada nos hubieran arrebatado el agua que llevábamos porque el sediento desesperado no entiende de razones ni se contiene aunque lo maten.

Comenzamos a socorrer los últimos que estaban rezagados, empezando de atrás para adelante y encontramos ya muertos 14 indios. A muchos que estaban en estado casi agonizante los salvamos.

A todos los muertos, se dejaron sin enterrar por temor de que muchos de ellos hubiesen fallecido del cólera.

Después de esta enfermedad no se volvió a producir más casos de epidemia, consiguiéndose con las citadas medidas aislar el contagio de la peste.



***

Fin parte III/IV

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